La Cuaresma es un camino de santidad que nos lleva a la Pascua. Jesús es nuestro compañero de viaje, el que nos señala el horizonte a seguir a través de las Sagradas Escrituras y con el modelo de su propia vida, entregada para la salvación de toda la Humanidad.
El ejercicio del Vía Crucis nos adentra en el sustrato religioso que anida oculto en el corazón de todo hombre y mujer, y que despierta cuando los fracasos, la soberbia herida y la propia impotencia dejan paso al protagonismo de Dios, que endereza nuestro rumbo torcido si nos dejamos interpelar por Él.
Vivamos este Vía Crucis de dolor y esperanza concentrándonos brevemente en el misterio del sufrimiento.
Suele haber una profunda solidaridad cuando la catástrofe sacude nuestras Puertas. Nos volcamos todos para paliar los sufrimientos ajenos y extender un amplio abanico de compasión. El reciente terremoto de JAPON es un ejemplo.
Hay muchos Cireneos anónimos dispersos en nuestros pueblos y ciudades, que despiertan al reclamo de necesidades urgentes. Es una prueba de la bondad que se incuba en cada ser humano para gloria del Creador.
Pero esa solidaridad está ahí latente, adormecida, hasta que una motivación externa nos despierta del letargo en que vivimos.
A Simón le obligaron. Después aceptó de buen grado la carga impuesta. Era, según las Escrituras, el padre de Alejandro y de Rufo, integrantes de la primitiva comunidad cristiana.
Caló seguramente muy hondo en su ser la compañía del Condenado a muerte, que le dio la vida eterna como regalo de un esfuerzo, aparentemente baldío.
Aceptar las cargas para aliviar pesos ajenos, suele dar buenos resultados. Nos lleva a compartir la realidad del que sufre.
Buena parte de los países del mundo se sienten abrumados por el peso de su deuda y de su pobreza, fruto de injusticias y lastres insoportables para sus maltrechas economías, mientras el azote del hambre acecha a sus puertas. Necesitan nuestra ayuda, como la necesitan también las personas que viven solas, enfermas o con pesadas cruces a sus espaldas.
Procuremos que nadie lleve la cruz en soledad. Es ésta una de las misiones más urgentes en nuestra Parroquia y un reclamo para medir la autenticidad de nuestro caminar en la fe.
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