jueves, 25 de diciembre de 2025

¿Sabías qué…?

25 de Diciembre 2025 – Natividad de NUESTRO SEÑOR JESÚSCRISTO

Para cumplir el decreto de Augusto, para inscribirse en los registros públicos, José el carpintero, acompañado de María, su esposa, abandona su casita de Nazareth. Cuatro días de marcha, desde las montañas de Zabulón hasta el corazón de la Judea. azotado el rostro por el viento afilado del Libano, heridos los pies por la aspereza de los caminos helados. Primero, las llanuras de Esdrelón, que les dejaba en los límites dc Samaria; después En-Gannim, Siquem... Pasan al lado de las torres de Sión, y algo después divisaban las primeras casas de Belén, la ciudad de David. Allí se dirigían los dos nazarenos, porque ambos eran "de la casa y familia de David, que mil años antes había apacentado sus rebaños en los campos betlemitas. Atravesaron el valle fértil donde estuvo en otro tiempo el dominio de Booz y de Jessé, subieron una colina blanca y suave, y en el momento en que agonizaba la tarde, se detuvieron delante del Khan, un edificio rodeado de soportales, con un gran patio central, donde se amontonaban las caballerías. La gente gritaba, discurría ligera de un lado a otro, se saludaba a voz en cuello, cantaba, bromeaba. José abrióse paso entre la multitud no sin prever una desagradable acogida. "María, encinta— pensaba—; y esto parece atestado de extranjeros." Y así fue; una y otra vez le dijeron "que no había lugar para ellos". Insistió, suplicó; todo inútil.

Allí, cerca de la posada, abierta en la montaña calcarea, le señalaron una gruta que estaba habilitada para establo. Es el único refugio que pudieron encontrar los dos viajeros de Nazareth. En él, desprovista de toda asistencia, en una noche de invierno, entre el mirar asustadizo de las mansas bestias, llególe a María la hora de dar a luz, y al filo de la medianoche, de una noche fría y oscura, nació el que es "la luz del mundo". Un albergue pobre, destartalado y lleno de telarañas fue el primer palacio de Jesús en la tierra; un pesebre sucio, su primera cuna; un asno y un buey, según la vieja tradición, los que le calentaron con su aliento. "Y María —dice San Lucas---le envolvió en pañales y le reclinó en un pesebre."

Y adoró a su hijo como a Dios. No conoció en su parto las miserias de las hijas de Adán. Dio a luz sin sentir el dolor, consecuencia del pecado. y sin perder privilegio de su virginidad intacta. Jesús, dice San Jerónimo, se desprendió de ella como el fruto maduro se separa de la rama que le ha comunicado su savia: sin esfuerzo, sin angustia, sin agotamiento. "Virgen antes del parto, en el parto y después del parto", dice San Agustín.

El mundo no sabe que acaba de realizarse el más grande acontecimiento de la Historia. Es el Cielo quien viene a decírselo y a poner una luz ultraterrena en aquel nacimiento humilde. Al oriente de Belén, camino del mar Muerto, se extiende una verde llanura, donde antaño se elevaba "la torre del rebaño", junto a la cual plantó su tienda Jacob para llorar a su amada Raquel. Por aquellos campos espigaba Ruth. Ahora, una iglesia, escondida entre olivos, señala allí el lugar sobre el cual se abrieron las nubes para dejar ver una nueva luz.

"Un grupo de pastores—dice San Lucas—guardaba sus ganados y velaba durante la noche. De pronto, el ángel del Señor se les apareció, la gloria del Señor les rodeó de luz y fueron poseídos de un santo temor." Un hijo de Israel no podía ver un rayo de gloria que caía del cielo, sin recordarle los rayos de Jehová, a quien no se podía ver sin morir. Pero el ángel les tranquilizó diciendo: "No temáis; os anuncio una gran alegría para vosotros y para todo el pueblo. Cerca de aquí, en la ciudad de David, acaba de naceros un Salvador, el Cristo, el Señor, y ésta es la señal que os doy: encontraréis un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre."

La noticia era extraña; el Mesías que aguardaba Israel, recostado en el heno; el descendiente de David, abrigado en una caverna. En el segundo siglo de nuestra era decía el hereje Marción: "Quitadme esos lienzos vergonzosos y ese pesebre indigno del Dios a quien yo adoro." En vano contestará Tertuliano "que nada es más digno de Dios que salvar al hombre y pisotear las grandezas transitorias, juzgándolas indignas de Si y de los hombres." De siglo en siglo, hombres soberbios repetirán el grito del padre de los gnósticos ante la humillación del Verbo encarnado. Pero no era a los potentados de Jerusalén, ni a los doctores del templo, a quienes se dirigía el mensaje divino, sino a los pobres, a los sencillos, a los aldeanos. Sus almas sin doblez se abrieron a las palabras del ángel, sus ojos a las claridades del cielo. Pronto se dieron cuenta de que el mensajero no estaba sólo: un coro de espíritus resplandecientes le rodeaba cantando el himno cuyo eco resuena en todas las basílicas del mundo: "Gloria a Dios en las alturas, y paz sobre la tierra a los hombres amados de Dios." Maravillados por el misterioso concierto, los pastores miraban hacia la altura, y cuando los últimos ecos se perdieron en la lejanía, echaron a andar, diciendo: "Vayamos a Belén y veamos este prodigio que el Señor nos anuncia.

Y a la escasa luz del establo vieron un hombre alegre y apenado, recogido y silencioso, y una mujer bella y joven que con solicitud amorosa se inclinaba sobre su Hijito, y un Niño que les miraba con sus profundos ojos abiertos, y ofrecía a sus besos sus carnes rosadas, delicadas y temblorosas. Era el signo que les había dado el ángel. Ellos le reconocieron y su fe se manifestó en transportes de gozo; contaron una y otra vez lo que les había acontecido en la majada, "y todos se admiraban al oír su relato", porque la gruta empezaba a llenarse de gente. Después de ofrecer lo poco que tenían: los blancos donativos del pastoreo, la leche. el queso, la lana y el cordero, que el amor y la fe hacían más preciosos que todos los tesoros del mundo, "se volvieron alabando y glorificando a Dios de todas las cosas que habían oído y visto, según les fuera anunciado". En medio de aquel ingenuo alborozo. que se reproduce cada año en la más pura de las alegrías del mundo, la madre de Jesús callaba. "María conservaba todas estas cosas, rumiándolas en su corazón", hasta el día en que se las cuente a San Lucas, su pintor, su evangelista. Porque es ella, sin duda, quien le inspiró este relato, sobrio y tierno a la vez donde se descubre la mano de una virgen y el corazón de una madre.

Conservaba todas estas cosas y las revolvía en su corazón. ¿Quién, sino María, puede haber descubierto esta dulce intimidad? Sin embargo, es la actitud normal de una madre en presencia del hijo que le acaba de nacer. Aunque guarde un silencio, al parecer, indiferente, lo oye todo, lo ve todo. Con su mirada intuitiva ha tomado posesión del pequeñuelo y en el fondo de su alma está ya tejiendo la cadena de alegrías y tristezas que van a formar aquella vida palpitante que acaba de traer al mundo. Es Lucas, el médico, quien ha puesto de relieve esta nota característica de toda maternidad. En torno de toda cuna se alaban las gracias del recién nacido, se examinan sus rasgos, se felicita a la madre. Esto mismo sucedió en el pesebre de Belén. También los pastores, en medio de su rudeza, conocían ese vocabulario de diminutivos graciosos, de palabras amables, que brotan sin esfuerzo del corazón en presencia de un niño que acaba de nacer. Las generaciones cristianas celebrarán con músicas, pastorelas y villancicos los encantos del "pequeñuelo" que había anunciado Isaías. San Francisco invitará a cantar a sus frailes, y dará en este día doble pienso a la mula y al buey; Santa Teresa bailará con sus monjas en torno a un nacimiento al son de las castañuelas. Pero el primer villancico resonó en Belén.

También la liturgia, inclinándose, como María, sobre la cuna, observa al recién nacido, examina su fisonomía, le describe y le canta a semejanza de los pastores. ¡Qué alegría más profunda hay en su acento cuando anuncia al pueblo cristiano "que un niño les ha nacido, que un niño les ha sido dado"! Y luego, ¡cómo se extasía delante de este parvulillo, "que se ha vestido de hermosura", "que vence en belleza a todos los hijos de los hombres", "en cuyos labios se ha derramado la gracia", "cuyos ojos son más bellos que el vino, cuyos dientes tienen la blancura de la leche"! Pero al repasar sus textos nos damos cuenta de que la fiesta de Navidad no es sólo un idilio campestre con cantos angélicos y rumor de esquilas y flautas y zagales. Es un día que tiene tres misas, tres misas inundadas de luz, revestidas de grandeza, arreboladas de gloria y de majestad. No se olvida en ellas el pesebre de Belén; pero esta aparición en nuestra carne mortal trae al alma el pensamiento de otros nacimientos misteriosos. Es una trilogía sublime que comprende el drama de la redención del mundo: primer reverbero de Cristo en la eternidad, su comienzo en la tierra; su realización en el reino de Dios, El espíritu pasa de una idea a otra: de la eterna generación del Verbo a la visión deslumbrante de su encarnación; de la contemplación admirativa del Niño en los brazos de su Madre, al deseo ardiente de participar en la fuente de toda luz y toda alegría. "Tú eres mi Hijo—dijo el Señor—; hoy te engendré. María dio a luz a su Hijo y le colocó en el pesebre. Apareció la gracia de Dios Salvador nuestro a todos los hombres".

Navidad es la fiesta de un Rey que llega; es una marcha triunfal; es una grandiosa epopeya y la historia viviente de un reino que se realiza sin cesar; es, en una palabra, el drama de la verdadera luz. "La exultación—dice una secuencia antigua—estalla en el corazón de los creyentes. ¡Aleluya! Nuestro Rey sale de la puerta intacta. ¡Aleluya! Porque el mensajero del eterno consejo sale del seno de la Virgen como el sol de una estrella; sol que no tiene ocaso, estrella que nos alumbra con vivo resplandor, siempre más pura."

Jueves, 25-12-2025 Natividad del Señor Ciclo A

Reflexión del 25/12/2025

Lecturas del 25/12/2025

¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz, que anuncia la buena noticia, que pregona la justicia, que dice a Sion: «¡Tu Dios reina!».
Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sion.
Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, porque el Señor ha consolado a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén.
Ha descubierto el Señor su santo brazo a los ojos de todas las naciones, y verán los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios.
En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas.
En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos.
Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de la Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado.
Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy»; y en otro lugar: «Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo»?
Asimismo, cuando introduce en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios».
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Palabra del Señor.

25 de Diciembre 2025 – Beata Elías de San Clemente

Tercera hija de los esposos José Fracasso y Pascua Cianci, la Beata nació en Bari el 17 de enero de 1901 y, a los cuatro días, fue bautizada con el nombre de Teodora en la iglesia de Santiago por su tío don Carlos Fracasso, capellán del cementerio. Recibió la confirmación en 1903 de manos de monseñor Julio Vaccari, arzobispo de la diócesis.

Su familia vivía entonces en la plaza de San Marcos y se mantenía con los ingresos del padre, maestro pintor y decorador edil, el cual, alrededor de 1929/30 con grandes sacrificios abrirá un negocio para la venta de barnices y colores. Su madre se ocupaba de las faenas domésticas.

Considerados ambos como óptimos cristianos practicantes tuvieron nueve hijos, cuatro de los cuales murieron en tierna edad. Representaron un punto seguro de referencia en su crecimiento humano y espiritual para los cinco hijos que quedaron en vida (Prudencia, Ana, Teodora, Dominica y Nicolás).

En 1905 la familia se transfirió a la calle Piccinni, a una casa que tenía un pequeño jardín, en la cual la pequeña Teodora, a la edad de cuatro o cinco años, afirmó haber visto en sueños a una bella "Señora" que se paseaba entre las filas de lirios florecidos, y que después desapareció al improviso con un haz de luz, y a la cual prometió hacerse monja de grande, una vez que la madre le había explicado el posible significado de la visión.

Teodora, mandada al asilo de las religiosas estigmatinas, prosiguió los estudios hasta el tercer año de primaria. El 8 de mayo de 1911, después de haber hecho una larga preparación, recibió la Primera Comunión; la noche precedente sueña a Santa Teresita del Niño Jesús quien le predice: "serás monja como yo". Después frecuentó el taller de costura y de bordado en el mismo Instituto.

Entra a formar parte en la asociación de la Beata Imelda Lambertini, dominica con una acendrada piedad eucarística; pasará enseguida a la "Milicia Angélica" de san Tomás de Aquino. Reunía periódicamente a las amigas en la habitación de la casa para hacer meditación y orar juntas, para leer el Evangelio, las Máximas Eternas, la Imitación de Cristo, los 15 sábados de la Virgen, las vidas de los santos y sobre todo la autobiografía de santa Teresa del Niño Jesús.

Este comportamiento y su benéfico influjo en las otras compañeras no pasaron desapercibidos a una de sus maestras, sor Angelina Nardi. Mientras tanto, la no bien definida vocación religiosas de Teodora comenzaba tomar una dirección bajo el consejo del P. Pedro Fiorillo, O.P., su director espiritual, que le introdujo en la Tercera Orden Dominica, en la cual, admitida como novicia el 20 de abril de 1914 con el nombre de Inés, hizo la profesión el 14 de mayo de 1915, con dispensa especial por su joven edad.

Teodora, durante los años difíciles de la guerra 1915-1918, encontró una infinidad de ocasiones para ampliar más allá del ámbito familiar y de sus amistades, su campo de apostolado, de catequesis y de asistencia, dando libremente desfogue a su ardiente deseo de hacer bien al prójimo.

Hacia el fin de 1917, Teodora decidió dirigirse al padre jesuita Sergio Di Gioia para pedir consejo, el cual convertido en su nuevo confesor, decidió encaminarla, después de cerca de un año, junto con la amiga Clara Bellomo, futura Sor Diomira del Divino Amor, al Carmelo de san José, de la calle De Rossi, en Bari, al que se dirigieron ambas por vez primera en diciembre de 1918.

El 1919 fue un año de intensa preparación espiritual en vistas al ingreso en el monasterio, bajo la guía prudente e iluminada del P. Di Gioia.

La nueva Beata entró en comunidad el 8 de abril de 1920 y vistió el sagrado hábito el 24 de noviembre del mismo año, asumiendo el nombre de Sor Elías de San Clemente. Emitió los primeros votos simples el cuatro de diciembre de 1921: "Sola a los pies de mi Señor Crucificado, lo miré largamente, y en aquella mirada vi que Él era toda mi vida". Además de santa Teresa de Jesús, tomó como guía a Teresita del Niño Jesús, siguiendo el "caminito de la infancia espiritual donde me sentía -afirma la Beata- llamada por el Señor". Hizo la profesión solemne el 11 de febrero de 1925.

Su camino, desde los inicios, no fue fácil. Ya en los primeros meses del noviciado había tenido que afrontar con gran espíritu de fe no pocas dificultades. Pero el verdadero problema surgió después de que la Madre Priora, Angélica Lamberti, en la primavera de 1923, nombró a Sor Elías maestra de encaje a máquina en el centro de educación para jovencitas junto al Carmelo; la directora, Sor Paloma del Ss. Sacramento, de carácter autoritario, severa y poco comprensiva, no veía con buenos ojos la bondad y la gentileza con que Sor Elías trataba a las educandas, y, después de dos años, la hizo apartar de su oficio.

Siempre rigurosamente observante de las Reglas y de los actos comunes, la nueva Beata transcurría largos ratos gran parte de la jornada en su celda, dedicada a los trabajos de costura que se le encomendaban, continuando incluso a disfrutar de una gran estima por parte de la Madre Priora, que la nombró sacristana en 1927. En esta dolorosa prueba le sirvió de gran consuelo el P. Elías de san Ambrosio, Procurador General de la Orden de los Carmelitas Descalzos, que la había conocido en 1922, con ocasión de una visita al Carmelo de san José, y con el cual la joven mantuvo una edificante correspondencia epistolar sacando un gran provecho.

Afectada en enero de 1927 de una fuerte gripe que la debilitó mucho, Sor Elías comenzó a acusar frecuentes dolores de cabeza de los que no se lamentaba, y que soportaba sin tomar ninguna medicina.

Cuando, algunos días antes de Navidad (el 21 de diciembre), Sor Elías comenzó acusar también una fuerte fiebre y otras molestias, lo consideraron que se trataba de uno de sus habituales malestares; pero la situación se hizo cada vez más preocupante. El 24 de diciembre la visitó un médico, quien aun habiendo diagnosticado una posible meningitis o encefalitis, no consideró la situación clínica particularmente grave, por lo que solamente la mañana siguiente fueron convocados a la cabecera de la enferma dos médicos, los cuales desgraciadamente constataron la irreversibilidad de sus condiciones.

Sor Elías de San Clemente se apagó a las 12 del 25 de diciembre de 1927. Hizo su entrada en el cielo en un día de fiesta, como lo había predicho: "Moriré en un día de fiesta". El arzobispo de Bari, Mons. Augusto Curi, celebró el funeral al día siguiente en presencia de los familiares de la Sierva de Dios y de tantísima gente que vino para visitar la finada.

La joven Carmelita dejó en todos un nostálgico recuerdo, y también una gran enseñanza: es necesario caminar con gozo hacia el Paraíso porque es el "punto omega" de todo creyente.

La fama de santidad pronto la hizo tener muchos devotos, y fieles que escribían al monasterio. Muchos cristianos de Bari se congregaron el día de su muerte, y pedían se pasasen objetos religiosos por su cuerpo para guardarlos de reliquias.

Dios quiso regalarle a esta alma sufrida y sencilla, la gloria de los Altares. y aprobadas las fechas, era beatificada en la catedral de Bari, el 18 de marzo de 2006.

Ahora muchos se encomiendan a su intercesión, y la Iglesia espera otro milagro, para sellar con broche de oro el libro de su vida, canonizándola.

miércoles, 24 de diciembre de 2025

Lecturas del 24/12/2025 Comienza La Navidad - Vigilia de la Natividad del Señor.

Por amor de Sion no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha.
Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor.
Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios.
Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi predilecta», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo.
Como un joven se desposa con una doncella, así te desposan tus constructores.
Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo.
Cuando Pablo llego a Antioquía de Pisidia, se puso en pie en la sinagoga y, haciendo seña de que se callaran, dijo: «Israelitas y los que teméis a Dios, escuchad: El Dios de este pueblo, Israel, eligió a nuestros padres y multiplicó al pueblo cuando vivían como forasteros en Egipto. Los sacó de allí con brazo poderoso.
Después, les suscitó como rey a David, en favor del cual dio testimonio, diciendo: “Encontré a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos”.
Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel: Jesús.
Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión antes de que llegará Jesús; y, cuando Juan estaba para concluir el curso de su vida, decía: “Yo no soy quien pensáis, pero, mirad, viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias de los pies”».
Libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán.
Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos.
Judá engendró, de Tamar, a Farés y a Zará, Farés engendró a Esrón, Esrón engendró a Arán, Arán engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rajab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed; Obed engendró a Jesé, Jesé engendró a David, el rey.
David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón, Salomón engendró a Roboán, Roboán engendró a Abías, Abías engendró a Asaf, Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Jorán, Jorán engendró a Ozías, Ozías engendró a Joatán, Joatán engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, Ezequias engendró a Manasés, Manasés engendró a Amós, Amós engendró a Josías; Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando el destierro de Babilonia.
Después del destierro de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliaquin, Eliaquin engendró a Azor, Azor engendró a Sadoc, Sadoc engendró a Aquín, Aquín engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar a Matán,
Matán engendró a Jacob; y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado
Cristo. Así, las generaciones desde Abrahán a David fueron en total catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta el Cristo. Catorce. La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del Profeta: «Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”».
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.
Y sin haberla conocido, ella dio a luz un hijo al que puso por nombre Jesús.

Palabra del Señor.

¿Sabías qué…?

Estamos en ADVIENTO

24 de Diciembre 2025 – Vigilia de la Natividad de NUESTRO SEÑOR JESÚSCRISTO

Todo el Adviento es una búsqueda apasionada. Una noche obscura, ",con ansias, en amores inflamada", en la que palpita ya, lejanamente, la sombra sin tinieblas de la luz.

Pobre chiquilla desasosegada, la Iglesia se ha lanzado por los caminos y los desiertos. No puede lograr quietud. Se ve en abandono y en pobreza, masticando la piel amarga del desamparo. Falta en su casa el lustre de la vajilla bien compuesta, la blanca mantelería, el rincón con flores, la tarantela alegre de las mañanas con sol. Falta la ternura, la compañía.

A esta niña indigente la apoya sólo la esperanza. Le dieron, hace mucho tiempo, una palabra de amor. Le prometieron un Esposo que, librándola de toda villanía, habría de alzarla en un trono cubierta de rosas, encendida en belleza. Y ahora la niña—Iglesia se llama—ha salido en su busca. Lleva cuatro semanas de andadura.

¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?

Como el ciervo huiste habiéndome herido: salí tras ti clamando, y eras ido.

Va preguntando en las posadas, en las chozas de los pastores, en las alquerías: "¿Sabéis algo de mi Amado?'' La niña ha encontrado pronto quien le haya dicho algo de Él. Isaías, un hombre de recia y bella palabra, que ha esbozado con emoción la hermosa figura del prometido. Y, unos días más tarde, un robusto muchacho, vestido de pieles y moreno de sol—Juan Bautista—, le ha dicho a la pequeña un recado amable: el Esposo está cerca. Ella va gritando enamoradamente: ¡Ven, ven, Adonai, palabra henchida de sabiduría, raíz de Jesé, llave de David, Oriente lleno de fulgor, rey de las gentes, deseado de los hombres, Enmanuel, Salvador!

El camino esta mañana ha sido propicio y grato. Han regalado los oídos de la niña con un mensaje suavísimo: Él está ya muy cerca; mañana lo verá. Ella ha brincado entre lágrimas dulces, sin poder contener el gozo. Y grita sin desmayo—¡que se enteren bien todos!—: hoy vais a saber una feliz nueva: que viene el Señor. Y mañana, mañana contemplaréis su esplendor. Salid todos a esperarle, hijos de los hombres. Llamadle Señor y Príncipe, Caudillo de la paz, Aurora de grandezas, Rey sin ocaso, Dominador, Fuerte, Dios.

Hay un gozo, el de la víspera, que muchas veces supera al de la fiesta. Sin duda, a causa de la incontrovertible fugacidad de las cosas. Montamos un tren que no se detiene. El hombre no sabe mirar más que adelante o, nostálgicamente, hacia atrás. El paisaje, estrictamente paralelo a la ventanilla, es reducido y, además, se escapa pronto, como perseguido por un toro. Lo que pasó se va hundiendo en la lejanía; lo que llega, pronto caerá también al saco del recuerdo; lo que no llegó es perspectiva grata. La víspera, más sutilmente gozosa que la fiesta. Sólo cuando la fiesta no termine nunca, y haya para siempre, para siempre, luz y flores, música serena, contemplación de Dios, mar de maravillas, sólo entonces descansaremos sin inquietud en la orilla de la playa

La víspera de Navidad, ¿más alegre que la fiesta que se acerca? ¡Qué sé yo! Tal vez no. Porque la Navidad misma no es sino un preámbulo, un ponerse en camino con la sorpresa de que Dios está a nuestro lado, en compañía de carne y sangre, de temor y de ternura, de ojos que ven, de nervios que vibran. La Navidad, prólogo también y víspera para los más soberanos regalos, que se llamarán Nazaret, Betania, camino del Gólgota, triunfo pascual, Y más adelante aún, Pentecostés, Iglesia militante y purgante, Sólo la Iglesia triunfante del último día, ya redonda en número y en gracia, encendidas en brillo las almas y rutilante de cuerpos gloriosos, será la sorpresa última, siempre igual y siempre nueva. Aun entonces la plenitud feliz de cada día será más luminosa con la seguridad de plenitud para el día siguiente.

De todos modos, hoy 24 de diciembre, víspera gozosa de tantos escondidos y sabrosos misterios. Y la Iglesia a nuestro lado diciéndonos, para que trepidemos jubilosamente; Hoy sabréis que viene el Señor y mañana contemplaréis su gloria (Intr. y Grad. de la misa; Invit. ad Matut., 2ª ant. de Laudes, resp. br. de tercia).

Saber..., contemplar. Noticia y visión. El verle cara a cara será únicamente cuando podamos recostarnos en el césped celestial. La contemplación es también noticia, 'noticia de Dios amorosa", como dice Juan de la Cruz. Un dejarse empapar por el rayo puro, sin motas ni polvillos, invisible, pero ya absorbente, del que brotan, como flores, mil claridades jugosas. Así la Iglesia mañana, abandonándose a la invasión de la alegría, a la clara presencia de su Señor. Hoy, vigilia de Navidad, hoy es el anticipo; la noticia en su recinto más reducido, casi de perfiles periodísticos: el suceso o novedad que se comunica según la prosa gélida del diccionario. Pero ya es también evangelio, "buena nueva", proclamada con alborozo. "Viene el Señor: mañana veréis su gloria."

Y porque la noticia es venturosamente excepcional, la liturgia la envuelve en ropajes solemnes. En el coro hay un ceremonial desacostumbrado para la lectura del martirologio, la gozosa y barroca calenda. Brillan en el altar las candelas encendidas, mientras en el centro del coro dos blandones con hachas montan guardia de luz al atril. A él llega, revestido de capa morada, el presidente de la asamblea con la compañía del maestro de, ceremonias, del turiferario, de los acólitos. Se inciensa el libro, que contiene grandes fechas gloriosas de la historia cristiana. Ninguna, tal vez, como ésta. Por eso el tono del anuncio va envuelto en melodía solemne, con un cortejo ingenuo pero impresionante de fechas antiguas, en un afán de remachar la ineludible historicidad del acontecimiento. "El año 5199 de la creación del mundo, cuando al principio creó Dios el cielo y la tierra; el 2957 del diluvio; del nacimiento de Abraham el 2015; el año 1510 desde Moisés y la salida del pueblo de Israel de Egipto...; el año 42 del Imperio de Octavio Augusto, estando todo el mundo en paz, en la sexta edad del mundo, Jesucristo, Dios eterno e Hijo del Eterno Padre: queriendo consagrar el mundo con su venida misericordiosa, concebido por obra del Espíritu Santo, transcurridos nueve meses desde su concepción, nace, hecho hombre, de la Virgen María, en Belén de Judá." Todo el coro está arrodillado. Y la voz del presidente, con el mismo tono en que se canta la pasión, gravemente, notifica a la Iglesia y al mundo: "¡La natividad de Nuestro Señor Jesucristo según la carne!" (Martyr. Rom.)

Algo nos sorprende en este anuncio regocijado. El clima popular navideño está cuajado de nieves y de ternura. Se ensayan villancicos: van asomándose por los escaparates los portales agrestes, con un Niño encantador entre San José y la Virgen, la mula y el buey; los christmas son deliciosamente ingenuos, con ovejitas, estrellas y pequeños ángeles traviesos. Un aire de niñez, aceptado y aun buscado, envolviéndolo todo, como si el mundo estuviese en infancia, a punto de estrenar. Y, sin embargo, la Iglesia apenas si nos anuncia que el que llega es un niño, ni trenza su liturgia con cantinelas infantiles. Es cierto. Mañana nos dirá: "Un Niño nos ha nacido", y leerá la dulce historia de los pastores. Pero antes nos habrá mostrado, en un marco de notas solemnes, el salmo 102, cuadro de la majestad del Mesías dominando a los monarcas de la tierra. Y el salmo 109, himno a la grandeza de Dios, eterno y creador. También la proclamación grandiosa del misterio del Verbo, que era en el principio, antes que todas las cosas, por quien todo fue hecho. De modo parecido hoy, en el momento sabroso de la primera noticia, nos la da con trompetas solemnísimas: "Veréis al Señor en su gloria" (Intr.); "mañana reinará sobre nosotros el Salvador del mundo" (Aleluya; 3ª ant. ad Laudes; ant. y resp. br. ad sexta».): "se manifestará la gloria del Señor" (Communio); "Alzad, príncipes, vuestras puertas y entrará el rey de la gloria" (Ofert). Nada que haga suponer la humilde escena de la gruta de Belén.

Y es que la gloria del Cristo Señor es el quicio sobre el que van girando estos portones venerables de la liturgia navideña. "El Verbo ha plantado su tienda entre nosotros y hemos visto su gloria." Para San Juan el abajamiento de Dios es para engrandecimiento del hombre, en lo que se manifiesta la potencia de lo alto. La carne humana del Salvador no es sino un sendero por el que pasa la gloria que viene de los cielos y que ha de hacer resplandecer a la raza de los hombres en sus almas y hasta en sus cuerpos. El nacimiento de Cristo es una sinfonía nunca oída en la sala de conciertos del mundo. Todo en él brota de una fuente pura, virginal. Ni la concupiscencia de la carne ni la ley del pecado enturbian la clara melodía. El fruto de este nacimiento será una humanidad nueva, rescatada y purificada. La Encarnación va orientada, desde su mismo punto inicial, por la estrella polar de la glorificación, que ha de expansionar su fuerza, al término del tiempo, inundándolo todo. Y, como primicia y promesa de esta plenitud final, el resplandor del Señor resucitado, su cuerpo gloriosísimo sentado en el penacho de los cielos.

El misterio pascual es centro del año litúrgico. El ciclo navideño, lejos de un distanciamiento que lo empobrecería se acoge también a la gran luz de la Pascua. La pobre, la endeble materia humana, se ve en Jesús poblada por la potencia divina. La asunción de la carne por la persona del Verbo es un albor de glorias futuras, reflejado ya en los hijos de Adán. Tras el pequeño de Belén, la Iglesia contempla, absorta y agradecida, el rostro radiante del Kyrios, del Señor triunfante. Del plinto humilde, sobre el que alza su esbeltez única la vida de Cristo, ella encumbra su vista al tímpano radiante donde ángeles y santos, violines y estrellas, cantan a Jesús los himnos de la victoria. La liturgia navideña es una proclamación de la gloria del Verbo encarnado. Y su anuncio en esta vigilia abre ya perspectivas triunfales. "Mañana quedará borrada la iniquidad de la tierra. Y reinará sobre nosotros el Salvador del mundo" (resp. br. ad sexta».). En tono más brillante pero en grato acorde, las liturgias orientales: "Sacerdotes—exhorta, en el oficio de esta mañana, la liturgia armenia—, exaltad grandiosamente por los siglos, con cánticos espirituales, a Aquel que ha ascendido a lo alto llevando cautivo el imperio de la muerte y que hoy se nos comunica a los hombres en donde incorruptibilidad". La Iglesia contempla en el Verbo encarnado, más que su pequeñez y anonadamiento la potencia en Él encerrada, su rico filón de vida celestial que ha de iluminar y regenerar a los hombres. La Esposa está enamorada, desde el primer momento, de la gloria y del señorío de su Esposo.

En realidad, al dejar casi en sombras lo puramente anecdótico en el nacimiento de Cristo, la Iglesia nos posibilita la participación en el misterio de la Navidad. Sin duda que hay una conmemoración del hecho histórico del nacimiento del Señor. Pero, al recordar el episodio, la Iglesia pasa por encima de él y contempla el desarrollo del misterio de la Encarnación, o sea su propio misterio de los desposorios con Cristo, su incorporación a Él. El Verbo se hace carne para habitar entre nosotros, y, conforme vamos entrando en su tienda, vamos compartiendo los frutos de su presencia.

La esencia de la Navidad es el admirable comercio que se organiza entre Dios y los hombres. Él participa de nuestra pobreza; nosotros, de su encumbramiento. Él se hace hijo del hombre; nosotros, hijos de Dios. En el Verbo, sala donde se firma el intercambio, se encuentran ahora emparejadas la excelsitud de los cielos y la miseria de la tierra, la inefable Palabra, que es vida y vivifica, con la flor, que crece y muere. El misterio de la Encarnación es un ancho estadio propicio para los juegos de antítesis, y la liturgia los ha empleado para festejar la Navidad. Dios y hombre. Cruce inefable de caminos. Los textos vigiliares nos anuncian este sorprendente acercamiento de distancias, que abre ancho abismo para profundizar en contemplación, en acción de gracias, en rendida alabanza. En la epístola, San Pablo nos dice del Señor: Hijo de David según el linaje de la carne, constituido Hijo de Dios. (¿Te has fijado que en esta lectura de hoy, San Pablo nos habla del poder de Cristo "por su resurrección de entre los muertos"? Fuerza de atracción del centro. La Pascua siempre, con su ala de luz.) En el evangelio, la concepción de María, la congoja de San José, la respuesta del ángel, que tranquiliza. Humano y divino. Hijo de una mujer de la tierra, pero sin padre terreno. Unigénito del Padre de toda la vida, que le dio a Él el imperio, la grandeza y el poderío. "Su nombre será Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados."

Es a este Dios-hombre, con su perfil glorioso, a quien la Iglesia contempla. Gracias a la unión indecible de las dos naturalezas en su Persona, la tierra toca al cielo y es así transfigurada. "El Verbo entra en mi cuerpo para que yo pueda contener su divinidad. Toma mi carne, dándome así su Espíritu. De este modo, dando y tomando, adquiere para mí un tesoro de vida. Toma mi carne a fin de santificarme; me da su Espíritu a fin de salvarme" (SAN JUAN CRISÓSTOMO: MG 56,389). No se trata de un panteísmo imposible, transformando a la criatura en la propia divinidad del Verbo, sino de un reflejo espléndido de la inexpresable vida divina, que hace brillar las almas de los justos.

De esta manera, como dice San León, al adorar la Natividad de nuestro Salvador festejamos nuestros propios orígenes. El misterio de salvación es único, aunque parcelado en etapas. El ciclo litúrgico es toda la economía de la salud vista por sus varias esquinas: nacimiento, pasión, resurrección, ascensión; pero no siendo en su volumen total más que una obra única y admirable, un castillo de inmensa luz, que acoge en su resplandor a todos los que se acercan a sus puertas. Cristo, que edifica su obra redentora; los hombres, que a Él nos agremiamos. En este niño de la gruta campesina de Belén se encuentra ya la plenitud de la salvación. "Es verdaderamente justo y necesario... darte gracias, Señor, Padre santo, Dios omnipotente y eterno porque todo el objeto del culto, ofrecido en su devoción por el pueblo cristiano, encuentra su origen en esta solemnidad y se halla contenido en este don", decía un prefacio para esta vigilia guardado en el sacramentario Leoniano. La obra de Cristo precisará pasar por escalas diversas, siendo principalmente su muerte la que rompa las vallas que nos separan de Dios. Pero desde el momento en que el nuevo Adán se encuentra entre nosotros, cuando la raza humana tiene ya un jefe para la empresa de su rescate, podemos estimar como una realidad palpitante el cable tendido entre Dios y los hombres, por el cual podremos trepar hasta el paraíso antiguo. Puede, ciertamente, decir el oficio de hoy: "Mañana estará con vosotros la salvación" (resp. 3 ad Matut., 5.a ant. ad Laudes).

Pero el chorro bendito de luz no alcanza solamente a los hombres. Todas las criaturas terrestres—que encuentran en el hombre su punto de engarce con el cosmos espiritual—se ven transformadas y enaltecidas. "Mañana se borrará la iniquidad de la tierra" (Aleluya; 3a ant. ad Laudes). San Pablo nos descubre una dolorosa participación de las cosas en la maldad humana. Nos dice también que la creación está esperando con ansia la liberación de su servidumbre para participar en la gloria de los hijos de Dios. "Brilla un nuevo astro, que raerá toda vileza", canta el himno de laudes. A la hierba, al pájaro, al mar, a la estrella, le llega esta nueva claridad. Solidaria del hombre la creación está llamada a ser "el cielo nuevo y la nueva tierra" de que nos hablan Isaías y San Juan, el escenario para la eterna visión enamorada de los elegidos en el último día.

Porque aún todo está en camino, todo en víspera. La colecta de hoy nos habla de Cristo Juez. La secreta, del gozo de los dones eternos. No se cerrará la curva de la redención sino al final de los tiempos, cuando entre en las praderas celestiales la gran multitud que aclamará a Cristo como Cabeza y Señor. Ahora todo se realiza en misterio y en esperanza, a través del rito sensible y en la invisible caridad. Es el anticipo placentero de la eterna y juvenil alegría. Nuestra incorporación al Verbo encarnado, descendido de los cielos propter nostram salutem, nos da una cédula de confianza. Y también un comienzo de transformación asombrosa, aunque escondida.

La vigilia nos lleva de la mano hasta la gruta del nacimiento para que en él veamos nuestro propio renacimiento: para que contemplemos y adoremos la gloria oculta del hijo de la Virgen y soñemos en la nuestra futura. En esta espera trepidante de hoy la Iglesia nos invita al júbilo y a la santidad. "Cada año nos alegras con la expectación de nuestra redención", dice la colecta. "Santificaos hoy y estad preparados", exhortan los responsorios de maitines. Para compañía, ejemplo y ayuda, la Iglesia pone a nuestro lado a Santa María, en cuyo templo mayor romano se celebra el culto estacional. No podríamos encontrar más sabroso acompañamiento. Asidos a la ternura de Nuestra Señora, esperamos con impaciencia el momento en que "Jesucristo, Dios eterno e hijo del Padre eterno, queriendo consagrar el mundo con su venida misericordiosa', nazca, hecho hombre, en Belén de Judá (Martyr. Rom.)

Reflexión del 24/12/2025