Cerca de ad-Dahr, santa Rebeca de Himlaya ar-Rayyés, virgen de la Orden de las Hermanas Libanesas de San Antonio de los Maronitas, que, ciega durante treinta años, y después con parálisis de todos los miembros, permaneció continuamente en oración, fija sólo en Dios.
Nació en Himlaya (Líbano) y recibió en el bautismo el nombre de Boutroussyeh (Petra). Muy pronto perdió a su madre y su padre se quedó en la pobreza, por ello la envió en 1843 a Damasco, al servicio de la casa de Asaad al-Badawi, que era de origen libanés, donde permaneció 4 años. En 1847 regresó a casa de su padre, y se encontró que éste se había casado de nuevo. Como tenía 15 años y era guapa y tenía una gran voz, dos parientes suyas se pelearon para casarla con sus respectivos hijos. Esto dolió mucho a Petra que decidió hacerse religiosa, y le pidió a Dios ayuda conseguir su deseo.
Un día con dos amigas, se fueron al convento de Nuestra Señora de la Liberación en Bikfaya, en el momento de entrar en la iglesia sintió una voz interior que le dijo: “Tú serás religiosa”. La superiora la aceptó a ella sin ninguna pregunta al uso y desechó a sus dos compañeras. Petra no volvió a su casa, aunque su padre fue a buscarla y convencerla de que dejase el convento, pero fue inútil.
En 1858, fue enviada al seminario de Ghazir, dirigido por los jesuitas, con el fin de dar a las jóvenes que deseaban entrar en la Congregacián de Mariamât (Hijas de María), una educación adecuada. Rafqa fue enviada al servicio de la cocina, y al mismo tiempo aprendió el árabe, ortografía y aritmética. Sus superiores la enviaron como enseñante a numerosas escuelas de los montes del Líbano y otros lugares del país. Fue testigo de la guerra civil y fue testigo del martirio de muchas personas. Tuvo el coraje de salvar a un niño de la muerte. Después de pasar por varias escuelas en 1864 fue trasladada a Jbeil en Maad, aquí tuvo la revelación de que sería monja, a raíz de la crisis que atravesó la Congregación de las Mariamât hacia 1871.
Tuvo la revelación de entrar en la Orden de las Monjas Libanesas Maronitas, donde ingresó en 1871 en el monasterio de San Simón al-Qarn en Aïtou, al hacer la profesión cambió su nombre por el de Rafqa (Rebeca), en recuerdo de su madre que así se llamaba. Pasará 26 años en este monasterio, siendo un ejemplo viviente, para sus hermanas, en la obediencia, oración, la ascesis, la abnegación y el trabajo realizado en silencio. Un día del 1885 le pidió a Cristo participar en su pasión redentora. Su oración fue escuchada, y le comenzaron unos fuertes dolores de cabeza que la dejaron ciega por errores médicos, y sufrió fuertes dolores durante 12 años. Fue trasladada al nuevo monasterio de San José al-Daher en Jrabta, donde su calvario físico continuó porque se quedó paralítica en todos los miembros de su cuerpo y dio gracias al Señor por haberla elegido para ser partícipe de su pasión redentora. Murió llena de serenidad y permaneció completamente dedicada a la oración. Fue canonizada por san Juan Pablo II el 10 de junio de 2001.
Nació en Himlaya (Líbano) y recibió en el bautismo el nombre de Boutroussyeh (Petra). Muy pronto perdió a su madre y su padre se quedó en la pobreza, por ello la envió en 1843 a Damasco, al servicio de la casa de Asaad al-Badawi, que era de origen libanés, donde permaneció 4 años. En 1847 regresó a casa de su padre, y se encontró que éste se había casado de nuevo. Como tenía 15 años y era guapa y tenía una gran voz, dos parientes suyas se pelearon para casarla con sus respectivos hijos. Esto dolió mucho a Petra que decidió hacerse religiosa, y le pidió a Dios ayuda conseguir su deseo.
Un día con dos amigas, se fueron al convento de Nuestra Señora de la Liberación en Bikfaya, en el momento de entrar en la iglesia sintió una voz interior que le dijo: “Tú serás religiosa”. La superiora la aceptó a ella sin ninguna pregunta al uso y desechó a sus dos compañeras. Petra no volvió a su casa, aunque su padre fue a buscarla y convencerla de que dejase el convento, pero fue inútil.
En 1858, fue enviada al seminario de Ghazir, dirigido por los jesuitas, con el fin de dar a las jóvenes que deseaban entrar en la Congregacián de Mariamât (Hijas de María), una educación adecuada. Rafqa fue enviada al servicio de la cocina, y al mismo tiempo aprendió el árabe, ortografía y aritmética. Sus superiores la enviaron como enseñante a numerosas escuelas de los montes del Líbano y otros lugares del país. Fue testigo de la guerra civil y fue testigo del martirio de muchas personas. Tuvo el coraje de salvar a un niño de la muerte. Después de pasar por varias escuelas en 1864 fue trasladada a Jbeil en Maad, aquí tuvo la revelación de que sería monja, a raíz de la crisis que atravesó la Congregación de las Mariamât hacia 1871.
Tuvo la revelación de entrar en la Orden de las Monjas Libanesas Maronitas, donde ingresó en 1871 en el monasterio de San Simón al-Qarn en Aïtou, al hacer la profesión cambió su nombre por el de Rafqa (Rebeca), en recuerdo de su madre que así se llamaba. Pasará 26 años en este monasterio, siendo un ejemplo viviente, para sus hermanas, en la obediencia, oración, la ascesis, la abnegación y el trabajo realizado en silencio. Un día del 1885 le pidió a Cristo participar en su pasión redentora. Su oración fue escuchada, y le comenzaron unos fuertes dolores de cabeza que la dejaron ciega por errores médicos, y sufrió fuertes dolores durante 12 años. Fue trasladada al nuevo monasterio de San José al-Daher en Jrabta, donde su calvario físico continuó porque se quedó paralítica en todos los miembros de su cuerpo y dio gracias al Señor por haberla elegido para ser partícipe de su pasión redentora. Murió llena de serenidad y permaneció completamente dedicada a la oración. Fue canonizada por san Juan Pablo II el 10 de junio de 2001.
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