domingo, 27 de septiembre de 2009

Homilía - 27/09/2009, Domingo de la 26ª semana de tiempo ordinario

HOMILÍA
27/09/2009, Domingo de la 26ª semana de tiempo ordinario
Realizada por: P. Luis Carlos Aparicio Mesones s.m

REVISAR NUESTROS COMPORTAMIENTOS
El don de la profecía

Tanto el pasaje del libro de los Números como el del evangelio según San Marcos nos confirman que la profecía es un don sagrado de Dios y, como tal, ningún ser humano puede arrogársela sin ser cómplice de la extorsión, la mentira o el engaño.
Los falsos profetas son denostados por la Sagrada Escritura, pero el verdadero profeta es empapado por el espíritu de Dios, que llena su ser y le impulsa a proclamar su Palabra, guste o no, y a comprometer y entregar su vida por esta noble causa.
Entre los “profesionales de la religión” puede anidar inconscientemente la idea de ser los únicos intérpretes y mediadores del Señor, que ejercer dominio sobre quienes actúan evangelizando al margen de la autoridad eclesiástica.

Los discípulos de Josué, al igual que los discípulos de Jesús, quieren apagar la voz de estos profetas, porque no pertenecen a su grupo. Ambos adoctrinan al pueblo y piden respeto hacia ellos, ya que “uno que hace milagros en mi nombre, no puede hablar mal de mí” ( Mc 9,40).
San Pablo dirá a este respecto que “el mensaje de Dios no está encadenado” (IITim.2,9).

Nos conviene sacar consecuencias para nuestra vida de estos relatos, para no creernos los auténticos depositarios de la verdad y caer en particularismos y sectarismos excluyentes. Debemos, en cambio, alegrarnos del bien que otros hacen a nuestro alrededor y de cómo llevan adelante y positivamente el anuncio del Reino de Dios entidades y grupos distintos a los nuestros.
Nunca ha sido la envidia buena consejera.
Nuestra vida cristiana crece en la medida que reconozcamos el don de Dios, en nosotros y en los demás, renunciemos a nosotros mismos y pongamos los cinco sentidos en actuar siguiendo las huellas de Jesús.

Las riquezas

La carta del apóstol Santiago, semejante a lo escrito por los profetas Isaías y Amós, es una durísima crítica contra los ricos, que han amasado bienes materiales a costa de los más pobres y viven lujosamente sin compartirlos con los más necesitados.
La fe cristiana no se presenta como una ideología contra los ricos de este mundo, pero sí exige la conversión como fruto de la adhesión a Cristo.
No se puede ser seguidor de Cristo crucificado y, al mismo tiempo, humillar, explotar y escarnecer a los pobres.
El cristianismo siempre ha denunciado las injusticias y los abusos a los pobres como abusos contra Dios.

Las palabras del Apóstol Santiago sobre los ricos de este mundo son bien lapidarias: “Habéis vivido con lujo y entregados al placer. Os habéis cebado para el día de la matanza: Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste” ( St.5,6).

El Señor hará justicia cuando llegue el Juicio Final, cuando salga a colación lo que cada uno ha hecho de su vida; hasta la donación de “un vaso de agua por seguir al Mesías tendrá su recompensa” (Mc.9, 41).

El escándalo

La mayoría de nosotros hemos visto a través de la tv o del cine programas y reportajes sobre los inmensos basureros que rodean las grandes ciudades del Tercer Mundo: Bangkok, Manila, Calcuta, Bombay... Miles de personas- niños incluidos- escarban entre la basura para encontrar algo que llevarse a la boca u objetos de valor con los que sacar algunas monedas. Se juntan aquí la miseria, los malos olores, la podredumbre y lo que nadie quiere para sí. Es la sempiterna lucha por la supervivencia. La vida es cruel para quien, sin culpa alguna por su parte, ha tenido la desgracia de nacer en una familia pobre, sufrir las consecuencias del hambre y deambular en la marginación, sin trabajo, sin dinero, sin casa, sin amigos, sin seguridad social, sin escuela...
No cabe mayor pobreza que vivir a la altura de los animales y verse abocado a todo tipo de enfermedades, junto a otras personas que mueren ejerciendo esta inhumana actividad.
Jesús nos habla hoy de los infiernos, de la gehenna, un valle ubicado a la salida de Jerusalén, donde se acumulaba la basura de la ciudad, el humo y los malos olores provenientes de la fermentación y descomposición de los alimentos.
La gehenna simboliza el mundo del absurdo, del vacío, de la desesperación a la que nos conduce el desamor y la falta de respeto y consideración a la vida de los demás, especialmente de los más débiles.
Por eso, arrebatar la fe a quienes la profesan como único patrimonio al que aferrarse, es sumir a la persona en la postración y cercenar sus posibilidades de futuro.
Si se trata de un niño que, según la tradición judía, carece de derechos hasta cumplir los 13 años, el pecado es aún mayor.
La responsabilidad que adquirimos al educar a un niño es muy grande; debemos estar atentos a sembrar valores, alimentar su fe, promover el respeto y la justicia, acompañar sus pasos con amor para que vivan con dignidad y no caigan en un futuro vacío existencial.

Testimonios

Personas como la Beata Teresa de Calcuta o Vicente Ferrer, recientemente fallecido, son un ejemplo a imitar.
Ellos se conmovieron ante la miseria humana y entregaron su vida para conquistar la dignidad de millones de seres humanos. Toda su entrega fue un canto a la esperanza y a las inmensas posibilidades que puede tener cada persona si se lucha contra el hambre y se le abren los horizontes de la cultura y del desarrollo económico, social y religioso.
No están lejos de Jesús quienes, aún sin creer, entregan su tiempo, su dinero y sus mejores ilusiones para mejorar las condiciones de vida de cuantos se hallan anclados en
pobreza extrema y ambientes irrespirables.

Toda la liturgia de hoy es una llamada apremiante al compromiso activo y generoso.
Tomemos nota, si queremos estar junto a Jesús en el Reino de los Cielos.

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