Pasión de los mártires beatos Ignacio de Azevedo, presbítero, y treinta y ocho compañeros, religiosos todos de la Compañía de Jesús, que cuando se dirigían a las misiones del Brasil, su nave, de nombre “San Jacobo”, fue asaltada por un barco pirata, cuyos ocupantes, por odio a los católicos, los traspasaron con espadas y lanzas.
Nació en Oporto, otros autores dicen que en Coimbra, en el seno de una familia de la nobleza portuguesa; ingresó en la Compañía de Jesús en 1548; era un religioso de dotes excepcionales, respetado por todos. Fue rector de Lisboa y Braga, provincial de Portugal y visitador del Brasil. San Francisco de Borja, prepósito general de la Compañía le encargó visitar los colegios de la Orden y remitirle informes del país. De vuelta a Europa en 1568, Ignacio reclutó a 39 misioneros para embarcarse de nuevo rumbo al Brasil.
Salieron de España, en 1570, divididos en varias naves, con dirección al Brasil. Ignacio de Azevedo estaba con 39 jesuitas, en la nave “Santiago”. Eran 32 portugueses y 8 españoles; destacaban por su juventud casi todos, en la mayoría estudiantes universitarios y técnicos. Ocho días después llegaron a la isla de Madeira, donde se detuvieron esperando vientos favorables. Llegaron a la isla de La Palma, donde la tripulación quería intercambiar mercancías. Camino de la capital, San Miguel, un fuerte viento les alejó de la costa y fueron a parar a la localidad de Tazacorte, en la isla de la Palma. De pronto fueron asaltados por piratas hugonotes al mando del capitán Jacques Sourie. Los tripulantes se defendieron con valor, pero fueron heridos y apresados. La consigna del Capitán pirata fue: “¡Que mueran todos los perros jesuitas que van a esparcir sus malas doctrinas al Brasil!”.
El padre Ignacio murió entre los últimos, diciendo: “Yo soy católico y muero por mi fe: los ángeles y los hombres son testigos”, animándoles con una imagen de Nuestra Señora que en Roma le había confiado para el Brasil, san Pío V. Sólo fue perdonado por los piratas el cocinero, para servirse de él. Pero un sobrino del capitán que había pedido ya su admisión en la Compañía, Juan Sanhoaninho, toma la sotana de uno de los mártires y vestido con ella firma con su sangre su vida. La beatificación de los misioneros tuvo lugar en 1854 por el beato Pío IX.
También estaban, entre otros: los portugueses: Alejo Delgado, Álvaro Mendes, Amaro Vaz, Andrés Gonçalves, Antonio Correia, Antonio Fernández, Antonio Soares, Benito de Castro, Brás Ribeiro, Diego de Andrade, Diego Pires, Domingo Fernándes, Francisco Alvares, Francisco de Magalhaes, Gaspar Alvares, Gonzalo Henriquez, Juan Adanto, Juan Fernandes I, Juan Fernandes II, Juan Sanjoaninho, Luis Correia, Luis Rodrigues, Manuel Álvares, Manuel Fernándes, Manuel Pacheco, Manuel Rodrígues, Marcos Caldeira, Nicolás Dinis, Pedro de Fontoura, Pedro Núñez, Simón da Costa, Simón López.
Los españoles: Ignacio de Azevedo, Alonso de Baena, Esteban de Zudaire, Francisco Pérez Godoy, Fernando Sánchez, Gregorio Escribano, Juan de Mayorga, Juan de San Martín Rodríguez, Juan de Zafra.
Nació en Oporto, otros autores dicen que en Coimbra, en el seno de una familia de la nobleza portuguesa; ingresó en la Compañía de Jesús en 1548; era un religioso de dotes excepcionales, respetado por todos. Fue rector de Lisboa y Braga, provincial de Portugal y visitador del Brasil. San Francisco de Borja, prepósito general de la Compañía le encargó visitar los colegios de la Orden y remitirle informes del país. De vuelta a Europa en 1568, Ignacio reclutó a 39 misioneros para embarcarse de nuevo rumbo al Brasil.
Salieron de España, en 1570, divididos en varias naves, con dirección al Brasil. Ignacio de Azevedo estaba con 39 jesuitas, en la nave “Santiago”. Eran 32 portugueses y 8 españoles; destacaban por su juventud casi todos, en la mayoría estudiantes universitarios y técnicos. Ocho días después llegaron a la isla de Madeira, donde se detuvieron esperando vientos favorables. Llegaron a la isla de La Palma, donde la tripulación quería intercambiar mercancías. Camino de la capital, San Miguel, un fuerte viento les alejó de la costa y fueron a parar a la localidad de Tazacorte, en la isla de la Palma. De pronto fueron asaltados por piratas hugonotes al mando del capitán Jacques Sourie. Los tripulantes se defendieron con valor, pero fueron heridos y apresados. La consigna del Capitán pirata fue: “¡Que mueran todos los perros jesuitas que van a esparcir sus malas doctrinas al Brasil!”.
El padre Ignacio murió entre los últimos, diciendo: “Yo soy católico y muero por mi fe: los ángeles y los hombres son testigos”, animándoles con una imagen de Nuestra Señora que en Roma le había confiado para el Brasil, san Pío V. Sólo fue perdonado por los piratas el cocinero, para servirse de él. Pero un sobrino del capitán que había pedido ya su admisión en la Compañía, Juan Sanhoaninho, toma la sotana de uno de los mártires y vestido con ella firma con su sangre su vida. La beatificación de los misioneros tuvo lugar en 1854 por el beato Pío IX.
También estaban, entre otros: los portugueses: Alejo Delgado, Álvaro Mendes, Amaro Vaz, Andrés Gonçalves, Antonio Correia, Antonio Fernández, Antonio Soares, Benito de Castro, Brás Ribeiro, Diego de Andrade, Diego Pires, Domingo Fernándes, Francisco Alvares, Francisco de Magalhaes, Gaspar Alvares, Gonzalo Henriquez, Juan Adanto, Juan Fernandes I, Juan Fernandes II, Juan Sanjoaninho, Luis Correia, Luis Rodrigues, Manuel Álvares, Manuel Fernándes, Manuel Pacheco, Manuel Rodrígues, Marcos Caldeira, Nicolás Dinis, Pedro de Fontoura, Pedro Núñez, Simón da Costa, Simón López.
Los españoles: Ignacio de Azevedo, Alonso de Baena, Esteban de Zudaire, Francisco Pérez Godoy, Fernando Sánchez, Gregorio Escribano, Juan de Mayorga, Juan de San Martín Rodríguez, Juan de Zafra.
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