La Cuaresma es un camino de santidad que nos lleva a la Pascua. Jesús es nuestro compañero de viaje, el que nos señala el horizonte a seguir a través de las Sagradas Escrituras y con el modelo de su propia vida, entregada para la salvación de toda la Humanidad.
El ejercicio del Vía Crucis nos adentra en el sustrato religioso que anida oculto en el corazón de todo hombre y mujer, y que despierta cuando los fracasos, la soberbia herida y la propia impotencia dejan paso al protagonismo de Dios, que endereza nuestro rumbo torcido si nos dejamos interpelar por Él.
Vivamos este Vía Crucis de dolor y esperanza concentrándonos brevemente en el misterio del sufrimiento.
Ya no puedes más. Ya no puedes más.
Te has quedado con los brazos medio inertes.
Apenas te sirve el aliento de Simón de Cirene y te azuzan los trallazos inmisericordes de los asesinos, que intentan manejarte como un trapo sucio e inservible al borde del camino.
Hasta el Padre del Cielo, de quien te fiabas, parece abandonarte.
Sin embargo, todavía hay una brisa fresca en la cercana cima, que evoca al Monte de las Bienaventuranzas, donde proclamaste la Carta Magna del Reino:
“Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque vuestro es el Reino de los Cielos”; “Bienaventurados cuando os persigan, injurien y calumnien”; “Porque si amáis tan sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen los mismo”.
Aún resuenan, como un eco, palabras de esperanza que motivan tu decisión de perseverar hasta el final.
San Ignacio de Loyola decía que “en tiempo de desolación no debe hacerse mudanza”.
San Ignacio de Loyola decía que “en tiempo de desolación no debe hacerse mudanza”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario