jueves, 21 de agosto de 2025

Reflexión del 21/08/2025

Lecturas del 21/08/2025

En aquellos días, el espíritu del Señor vino sobre Jefté. Atravesó Galaad y Manasés, y cruzó a Mispá de Galaad, de Mispá de Galaad pasó hacía los amonitas. Entonces Jefte hizo un voto al Señor: «Si entregas a los amonitas en mi mano, el primero que salga de las puertas de mi casa, a mi encuentro, cuando vuelva en paz de la campaña contra los amonitas, será para el Señor y lo ofreceré en holocausto».
Jefté pasó a luchar contra los amonitas, y el Señor los entregó en su mano. Los batió, desde Aroer hasta Minit ‐ veinte ciudades ‐, y hasta Abel Queramín. Fue una gran derrota, y los amonitas quedaron sometidos a los hijos de Israel.
Cuando Jefté llegó a su casa de Mispa, su hija salió a su encuentro con adufes y danzas. Era su única hija. No tenía más hijos.
Al verla, rasgó sus vestiduras y exclamo: «¡Ay, hija mía, me has destrozado por completo y has causado mi ruina! He hecho una promesa al Señor y no puedo volverme atrás».
Ella le dijo: «Padre mío, si has hecho una promesa al Señor, haz conmigo según lo prometido, ya que el Señor te ha concedido el desquite de tus enemigos amonitas».
Y le pidió a su padre: «Concédeme esto: déjame libre dos meses, para ir vagando por los montes y llorar mi virginidad con mis compañeras».
Él le dijo: «Vete».
Y la dejó ir dos meses. Ella marchó con sus compañeras y lloró su virginidad por los montes.
Al cabo de dos meses volvió donde estaba su padre. Que hizo con ella según el voto que había pronunciado.
En aquel tiempo, Jesús volvió hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar otros criados, encargándoles que dijeran a los convidados: “Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda”.
Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás agarraron a los criados y los maltrataron y los matarlos.
El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.
Luego dijo a sus criados: “La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda.”
Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?” El otro no abrió la boca.
Entonces el rey dijo a los servidores: “Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”.
Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos».

Palabra del Señor.

21 de Agosto 2025 – Santa Juana Francisca Fremyot de Chantal

Ella misma nos da sus datos primeros: "Me llamo Juana Francisca Fremyot, natural de Dijón, capital del ducado de Borgoña. Soy hija del señor Fremyot, presidente del Parlamento de Dijón y de la señora Margarita de Barbysey".

Llevó una niñez y juventud propia de la nobleza a la que pertenecía. Era muy elegante, porte digno de cautivar a cualquiera: bondadosa, guapa, modesta, buena conversadora, rica en conocimientos y en piedad. Era una joven de su tiempo. Se enamoró locamente del barón Rabutín Chantal con el que se unió en matrimonio y al que amó con toda su alma. El barón supo corresponder a este amor. Cuando el barón estaba fuera de casa, parecía como si Francisca estuviera de luto. Cuando el barón llegaba, se arreglaba con las mejores galas, salía a recibirle y la alegría volvía a su rostro. Por ello cuando el Señor le pida el sacrificio de la vida de su esposo, ella le rogará con fuerzas: "Señor, pídemelo que quieras, estoy dispuesta a los mayores sacrificios con tal de que no te lo lleves". Y cuando murió lo lloró desconsoladamente durante mucho tiempo. Sus familiares y amigos creían que también ella iba a morir. Tanto fue lo que se desmejoró y enflaqueció que quedó reducida a los huesos.

Francisca es una maravillosa ama de casa. Todos la quieren y la admiran. Educa cristianamente a sus hijos a los que ama más que a sí misma. Los criados depondrán en el proceso de su Beatificación: "La Señora sirvió a Dios a quien mucho amaba y practicaba la virtud continuamente, pero sin llamar la atención. A nadie molestaba con sus rezos. Era muy atenta y buena con todos".

Las cruces no le faltarán nunca. Así no se apegará su corazón a las cosas de este mundo. En vez de refugiarse con su padre que la idolatraba o de quedarse en su palacio, decide marcharse al lado de su suegro que tiene un carácter déspota y agrio, como si fuera hecho de vinagre y hiel. Siete años a su lado, fueron cruces sin cuento las que hubo de sufrir la sensibilísima Francisca.

No todo había de ser desconsuelo y mano dura de parte del Señor. El santo Obispo de Ginebra -S. Francisco de Sales- pudo decir de ella: "Hallé en Dijón -donde vivía Francisca- lo que Salomón no pudo encontrar en Jerusalén: hallé a la mujer fuerte en la persona de la señora de Chantal".

El encuentro con San Francisco fue providencial. Iba un día montada a caballo y cerca de un bosque vio a un sacerdote venerable que rezaba fervorosamente su breviario. Poco después este mismo sacerdote vio en una especie de visión a una mujer joven, viuda, modesta. Un impulso interior le dijo que ésta sería el instrumento que el Señor le destinaba para la obra que pensaba llevar a cabo.

Vino a predicar aquel sacerdote a Dijón. Éste era el obispo de Ginebra San Francisco de Sales. La santa empezó a dirigirse con él. A las afueras de Annecy, en una modesta casita, se reúne un grupo de mujeres que quieren seguir del todo a Jesucristo. El vio que era obra de Dios y que iba por buen camino. Naturalmente, la idea provocó fuerte oposición por parte de los espíritus estrechos e incapaces de aceptar algo nuevo.

De modo prodigioso y como si fueran Florecillas de San Francisco de Sales empieza a extenderse y a echar sus cimientos esta obra de las Religiosas de la Visitación. Mucho hubieron de sufrir los dos santos. No faltaron habladurías y burlas, pero como era obra de Dios, la cosa siguió adelante. Un día la varonil Francisca se verá obligada a pasar por encima del cuerpo de su hijo que le impide siga la llamada de Dios. Mucho le amaba, pero era mayor el amor que sentía a su Dios.

San Francisco de Sales acabó por modificar sus planes y aceptar la clausura para sus religiosas. A las reglas de San Agustín añadió unas constituciones admirables por su sabiduría y moderación, "no demasiado duras para los débiles y no demasiado suaves para los fuertes". Lo único que se negó a cambiar fue el nombre de "Congregación de la Visitación de Nuestra Señora", y Santa Juana Francisca le exhortó a no hacer concesiones en ese punto. El santo quería que la humildad y la mansedumbre fuesen la base de la observancia. "Pero en la práctica", decía a sus religiosas, "la humildad es la fuente de todas las otras virtudes; no pongáis límites a la humildad y haced de ella el principio de todas vuestras acciones".

Para bien de Santa Juana y de las hermanas más experimentadas, el santo obispo escribió el "Tratado del amor de Dios". Santa Juana progresó tanto en la virtud bajo la dirección de San Francisco de Sales, que éste le permitió que hiciese el voto de que, en todas las ocasiones, realizaría lo que juzgase más perfecto a los ojos de Dios. Inútil decir que la santa gobernó prudentemente su comunidad, inspirándose en el espíritu de su director.

Por fin, el 13 de diciembre de 1641, cargada de buenas obras, la joven, la esposa, la viuda, la religiosa y la fundadora, partía a la eternidad. Sus hijas siguen su ejemplo.

miércoles, 20 de agosto de 2025

Reflexión del 20/08/2025

Lecturas del 20/08/2025

En aquel tiempo, se reunieron todos los señores de Siquén y todo Bet Millo, y fueron a proclamar rey a Abimélec junto a la encina de la estela que hay en Siquén.
Se lo anunciaron a Jotán, que, puesto en pie sobre la cima del monte Garizín, alzó la voz y les dijo a gritos: «Escuchadme, señores de Siquén, y así os escuche Dios.
Fueron una vez los árboles a ungir rey sobre ellos.
Y dijeron al olivo: “Reina sobre nosotros”.
El olivo les contestó: “¿Habré de renunciar a mi aceite, que tanto aprecian en mí dioses y hombres para ir a mecerme sobre los árboles?”.
Entonces los árboles dijeron a la higuera: “Ven tú a reinar sobre nosotros”.
La higuera les contestó: “¿Voy a renunciar a mi dulzura y a mi sabroso fruto, para ir a mecerme sobre los árboles?” Los árboles dijeron a la vid: “Ven tú a reinar sobre nosotros”.
La vid les contestó: “¿Voy a renunciar a mi mosto, que alegra a dioses y hombres, para ir a mecerme sobre los árboles?” Todos los árboles dijeron a la zarza: “Ven tú a reinar sobre nosotros”.
La zarza contestó a los árboles: “Si queréis en verdad ungirme rey sobre vosotros, venid a cobijaros a mi sombra. Y si no, salga fuego de la zarza que devore los cedros del Líbano”».
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña.
Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña.
Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: “Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido”.
Ellos fueron.
Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo.
Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”.
Le respondieron: “Nadie nos ha contratado”.
Él les dijo: “Id también vosotros a mi viña”.
Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: “Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”.
Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno.
Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo: “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”.
Él replicó a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”
Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos».

Palabra del Señor.

20 de Agosto 2025 – San Samuel, Juez y Profeta de Israel

En la tradición bíblica, Samuel es presentado como un hombre de Dios. Es, a la vez, un orante y un dirigente del pueblo. Un hombre de oración que ha tenido que orientar y decidir sobre la marcha diaria de su pueblo. Un hombre de acción que ha buscado en el silencio y la oración, la fuerza y la tolerancia necesarias. La palabra alentadora y el grito denunciador. Samuel es un hombre que, por una parte, ha actuado con limpieza y sin sobornos. Y, por otra, ha orado sin escapismos ni evasiones. Samuel es, al mismo tiempo y con pareja sinceridad, el profeta comprometido, el juez honesto, el orientador discreto.

EL PROFETA

Cuando el libro del Eclesiástico califica a Samuel como «amado de su Señor» (Si 46, 13) está recordando sin duda las copiosas tradiciones que evocaban la figura legendaria y señera de aquel hombre inabarcable y polifacético. Pero el mismo libro parece reconocer que, antes que nada, Samuel fue un profeta, acreditado por su fidelidad y sus oráculos.

Un profeta, rodeado del halo del nacimiento prodigioso que circunda de gloria la aparición de los héroes. La esterilidad de la madre y las caricias comprensivas del padre no hacen más que subrayar una convicción fuertemente arraigada en el pueblo: la figura de un liberador es siempre un don de los cielos. La primera dificultad para un profeta es la dificultad de nacer. No es fácil que surja una voz desgarradora en medio del cacareo amedrentado de los hombres. Lo nuestro es siempre la esterilidad, cuando no la burla cínica ante los que lloran y viven en el lamento (1S 1). La amarga experiencia de la humanidad entera se hace confesión en el canto de Ana, la madre del profeta: «Yahvé enriquece y despoja, abate y ensalza» (1S 2, 7).

Pero los profetas no son héroes prodigiosos. Los hombres del cansancio y la fatiga, del sueño y la oscuridad. Toda la atmósfera poética de la primera visión del niño Samuel (1S 3) puede hacernos olvidar que un profeta experimenta siempre una estremecedora dificultad para la percepción de Dios. Es más: la voz de Dios es fácilmente confundible con el tono de las voces más habituales. El joven profeta que duerme en la noche no puede sospechar que Dios se esté acercando a su vida. Ni entonces ni ahora resulta espontáneo al hombre Samuel abrir la vida en disponibilidad para susurrar: «Habla, Yahvé, que tu siervo escucha» (1S 3, 9-10).

Y luego, los profetas no son hombres pseudocontemplativos que se detienen en el regusto almibarado de las palabras de su Señor. De sobra saben que las palabras de su Señor no les pertenecen como herencia indiscutible. Si así fuera, las atesorarían con religiosa fidelidad. Pero el mensaje les ha sido confiado para ser anunciado con religiosa urgencia. La tercera gran dificultad del profeta es siempre la de proclamar lo escuchado. Porque la proclamación es siempre anuncio de planes y promesas, pero es también denuncia de cobardías y traiciones. El hombre Samuel, entonces como ahora, necesita una desvalida osadía para desenmascarar las villanías que envenenan a los mismos promotores oficiales de la justicia. Milagro parece que éstos acepten sus palabras y que una voz popular comente de siglo en siglo: «Samuel crecía; Yahvé estaba con él y no dejó caer en tierra ninguna de sus palabras» (1S 3, 19).

A veces el mundo se nos llena de charlatanes que alardean de profetas. El mundo entero debería exigirles sus credenciales. Porque sólo esa imprevisibilidad humana en el nacer, esa disponibilidad para escuchar en la noche, esa prontitud para proclamar un mensaje poco gratificante..., garantizan y acreditan al profeta del Señor (1S 3, 20).

EL JUEZ

El libro del Eclesiástico alaba también a Samuel por haber juzgado a la asamblea según la ley del Señor (Si 46, 14). Tras los años de infancia pasados en el santuario de Silo, Samuel amaba su retiro solariego de Ramá, donde transcurría su vida con su familia, y donde había edificado un altar a Yahvé. Pero la fuerza de aquella plegaria silenciosa debía convertirse, año tras año, en peregrinaje en servicio de su pueblo. «Hacía cada año un recorrido por Betel, Guilgal, Mispá, juzgando a Israel en todos estos lugares» (1S 7, 16).

Y juzgar significa, antes que nada, denunciar. El pueblo siempre vuelve los ojos a los dioses de la inmediatez y la eficacia. El pueblo cae en la tentación de las idolatrías que le impone la propaganda de turno. Ante los éxitos económicos o culturales de los pueblos de alrededor, el pueblo se siente inclinado a venerar a los presuntos patronos divinos de tal prosperidad. Y el juez Samuel ha de criticar la idolatría y animar a una liberación ideológica y religiosa. Samuel invita a la conversión. Al verdadero y único servicio en el que se cifra la libertad: «Fijad vuestro corazón en Yahvé, servidle a él solo y él os liberará...»> (1S 7, 3).

Para el hombre arrancado del silencio de su hogar, juzgar significa también orar. Los hombres crecen fácilmente en el mito del progreso. Y los pueblos se arrodillan ante los frutos de sus propios éxitos. Como si todo dependiera de ellos. Sólo la capacidad para el asombro descubre en el total de la historia una cantidad que no habíamos incluido en los sumandos. Siempre hay un «algo más» que no depende de nuestro trajinar. Más allá del problema, toda vida y toda empresa están siempre aureolada por el misterio. El juez Samuel invoca al Señor, a petición de su pueblo, y orienta sus miradas y sus corazones al otro sentido de la vida, al sentido de la vida que pasa por la adoración (1S 7, 8-9).

Pero juzgar no significa sólo orientar las miradas, sino también fortalecer las manos vacilantes. El pecado original de los hombres consiste en la pereza. En la flojera que los lleva a abandonar las riendas de su destino en las manos de la irracionalidad: en la voz de una serpiente que planea un futuro diferente o en el dictado de los que han monopolizado la sinrazón de la fuerza (ver 1S 13, 19-22). El pecado original de los pueblos consiste en la abdicación de las razones que los hacen señores y libres. El juez Samuel orienta a su pueblo hacia el servicio a su Señor. En él radica su unidad originaria y su fuerza de elección. Sólo en la aceptación de los caminos del Señor, el pueblo volverá a ser libre y valiente, unido y valeroso. Samuel lo subraya al levantar una estela memorial: «Hasta aquí nos ha socorrido Yahvé» (1S 7, 12).

A veces el mundo se nos llena de charlatanes que presumen de liberadores. No todos lo son. Solamente aquellos que renuncian a halagarnos y en el dolor nos invitan a superarnos, en la plegaria nos llevan a encontrarnos a nosotros mismos frente al absoluto, y en la decisión nos empujan a recobrar la esperanza (1S 7, 13-15).

EL ORIENTADOR

El libro del Eclesiástico alaba a Samuel por haber fundado la realeza y haber ungido a los príncipes del pueblo (Si 46, 13). Ni el santuario de Silo era su refugio, ni su hogar de Ramá fue su descanso. Tal vez el mayor dolor de Samuel haya sido comprobar que sus propios hijos no seguían su camino: atraídos por el lucro, aceptaban sobornos y torcían el derecho (1S 8, 3). Por otra parte, la antigua estructura tribal parece ser insuficiente para hacer frente a las exigencias defensivas del momento. El pueblo pide un rey. El santuario de Silo ha sido profanado, robada el arca, amenazada la frágil unidad de las tribus. La decisión no fue nada fácil. El Gran Libro conserva todavía el eco de las posiciones monárquicas y el celo antimonárquico de dos corrientes de opinión. Y, en medio, Samuel. El hombre de la plegaria y la prudencia ha de convertirse en el hombre de la decisión comprometida.

La primera decisión ha sido la de escuchar el clamor del pueblo. Es fácil intuir el dolor de Samuel. Desde su grandeza humana parece lamentar la disgregación de su pueblo. Percibe las funestas consecuencias que la monarquía acarreará. Oye como un mazazo el grito de aquel pueblo: Tendremos un rey y seremos como los demás pueblos». Esa pérdida de la diversidad es, tal vez, más dolorosa (1S 8, 19-20). Pero el hombre de la fe no se evade de las demandas de su pueblo. Al contrario, solamente su hondura religiosa ha logrado el equilibrio suficiente para que la demanda no sea blasfema: para que el rey elegido no sea absolutizado, divinizado, por encima de la única Majestad absoluta. Solamente su hondura religiosa da un sentido religioso a la nueva institución: un sentido liberador al fin (1S 8, 22).

La segunda decisión es la de la elección de Saúl. Entre las líneas del relato bíblico es fácil descubrir la tensión en que el hombre de Dios va dando cada uno de los pasos. El encuentro con el príncipe elegido ha sido sin duda magnificado por los relatos tradicionales. De todas formas, parece vivido en un clima de oración: el Señor orienta la mirada para reconocer al elegido (1S 9, 17) y él es al fin quien lo ha ungido como caudillo de su heredad (1S 10, 1). Él es quien le cambia el corazón (1S 10, 9) y quien orienta los pasos del sorteo (1S 10, 22). Entre líneas es fácil imaginar la tensión del hombre Samuel el día de la inauguración de la monarquía, mientras va pronunciando su discurso, su testimonio personal, su interpelación profética, su recordatorio de los planes salvadores de Dios (1S 12). Y fácil es adivinar el desgarro que se produce en su corazón al tiempo que se rasga su manto entre las manos crispadas del rey que se ha buscado el fracaso (1S 15, 27-28).

La tercera decisión es la de la elección de David. Elección arriesgada, si las hay. La fe yahvista ha tenido que comprometerse aquí en un cambio político de indudable trascendencia. El hombre de la oración y la prudencia parece tocado por los tintes de la conspiración. A medio camino entre el dolor por el fracaso de Saúl y el miedo por la muerte probable, Samuel tiene que cumplir aún la misión más decisiva para la historia de su pueblo, la unción clandestina de un joven pastor destinado a ser rey (1S 16). Según una tradición aislada, un día se encontrarán los tres personajes de este drama en las celdas del convento de los profetas en Ramá (1S 19, 18, 24). ¿Quién nos diera a conocer los sentimientos que aquel día se cruzaban en el corazón del anciano profeta?

A veces el mundo se nos llena de charlatanes que separan la opción religiosa de las opciones comprometidas en favor del pueblo. Solamente en la hondura religiosa, en la honradez incorruptible y en el temblor del riesgo se hace posible el paso de los orientadores llorados por su pueblo (1S 25, 1). Ante ellos, Samuel se nos presenta como una figura actual y fascinante: la del hombre al que su fe le lleva a comprometerse al servicio de su pueblo.

martes, 19 de agosto de 2025

Reflexión del 19/08/2025

Lecturas del 19/08/2025

En aquellos días, vino el ángel del Señor y se sentó bajo el terebinto que hay en Ofrá, perteneciente a Joás, de los de Abiezer. Su hijo Gedeón estaba desgranando el trigo en el lagar, para esconderlo de los madianitas.
Se le apareció el ángel del Señor y le dijo: «El Señor está contigo, valiente guerrero».
Gedeón respondió: «Perdón, mi señor; si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ha sucedido todo esto? ¿Dónde están todos los prodigios que nos han narrado nuestros padres, diciendo: el Señor nos hizo subir de Egipto? En cambio ahora, el Señor nos ha abandonado y nos ha entregado en manos de Madián». El Señor se volvió hacia él y le dijo: «Ve con esa fuerza tuya y salva a Israel de las manos de Madián. Yo te envío».
Gedeón replicó: «Perdón, mi Señor ¿con qué voy a salvar a Israel? Mi clan es el más pobre de Manasés y yo soy el menor de la casa de mi padre».
El Señor le dijo: «Yo estaré contigo y derrotarás a Madián como a un solo hombre».
Gedeón insistió: «Si he hallado gracia a tus ojos, dame una señal de que eres tú el que estás hablando conmigo. Te ruego que no te retires de aquí hasta que vuelva a tu lado, traiga mi ofrenda y la deposite ante ti».
El Señor respondió: «Permaneceré sentado hasta que vuelvas».
Gedeón marchó a preparar un cabrito y panes ácimos con unos cuarenta y cinco kilos de harina. Puso la carne en un cestillo, echó la salsa en una olla; lo llevó bajo la encina y lo presentó.
El ángel de Dios le dijo entonces: «Coge la carne y los panes ácimos, deposítalos sobre aquella peña, y vierte la salsa».
Así lo hizo. El ángel del Señor alargó la punta del bastón que tenía en la mano, tocó la carne y los panes ácimos, y subió un fuego de la peña que consumió la carne y los panes ácimos. Después el ángel del Señor desapareció de sus ojos.
Cuando Gedeón reconoció que se trataba del ángel del Señor, dijo: «¡Ay, Señor mío, Señor, que he visto cara a cara al ángel del Señor!».
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«En verdad os digo que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos».
Al oírlo, los discípulos dijeron espantados: «Entonces, ¿quién puede salvarse?».
Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, pero Dios lo puede todo».
Entonces dijo Pedro a Jesús: «Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?».
Jesús les dijo: «En verdad os digo: cuando llegue la renovación y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.
Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.
Pero muchos primeros serán últimos y muchos últimos primeros».

Palabra del Señor.

19 de Agosto 2025 – San Ezequiel Moreno

Desde muy niño descubrió su vocación a la vida religiosa y el 21 de septiembre de 1884 ingresó como religioso en el convento español de los agustinos recoletos en Montegudo, Navarra. Al año siguiente hizo su profesión religiosa en el teologado de Marcilla. En 1870 viajó a Manila, Filipinas, donde se desempeñó como misionero. Al año siguiente fue ordenado sacerdote y destinado a Mindoro donde continuó sus actividades misioneras. Poco tiempo después se enfermó de paludismo y regresó a Manila.

Más tarde fue nombrado superior del convento de Monteagudo y vuelve a España para dedicarse a la formación de los futuros religiosos misioneros.

En 1888 viajó a Colombia al mando de un grupo de misioneros agustinos recoletos emprende. En este país empezó a reactivar las misiones y en 1893 fue nombrado obispo titular de Pinara y vicario apostólico de Casanare, en 1895 fue nombrado Obispo de Pasto. San Ezequiel desempeñó su nueva misión con la eficacia y generosidad que lo caracterizaban pero tuvo que superar numerosos obstáculos.

En 1905 se le diagnosticó cáncer y ante las reiteradas súplicas de los fieles y de los religiosos de su Orden, al año siguiente volvió a España para operarse. La operación no tuvo éxito y San Ezequiel, firme en su fe, se retiró al convento de Monteagudo, España, donde murió el 19 de agosto de 1906.

Su fama de santidad creció rápidamente, sobre todo en Colombia. Fue beatificado por el Papa Pablo VI en 1975 y el 11 de octubre de 1992 fue canonizado por el Papa Juan Pablo II. San Ezequiel Moreno es considerado como el especial intercesor ante Dios por los enfermos del cáncer y uno de los más grandes apóstoles de la Evangelización de América.

lunes, 18 de agosto de 2025

Reflexión del 18/08/2025

Lecturas del 18/08/2025

En aquellos días, los hijos de Israel obraron mal a los ojos del Señor, y sirvieron a los baales. Abandonaron al Señor, Dios de sus padres, que los había hecho salir de la tierra de Egipto, y fueron tras otros dioses, dioses de los pueblos vecinos, postrándose ante ellos e irritando al Señor. Abandonaron al Señor para servir a Baal y a las astartés.
Se encendió, entonces, la ira del Señor contra Israel, los entregó a manos de saqueadores que los expoliaron y los vendió a los enemigos de alrededor, de modo que ya no pudieron resistir ante ellos. Siempre que salían, la mano del Señor estaba contra, ellos para mal, según lo había anunciado el Señor y conforme les había jurado.
Por lo que se encontraron en grave aprieto. Entonces el Señor suscitó jueces que los salvaran de la mano de sus saqueadores. Pero tampoco escucharon a sus jueces, sino que se prostituyeron yendo tras otros dioses y se postraron ante ellos. Se desviaron pronto del camino que habían seguido sus padres, escuchando los mandatos del Señor. No obraron como ellos.
Cuando el Señor les suscitaba jueces, el Señor estaba con el juez y los salvaba de la mano de sus enemigos, en vida del juez, pues el Señor se compadecía de sus gemidos, provocados por quienes los vejaban y oprimían.
Pero, a la muerte del juez volvían a prevaricar más que sus padres, yendo tras otros dioses que sus padres, para servirles y postrarse ante ellos. No desistían de su comportamiento ni de su conducta obstinada.
En aquel tiempo, se acercó uno a Jesús y le preguntó: «Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?» Jesús le contestó: «¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos ».
Él le preguntó: «¿Cuáles?». Jesús le contestó: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo».
El joven le dijo: «Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?».
Jesús le contestó: «Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo y luego ven y sígueme».
Al oír esto, el joven se fue triste, porque era muy rico.

Palabra del Señor.

18 de Agosto 2025 – Beato Martín Martínez Pascual

“Hermano, siervo de Dios, practica… la religión” (cf. 1 Tim 6,11). Haciendo referencia a estas palabras del Evangelio, se dirigía San Juan Pablo II al grupo de sacerdotes mártires de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos que fueron beatificados el 1 de octubre de 1995. Estas palabras encajan a la perfección con el carisma fundado por el Beato Manuel Domingo y Sol, que se encargaba precisamente de esto: formar a futuros sacerdotes y catequizar a todos los necesitados.

Infancia

En el pueblo de Valdealgorfa, provincia de Teruel, nació el día 11 de noviembre de 1910 el niño Martín Martínez Pascual. Sus padres eran un matrimonio muy trabajador y cristiano. D. Martín Martínez Callao era un conocido carpintero de la localidad y Doña Francisca Pascual Amposta era ama de casa. El matrimonio se esforzó en inculcar muchos y buenos valores a sus tres hijos, los educaron en la Fe cristiana desde una religiosidad sencilla. Al día siguiente de nacer, lo bautizaron en la majestuosa iglesia de Nuestra Señora de la Natividad. Le pusieron el nombre de Martín en honor a su padre.

Como todos los niños en su infancia, era travieso y alegre, le gustaba pasar largas jornadas de juegos con sus amigos, llevaba siempre la iniciativa. En el año 1919, cuando contaba con nueve años de edad, ayudaba como monaguillo en el convento que las Hermanas Clarisas tenían cerca de su casa; con estas religiosas le unió hasta su muerte un gran cariño. Aquí se sintió muy atraído por la adoración al Santísimo Sacramento. Le llamó especialmente la atención cómo estas religiosas se arrodillaban y pasaban largas horas de recogida oración delante de la custodia o el sagrario, adorando a Jesús Sacramentado. Este hecho con toda probabilidad fue el que influyó a la hora de encauzar su vida por el sacerdocio, ya que desde muy joven dijo a sus padres que quería ser sacerdote. Uno de sus amigos de infancia recuerda al Beato Martín de esta forma: “De chico era muy bueno y muy piadoso. Animaba a los demás chicos a ser buenos y rezaba con ellos”, Martín “era un santito”.

Vocación

Como ya hemos dicho, el joven Martín sintió muy pronto la llamada al sacerdocio, casi con toda la seguridad podamos decir que esta vocación maduró día tras día en este convento de las Clarisas. Sus padres tenían mucho interés en que el joven fuese Guardia civil, era una carrera con bastantes salidas en aquella época, aparte de que estaba bien vista por la sociedad. Martín era buen estudiante y sus padres estaban convencidos de que no le supondría mucho esfuerzo sacar esta carrera, pero él dijo que no, que sería sacerdote, y así se lo hizo saber al párroco, D. Mariano Portolés Piquer. Este sacerdote fue muy querido en Valdealgorfa por encargase de cuidar y dirigir las vocaciones religiosas que surgían en este pueblo- que eran muchas –, a todos los seminaristas y novicias daba muy buenos consejos que acompañarían a éstos a lo largo de sus vidas. Algunos vecinos y compañeros del Beato declararon que la vocación del Beato Martín podría venir del ejemplo de D. Mariano, ya que era un sacerdote modelo que suscitó muchas vocaciones gracias sus virtudes.

Con inmensa alegría marchó desde su pueblo natal hasta el Seminario menor de Belchite (Zaragoza).

En los primeros años no destacó del resto de seminaristas, era un seminarista más, aplicado en los estudios y obediente en lo que le encargaban sus superiores. En el tiempo libre que tenía con los demás seminaristas no dejó a un lado sus travesuras, le gustaba gastar pequeñas bromas. Esto cambió de alguna forma cuando empezó a estudiar la materia de filosofía, a partir de entonces se esforzó mucho por alcanzar la perfección en todo aquello que emprendía. No podemos confundir su cambio con una especie de misticismo, todo lo contrario, él siguió esforzándose con la misma sencillez y naturalidad de siempre, aunque sí que es cierto que en esto tuvo que ver mucho “Historia de un alma”, libro de Santa Teresita de Niño Jesús (durante ese tiempo, el Beato Martín leyó este libro). La alegría que desbordaba por donde pasaba todos la recuerdan como una de sus mayores virtudes, era una alegría natural que cautivaba a todos con los que trataba.

En esta última etapa del Seminario de Belchite dejó muy buen recuerdo en todos los seminaristas menores. Estos jóvenes lo recuerdan como un hermano mayor muy alegre y simpático, encargado de hacer de mediador en los roces de caracteres que surgían entre ellos. A parte también lo recuerdan por su amor al Santísimo Sacramento, a la Inmaculada Concepción, a San José y a Santa Teresita del Niño Jesús. Sin ni tan siquiera él saberlo, empujaba con su devoto ejemplo a hacer lo mismo a los jóvenes seminaristas, en concreto a visitar al Santísimo y pasar largas jornadas adorándolo. D. Martín Fuster, paisano suyo y entonces seminarista, lo recuerda de esta manera: “En el Seminario, sobre todo los últimos años, fue ejemplar. En vacaciones era seminarista modelo y apóstol entre nosotros, los seminaristas más pequeños. Ya entonces gozaba de fama, no solamente de bueno, sino de santo”.

En el año 1932 ya estaba cerca el fin de su carrera y con ello pronto sería ordenado sacerdote. El día 12 de noviembre, un día después de haber cumplido veintidós años, recibió la tonsura, un día después los ministerios de ostiario y lector, pocos días más tarde los de exorcista y acólito.

Sacerdote de la Hermandad de los Sacerdotes Operarios Diocesanos

Desde que el Beato Martín leyó los libros de Santa Teresita del Niño Jesús deseaba ser misionero, a medida que pasaba el tiempo está más convencido de serlo. No encontró facilidades para cumplir este deseo, él quería cumplirlo de inmediato y esto conllevaba una serie de “burocracias” que se resolverían a largo plazo, y no a corto plazo como era su deseo.

En el año 1934 solicitó entrar en la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, instituto fundado por el Beato Manuel Domingo y Sol. El Director General de la Hermandad era D. Pedro Ruiz de los Paños (beato y mártir), fue él quien dirigió la solicitud de admisión al arzobispo de Zaragoza, quien finalmente lo admitió. Según él mismo Beato Martín contó en una ocasión, ingresó en la Hermandad de los Sacerdotes Operarios con el celo de preparar sacerdotes santos con espíritu apostólico que llevaran el mensaje del Evangelio por todas partes del mundo. Estaba convencido de que siendo él mismo un santo dentro de la Hermandad, surgirían vocaciones de misioneros santos en todos los seminarios de este instituto. En cambio, su familia no mostraba mucho agrado por la idea de que ingresara en la Hermandad, pensaban que en una parroquia de la diócesis podría estar más comunicado con los padres, que ya eran mayores. Finalmente, vieron con buenos ojos su reciente ingreso.

En 1934, marcha para Tortosa (Tarragona) donde la Hermandad tenía sus principales casas y seminarios. Aquí se prepara con mucha humildad, alegría, confianza e intensa oración para su ordenación. El 4 de noviembre de 1934 fue ordenado subdiácono, el 10 de febrero de 1935 fue ordenado diácono y el 15 de junio de 1935 recibió la ordenación sacerdotal en Tortosa. Cantó la primera misa en la casa de Probación y después marchó hasta su pueblo, Valdealgorfa, para celebrar su segunda misa. Era el día del Corpus Christi y por la tarde sacó al Santísimo Sacramento en procesión por el pueblo.

Formador de sacerdotes en Murcia y última prueba: el martirio

En el curso que comprendía entre los años 1935-36, el Beato Martín fue destinado al colegio de vocaciones de San José en Murcia como formador y también como profesor de latín en el seminario Mayor de San Fulgencio. Era su primer destino como sacerdote y lo desempeñó poniendo todas sus fuerzas e ilusión. En este año su trabajo hizo una gran reforma, fue muy valorado y reconocido por superiores y alumnos. Muchos de sus alumnos dirían: “De no haber sido mártir, habría llegado a ser Santo de todas formas”.

En 1936 el ambiente político ya empezaba a preocupar al joven D. Martín, no obstante, no se vino abajo por nada de lo que se veía y oía en la ciudad, mostraba siempre su confianza en la Providencia. Si por algo se preocupaba era por los jóvenes seminaristas, por si perdían la vocación en estos difíciles momentos. El 26 de junio de 1936 marchó para Tortosa a unos ejercicios espirituales, donde muchos de los sacerdotes de la Hermandad asistían (de los treinta asistentes a dichos ejercicios, murieron mártires veintidós). Terminados los ejercicios se dirigió a su pueblo natal, ese mismo día unos milicianos de otra localidad venían con órdenes estrictas de persecución a Valdealgorfa. Por esta razón celebró su última misa en público, comulgaron todas las monjas y los sacerdotes con celebrantes con el mayor recogimiento.

Desde este mismo día no le quedó otra opción que vivir oculto y vestir como laico. Estando oculto en la casa de sus padres, los milicianos fueron a buscarlo en varias ocasiones y él huía saltando tapias de una casa a otra, llevando encima el Santísimo Sacramento por si tenía ocasión de visitar por la noche a algún enfermo o moribundo. Después de deambular de casa en casa de sus buenos vecinos, marchó a ocultarse en una cueva a las afueras del pueblo. Aquí permaneció más de veinte días, que fueron su particular Viacrucis. Jesús Sacramentado, que lo acompañaba en esas horas amargas, era su fortaleza, intensificaba la oración y rezaba sin descanso, estaba seguro de que le quedaba poco tiempo para morir mártir.

El día 18 de agosto el comité emitió un bando para que se presentaran todos los sacerdotes del pueblo, al no acudir el Beato Martín, arrestaron a su padre con la amenaza de matarlo. Unos vecinos le hicieron llegar la noticia a la cueva donde se ocultaba y de inmediato corrió sin descanso para llegar al pueblo. Muchos vecinos se lo cruzaron y aseguraban que estaba alegre y sin muestras de miedo. Un miliciano amigo de la familia se acercó y le dijo que a él y a su padre no les pasaría nada, pero Martín le dijo al miliciano que les perdonaba a todos, a continuación le dio un abrazo para sus familiares y le aseguró que perdonaría a sus asesinos. Al poco tiempo fue detenido por confesar que era “Martín Martínez, sacerdote como los demás detenidos”. Sólo permaneció unos minutos encarcelado junto los demás sacerdotes del pueblo, en estos pocos minutos le dio tiempo a compartir las sagradas formas que llevaba ocultas, así pudieron comulgar todos. Seguidamente los montaron en un camión y pasaron a recoger a un grupo de seglares que tenían presos en una ermita, al subir éstos al camión, el Beato Martín dijo en voz alta: “¡Qué lástima no haber sabido yo esto, porque hubieran participado también éstos del banquete celestial!”.

En el momento final, los milicianos le dijeron que si quería decir sus últimas palabras, muy sereno dijo: “Yo no quiero sino daros mi bendición y que Dios no os tome en cuenta la locura que vais a cometer”. Acto seguido le ordenaron que se volviera de espaldas, y se dirigió a los milicianos diciendo: “Moriré de frente porque no he hecho ningún mal”. Al empezar los disparos gritó: “¡Viva Cristo Rey!” y se abrazó al joven Martín Fuster, que apenas había cumplido un mes desde que cantara su primera misa. Esto fue una prueba más de su protección, cariño y unión por las jóvenes vocaciones sacerdotales. Tenía veinticinco años y como vemos en la foto que abre el artículo murió alegre, sereno y amando a la Iglesia.

Beatificación

Después de reconocerse el martirio de este grupo de nueve Sacerdotes Operarios Diocesanos, encabezado por el Beato Pedro Ruiz de los Paños, fueron beatificados por San Juan Pablo II el 1 de octubre de 1995, junto a varios grupos de otros mártires del siglo XX de España. Estos nueve mártires no recibieron juntos el martirio, tampoco el mismo día, ni siquiera en la misma ciudad, pero la H.S.O.D unificó las causas. Actualmente los restos de parte de ellos descansan en el templo de la reparación de Tortosa.

domingo, 17 de agosto de 2025

Reflexión del 17/08/2025

Lecturas del 17/08/2025

En aquellos días, los dignatarios dijeron al rey: «Hay que condenar a muerte a ese Jeremías, pues, con semejantes discursos, está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y al resto de la gente. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia».
Respondió el rey Sedecías: «Ahí lo tenéis, en vuestras manos. Nada puedo hacer yo contra vosotros».
Ellos se apoderaron de Jeremías y lo metieron en el aljibe de Malquías, príncipe real, en el patio de la guardia, descolgándolo con sogas. Jeremías se hundió en el lodo del fondo, pues el aljibe no tenía agua.
Ebedmelek abandonó el palacio, fue al rey y le dijo: «Mi rey y señor, esos hombres han tratado injustamente al profeta Jeremías al arrojarlo al aljibe, donde sin duda morirá de hambre, pues no queda pan en la ciudad».
Entonces el rey ordenó a Ebedmélec, el cusita: «Toma tres hombres a tu mando y sacad al profeta Jeremías del aljibe antes de que muera».
Hermanos:
Teniendo una nube tan ingente de testigos, corramos con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo.
Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división.
Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra».

Palabra del Señor.

17 de Agosto 2025 – Santa Beatriz de Silva

Mi padre, Ruy Gómes da Silva, fue alcalde mayor de Campo Mayor y consejero del rey D. Duarte. Mi madre, Dª Isabel de Meneses era una dama emparentada con las casas reales de España y Portugal.

De mi infancia puedo deciros que crecí en el seno de una familia de hondas raíces cristianas. Éramos once hermanos, criados y educados con mucho amor.

Muy jovencita, como era costumbre en la época, me trasladé a la Corte de la reina Isabel, hija de D. Juan, príncipe de Portugal, al casarse ésta con D. Juan II, rey de Castilla. Permanecí en la corte de Tordesillas, como dama de la reina varios años.

Mis biógrafos, que me miran con buenos ojos, decían que era muy hermosa, “la dama más bella de la corte de Castilla”. Quizás no era consciente de ello pero mi belleza atraía las miradas de todos y despertaba cierta admiración en quienes me trataban. Cierto es que muchos nobles caballeros me pidieron en matrimonio, pero yo tenía las miras en otro caballero, pero de eso os hablaré más adelante.

Creo que por ello, la Reina, pudo contemplar en mí una rival en su matrimonio. Dicen que sus celos le llevaron a encerrarme. Solo sé que un día de forma inesperada para mí, me encontré dentro de un cofre en un rincón del castillo.

En medio de la oscuridad me encomendé con todo el corazón a la Virgen María. Pude verla, no sé si con mis propios ojos o los de la fe. Iba vestida de hábito blanco y manto azul y el niño Jesús en brazos. Me habló, o al menos yo pude escuchar sus palabras de ánimo y su consuelo. Me hizo un encargo que desde entonces no olvidé: fundar una Orden dedicada a la honra del misterio de su Inmaculada Concepción. El hábito de las monjas sería el mismo que ella lucía, blanco y azul. No pude sino ofrecerme como su servidora y consagrarme a ella. La Reina de cielo me libró de aquella prisión. 

Al cabo de tres días salí de allí como si nada hubiera pasado. Abandoné la corte e ingresé, como seglar o señora de piso, en el Monasterio dominico de Santo Domingo el Real. Estuve en este retiro por espacio de treinta años, durante los cuales permanecí con el rostro cubierto siempre con un velo, no sólo como penitencia sino, sobre todo, en señal de una total consagración a mi Señor. Esperaba así la hora de poder llevar a cabo la misión que me había encomendado mi Señora, la Virgen Inmaculada. Llegó el año 1884. Fue un año grato para mi e inolvidable. Abandoné el Monasterio de Santo Domingo y con algunas compañeras, pasamos a una casa llamada Palacios de Galiana, junto a la muralla norte de Toledo, un regalo donado por la Reina Isabel. Sí, Isabel la Católica. Nos unía una cierta amistad. Fue muy generosa. También nos concedió la capilla adjunta, dedicada a Santa Fe, una santa de origen francés.

Durante cinco años vivimos en Santa Fe. No profesamos en ninguna orden religiosa, ni vivíamos bajo ninguna regla aprobada por la Iglesia. Fue una experiencia nueva dentro del monacato femenino de aquella época. Finalmente a petición mía y de la Reina Isabel, nuestra valedora, el 30 de abril de 1489, conseguimos del Papa Inocencio VIII la aprobación de un Monasterio dedicado a la Concepción de la Bienaventurada Virgen María. Era el comienzo de un camino, un divino camino. Quiso el Señor llamarme a su lado antes de empezar a caminar por él, o quizás ya había comenzado. Antes de marchar hacia el año 1492 pude profesar en presencia de mis hermanas y el obispo de Toledo.

El monasterio no desapareció. La Comunidad, a pesar de muchas dificultades continuó fiel a nuestros primeros proyectos. La perseverancia de las primeras hermanas y el apoyo de la Orden franciscana que nos acompañó desde los comienzos, dio como resultado el crecimiento de la Orden desde Toledo a otros lugares del Reino. Por fin, el 17 de septiembre de 1511 obtuvimos regla propia. A mediados del s. XVI, la Orden de la Concepción de la bienaventurada Virgen María, llegó hasta el Nuevo mundo.

El Papa Pío XI confirmó el culto inmemorial que muchos me tributaron y me proclamó Beata el 28 de julio de 1926. Más tarde, reanudada la causa de canonización en 1950 por Pío XII, Pablo VI me canonizó solemnemente el 3 de octubre de 1976. Mi fiesta litúrgica se celebra el día 17 de agosto.

Soy conocida en la historia como “la dama del rostro velado” y “la mujer del silencio”. Espero que hayáis disfrutado con esta breve historia de mi vida que os he compartido. Ahora son mis hijas, extendidas por todo el mundo quienes hacen presente el Carisma que un día el Espíritu Santo me inspiró.