En el cenobio Saint-Sauveur-le-Vicomte, de Normandía, en Francia, beata Marta (Amada) Le Bouteiller, virgen de las Hermanas de las Escuelas Cristianas de la Misericordia, que, apoyándose sólo en Dios, cumplió los más humildes oficios siempre con toda paciencia.
Nació en La Henrière, diócesis de Coutances (Francia), en una familia de modestos campesinos. A los diez años quedó huérfana de padre y ayudaba en las faenas de casa, más tarde tuvo que entrar a trabajar como doméstica para poder ganarse la vida. Cada año tomaba parte en la peregrinación de Nuestra Señora en la Chapelle-sur-Vire, donde conoció la Congregación fundada por santa María Magdalena Postel. A los 25 años ingresó en la abadía de Saint Sauveur-le-Vicomte y adoptó el nombre de Marta. Religiosa de las Escuelas Cristianas de la Merced o de la Misericordia.
Fue su maestra de novicias, santa Plácida Viel, que sucedió a la fundadora en la guía del Instituto. El 14 de septiembre 1842 recibe el hábito religioso con el nombre de sor Marta; en el invierno siguiente siendo ya novicia, fue enviada, por decisión de la Madre Pastel, a la Casa de La Chapelle-sur-Vire, que sor Marta conocía bien, para ayudar en los servicios materiales de aquella comunidad.
Un día mientras lavaba la ropa en las aguas heladas del río Marquerand, la corriente arrebató de su mano una sábana, en la tentativa de retomarla resbaló en el agua helada lo que le causó un principio de parálisis en las piernas, por ello tuvo que regresar a la abadía. Aquí tuvo un coloquio con madre Magdalena Postel que lo aseguró que no la tenía pensado regresarla a su casa, más bien apoyándole las manos sobre la rodilla le prometió que rezaría por ella; poco después Marta se curó y atribuyó su curación a la Madre.
Estuvo siempre dedicada a los trabajos más humildes: la cocina, los campos, la despensa. Fue paciente y alegre, tenía la sonrisa siempre en los labios; vivía constantemente en intimidad con el Señor. Tuvo siempre una gran benevolencia y espíritu de servicio. Se ocupó de los criados y de los obreros que facilitaron su mano de obra, además de los huéspedes de paso; también distribuyó el vino a 250 personas por día y durante la guerra ese número llegó a 500 personas.
Se cuenta que durante la guerra entre Francia y Alemania, cuando los suministros alimenticios de la abadía se agotaron espantosamente, entonces sor Marta colgó de la pared una imagen de Madre Magdalena, fallecida hace tiempo y rogó intensamente y desde aquel momento los suministros de “sidra” (el vino), y de los demás comestibles no se agotaron.
En el invierno del 1875-76, sor Marta ya sesentona, cayó y se fracturó una pierna, la larga convalecencia, sumado a la muerte de la querida sor Plácida, su confidente, fueron para ella grandes pruebas que soportó fielmente. Siguió interesándose en la despensa, incluso sustentándose con un bastón, pero su decadencia fue evidente.
El 18 de marzo de 1883, Domingo de Ramos, mientras regresaba a la cocina las botellas después de la cena nocturna, cayó una primera vez y luego una segunda, golpeada por una congestión cerebral, se apagó después de haber recibido los Sacramentos, tenía cerca de 67 años. Fue enterrada en el cementerio de la misma Abadía de Saint Sauveur-le-Vicomte. Fue beatificada el 4 de noviembre de 1990 por san Juan Pablo II.
Nació en La Henrière, diócesis de Coutances (Francia), en una familia de modestos campesinos. A los diez años quedó huérfana de padre y ayudaba en las faenas de casa, más tarde tuvo que entrar a trabajar como doméstica para poder ganarse la vida. Cada año tomaba parte en la peregrinación de Nuestra Señora en la Chapelle-sur-Vire, donde conoció la Congregación fundada por santa María Magdalena Postel. A los 25 años ingresó en la abadía de Saint Sauveur-le-Vicomte y adoptó el nombre de Marta. Religiosa de las Escuelas Cristianas de la Merced o de la Misericordia.
Fue su maestra de novicias, santa Plácida Viel, que sucedió a la fundadora en la guía del Instituto. El 14 de septiembre 1842 recibe el hábito religioso con el nombre de sor Marta; en el invierno siguiente siendo ya novicia, fue enviada, por decisión de la Madre Pastel, a la Casa de La Chapelle-sur-Vire, que sor Marta conocía bien, para ayudar en los servicios materiales de aquella comunidad.
Un día mientras lavaba la ropa en las aguas heladas del río Marquerand, la corriente arrebató de su mano una sábana, en la tentativa de retomarla resbaló en el agua helada lo que le causó un principio de parálisis en las piernas, por ello tuvo que regresar a la abadía. Aquí tuvo un coloquio con madre Magdalena Postel que lo aseguró que no la tenía pensado regresarla a su casa, más bien apoyándole las manos sobre la rodilla le prometió que rezaría por ella; poco después Marta se curó y atribuyó su curación a la Madre.
Estuvo siempre dedicada a los trabajos más humildes: la cocina, los campos, la despensa. Fue paciente y alegre, tenía la sonrisa siempre en los labios; vivía constantemente en intimidad con el Señor. Tuvo siempre una gran benevolencia y espíritu de servicio. Se ocupó de los criados y de los obreros que facilitaron su mano de obra, además de los huéspedes de paso; también distribuyó el vino a 250 personas por día y durante la guerra ese número llegó a 500 personas.
Se cuenta que durante la guerra entre Francia y Alemania, cuando los suministros alimenticios de la abadía se agotaron espantosamente, entonces sor Marta colgó de la pared una imagen de Madre Magdalena, fallecida hace tiempo y rogó intensamente y desde aquel momento los suministros de “sidra” (el vino), y de los demás comestibles no se agotaron.
En el invierno del 1875-76, sor Marta ya sesentona, cayó y se fracturó una pierna, la larga convalecencia, sumado a la muerte de la querida sor Plácida, su confidente, fueron para ella grandes pruebas que soportó fielmente. Siguió interesándose en la despensa, incluso sustentándose con un bastón, pero su decadencia fue evidente.
El 18 de marzo de 1883, Domingo de Ramos, mientras regresaba a la cocina las botellas después de la cena nocturna, cayó una primera vez y luego una segunda, golpeada por una congestión cerebral, se apagó después de haber recibido los Sacramentos, tenía cerca de 67 años. Fue enterrada en el cementerio de la misma Abadía de Saint Sauveur-le-Vicomte. Fue beatificada el 4 de noviembre de 1990 por san Juan Pablo II.
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