En el monasterio de Cava, en la Campania, san León I, abad, que proveyó a los pobres con el trabajo de sus manos y les protegió ante los príncipes.
Nació en Lucca e ingresó en la abadía benedictina de La Cava (Nápoles), durante el abadiato de su fundador san Alferio; la bondad, humildad y piedad que distinguieron a León hicieron que el viejo eremita Alferio lo quisiera como sucesor suyo, en el 1050, le sucedió como abad. Gobernó el monasterio por cerca de treinta años, del 1050 al 1079, llevando en lo personal una vida muy simple. Los inicios de su mandato abacial se complicaron por la prepotencia de un señor local, cuyo nombre se ignora, el cual llegó a atacar el monasterio, haciéndole prisionero por un tiempo. Pero éste terminó por ganarse el favor de los barones locales, los cuales hicieron llegar a la abadía de la Trinidad muchas donaciones. Entre ellos, gozó del favor del duque Gisulfo II de Salerno, a quien tuvo que reprender sus demasías y su vida licenciosa.
De él se cuenta que se adentraba en los bosques a recoger leña, que luego revendía en Salerno, y con lo que juntaba ayudaba a los pobres. Siendo ya viejo, confió el cargo de abad a san Pedro I Pappacarbone, cuando éste renunció al episcopado de Policastro, retirándose cerca de la iglesia de San León, en Vietri; pero tuvo que volver a tomar las riendas del monasterio para mitigar el rigor clunianense instaurado por Pedro I, que había suscitado malhumor entre los monjes.
Durante su gobierno el papa san Gregorio VII confirmó solemnemente el «Ordo Cavensis» (ordo propio para el monasterio). Cuando murió fue sepultado en la ruta Arsicia, hoy incluida en la Capilla de los Santos Padres, donde reposan las reliquias de san Alferio y de los demás santos y beatos de la famosa abadía. El 21 de diciembre de 1893 el papa León XIII confirmó el culto de los cuatro primeros abades, entre ellos, por tanto, el de san León I.
Nació en Lucca e ingresó en la abadía benedictina de La Cava (Nápoles), durante el abadiato de su fundador san Alferio; la bondad, humildad y piedad que distinguieron a León hicieron que el viejo eremita Alferio lo quisiera como sucesor suyo, en el 1050, le sucedió como abad. Gobernó el monasterio por cerca de treinta años, del 1050 al 1079, llevando en lo personal una vida muy simple. Los inicios de su mandato abacial se complicaron por la prepotencia de un señor local, cuyo nombre se ignora, el cual llegó a atacar el monasterio, haciéndole prisionero por un tiempo. Pero éste terminó por ganarse el favor de los barones locales, los cuales hicieron llegar a la abadía de la Trinidad muchas donaciones. Entre ellos, gozó del favor del duque Gisulfo II de Salerno, a quien tuvo que reprender sus demasías y su vida licenciosa.
De él se cuenta que se adentraba en los bosques a recoger leña, que luego revendía en Salerno, y con lo que juntaba ayudaba a los pobres. Siendo ya viejo, confió el cargo de abad a san Pedro I Pappacarbone, cuando éste renunció al episcopado de Policastro, retirándose cerca de la iglesia de San León, en Vietri; pero tuvo que volver a tomar las riendas del monasterio para mitigar el rigor clunianense instaurado por Pedro I, que había suscitado malhumor entre los monjes.
Durante su gobierno el papa san Gregorio VII confirmó solemnemente el «Ordo Cavensis» (ordo propio para el monasterio). Cuando murió fue sepultado en la ruta Arsicia, hoy incluida en la Capilla de los Santos Padres, donde reposan las reliquias de san Alferio y de los demás santos y beatos de la famosa abadía. El 21 de diciembre de 1893 el papa León XIII confirmó el culto de los cuatro primeros abades, entre ellos, por tanto, el de san León I.
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