En Cracovia, ciudad de Polonia, san Simón de Lipnica, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, insigne por su predicación y por su devoción al nombre de Jesús, que, impulsado por su caridad, se entregó al cuidado de los apestados moribundos, deseando ardientemente incluso morir por ellos.
Nació en Lipnica Murowana, en la Polonia meridional en el seno de una modesta familia que supieron darle una sana educación, inspirada en los valores de la fe cristiana, y, se preocuparon de asegurarle una adecuada formación cultural.
En 1454, se trasladó a Cracovia para asistir a la famosa Academia Jagellónica. En ese tiempo san Juan de Capistrano entusiasmaba a la ciudad con la santidad de su vida y el fervor de su predicación, atrayendo a la vocación franciscana a un nutrido grupo de jóvenes generosos. El 8 de septiembre de 1453 el santo italiano había fundado en Cracovia el primer convento de la Observancia, bajo el título de “San Bernardino de Siena”, santo que había sido canonizado poco tiempo antes. Por tal motivo los frailes menores de aquel convento fueron llamados por el pueblo “bernardinos”. En 1457, también el joven Simón, fascinado por el ideal franciscano, junto con otros diez compañeros de estudios, pidió ser admitido en el convento de Stradom.
Bajo la sabia guía del maestro de novicios, P. Cristóforo de Varese, religioso eminente por su doctrina y santidad de vida, Simón recorrió con generosidad la vida humilde y pobre de los frailes menores, y recibió la ordenación sacerdotal hacia el año 1460. Ejerció su primer ministerio en el convento de Tarnów, donde fue Guardián de la fraternidad. A continuación, se estableció en Stradom (Cracovia), dedicándose incansablemente a la predicación evangélica, con palabra limpia, llena de ardor, de fe y de sabiduría, que dejaba entrever su profunda unión con Dios y el prolongado estudio de la Sagrada Escritura.
Como san Bernardino de Siena y san Juan de Capistrano, Fr. Simón difundió la devoción al Nombre de Jesús, obteniendo la conversión de innumerables pecadores. En 1463, primero entre los Frailes Menores, ocupó el oficio de predicador en la catedral de Wawel. Por su entrega a la predicación evangélica, las fuentes biográficas antiguas le confirieron el título de “Predicador ferventísimo”.
Deseoso de rendir homenaje a san Bernardino de Siena, inspirador de su predicación, en 1472, junto con otros frailes polacos, llegó a L’Aquila para participar en el solemne traslado del cuerpo del santo al nuevo templo erigido en su honor. Volvió a Italia en 1478 con ocasión del Capítulo general celebrado en Pavía. En esta ocasión pudo satisfacer su deseo profundo de visitar las tumbas de los Apóstoles, en Roma, y proseguir después su peregrinación a Tierra Santa. Vivió esta experiencia en espíritu de penitencia, de verdadero amante de la Pasión de Cristo, con la oculta aspiración de derramar la propia sangre por la salvación de las almas, si así agradara a Dios. Imitando a san Francisco en su amor a los Santos Lugares santos y por si fuera capturado por los infieles, antes de emprender el viaje quiso aprender de memoria la Regla de la Orden “para tenerla siempre delante de los ojos de la mente”.
El amor de Simón a los hermanos se puso de manifiesto de manera extraordinaria en el último año de su vida, cuando una epidemia de peste devastó Cracovia. De julio de 1482 al 6 de junio de 1483 la ciudad estuvo bajo el flagelo de la enfermedad. En la desolación general, los franciscanos del convento de San Bernardino se prodigaron incansablemente en el cuidado de los enfermos, como verdaderos ángeles del consuelo.
Fr. Simón afrontó aquella situación como un “tiempo propicio” para ejercitar la caridad y para llevar a cabo la ofrenda de la propia vida. Por todas partes pasó confortando, prestando ayuda, administrando los sacramentos y anunciando la Palabra de Dios a los moribundos. Pronto resultó contagiado. Soportó con extraordinaria paciencia los sufrimientos de la enfermedad y, próximo a la muerte, expresó el deseo de ser sepultado en el umbral de la iglesia, para que todos pudieran pisotearlo. El sexto día de enfermedad, sin temor a la muerte y con los ojos fijos en el crucifijo, entregó su alma a Dios. Recibió culto popular, y su aprobación como beato se produjo en 1685. SS. Pío XII retomó la causa de canonización, que llegó a feliz término en el pontificado de SS. Benedicto XVI, y así, fue canonizado el 3 de junio de 2007.
Nació en Lipnica Murowana, en la Polonia meridional en el seno de una modesta familia que supieron darle una sana educación, inspirada en los valores de la fe cristiana, y, se preocuparon de asegurarle una adecuada formación cultural.
En 1454, se trasladó a Cracovia para asistir a la famosa Academia Jagellónica. En ese tiempo san Juan de Capistrano entusiasmaba a la ciudad con la santidad de su vida y el fervor de su predicación, atrayendo a la vocación franciscana a un nutrido grupo de jóvenes generosos. El 8 de septiembre de 1453 el santo italiano había fundado en Cracovia el primer convento de la Observancia, bajo el título de “San Bernardino de Siena”, santo que había sido canonizado poco tiempo antes. Por tal motivo los frailes menores de aquel convento fueron llamados por el pueblo “bernardinos”. En 1457, también el joven Simón, fascinado por el ideal franciscano, junto con otros diez compañeros de estudios, pidió ser admitido en el convento de Stradom.
Bajo la sabia guía del maestro de novicios, P. Cristóforo de Varese, religioso eminente por su doctrina y santidad de vida, Simón recorrió con generosidad la vida humilde y pobre de los frailes menores, y recibió la ordenación sacerdotal hacia el año 1460. Ejerció su primer ministerio en el convento de Tarnów, donde fue Guardián de la fraternidad. A continuación, se estableció en Stradom (Cracovia), dedicándose incansablemente a la predicación evangélica, con palabra limpia, llena de ardor, de fe y de sabiduría, que dejaba entrever su profunda unión con Dios y el prolongado estudio de la Sagrada Escritura.
Como san Bernardino de Siena y san Juan de Capistrano, Fr. Simón difundió la devoción al Nombre de Jesús, obteniendo la conversión de innumerables pecadores. En 1463, primero entre los Frailes Menores, ocupó el oficio de predicador en la catedral de Wawel. Por su entrega a la predicación evangélica, las fuentes biográficas antiguas le confirieron el título de “Predicador ferventísimo”.
Deseoso de rendir homenaje a san Bernardino de Siena, inspirador de su predicación, en 1472, junto con otros frailes polacos, llegó a L’Aquila para participar en el solemne traslado del cuerpo del santo al nuevo templo erigido en su honor. Volvió a Italia en 1478 con ocasión del Capítulo general celebrado en Pavía. En esta ocasión pudo satisfacer su deseo profundo de visitar las tumbas de los Apóstoles, en Roma, y proseguir después su peregrinación a Tierra Santa. Vivió esta experiencia en espíritu de penitencia, de verdadero amante de la Pasión de Cristo, con la oculta aspiración de derramar la propia sangre por la salvación de las almas, si así agradara a Dios. Imitando a san Francisco en su amor a los Santos Lugares santos y por si fuera capturado por los infieles, antes de emprender el viaje quiso aprender de memoria la Regla de la Orden “para tenerla siempre delante de los ojos de la mente”.
El amor de Simón a los hermanos se puso de manifiesto de manera extraordinaria en el último año de su vida, cuando una epidemia de peste devastó Cracovia. De julio de 1482 al 6 de junio de 1483 la ciudad estuvo bajo el flagelo de la enfermedad. En la desolación general, los franciscanos del convento de San Bernardino se prodigaron incansablemente en el cuidado de los enfermos, como verdaderos ángeles del consuelo.
Fr. Simón afrontó aquella situación como un “tiempo propicio” para ejercitar la caridad y para llevar a cabo la ofrenda de la propia vida. Por todas partes pasó confortando, prestando ayuda, administrando los sacramentos y anunciando la Palabra de Dios a los moribundos. Pronto resultó contagiado. Soportó con extraordinaria paciencia los sufrimientos de la enfermedad y, próximo a la muerte, expresó el deseo de ser sepultado en el umbral de la iglesia, para que todos pudieran pisotearlo. El sexto día de enfermedad, sin temor a la muerte y con los ojos fijos en el crucifijo, entregó su alma a Dios. Recibió culto popular, y su aprobación como beato se produjo en 1685. SS. Pío XII retomó la causa de canonización, que llegó a feliz término en el pontificado de SS. Benedicto XVI, y así, fue canonizado el 3 de junio de 2007.
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