La Cuaresma es un camino de santidad que nos lleva a la Pascua. Jesús es nuestro compañero de viaje, el que nos señala el horizonte a seguir a través de las Sagradas Escrituras y con el modelo de su propia vida, entregada para la salvación de toda la Humanidad.
El ejercicio del Vía Crucis nos adentra en el sustrato religioso que anida oculto en el corazón de todo hombre y mujer, y que despierta cuando los fracasos, la soberbia herida y la propia impotencia dejan paso al protagonismo de Dios, que endereza nuestro rumbo torcido si nos dejamos interpelar por Él.
Vivamos este Vía Crucis de dolor y esperanza concentrándonos brevemente en el misterio del sufrimiento.
Cadenas, cepos, grilletes, esposas, potros, clavos... Da igual. Pertenecen a la única escuela de la tortura, con un denominador común: el sometimiento del hombre.
Las cadenas de los trabajos forzados, las mujeres maltratadas o prostituidas por hombres sin escrúpulos, los clavos de niños esclavizados cuando debían estar estudiando o jugando.
Son múltiples las cruces de nuestro mundo. Las hay descaradas, sin miramientos, pero abundan más los camuflajes morales y sutilezas que envilecen la condición humana, engordan las arcas de los Epulones y vacían los monederos de los Lázaros, obligados a mendigar lo que por derecho es suyo. ¡Cuántos crucificados en nuestro mundo, tan civilizado y tan ferviente predicador de derechos!
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