La Cuaresma es un camino de santidad que nos lleva a la Pascua. Jesús es nuestro compañero de viaje, el que nos señala el horizonte a seguir a través de las Sagradas Escrituras y con el modelo de su propia vida, entregada para la salvación de toda la Humanidad.
El ejercicio del Vía Crucis nos adentra en el sustrato religioso que anida oculto en el corazón de todo hombre y mujer, y que despierta cuando los fracasos, la soberbia herida y la propia impotencia dejan paso al protagonismo de Dios, que endereza nuestro rumbo torcido si nos dejamos interpelar por Él.
Vivamos este Vía Crucis de dolor y esperanza concentrándonos brevemente en el misterio del sufrimiento.
La presencia del Resucitado abre en el corazón de sus discípulos el sentido de las Escrituras y un cambio total en el horizonte de sus vidas.
Nada ya de ambiciones terrenas cuando se atisba cercana la gloria de Dios.
“Predico a Jesucristo y a Jesucristo Resucitado -testimonia
San Pablo-”. “Al que vosotros crucificasteis, colgándolo de un madero, reitera constantemente San Pedro, ha resucitado, nosotros somos testigos”.
Y así, obedeciendo el mandato del Maestro, se dispersarán por el mundo anunciando con gozo la gran noticia:”Vive, y viviremos con él para siempre”
“¿Dónde está muerte tu victoria -grita San Pablo- dónde está, muerte, tu aguijón?”
El Señor nos acompaña para que estemos con El y vivamos la plenitud de la felicidad, a la que somos llamados si creemos en El. Esta es la certeza de nuestra fe
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