jueves, 16 de octubre de 2025

Reflexión del 16/10/2025

Lecturas del 16/10/2025

Hermanos:
Ahora, sin la ley se ha manifestado la justicia de Dios, atestiguada por la Ley y los Profetas; justicia de Dios por la fe en Jesucristo para todos los que creen.
Pues no hay distinción, ya que todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención realizada en Cristo Jesús.
Dios lo constituyó medio de propiciación mediante la fe en su sangre, para mostrar su justicia pasando por alto los pecados del pasado en el tiempo de la paciencia de Dios; actuó así para mostrar su justicia en este tiempo, a fin de manifestar que era justo y que justifica al que tiene fe en Jesús.
Y ahora, ¿dónde está la gloria? Queda eliminada. ¿En virtud de qué ley? ¿De la ley de las obras? No, sino en virtud de la ley de la fe.
Pues sostenemos que el hombre es justificado por la fe, sin obras de la Ley.
¿Acaso Dios lo es solo de los judíos? ¿No lo es también de los gentiles? También lo es de los gentiles, si es verdad que no hay más que un Dios.
En aquel tiempo, dijo el Señor:
«¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, a quienes mataron vuestros padres!
Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron y vosotros les edificáis mausoleos.
Por eso dijo la Sabiduría de Dios: “Les enviaré profetas y apóstoles: a algunos de ellos los matarán y perseguirán”; y así a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de todos los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario.
Sí, os digo: se le pedirá cuenta a esta generación.
¡Ay de vosotros, maestros de la ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia: vosotros no habéis entrado y a los que intentaban entrar se lo habéis impedido!».
Al salir de allí, los escribas y fariseos empezaron a acosarlo implacablemente y a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, tendiéndole trampas para cazarlo con alguna palabra de su boca.

Palabra del Señor.

16 de Octubre 2025 – Santa Margarita María Alacoque

En la Francia del siglo XVII, la fe del pueblo estaba quebrantada; había rebelión contra la Iglesia y descuido de sus enseñanzas; el auge del protestantismo y la herejía jansenista' tenían parte de culpa en el debilitamiento del edificio levantado con el esfuerzo de los siglos. Pero como cada amenaza ocasiona una respuesta, surgieron, frescas y lozanas, nuevas fuerzas para enfrentarse a tales sucesos. Fueron particularmente efectivos tres religiosos famosos que hoy día veneramos como santos : Juan Eudes y Claudio de la Columbiére fueron sacerdotes y escritores jesuitas franceses; Margarita María Alacoque fue una sencilla monja de la orden de la Visitación. Su obra iba a ser la de popularizar la devoción del Sagrado Corazón de Jesús. Para representar a este trío así como al movimiento, hemos escogido a Margarita María Alacoque.

Nació en 1647 en Janots, pequeño pueblo de Borgoña, siendo la quinta de siete hermanos, hijos de Claudio y Filiberta Alacoque. Su padre era un notario próspero; la familia poseía una casa de campo y tierras labrantías y tenía algunos parentescos aristocráticos. La madrina de Margarita era una vecina, la condesa de Corchevar. De niña, Margarita pasó mucho tiempo junto a ella, pero la repentina muerte de la dama puso fin a esas visitas. El padre murió de neumonía cuando Margarita contaba ocho años, y éste fue otro golpe para la pequeña. Claudio había sido un hombre amante de su familia, pero extravagante y de poca visión, y su muerte les colocó en muy mala situación económica. No obstante, Margarita fue enviada a la escuela de las hermanas urbanistas de Charolles. La niña gustaba de la paz y orden de la vida del convento y las monjas estaban tan admiradas de su devoción, que le permitieron hacer su primera comunión a los nueve años. Un fuerte reuma obligó a Margarita a guardar cama durante cuatro años, y tuvo que ser enviada a su casa, a la que se habían trasladado varios parientes de su padre que habían tomado en sus manos la dirección de la granja y de la farrAlia. Ella y su madre no eran consideradas y se las trataba como sirvientas. Esta dolorosa situación empeoró cuando Margarita se restableció, ya que aquellos familiares quisieron dirigir también todas sus idas y venidas. No le permitían ir a la iglesia tan frecuentemente como ella hubiera deseado y, por ello, la niña solía llorar y rezar en un rincón del jardín. Se sentía afligida ante la idea de que no podía facilitar aquel estado de cosas a su madre. Cuando el mayor de los hermanos alcanzó la mayoría de edad, todo volvió a su cauce, ya que la propiedad quedó en sus manos y la familia pudo posesionarse nuevamente de su casa.

Filiberta deseaba que su hija se casara, pero ella consideró aquella posibilidad por cierto tiempo con indecisión, durante el cual infligía a su cuerpo severas austeridades. A los veinte años, inspirada por una visión, desechó aquellos pensamientos y decidió entrar en un convento. Mientras esperaba ser admitida procuró ayudar y enseñar a algunos niños del pueblo, de los que nadie se ocupaba. A los veintidós años hizo su profesión en el convento de la Visitación en ParayleMonial. Las monjas de la Visitación, orden fundada años atrás por San Francisco de Sales, tenían fama por su humildad y su dedicación y Margarita sobresalió en esas virtudes cuando todavía era novicia. Cuando hizo su profesión, le fue añadido el nombre de María y la llamaron Margarita María. Comenzó entonces una serie de mortificaciones y penitencias, que con mayor o menor intensidad continuarían durante toda su vida. Sabemos que fue asignada a la enfermería y que no era muy hábil en aquella tarea.

Pasaron varios años en el convento y Margarita María comenzó a tener experiencias que parecían de origen sobrenatural. La primera ocurrió el 27 de diciembre de 1673, mientras estaba arrodillada en la capilla. Se sintió invadida por la Presencia Divina y oyó que el Señor la invitaba a ocupar el lugar que tuviera San Juan durante la Última Cena. El Señor le dijo que el amor de Su Corazón debía cundir y manifestarse entre los hombres y que Él revelaría sus gracias a través de ella. Fue éste el principio de una serie de revelaciones que iban a cubrir un período de dieciocho meses. Cuando Margarita María fue a hablar con la superiora, Madre de Saumaise, y relató esas experiencias místicas asegurando que ella, humilde monja, había sido elegida para transmitir la nueva devoción del Sagrado Corazón, fue reprendida por su presunción. Margarita quedó tan deprimida que sufrió un desmayo y se puso tan enferma que llegaron a desesperar de salvarle la vida. Entonces la madre superiora pensó que podía haberse equivocado al juzgar a la monja y prometió que, si la vida de Margarita se salvaba, lo tomaría como prueba de que las visiones y mensajes provenían, verdaderamente, de Dios. Cuando Margarita María se restableció, la superiora invitó a varios teólogos que por entonces se hallaban en la ciudad ?un jesuita y un benedictino? Para que oyeran aquella historia. Estos sacerdotes la escucharon y juzgaron que la joven monja era víctima de ilusiones. Su examen fue una tortura para Margarita María. Más tarde otro jesuita, el Padre Claudio de la Columbiére, habló con ella y quedó por entero convencido de la autenticidad de aquellas revelaciones. Él fue quien escribió acerca de la monja y el que empezaría esta devoción en Inglaterra.

Durante muchos años la monja sufrió desesperaciones, autodisciplinas y los desdenes y desprecios de quienes la rodeaban. En 1681, el Padre Claudio regresó al convento, en donde murió al año siguiente. Margarita María fue nombrada asistente y directora de las novicias por una nueva madre superiora, que se mostraba más simpatizante con ella. La oposición cesó, o al menos fue refrenada, después de que un relato de las visiones de Margarita fue leído en alta voz en el refectorio, leyendo lo que escribiera el Padre Claudio, el cual había tomado a su cargo la tarea de hacer conocer al mundo las notables experiencias de la monja. A ésta no le importaba mayormente ser o no vindicada. A los cuarenta y tres años, mientras por segundo vez servía como asistente de la superiora, cayó enferma y, empeorando rápidamente, recibió los últimos sacramentos mientras murmuraba : «Sólo necesito a Dios y perderme en el corazón de Jesús.»

Aunque la devoción del Sagrado Corazón de Jesús se practicaba antes de esa época, ganó entonces tremendo ímpetu gracias a la obra del Padre Juan Eudes y a los escritos del Padre Claudio. El Sagrado Corazón se consideraba como «el símbolo de ese amor sin límites que impulsó al Verbo a hacerse carne, a instituir la Santa Eucaristía, a tomar sobre Él nuestros pecados y, muriendo en la Cruz, ofrecerse como víctima y sacrificio al Padre eterno». Ese culto se popularizó primeramente en Francia, se extendió luego a Polonia y otros países, incluyendo a los Estados Unidos en una época posterior. La primera petición a la Santa Sede para la institución de la fiesta fue la que hizo la reina María, consorte de Jaime II de Inglaterra. El mes de junio se ha señalado para esta devoción y desde 1929 la fiesta es una de las mayores de la Iglesia.

miércoles, 15 de octubre de 2025

Reflexión del 15/10/2025

Lecturas del 15/10/2025

Así obra el que teme al Señor, el que observa la ley alcanza la sabiduría.
Ella le sale al encuentro como una madre y lo acoge como una joven esposa. Lo alimenta con pan de inteligencia y le da a beber agua de sabiduría.
Si se apoya en ella, no vacilará, si se aferra a ella, no quedará defraudado.
Ella lo ensalzará sobre sus compañeros y en medio de la asamblea le abrirá la boca.
Lo llenará del espíritu de sabiduría y de inteligencia y lo revestirá con un vestido de gloria. Encontrará gozo y corona de júbilo, y un hombre eterno recibirá en herencia.
En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».

Palabra del Señor.

15 de Octubre 2025 – Santa Teresa de Jesús

En la Autobiografía que completó al finalizar su vida Santa Teresa de Ávila nos da una descripción de sus padres junto con una censura de su propio carácter. «La posesión de padres virtuosos que vivían en el temor de Dios, junto con aquellos favores que recibí de su Divina Majestad, pudieron haberme hecho buena de no haber sido tan perversa.» La conciencia del pecado que prevalecía en la España del siglo xvi fue causa, seguramente, de esa confesión de culpa. Lo que sabemos acerca de los primeros años de Teresa no nos parece perverso, sino que, por el contrario, nos demuestra que ella era una niña extraordinariamente activa, imaginativa y sensible. Sus padres, don Alfonso Sánchez de Cepeda y doña Beatriz Dávila y Ahumada, su segunda esposa, eran gente de posición en Ávila, ciudad de Castilla la Vieja en la que nació Teresa el 28 de marzo de 1515. De este matrimonio nacieron nove hijos, de los que Teresa era la tercera. Había también tres hijos del primer matrimonio.

Educada piadosamente, Teresa quedaba fascinada por las historias de los santos mártires, al igual que su hermano Rodrigo, el cual tenía muy poca diferencia de edad con ella y fue su compañero en las aventuras infantiles. En una ocasión, cuando Teresa tenía siete años, planearon huir al África, en donde podían ser decapitados por los infieles moros y lograr así el martirio. Se escaparon en secreto, pensando mendigar por el camino, como los pobres frailes, pero tan sólo habían caminado corto trecho cuando toparon con un tío suyo, quien los llevó ante su angustiada madre, la cual había enviado a los criados en busca suya. Entonces Teresa y su hermano pensaron hacerse ermitaños y trataron de construir pequeñas celdas con las piedras que hallaron en el jardín. De estas anécdotas sacamos la conclusión de que los pensamientos e influencias religiosas dominaron la vida de la futura santa desde su infancia.

Teresa tenía únicamente catorce años cuando murió su madre, y más tarde escribiría estas palabras sobre la tristeza que sintió ante el suceso: «En cuanto pude comprender cuán grande pérdida había sufrido al perderla me llené de aflicción; y fui ante la imagen de Nuestra Bendita Señora y con muchas lágrimas le supliqué que se dignara ser mi madre.» En esa época, las visitas que le hacía una prima suya eran muy bien acogidas, pero surtían el efecto de estimular su interés por las cosas superficiales. Una de sus diversiones era la lectura de cuentos de caballería, y Teresa llegó a tratar de escribir historias románticas. «Esos cuentos ?nos dice en su Autobiografía? no dejaron de enfriar mis buenos deseos y fueron causa de que cayera, insensiblemente, en otros defectos. Estaba tan encantada que no podía ser feliz sin otro nuevo cuento entre las manos. Comencé a imitar las modas, a gozar estando bien vestida, cuidando mucho de mis manos, usando perfumes y llevando todos los vanos adornos que mi posición en el mundo permitía.» Dándose cuenta de este súbito cambio en la personalidad de Teresa, su padre decidió colocarla en un convento de monjas agustinas, en Ávila, en donde otras jóvenes de su clase eran educadas. Ese hecho hizo darse cuenta a Teresa de que el peligro que había corrido era mayor del que imaginaba. Después de estar año y medio en el convento tuvo una enfermedad, que parece haber sido un tipo maligno de malaria, y don Alfonso la hizo regresar al hogar. Después de restablecerse fue a vivir con su hermana mayor, la cual se había casado y vivía en el campo. Luego visitó a un tío, Pedro Sánchez de Cepeda, hombre muy sobrio y piadoso. De regreso en el hogar paterno y temiendo que la forzaran a casarse a disgusto comenzó a considerar si debería adoptar la vida religiosa. La lectura de las Cartas de San Jerónimo 1 la ayudó a decidirse. El realismo y ardor de San Jerónimo eran similares a los de su espíritu castellano, con su mezcla de lo práctico y lo idealista. Entonces declaró a su padre su deseo de hacerse monja, pero él no dio su consentimiento, diciendo que después de su muerte podría hacer lo que quisiera.

Esa reacción fue causa de un nuevo conflicto, ya que Teresa amaba a su padre profundamente. Sintiendo que la demora podría debilitar su resolución, marchó en secreto al convento carmelita de la Encarnación,2 en las afueras de Ávila, en donde vivía su amada amiga la hermana Juana Suárez, y allí pidió ser admitida. De este paso doloroso escribiría luego: «Me acuerdo... cuando salí de casa de mi padre. La agudeza de los sentidos no creo pueda ser mayor en el momento de agonía de mi muerte de lo que fue entonces. Parecía como si todos los huesos de mi cuerpo se quebrasen... En mí no había entonces tal amor de Dios como era necesario para extinguir el amor que sentía por mi padre y mis amigos.» Teresa hizo su profesión un año después, pero entonces tuvo una recaída de su enfermedad y don Alfonso logró sacarla del convento, ya que la regla de clausura no tenía efecto entonces. Después de un período de intensos sufrimientos, durante el cual, al menos en una ocasión, se desesperó de salvar su vida, Teresa comenzó a restablecerse gradualmente. A ello le ayudaron ciertas oraciones que había comenzado a rezar. Su devoto tío Pedro le había regalado un libro llamado El tercer alfabeto espiritual, del Padre Francisco de Osuna, que trataba de las «oraciones de recogimiento y calma». Tomó ese libro como guía y comenzó a concentrarse en la oración mental, progresando hacia la «oración de calma», con el alma descansando en la contemplación divina, olvidada de todas las cosas terrenales. Ocasionalmente, durante breves instantes, alcanzó la «oración de unión», en la que todos los poderes del alma están absortos en Dios. Persuadió a su padre para que se dedicara a esta forma de plegaria.

Después de tres años, Teresa regresó al convento. Su inteligencia, ternura y encanto la hicieron favorita y halló placer en estar con la gente. En aquellos días era costumbre de las jóvenes monjas en España recibir a sus visitas en la sala del convento, y allí Teresa pasaba mucho tiempo charlando con sus amistades. Se sintió atraída por uno de sus visitantes cuya compañía le turbaba, aunque ella misma se tranquilizaba diciéndose que no podía haber pecado, ya que sólo hacía lo que otras, mejores que ella, solían hacer. Durante este período abandonó su costumbre de la oración mental, poniendo como pretexto su mal estado de salud. «Esta excusa de debilidad mental ?escribió luego? no era razón suficiente para que yo abandonara algo tan bueno, que no requería fuerza física, sino únicamente amor y costumbre. En medio de la enfermedad puede ofrecerse la mejor oración y es una equivocación pensar que sólo puede hacerse en soledad.» Volvió a practicar la oración mental y no había de abandonarla nunca, aunque todavía no tenía el valor de seguir a Dios por completo o el de dejar de malgastar su tiempo y talento. Pero durante esos años de aparente irresolución se estaba forjando su espíritu. Cuando se sentía deprimida por su propia indignidad se volvía hacia aquellos dos grandes penitentes, Santa María Magdalena y San Agustín, y a través de ellos tuvo experiencias que fortalecieron su voluntad. Una de ellas fue la lectura de las Confesiones de San Agustín.; otra fue un arrollador impulso de hacer penitencia ante un cuadro del Señor atormentado, de la cual escribió : «Sentí que María Magdalena venía a socorrerme... Desde ese día he ido mejorando en mi vida espiritual.»

Cuando, por último, Teresa se retiró de los placeres de la sociedad, volvió a sentirse capaz de rezar la «oración de calma», así como la «oración de unión». Comenzó a tener visiones intelectuales de las cosas divinas y a oír voces interiores. Aunque estaba persuadida de que estas manifestaciones venían de Dios, algunas veces tenía miedo y se sentía turbada. Consultó a muchas personas, rogando a todas que guardaran el secreto, pero sus perplejidades, no obstante, fueron pronto conocidas, para mortificación suya. Entre las personas con quienes habló estaba el Padre Gaspar Daza, sacerdote culto, quien, después de escucharla, le dijo que debía estar engañada, pues tales favores divinos no estaban de acuerdo con una vida tan llena de imperfecciones como la propia Teresa admitía ser la suya. Un amigo, don Francisco de Salcedo, le sugirió que hablase con un sacerdote de la recién formada Compañía de Jesús. A uno de ellos, Teresa hizo su confesión general, relatando su modo de orar y sus extraordinarias visiones. El sacerdote le aseguró que experimentaba gracias divinas, pero la previno que había dejado de echar los cimientos de la verdadera vida espiritual mediante las mortificaciones del cuerpo. Le aconsejó que resistiera a las voces y visiones durante dos meses; la resistencia fue inútil. Francisco Borja, por entonces comisario general de la Compañía de Jesús en España, la aconsejó que no resistiera más, pero que tampoco buscara tales experiencias.

Otro jesuita, el Padre Baltasar Álvarez, que entonces se convirtió en director suyo, le señaló ciertos rasgos que no eran compatibles con la gracia perfecta. Le dijo que haría bien en rogar a Dios que la dirigiera en lo que fuera más agradable para Él, y en recitar a diario el himno de San Gregorio el Grande, Veni Creator Spiritus! Cierto día, mientras repetía las estrofas, tuvo un rapto durante el cual oyó las palabras «Yo no te haré tener conversaciones con los hombres, sino con los ángeles». Durante tres años, mientras el padre Baltasar fue director suyo, sufrió la desaprobación de todos los que la rodeaban, y durante dos años sintió gran desolación. Era censurada por sus austeridades y ridiculizada como víctima de ilusiones o tratada de hipócrita. Un confesor al que acudió en ausencia del Padre Baltasar llegó a decirle que hasta su oración era ilusoria y le ordenó que cuando viera alguna visión hiciera el signo de la cruz y la repeliera como si fuera un espíritu maligno. Pero Teresa nos dice que entonces las visiones llegaron trayendo pruebas de su propia autenticidad, de modo que era imposible dudar que vinieran de Dios. Sin embargo, obedeció las órdenes de su confesor. El Papa Gregorio XV, en su bula de canonización, comenta la obediencia de la santa con estas palabras : «Llegó a decir que podía engañarse al discernir visiones y revelaciones, pero no al obedecer a sus superiores.»

En 1557 Pedro de Alcántara, franciscano de la Observancia, llegó a Ávila. Pocas santas han sido tan experimentadas en su vida interior, por lo que el franciscano halló en Teresa pruebas inequívocas del Espíritu Santo. Abiertamente expresó la compasión que sentía por las calumnias de que había sido objeto y le predijo que no habían acabado sus penalidades. No obstante, al continuar sus experiencias místicas, la grandeza y bondad de Dios, la dulzura de Su servicio, se hicieron más manifiestas para ella. Algunas veces era alzada del suelo, experiencia que otros santos habían conocido. La santa nos dice: «Dios no parece contentarse con alzar el alma hacia Él, sino que necesita alzar el propio cuerpo también, aun cuando es mortal y compuesto de tan sucia arcilla como nosotros lo hemos vuelto por nuestros pecados.»

Ella misma nos dice que fue por entonces cuando ocurrió su más singular experiencia, su desposorio místico con Cristo y el lanzazo de su corazón. De esto último escribe : «Vi a un ángel muy cerca de mí, hacia mi izquierda, de forma carnal, lo cual no es costumbre en mí; pues aunque frecuentemente los ángeles se me representan es únicamente con mi visión mental. Este ángel parecía más bien pequeño que grande y era muy hermoso. Su rostro era tan ardiente que parecía ser el de uno de esos altos ángeles llamados serafines que parecen arder con el amor divino. En sus manos tenía una daga dorada y en la punta de ella ardía una llamita. Y sentí que varias veces me atravesaba con ella el corazón de tal modo que pasaba a través de mis intestinos. Y cuando la sacó creo los sacó también a ellos dejándome ardiendo con un gran amor de Dios.» El dolor de su alma se extendió por todo su cuerpo, pero se acompañaba de un gran deleite; era como si estuviera transportada, sin cuidarse de ver ni de hablar, sino sólo ocupada en consumirse con aquella mezcla de dolor y felicidad.»

Teresa anhelaba morir para poder unirse a Dios, pero ese anhelo se refrenaba por su deseo de sufrir por Él en la tierra. El relato que su Autobiografía nos da de sus revelaciones es notable por su sinceridad, genuina sencillez de estilo y precisión escrupulosa. Mujer sin conocimientos literarios, escribió en su lengua castellana vernácula, asentando sus experiencias a pesar suyo, obedeciendo a su confesor, y sometiendo todo a su juicio y al de la Iglesia, quejándose únicamente de que esa tarea no le dejaba tiempo para hilar. Teresa escribió acerca de sí misma sin orgullo ni amor propio. Hacia sus perseguidores se mostró respetuosa, mostrándolos como servidores honestos de Dios.

Las otras obras literarias de Teresa fueron escritas luego, durante los quince años que pasó ocupada activamente en la fundación de nuevos conventos de monjas carmelitas reformadas. Son prueba de su ingenio y de su memoria, así como de su talento real para expresarse. El camino de perfección lo compuso como guía especial para sus monjas y las Fundaciones también. Las Moradas quizá fueron escritas para todos los católicos; en ellas escribe con autoridad acerca de la vida espiritual. Un crítico admirador suyo nos dice: «En sus escritos nos muestras al desnudo los más impenetrables secretos de la verdadero sabiduría en lo que llamamos teología mística, de la que Dios ha dado la clave a un pequeño número de sus servidores favoritos. Esa idea quizá disminuya la sorpresa que sentimos al ver cómo una mujer iletrada logra exponer lo que los mayores doctores no consiguieron, pues Dios emplea en Sus obras los instrumentos que Él quiere.»

Ya hemos visto cuán indisciplinadas se habían vuelto las monjas carmelitas y cómo la sala del convento de Ávila se había convertido en un lugar de reunión social. Hemos visto también que las monjas podían abandonar su clausura fácilmente. De hecho, cualquier mujer que deseara una vida resguardada, sin demasiada responsabilidad, podía hallarla en cualquier convento de España. Las religiosas, en su mayoría, ni siquiera se daban cuenta de sus faltas o de aquello que su profesión requería. Así que, cuando una de las monjas del convento de la Encarnación comenzó a hablar de la posibilidad de fundar una nueva y más estricta comunidad, la idea le pareció a Teresa una inspiración del Cielo. Determinó realizar por sí misma ese tipo de establecimiento y recibió promesa de ayuda de una viuda acaudalada, doña Guiomar de Ulloa. El proyecto fue aprobado por Pedro de Alcántara y por el Padre Ángelo de Salazar, provincial de la orden carmelita. Pero este último se vio obligado muy pronto a retirar su permiso, pues las monjas compañeras de Teresa, la nobleza local, los magistrados y otras personas se unieron contra el proyecto. El Padre Ibáñez, un dominico, animó en secreto a Teresa e instó a doña Guiomar para que siguiera prestando su ayuda. Una de las hermanas casadas de Teresa, junto con su esposo, comenzó la construcción de un pequeño convento en Ávila, en el año 1561, para que sirviera como nuevo establecimiento. Los demás ciudadanos creyeron que se trataba de una casa para uso de la familia.

Por entonces sucedió un episodio famoso en la historia de Teresa. Su pequeño sobrino fue aplastado por un muro de nueva construcción, que se derrumbó encima de él mientras jugaba, y fue llevado ante Teresa, sin vida. Ella tomó al niño en sus brazos y oró, y a los pocos minutos lo devolvió vivo sano a su madre. Ese milagro fue presentado en el proceso de canonización de Teresa. Otro de los muros del convento, aparentemente sólido, se derrumbó durante la noche. El cuñado de Teresa quería negarse a pagar a los albañiles, pero Teresa le convenció de que todo aquello era obra de los espíritus malignos e insistió en que los hombres recibieran su paga.

La condesa Luis de la Cerda, poderosa dama de Toledo, acababa de sufrir la muerte de su marido y pidió al provincial carmelita que suplicara a Teresa, de cuya santidad había oído hablar, que fuera a verla. Teresa fue enviada y quedó con ella seis meses, empleando parte de su tiempo, a instancias del Padre Ibáñez, escribiendo y desarrollando sus ideas para el nuevo convento. Mientras estaba en Toledo conoció a María de Jesús, del convento carmelita de Granada, la cual había tenido revelaciones acerca de la reforma de la orden, y ese encuentro fortaleció los deseos de Teresa. De regreso en Ávila, la misma noche de su llegada, recibió una carta del Papa en la que se autorizaba el nuevo convento reformado. Entonces los partidarios de Teresa persuadieron al obispo de Ávila para que asistiese, y el convento, dedicado a San José, fue inaugurado calladamente. El día de San Bartolomé de 1562 se colocó el Bendito Sacramento en la pequeña capilla y cuatro novicias tomaron el hábito.

La noticia corrió pronto por la ciudad, y la oposición se declaró abiertamente. La priora del convento de la Encarnación mandó llamar a Teresa y la requirió para que explicara su conducta. Fue detenida casi como una prisionera, pero no perdió su aplomo. A la desaprobación de la priora se unió pronto la del alcalde y magistrados, temerosos de que un convento sin dotación pudiera llegar a constituir una carga para la ciudad. Muchos eran los que proponían demoler el nuevo edificio. Mientras tanto don Francisco envió un sacerdote a Madrid para defender el nuevo establecimiento ante el Consejo del rey. Se permitió a Teresa que regresara a su convento y poco después el obispo la nombró priora oficialmente. El alboroto cesó en seguida. Desde entonces se conoció a Teresa con el nombre de Teresa de Jesús madre de la reforma del Carmelo. Las monjas estaban enclaustradas estrictamente, bajo una regla de pobreza y casi completo silencio; el parloteo continuo de las mujeres era una de las cosas que más había deplorado Teresa en el convento de la Encarnación. Eran pobres, sin rentas regulares; llevaban un hábito de burda sarga y sandalias en vez de zapatos, razón por la cual fueron llamadas las «carmelitas descalzas». Aunque la priora tenía ahora cerca de cincuenta años y estaba muy debilitada, sus grandes realizaciones aún estaban en el futuro.

Convencida de que demasiadas mujeres bajo el mismo techo ocasionaban una relajación de la disciplina, Teresa limitó a trece el número de monjas; más tarde, cuando se fundaron casas con dotación y, por ello ya no dependían únicamente de las limosnas, el número fue aumentado a veintiuna. El prior general de las carmelitas, Juan Bautista Rúbeo de Ravena, al visitar Ávila en el año 1567 tuvo una impresión excelente de la sinceridad de Teresa y de su prudente regla. Le dio autoridad para fundar más conventos en el mismo plan, a pesar del hecho de que el de San José había sido fundado sin conocimiento suyo.

Las trece monjas del pequeño convento de San José pasaron cinco años en completa paz. Teresa instruía a sus hermanas en toda clase de trabajos útiles, así como en la observancia de la religión; pero, tanto en la rueca como en la oración, ella era siempre la más diligente. En el mes de agosto de 1567 fundó un segundo convento en Medina del Campo. La condesa de la Cerda deseaba fundar una casa similar en su ciudad natal de Malagón, y Teresa fue allí para aconsejarla al respecto. Cuando esta tercera comunidad fue establecida, la intrépida monja marchó a Valladolid, en donde fundó el cuarto convento, y más tarde el quinto en Toledo. Al comenzar esa obra, Teresa contaba solamente con unos cuatro o cinco ducados (aproximadamente unos diez dólares actuales), pero decía : «Teresa y este dinero no son nada, pero Dios, Teresa y estos ducados bastarán.»

En Medina del Campo conoció a dos frailes que habían ido hablar de su reforma y querían adoptarla: eran Antonio de Heredia, prior del monasterio carmelita de la ciudad, y Juan de la Cruz. Con su ayuda y la autoridad que le otorgó el prior general estableció una casa reformada para hombres en Dúrelo en 1568 y en 1569 otra más en Pastrana, ambas bajo el modelo de extrema pobreza y austeridad. Dejó la dirección de estos conventos y de otros que pudieran fundarse para hombres a Juan de la Cruz, que entonces tenía cerca de treinta años. Éste fue encarcelado en Toledo, durante nueve meses, por haberse negado a obedecer la orden de regresar a Medina que le diera su provincial. Después de escapar se convirtió en vicario general de Andalucía y luchó por obtener el reconocimiento papal de la orden. Juan de la Cruz, que lograra fama como poeta, confesor místico y, por último, santo, se convirtió en amigo de Teresa. Lazos espirituales se desarrollaron entre el joven fraile y la priora, y él fue nombrado confesor de la casa matriz de Ávila.

Las penalidades y peligros que rodearon la tarea de Teresa se demuestran con un pequeño episodio de la fundación del nuevo convento de Salamanca. Ella y otra monja ocuparon una casa que previamente había estado ocupada por estudiantes. Era un lugar amplio, desolado y sucio, sin amueblar, y al llegar la noche las dos monjas se acostaron sobre la paja, pues, según nos cuenta Teresa, «lo primero que proveía en donde fundaba conventos era paja, ya que teniéndola pensaba que tenía camas». En esta ocasión la otra monja parecía estar nerviosa y Teresa quiso saber el motivo. La respuesta fue la siguiente : «Imaginaba qué es lo que haríais con un cadáver si yo muriera ahora.» Teresa quedó desconcertada y únicamente dijo: «Ya pensaré en ello cuando suceda, Hermana. Por el momento será mejor que durmamos.»

Por entonces el Papa Pío V nombró cierto número de visitadores apostólicos para inquirir la relajación de la disciplina en las distintas órdenes, por todas partes. El visitador de las carmelitas de Castilla halló grandes faltas en el convento de la Encarnación, mandó llamar a Teresa y le rogó que asumiera su dirección y remediara los abusos que allí había. Para Teresa fue muy duro separarse de sus hermanas y aún más desagradable dirigir la vieja caso que siempre se le opusiera amarga y celosamente. Las monjas se negaron al principio a obedecerla; algunas llegaban al histerismo ante esa sola idea. Ella les dijo que no había venido a forzarlas ni a instruirlas, sino a servir y aprender de la menor de entre ellas. Con su suavidad y tacto pronto ganó el afecto de la comunidad y pudo restablecer la disciplina. Se prohibieron las visitas frecuentes, las finanzas de la casa se restablecieron y reinó un espíritu más sinceramente religioso.

Teresa organizó un convento de monjas en Beas, y mientras estaba allí conoció al Padre Jerónimo Gracián. Carmelita reformado, quien la persuadió para extender su obra a Sevilla. Con excepción de su primer convento, ninguno fue tan penoso de fundar como éste. Entre sus problemas surgió el de una quejosa novicia que acusó a las monjas ante la Inquisición' culpándolas de ser «Iluminadas».5

Mientras tanto los frailes carmelitas italianos se alarmaban con los progresos que hacía la reforma en España, temiendo, según uno de ellos decía, que al fin tuvieran que reformarse ellos también, temor que era compartido por sus hermanos españoles que aún no estaban reformados. En un cabildo general reunido en Piacenza se promulgaron varios decretos en los que se restringía la reforma. El nuevo nuncio apostólico despidió al Padre Gracián de su cargo de visitador de los carmelitas reformados. Se dijo a Teresa que escogiera uno de sus conventos y se retirase, absteniéndose de fundar más. Fue entonces cuando ella requirió a sus amigos en el mundo, los cuales lograron interesar al rey Felipe II6 en su causa hasta el punto de hacerla suya. Requirió al nuncio y le reprochó su severidad para los frailes y monjas descalzos. En 1580 llegó una orden de Roma en la que se eximía a los carmelitas reformados de la jurisdicción de los que todavía no estaban reformados y se daba a cada rama su propio provincial. El Padre Gracián fue elegido provincial de los carmelitas reformados. La separación, aunque dolorosa para muchos, puso fin a las disensiones.

Teresa era persona de grandes dotes naturales. Su ardor y vigorosa voluntad estaban equilibrados por su sano juicio y psicología. No es meramente imaginario que el poeta inglés católico Richard Crashaw 7 la llamara «águila» y «paloma». Podía alzarse audazmente por lo que creía ser justo; podía también ser severa con una priora que, por excesiva austeridad, se hubiera hecho inepta para sus deberes. Pero también podía ser suave como una paloma cuando escribe a un sobrino suyo, irresponsable, y le dice: «la misericordia de Dios es grande, pues ha hecho que hayas escogido tan bien y te hayas casado pronto, pues comenzaste a disiparte cuando eras tan joven que pudimos haber tenido que afligirnos por tu cuenta.» El amor par Teresa significaba algo constructivo, y por ello hizo que la hija de aquel joven, nacida fuera del matrimonio, se educara en el convento, tomándola bajo su cuidado al igual que a su joven hermana.

Uno de los encantos de Teresa era su sentido del humor. En los primeros años, cuando un indiscreto visitante del convento alabó sus pies descalzos, ella se rio y le dijo que los mirara bien, pues ya no tendría ocasión de volver a verlos, queriendo decir con eso que en el futuro no sería admitido. Su método para seleccionar a las novicias era característico. El primer requisito, aun antes que la piedad, era la inteligencia. Una mujer podía llegar a ser piadosa, pero era más difícil que consiguiera ser inteligente, lo que para Teresa quería decir sentido común además de entendimiento. «Una mente inteligente ?escribió es sencilla y puede enseñarse; ve sus faltas y se deja guiar. Una mente blanda y estrecha nunca ve sus faltas aun cuando le sean señaladas. Siempre está satisfecha de sí misma y nunca aprende a hacer lo justo.» La pretensión y el orgullo la molestaban. Cierta vez una joven de reputada virtud pidió ser admitida en el convento, bajo el cuidado de Teresa, y añadió, para hacer hincapié en su intelecto : «Llevaré conmigo mi Biblia.» «¿Cómo? ¿Tu Biblia? No vengas, pues, con nosotras, ya que únicamente somos pobres mujeres que sólo sabemos hilar y hacer lo que nos dicen.»

A pesar de su natural buena constitución física, Teresa sufrió durante toda su vida de dolencias que desconcertaban a los médicos. Parecía como si su fuerza de voluntad la mantuviera con vida. Cuando ocurrió la división definitiva en la orden carmelita tenía sesenta y cinco años y su salud estaba muy debilitada. Sin embargo, durante los dos últimos años de su vida halló la fuerza suficiente para fundar tres conventos más. Fueron éstos el de Granada, en el Sur; el de Burgos, en el Norte, y el de Soria. El total era de dieciséis, realización sorprendente en una mujer tan débil, que puede apreciarse debidamente si recordamos las penalidades de los viajes en aquellos tiempos. La mayor parte de ellos se efectuaban en carretas o carruajes provistos de cortinas y tirados por mulas, sobre malísimos caminos. Sus viajes la llevaron desde las provincias norteñas hasta las riberas del Mediterráneo y hasta Portugal, cruzando montañas, ríos y áridas estepas. Ella y la monja que la acompañaba soportaron todos los rigores del rudo clima, así como la incomodidad de los alojamientos y la escasa comida.

En el otoño de 1582 Teresa marchó para Alba de Tormes, en donde una vieja amiga la esperaba. Teresa estaba enferma y su compañera de los últimos viajes, Ana de San Bartolomé, nos describe la jornada. Teresa se puso peor durante el camino, a lo largo del cual escaseaban los alojamientos. No podían obtener más comida que higos, y cuando llegaron al convento, Teresa tuvo que guardar cama, pues estaba exhausta. Nunca se repuso y tres días después le dijo a Ana: «Por fin, hija mía, he llegado a la casa de la muerte», refiriéndose a su libro Las siete moradas. La extremaunción le fue administrada por el Padre Antonio de Heredia, fraile de la reforma, y cuando le preguntó en dónde quería ser enterrada, ella respondió humildemente : «¿Me negarán un poco de tierra para enterrar mi cuerpo aquí?» Entonces se sentó para recibir el Sacramento y exclamó : «¡Oh Señor, ha llegado el tiempo de que nos veamos uno a otro!» y expiró en los brazos de Ana. Era la noche del 4 de octubre. Al día siguiente sucedió que se estableció el calendario gregoriano y el reajuste hizo necesario que se alargaran diez días, de modo que el 5 de octubre fue contado como el 15, y esta fecha fue luego establecida como fiesta de Santa Teresa. Fue enterrada en Alba y tres años después, siguiendo un decreto del cabildo provincial de los carmelitas reformados, el cuerpo fue trasladado secretamente a Ávila. Al año siguiente, el duque de Alba procuró una orden de Roma para que fuera devuelto a Alba de Tormes, en donde ha permanecido desde entonces.

Teresa fue canonizada en 1662. Poco después de. Su muerte, Felipe II, sabedor de la contribución que la monja carmelita hiciera al catolicismo, hizo coleccionar sus manuscritos y los llevó a su gran palacio del Escorial, en donde fueron colocados en una rica arqueta, cuya llave el rey llevaba siempre encima. Esos escritos fueron publicados por dos dominicos y vieron la luz en el año 1587. Sus obras han seguido publicándose en incontables ediciones españolas y han sido traducidas a muchos idiomas. En el transcurso de los siglos, el círculo de sus lectores ha ido extendiéndose, y muchos son los que han hallado valor y comprensión en la vida y obras de esta monja de Castilla, que es una de las glorias de España y de la Iglesia. Los emblemas de Teresa son un corazón, una flecha y un libro.

martes, 14 de octubre de 2025

Reflexión del 14/10/2025

Lecturas del 14/10/2025

Hermanos: No me avergüenzo del Evangelio, que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree, primero del judío, y también del griego.
Porque en él se revela la justicia de Dios de fe en fe, como está escrito: «El justo por la fe vivirá».
La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que tienen la verdad prisionera de la injusticia.
Porque lo qué de Dios puede conocerse les resulta manifiesto, pues Dios mismo se lo manifestó.
Pues lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación del mundo a través de sus obras; de modo que son inexcusables, pues, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como Dios ni le dieron gracias; todo lo contrario, se ofuscaron en sus razonamientos, de tal modo que su corazón insensato quedó envuelto en tinieblas.
Alardeando de sabios, resultaron ser necios y cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes del hombre mortal, de pájaros, cuadrúpedos y reptiles.
Por lo cual Dios los entregó a las apetencias de su corazón, a una impureza tal que degradaron sus propios cuerpos; es decir, cambiaron la verdad de Dios por la mentira, adorando y dando culto a la criatura y no al Creador, el cual es bendito por siempre. Amén.
En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, un fariseo le rogó que fuese a comer con él.
Él entró y se puso a la mesa.
Como el fariseo se sorprendió al ver que no se lavaba las manos antes de comer, el Señor le dijo: «Vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, pero por dentro rebosáis de rapiña y maldad.
¡Necios! El que hizo lo de fuera, ¿no hizo también lo de dentro?
Con todo, dad limosna de lo que hay dentro, y lo tendréis limpio todo».

Palabra del Señor.

14 de Octubre 2025 – Beata Ana María Aranda Riera

Ana Mª Aranda Riera (Denia, Alicante, 1888 / Paterna, 1936). Nació en el seno de una familia acomodada que cuidó mucho su educación en todos los sentidos, incluido el religioso. Muy piadosa desde joven, militó activamente en las Hijas de María, en la Acción Católica y de la Conferencia de Jóvenes en el Ropero de San Vicente de Paúl donde se distinguió por su caridad hacia los más necesitados. Era muy devota de la Santa Misa a la que asistía diariamente, así como de la Virgen María. Permaneció siempre soltera dedicada a sus labores, soportando con gran entereza la ruina familiar.

Nunca se le conoció problema alguno con nadie, ni haber dado motivo para que nadie la odiase. Llegado el 18 de Julio, y puesto que figuraba en una lista de miembros de Acción Católica, fue detenida por un grupo de frente populistas e ingresada en la cárcel de mujeres de Valencia.

Llevó el encierro, que fue en condiciones lamentables con gran paciencia y humildad, dedicándose a la oración consciente desde el primer momento de cuál iba a ser su final: Consoló siempre a sus compañeras de infortunio con gran entereza rezando con ellas diariamente el Santo Rosario.

El 14 de Octubre de 1936 fue llevada al Picadero de Paterna y fusilada. Tenía 48 años.

lunes, 13 de octubre de 2025

Reflexión del 13/10/2025

Lecturas del 13/10/2025

Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para el Evangelio de Dios, que fue prometido por sus profetas en las Escrituras Santas y se refiere a su Hijo, nacido de la estirpe de David según la carne, constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santidad por la resurrección de entre los muertos: Jesucristo nuestro Señor.
Por él hemos recibido la gracia del apostolado, para suscitar la obediencia de la fe entre todos los gentiles, para gloria de su nombre. Entre ellos os encontráis también vosotros, llamados de Jesucristo.
A todos los que están en Roma, amados de Dios, llamados santos, gracia y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
En aquel tiempo, la gente se apiñaba alrededor de Jesús, y él se puso a decirles: «Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Pues como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación.
La reina del Sur se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y hará que los condenen, porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno que es más que Salomón.
Los hombres de Nínive se alzarán en el juicio contra esta generación y harán que la condenen; porque ellos se convirtieron con la proclamación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás».

Palabra del Señor.

13 de Octubre 2025 – San Benedicto – Mártir

Benedicto fue un soldado de la guarnición romana estacionada en Cupra (ahora Cupra Marittima), el tema de una de las últimas olas terribles de persecución de los cristianos, la que siguió al cuarto edicto del emperador Diocleciano en 304.

El soldado Benedetto, cuyos orígenes se desconocen, no abandonó la fe cristiana y, según la historia transmitida a lo largo de los siglos, fue decapitado el 13 de octubre (304) en el puente de la corriente de Menocchia, y luego arrojado a la misma corriente. Para luego acabar en el mar. Aquí, después de viajar solo 4 millas, terminó en una playa donde fue recogido por un granjero que quería darle un entierro adecuado en el primer promontorio que tenía delante. La tumba del mártir pronto se convirtió en un lugar de culto y, a su alrededor, con el tiempo, se formó el núcleo original del actual San Benedetto del Tronto. Parece que el lugar de la tumba inicial (catacumba) coincide con el lugar donde se construyó la primera iglesia parroquial de San Benedetto, en el lugar en el que se erigió en el siglo XVIII la actual iglesia de la abadía de San Benedetto Martire, en el centro del país. Alto, el núcleo más antiguo de la ciudad moderna de Piceno que tomó su nombre del mismo santo.

Los restos del santo se guardan en la misma iglesia y en 2003 (decimoséptimo centenario de su muerte) fueron objeto de una datación por radio de la Universidad de Salento que confirmó, incluso dentro de un intervalo de más o menos 50 años, dictada por los límites de La precisión de este tipo de investigación es que los huesos que aún se conservan deben atribuirse a un hombre que murió alrededor del año 300 DC

La poca información sobre el santo se deriva de los restos de una lápida aún presente en la iglesia actual y que se remonta a la época de la construcción de la primera tumba, y lo que queda de la memoria de un ciclo de frescos de la antigua iglesia en la que se encontraba Representa la historia del martirio y el descubrimiento de los restos tal como se transmiten a lo largo de los siglos.

domingo, 12 de octubre de 2025

Domingo, 28 de TIEMPO ORDINARIO - 12-10-2025 Ciclo C

Reflexión del 12/10/2025

Lecturas del 12/10/2025

En aquellos días, Naamán de Siria bajó al Jordán y se bañó siete veces, como había ordenado el profeta Eliseo, y su carne quedó limpia de la lepra, como la de un niño.
Volvió con su comitiva y se presentó al profeta, diciendo: "Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel.
Acepta un regalo de tu servidor." Eliseo contestó: "¡Vive Dios, a quien sirvo! No aceptaré nada."
Y aunque le insistía, lo rehusó.
Naamán dijo: "Entonces, que a tu servidor le dejen llevar tierra, la carga de un par de mulas; porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses fuera del Señor."
Querido hermano:
Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David.
Éste ha sido mi Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada: Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna.
Es doctrina segura: si morimos con él, viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: "Jesús, maestro, ten compasión de nosotros."
Al verlos, les dijo: "Id a presentaros a los sacerdotes."
Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.
Éste era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo: "¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?"
Y le dijo: "Levántate, vete; tu fe te ha salvado."

Palabra del Señor.