La Cuaresma es un camino de santidad que nos lleva a la Pascua. Jesús es nuestro compañero de viaje, el que nos señala el horizonte a seguir a través de las Sagradas Escrituras y con el modelo de su propia vida, entregada para la salvación de toda la Humanidad.
El ejercicio del Vía Crucis nos adentra en el sustrato religioso que anida oculto en el corazón de todo hombre y mujer, y que despierta cuando los fracasos, la soberbia herida y la propia impotencia dejan paso al protagonismo de Dios, que endereza nuestro rumbo torcido si nos dejamos interpelar por Él.
Vivamos este Vía Crucis de dolor y esperanza concentrándonos brevemente en el misterio del sufrimiento.
En el Libro del Eclesiástico leemos: “Ante ti está la vida y la muerte, el bien y el mal. Elige el bien y tendrás la vida eterna”.
Así lo entiende el buen ladrón, tocado en los últimos instantes por la fe, para recurrir a Jesús: ”¡Acuérdate de mí, Señor, cuando estés en tu Reino!” .
Mel Gibson quiere resaltar este pasaje en la agonía del Señor. La desesperación por un lado de Judas y uno de los ladrones, y la confianza de Pedro y de este ladrón, por otro.
Y se permite la libertad de colocar córvidos carroñeros que sobrevuelan los cadáveres de la maldad.
¿Cómo son posibles reacciones tan distintas en igualdad de oportunidades?. Es el misterio del alma humana que se ampara en la oscuridad de la muerte o en la luz de la vida que nace.
Cuando las tinieblas cubren de luto la tierra y las tumbas se abren, todo queda consumado en el último suspiro del Señor y en su entrega en los brazos de Dios.
Brazos abiertos, abarcando el mundo entero en abrazo de amor. ¡Se ha consumado la Redención y la muerte ha sido vencida!
Cada noche trae su amanecer.
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