En Lecce, en la región de Apulia, san Bernardino Realino, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús, ilustre por su caridad y su benignidad, el cual, despreciando los honores del mundo, se entregó al cuidado pastoral de los presos y de los enfermos, así como al ministerio de la palabra y de la penitencia.
Nació en Carpi (Módena, Italia), en el seno de una familia de la burguesía; su madre fue quién más influyó en su primera educación. Estudió en Módena humanidades, y allí realizó sus primeros poemas. Fue muy hábil con la mente y con las manos. Practicó la esgrima y el puñal con gran destreza, hasta que un día en una lid, hirió a un hombre sin sentirlo mucho, y tuvo que huir de la ciudad. En 1548, gracias al mecenazgo del cardenal Madruzzo, patrón de su padre, y que costeó su carrera, ingresó en la Universidad de Bolonia, doctorándose en Derecho civil y canónico. Marchó a Milán con la esperanza de que su mentor, entonces gobernador del ducado, le diera un puesto en la oficialidad. En 1556 fue nombrado podestá de Felizzano, en lo que hoy es el Piamonte. Pasado un año cesó del cargo, para vegetar en el olvido hasta que alguien se acordó de él y lo nombró, primero abogado fiscal de Alessandria, y luego alcalde de la diminuta población de Cassine, y en 1562, juez de Castiglione, cerca de Milán. Concluido su mandato, el marqués de Pescara, gobernador de Milán, lo llamó para su servicio personal como intendente de la ciudad y lo nombró administrador de las posesiones que tenía en Nápoles.
En las horas libres se dedicaba a la literatura y tenía escrito un comentario sobre las obras de Catulo, que hubiera publicado si un día un jesuita no le hubiera aconsejado rezar el rosario. Aquel rosario le convirtió, y lo primero que hizo fue quemar su escrito sobre Catulo, e ingresó en el colegio de la compañía de Jesús en Nápoles después de presentar su dimisión al marqués de Pescara, tenía 34 años y corría el año de 1564. Aquel día había escrito una carta a su padre en la que le decía “Vivete allegro, che io vivró allegrissimo”. Esta atmósfera de alegría le envolverá toda su vida.
Quería ser lego, y dedicarse a los oficios más bajos, pero sus superiores le ordenaron hacerse sacerdote en 1566, y san Francisco de Borja, Prepósito general, le nombró maestro de novicios, dando un nuevo método; el maestro se hacía como los discípulos y decía su “culpa” en el comedor como ellos. No tuvo mucho éxito en el púlpito, porque le faltaba la brillantez de los predicadores, pero era muy bueno en el confesionario y en el trato personal. La victoria de Lepanto de 1571, trajo muchos esclavos a Nápoles, y se prodigó con ellos, y aunque no obtuvo muchas conversiones, si dio ejemplo de caridad cristiana.
Por obediencia fue a Lecce en 1574, donde tenía que abrir una casa de la Compañía, donde estuvo predicando y confesando; especialmente asistía a los encarcelados, a los condenados a muerte y a los esclavos: en uno de sus primeros sermones insistió en que tenían los mismos derechos que toda persona humana, no eran una especie inferior. Tenía penitentes de toda Italia, y tenía el don de penetración de espíritus; sentía una profunda repugnancia por el confesionario y este fue quien le santificó. En 1594 fue nombrado rector del colegio de los jesuitas, y se mostró caritativo con todo el que lo necesitara, cosa que provocó las iras de los menos generosos. Cuando contaba 80 años, un grupo de personas de la ciudad, fue a verle para que tomase la ciudad bajo su protección, e incluso fueron a ver al obispo para que iniciase su proceso de beatificación, ¡antes de morirse! Fue canonizado por el papa Pío XII el 22 de junio de 1947.
Nació en Carpi (Módena, Italia), en el seno de una familia de la burguesía; su madre fue quién más influyó en su primera educación. Estudió en Módena humanidades, y allí realizó sus primeros poemas. Fue muy hábil con la mente y con las manos. Practicó la esgrima y el puñal con gran destreza, hasta que un día en una lid, hirió a un hombre sin sentirlo mucho, y tuvo que huir de la ciudad. En 1548, gracias al mecenazgo del cardenal Madruzzo, patrón de su padre, y que costeó su carrera, ingresó en la Universidad de Bolonia, doctorándose en Derecho civil y canónico. Marchó a Milán con la esperanza de que su mentor, entonces gobernador del ducado, le diera un puesto en la oficialidad. En 1556 fue nombrado podestá de Felizzano, en lo que hoy es el Piamonte. Pasado un año cesó del cargo, para vegetar en el olvido hasta que alguien se acordó de él y lo nombró, primero abogado fiscal de Alessandria, y luego alcalde de la diminuta población de Cassine, y en 1562, juez de Castiglione, cerca de Milán. Concluido su mandato, el marqués de Pescara, gobernador de Milán, lo llamó para su servicio personal como intendente de la ciudad y lo nombró administrador de las posesiones que tenía en Nápoles.
En las horas libres se dedicaba a la literatura y tenía escrito un comentario sobre las obras de Catulo, que hubiera publicado si un día un jesuita no le hubiera aconsejado rezar el rosario. Aquel rosario le convirtió, y lo primero que hizo fue quemar su escrito sobre Catulo, e ingresó en el colegio de la compañía de Jesús en Nápoles después de presentar su dimisión al marqués de Pescara, tenía 34 años y corría el año de 1564. Aquel día había escrito una carta a su padre en la que le decía “Vivete allegro, che io vivró allegrissimo”. Esta atmósfera de alegría le envolverá toda su vida.
Quería ser lego, y dedicarse a los oficios más bajos, pero sus superiores le ordenaron hacerse sacerdote en 1566, y san Francisco de Borja, Prepósito general, le nombró maestro de novicios, dando un nuevo método; el maestro se hacía como los discípulos y decía su “culpa” en el comedor como ellos. No tuvo mucho éxito en el púlpito, porque le faltaba la brillantez de los predicadores, pero era muy bueno en el confesionario y en el trato personal. La victoria de Lepanto de 1571, trajo muchos esclavos a Nápoles, y se prodigó con ellos, y aunque no obtuvo muchas conversiones, si dio ejemplo de caridad cristiana.
Por obediencia fue a Lecce en 1574, donde tenía que abrir una casa de la Compañía, donde estuvo predicando y confesando; especialmente asistía a los encarcelados, a los condenados a muerte y a los esclavos: en uno de sus primeros sermones insistió en que tenían los mismos derechos que toda persona humana, no eran una especie inferior. Tenía penitentes de toda Italia, y tenía el don de penetración de espíritus; sentía una profunda repugnancia por el confesionario y este fue quien le santificó. En 1594 fue nombrado rector del colegio de los jesuitas, y se mostró caritativo con todo el que lo necesitara, cosa que provocó las iras de los menos generosos. Cuando contaba 80 años, un grupo de personas de la ciudad, fue a verle para que tomase la ciudad bajo su protección, e incluso fueron a ver al obispo para que iniciase su proceso de beatificación, ¡antes de morirse! Fue canonizado por el papa Pío XII el 22 de junio de 1947.
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