miércoles, 24 de diciembre de 2025

Lecturas del 24/12/2025 Comienza La Navidad - Vigilia de la Natividad del Señor.

Por amor de Sion no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha.
Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor.
Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios.
Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi predilecta», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo.
Como un joven se desposa con una doncella, así te desposan tus constructores.
Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo.
Cuando Pablo llego a Antioquía de Pisidia, se puso en pie en la sinagoga y, haciendo seña de que se callaran, dijo: «Israelitas y los que teméis a Dios, escuchad: El Dios de este pueblo, Israel, eligió a nuestros padres y multiplicó al pueblo cuando vivían como forasteros en Egipto. Los sacó de allí con brazo poderoso.
Después, les suscitó como rey a David, en favor del cual dio testimonio, diciendo: “Encontré a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos”.
Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel: Jesús.
Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión antes de que llegará Jesús; y, cuando Juan estaba para concluir el curso de su vida, decía: “Yo no soy quien pensáis, pero, mirad, viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias de los pies”».
Libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán.
Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos.
Judá engendró, de Tamar, a Farés y a Zará, Farés engendró a Esrón, Esrón engendró a Arán, Arán engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rajab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed; Obed engendró a Jesé, Jesé engendró a David, el rey.
David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón, Salomón engendró a Roboán, Roboán engendró a Abías, Abías engendró a Asaf, Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Jorán, Jorán engendró a Ozías, Ozías engendró a Joatán, Joatán engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, Ezequias engendró a Manasés, Manasés engendró a Amós, Amós engendró a Josías; Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando el destierro de Babilonia.
Después del destierro de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliaquin, Eliaquin engendró a Azor, Azor engendró a Sadoc, Sadoc engendró a Aquín, Aquín engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar a Matán,
Matán engendró a Jacob; y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado
Cristo. Así, las generaciones desde Abrahán a David fueron en total catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta el Cristo. Catorce. La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del Profeta: «Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”».
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.
Y sin haberla conocido, ella dio a luz un hijo al que puso por nombre Jesús.

Palabra del Señor.

¿Sabías qué…?

Estamos en ADVIENTO

24 de Diciembre 2025 – Vigilia de la Natividad de NUESTRO SEÑOR JESÚSCRISTO

Todo el Adviento es una búsqueda apasionada. Una noche obscura, ",con ansias, en amores inflamada", en la que palpita ya, lejanamente, la sombra sin tinieblas de la luz.

Pobre chiquilla desasosegada, la Iglesia se ha lanzado por los caminos y los desiertos. No puede lograr quietud. Se ve en abandono y en pobreza, masticando la piel amarga del desamparo. Falta en su casa el lustre de la vajilla bien compuesta, la blanca mantelería, el rincón con flores, la tarantela alegre de las mañanas con sol. Falta la ternura, la compañía.

A esta niña indigente la apoya sólo la esperanza. Le dieron, hace mucho tiempo, una palabra de amor. Le prometieron un Esposo que, librándola de toda villanía, habría de alzarla en un trono cubierta de rosas, encendida en belleza. Y ahora la niña—Iglesia se llama—ha salido en su busca. Lleva cuatro semanas de andadura.

¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?

Como el ciervo huiste habiéndome herido: salí tras ti clamando, y eras ido.

Va preguntando en las posadas, en las chozas de los pastores, en las alquerías: "¿Sabéis algo de mi Amado?'' La niña ha encontrado pronto quien le haya dicho algo de Él. Isaías, un hombre de recia y bella palabra, que ha esbozado con emoción la hermosa figura del prometido. Y, unos días más tarde, un robusto muchacho, vestido de pieles y moreno de sol—Juan Bautista—, le ha dicho a la pequeña un recado amable: el Esposo está cerca. Ella va gritando enamoradamente: ¡Ven, ven, Adonai, palabra henchida de sabiduría, raíz de Jesé, llave de David, Oriente lleno de fulgor, rey de las gentes, deseado de los hombres, Enmanuel, Salvador!

El camino esta mañana ha sido propicio y grato. Han regalado los oídos de la niña con un mensaje suavísimo: Él está ya muy cerca; mañana lo verá. Ella ha brincado entre lágrimas dulces, sin poder contener el gozo. Y grita sin desmayo—¡que se enteren bien todos!—: hoy vais a saber una feliz nueva: que viene el Señor. Y mañana, mañana contemplaréis su esplendor. Salid todos a esperarle, hijos de los hombres. Llamadle Señor y Príncipe, Caudillo de la paz, Aurora de grandezas, Rey sin ocaso, Dominador, Fuerte, Dios.

Hay un gozo, el de la víspera, que muchas veces supera al de la fiesta. Sin duda, a causa de la incontrovertible fugacidad de las cosas. Montamos un tren que no se detiene. El hombre no sabe mirar más que adelante o, nostálgicamente, hacia atrás. El paisaje, estrictamente paralelo a la ventanilla, es reducido y, además, se escapa pronto, como perseguido por un toro. Lo que pasó se va hundiendo en la lejanía; lo que llega, pronto caerá también al saco del recuerdo; lo que no llegó es perspectiva grata. La víspera, más sutilmente gozosa que la fiesta. Sólo cuando la fiesta no termine nunca, y haya para siempre, para siempre, luz y flores, música serena, contemplación de Dios, mar de maravillas, sólo entonces descansaremos sin inquietud en la orilla de la playa

La víspera de Navidad, ¿más alegre que la fiesta que se acerca? ¡Qué sé yo! Tal vez no. Porque la Navidad misma no es sino un preámbulo, un ponerse en camino con la sorpresa de que Dios está a nuestro lado, en compañía de carne y sangre, de temor y de ternura, de ojos que ven, de nervios que vibran. La Navidad, prólogo también y víspera para los más soberanos regalos, que se llamarán Nazaret, Betania, camino del Gólgota, triunfo pascual, Y más adelante aún, Pentecostés, Iglesia militante y purgante, Sólo la Iglesia triunfante del último día, ya redonda en número y en gracia, encendidas en brillo las almas y rutilante de cuerpos gloriosos, será la sorpresa última, siempre igual y siempre nueva. Aun entonces la plenitud feliz de cada día será más luminosa con la seguridad de plenitud para el día siguiente.

De todos modos, hoy 24 de diciembre, víspera gozosa de tantos escondidos y sabrosos misterios. Y la Iglesia a nuestro lado diciéndonos, para que trepidemos jubilosamente; Hoy sabréis que viene el Señor y mañana contemplaréis su gloria (Intr. y Grad. de la misa; Invit. ad Matut., 2ª ant. de Laudes, resp. br. de tercia).

Saber..., contemplar. Noticia y visión. El verle cara a cara será únicamente cuando podamos recostarnos en el césped celestial. La contemplación es también noticia, 'noticia de Dios amorosa", como dice Juan de la Cruz. Un dejarse empapar por el rayo puro, sin motas ni polvillos, invisible, pero ya absorbente, del que brotan, como flores, mil claridades jugosas. Así la Iglesia mañana, abandonándose a la invasión de la alegría, a la clara presencia de su Señor. Hoy, vigilia de Navidad, hoy es el anticipo; la noticia en su recinto más reducido, casi de perfiles periodísticos: el suceso o novedad que se comunica según la prosa gélida del diccionario. Pero ya es también evangelio, "buena nueva", proclamada con alborozo. "Viene el Señor: mañana veréis su gloria."

Y porque la noticia es venturosamente excepcional, la liturgia la envuelve en ropajes solemnes. En el coro hay un ceremonial desacostumbrado para la lectura del martirologio, la gozosa y barroca calenda. Brillan en el altar las candelas encendidas, mientras en el centro del coro dos blandones con hachas montan guardia de luz al atril. A él llega, revestido de capa morada, el presidente de la asamblea con la compañía del maestro de, ceremonias, del turiferario, de los acólitos. Se inciensa el libro, que contiene grandes fechas gloriosas de la historia cristiana. Ninguna, tal vez, como ésta. Por eso el tono del anuncio va envuelto en melodía solemne, con un cortejo ingenuo pero impresionante de fechas antiguas, en un afán de remachar la ineludible historicidad del acontecimiento. "El año 5199 de la creación del mundo, cuando al principio creó Dios el cielo y la tierra; el 2957 del diluvio; del nacimiento de Abraham el 2015; el año 1510 desde Moisés y la salida del pueblo de Israel de Egipto...; el año 42 del Imperio de Octavio Augusto, estando todo el mundo en paz, en la sexta edad del mundo, Jesucristo, Dios eterno e Hijo del Eterno Padre: queriendo consagrar el mundo con su venida misericordiosa, concebido por obra del Espíritu Santo, transcurridos nueve meses desde su concepción, nace, hecho hombre, de la Virgen María, en Belén de Judá." Todo el coro está arrodillado. Y la voz del presidente, con el mismo tono en que se canta la pasión, gravemente, notifica a la Iglesia y al mundo: "¡La natividad de Nuestro Señor Jesucristo según la carne!" (Martyr. Rom.)

Algo nos sorprende en este anuncio regocijado. El clima popular navideño está cuajado de nieves y de ternura. Se ensayan villancicos: van asomándose por los escaparates los portales agrestes, con un Niño encantador entre San José y la Virgen, la mula y el buey; los christmas son deliciosamente ingenuos, con ovejitas, estrellas y pequeños ángeles traviesos. Un aire de niñez, aceptado y aun buscado, envolviéndolo todo, como si el mundo estuviese en infancia, a punto de estrenar. Y, sin embargo, la Iglesia apenas si nos anuncia que el que llega es un niño, ni trenza su liturgia con cantinelas infantiles. Es cierto. Mañana nos dirá: "Un Niño nos ha nacido", y leerá la dulce historia de los pastores. Pero antes nos habrá mostrado, en un marco de notas solemnes, el salmo 102, cuadro de la majestad del Mesías dominando a los monarcas de la tierra. Y el salmo 109, himno a la grandeza de Dios, eterno y creador. También la proclamación grandiosa del misterio del Verbo, que era en el principio, antes que todas las cosas, por quien todo fue hecho. De modo parecido hoy, en el momento sabroso de la primera noticia, nos la da con trompetas solemnísimas: "Veréis al Señor en su gloria" (Intr.); "mañana reinará sobre nosotros el Salvador del mundo" (Aleluya; 3ª ant. ad Laudes; ant. y resp. br. ad sexta».): "se manifestará la gloria del Señor" (Communio); "Alzad, príncipes, vuestras puertas y entrará el rey de la gloria" (Ofert). Nada que haga suponer la humilde escena de la gruta de Belén.

Y es que la gloria del Cristo Señor es el quicio sobre el que van girando estos portones venerables de la liturgia navideña. "El Verbo ha plantado su tienda entre nosotros y hemos visto su gloria." Para San Juan el abajamiento de Dios es para engrandecimiento del hombre, en lo que se manifiesta la potencia de lo alto. La carne humana del Salvador no es sino un sendero por el que pasa la gloria que viene de los cielos y que ha de hacer resplandecer a la raza de los hombres en sus almas y hasta en sus cuerpos. El nacimiento de Cristo es una sinfonía nunca oída en la sala de conciertos del mundo. Todo en él brota de una fuente pura, virginal. Ni la concupiscencia de la carne ni la ley del pecado enturbian la clara melodía. El fruto de este nacimiento será una humanidad nueva, rescatada y purificada. La Encarnación va orientada, desde su mismo punto inicial, por la estrella polar de la glorificación, que ha de expansionar su fuerza, al término del tiempo, inundándolo todo. Y, como primicia y promesa de esta plenitud final, el resplandor del Señor resucitado, su cuerpo gloriosísimo sentado en el penacho de los cielos.

El misterio pascual es centro del año litúrgico. El ciclo navideño, lejos de un distanciamiento que lo empobrecería se acoge también a la gran luz de la Pascua. La pobre, la endeble materia humana, se ve en Jesús poblada por la potencia divina. La asunción de la carne por la persona del Verbo es un albor de glorias futuras, reflejado ya en los hijos de Adán. Tras el pequeño de Belén, la Iglesia contempla, absorta y agradecida, el rostro radiante del Kyrios, del Señor triunfante. Del plinto humilde, sobre el que alza su esbeltez única la vida de Cristo, ella encumbra su vista al tímpano radiante donde ángeles y santos, violines y estrellas, cantan a Jesús los himnos de la victoria. La liturgia navideña es una proclamación de la gloria del Verbo encarnado. Y su anuncio en esta vigilia abre ya perspectivas triunfales. "Mañana quedará borrada la iniquidad de la tierra. Y reinará sobre nosotros el Salvador del mundo" (resp. br. ad sexta».). En tono más brillante pero en grato acorde, las liturgias orientales: "Sacerdotes—exhorta, en el oficio de esta mañana, la liturgia armenia—, exaltad grandiosamente por los siglos, con cánticos espirituales, a Aquel que ha ascendido a lo alto llevando cautivo el imperio de la muerte y que hoy se nos comunica a los hombres en donde incorruptibilidad". La Iglesia contempla en el Verbo encarnado, más que su pequeñez y anonadamiento la potencia en Él encerrada, su rico filón de vida celestial que ha de iluminar y regenerar a los hombres. La Esposa está enamorada, desde el primer momento, de la gloria y del señorío de su Esposo.

En realidad, al dejar casi en sombras lo puramente anecdótico en el nacimiento de Cristo, la Iglesia nos posibilita la participación en el misterio de la Navidad. Sin duda que hay una conmemoración del hecho histórico del nacimiento del Señor. Pero, al recordar el episodio, la Iglesia pasa por encima de él y contempla el desarrollo del misterio de la Encarnación, o sea su propio misterio de los desposorios con Cristo, su incorporación a Él. El Verbo se hace carne para habitar entre nosotros, y, conforme vamos entrando en su tienda, vamos compartiendo los frutos de su presencia.

La esencia de la Navidad es el admirable comercio que se organiza entre Dios y los hombres. Él participa de nuestra pobreza; nosotros, de su encumbramiento. Él se hace hijo del hombre; nosotros, hijos de Dios. En el Verbo, sala donde se firma el intercambio, se encuentran ahora emparejadas la excelsitud de los cielos y la miseria de la tierra, la inefable Palabra, que es vida y vivifica, con la flor, que crece y muere. El misterio de la Encarnación es un ancho estadio propicio para los juegos de antítesis, y la liturgia los ha empleado para festejar la Navidad. Dios y hombre. Cruce inefable de caminos. Los textos vigiliares nos anuncian este sorprendente acercamiento de distancias, que abre ancho abismo para profundizar en contemplación, en acción de gracias, en rendida alabanza. En la epístola, San Pablo nos dice del Señor: Hijo de David según el linaje de la carne, constituido Hijo de Dios. (¿Te has fijado que en esta lectura de hoy, San Pablo nos habla del poder de Cristo "por su resurrección de entre los muertos"? Fuerza de atracción del centro. La Pascua siempre, con su ala de luz.) En el evangelio, la concepción de María, la congoja de San José, la respuesta del ángel, que tranquiliza. Humano y divino. Hijo de una mujer de la tierra, pero sin padre terreno. Unigénito del Padre de toda la vida, que le dio a Él el imperio, la grandeza y el poderío. "Su nombre será Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados."

Es a este Dios-hombre, con su perfil glorioso, a quien la Iglesia contempla. Gracias a la unión indecible de las dos naturalezas en su Persona, la tierra toca al cielo y es así transfigurada. "El Verbo entra en mi cuerpo para que yo pueda contener su divinidad. Toma mi carne, dándome así su Espíritu. De este modo, dando y tomando, adquiere para mí un tesoro de vida. Toma mi carne a fin de santificarme; me da su Espíritu a fin de salvarme" (SAN JUAN CRISÓSTOMO: MG 56,389). No se trata de un panteísmo imposible, transformando a la criatura en la propia divinidad del Verbo, sino de un reflejo espléndido de la inexpresable vida divina, que hace brillar las almas de los justos.

De esta manera, como dice San León, al adorar la Natividad de nuestro Salvador festejamos nuestros propios orígenes. El misterio de salvación es único, aunque parcelado en etapas. El ciclo litúrgico es toda la economía de la salud vista por sus varias esquinas: nacimiento, pasión, resurrección, ascensión; pero no siendo en su volumen total más que una obra única y admirable, un castillo de inmensa luz, que acoge en su resplandor a todos los que se acercan a sus puertas. Cristo, que edifica su obra redentora; los hombres, que a Él nos agremiamos. En este niño de la gruta campesina de Belén se encuentra ya la plenitud de la salvación. "Es verdaderamente justo y necesario... darte gracias, Señor, Padre santo, Dios omnipotente y eterno porque todo el objeto del culto, ofrecido en su devoción por el pueblo cristiano, encuentra su origen en esta solemnidad y se halla contenido en este don", decía un prefacio para esta vigilia guardado en el sacramentario Leoniano. La obra de Cristo precisará pasar por escalas diversas, siendo principalmente su muerte la que rompa las vallas que nos separan de Dios. Pero desde el momento en que el nuevo Adán se encuentra entre nosotros, cuando la raza humana tiene ya un jefe para la empresa de su rescate, podemos estimar como una realidad palpitante el cable tendido entre Dios y los hombres, por el cual podremos trepar hasta el paraíso antiguo. Puede, ciertamente, decir el oficio de hoy: "Mañana estará con vosotros la salvación" (resp. 3 ad Matut., 5.a ant. ad Laudes).

Pero el chorro bendito de luz no alcanza solamente a los hombres. Todas las criaturas terrestres—que encuentran en el hombre su punto de engarce con el cosmos espiritual—se ven transformadas y enaltecidas. "Mañana se borrará la iniquidad de la tierra" (Aleluya; 3a ant. ad Laudes). San Pablo nos descubre una dolorosa participación de las cosas en la maldad humana. Nos dice también que la creación está esperando con ansia la liberación de su servidumbre para participar en la gloria de los hijos de Dios. "Brilla un nuevo astro, que raerá toda vileza", canta el himno de laudes. A la hierba, al pájaro, al mar, a la estrella, le llega esta nueva claridad. Solidaria del hombre la creación está llamada a ser "el cielo nuevo y la nueva tierra" de que nos hablan Isaías y San Juan, el escenario para la eterna visión enamorada de los elegidos en el último día.

Porque aún todo está en camino, todo en víspera. La colecta de hoy nos habla de Cristo Juez. La secreta, del gozo de los dones eternos. No se cerrará la curva de la redención sino al final de los tiempos, cuando entre en las praderas celestiales la gran multitud que aclamará a Cristo como Cabeza y Señor. Ahora todo se realiza en misterio y en esperanza, a través del rito sensible y en la invisible caridad. Es el anticipo placentero de la eterna y juvenil alegría. Nuestra incorporación al Verbo encarnado, descendido de los cielos propter nostram salutem, nos da una cédula de confianza. Y también un comienzo de transformación asombrosa, aunque escondida.

La vigilia nos lleva de la mano hasta la gruta del nacimiento para que en él veamos nuestro propio renacimiento: para que contemplemos y adoremos la gloria oculta del hijo de la Virgen y soñemos en la nuestra futura. En esta espera trepidante de hoy la Iglesia nos invita al júbilo y a la santidad. "Cada año nos alegras con la expectación de nuestra redención", dice la colecta. "Santificaos hoy y estad preparados", exhortan los responsorios de maitines. Para compañía, ejemplo y ayuda, la Iglesia pone a nuestro lado a Santa María, en cuyo templo mayor romano se celebra el culto estacional. No podríamos encontrar más sabroso acompañamiento. Asidos a la ternura de Nuestra Señora, esperamos con impaciencia el momento en que "Jesucristo, Dios eterno e hijo del Padre eterno, queriendo consagrar el mundo con su venida misericordiosa', nazca, hecho hombre, en Belén de Judá (Martyr. Rom.)

Reflexión del 24/12/2025

Lecturas del 24/12/2025

Cuando el rey David se asentó en su casa y el Señor le hubo dado reposo de todos sus enemigos de alrededor, dijo al profeta Natán: «Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios habita en una tienda».
Natán dijo al rey: «Ve y haz lo que desea tu corazón, pues el Señor está contigo».
Aquella noche vino esta palabra del Señor a Natán: «Ve y habla a mi siervo David: “Así dice el Señor: ¿Tú me vas a construir una casa para morada mía?
Yo te tomé del pastizal, de andar tras el rebaño, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. He estado a tu lado por donde quiera que asido, haya suprimido a todos tus enemigos ante ti y te he hecho tan famoso como los grandes de la tierra. Dispondré un lugar para mi pueblo Israel, y lo plantaré para que resida en él sin que lo inquieten, ni le hagan más daño los malvados, como antaño, cuando nombraba jueces sobre mi pueblo Israel. A ti te he dado reposo de todos tus enemigos. Pues bien, el Señor te anuncia que te va a edificar una casa. En efecto, cuando se cumplan tus días y reposes con tus padres, yo suscitaré descendencia tuya después de ti. Al que salga de tus entrañas le afirmaré su reino. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo.
Tu casa y tu reino se mantendrán siempre firmes ante mí, tu trono durará para siempre”».
En aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, se llenó del Espíritu Santo y profetizó diciendo: «“Bendito sea el Señor, Dios de Israel”, porque ha visitado y “redimido a su pueblo”, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la “misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza” y “el juramento que juró a nuestro padre Abrahán” para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días. Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante “del Señor a preparar sus caminos”, anunciando a su pueblo la salvación por el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz».

Palabra del Señor.

24 de Diciembre 2025 – San Delfín de Burdeos

En Burdeos, de Aquitania, san Delfín, obispo, el cual, unido a san Paulino de Nola con una estrecha amistad, trabajó diligentemente para rechazar los errores de Prisciliano.

Obispo de Burdeos (380-403), en tiempos del emperador Teodosio el Grande. Acudió en el 380, al concilio de Zaragoza para condenar a Prisciliano y a sus discípulos. El inicio de su episcopado fue turbado por las controversias priscilianistas. La herejía tuvo eco en Burdeos y en toda la Aquitania gracias a la protección de una gran señora, Eucrocia, y de su hija, Prócula. Las pasiones religiosas parecen que fueron muy encendidas en esta ciudad cuando pasó por ella Prisciliano y sus discípulos Instancio y Salviano, porque se narran luchas cruentas.

El obispo Delfín presidió en Burdeos un concilio (384) delante del cual los jefes del movimiento priscilianista y sus acusadores fueron invitados a presentarse y donde muchos memoriales fueron leídos delante de los obispos. Instancio, prelado amigo del hereje, fue depuesto del episcopado; Prisciliano habría tenido el mismo fin si no hubiera apelado al emperador Máximo en Tréveris. Parece que Delfín gozó de un gran prestigio que sobrepasó los límites de su diócesis. Fue amigo íntimo de san Febadio de Agen y tuvo una correspondencia regular con san Ambrosio de Milán. 

Durante su episcopado la cristianización de la diócesis de Burdeos parece que hizo progresos importantes porque a partir del año 400 las inscripciones y los monumentos llevan casi todas fórmulas y símbolos cristianos. Instruyó y bautizó a Paulino de Nola, y un poco antes del 389, le inspiró el amor por el ascetismo. Cuando dejó Burdeos, san Paulino, que consideraba al obispo como su padre espiritual, tuvo con él una correspondencia regular. Se conservan cinco cartas enviadas por Paulino a Delfín, escritas entre el 393 al 401 y sabemos de otras que se han perdido. Las cartas del obispo de Burdeos desgraciadamente se han perdido: además, ninguna de sus obras ha llegado hasta nosotros.

Le sucedió uno de sus sacerdotes, san Amando, también ligado estrechamente con san Paulino de Nola. Patrón de Aquitania. 

martes, 23 de diciembre de 2025

¿Sabías qué…?

Estamos en ADVIENTO

Reflexión del 23/12/2025

Lecturas del 23/12/2025

Esto dice el Señor Dios: «Voy a enviar a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí.
De repente llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando; y el mensajero de la alianza en quien os regocijáis, mirad que está llegando, dice el Señor del universo.
¿Quién resistirá el día de su llegada? ¿Quién se mantendrá en pie ante su mirada? Pues es como el fuego de fundidor, como lejía de lavandero. Se sentará como fundidor que refina la plata; refinará a los levitas y los acrisolará como oro y plata, y el Señor recibirá ofrenda y oblación justas.
Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en tiempos pasados, como antaño.
Mirad, os envío al profeta Elías, antes de que venga el Día del Señor, día grande y terrible. Él convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir a castigar y destruir la tierra».
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella.
A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo: «¡No! Se va a llamar Juan».
Y le dijeron: «Ninguno de tus parientes se llama así».
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron maravillados.
Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.
Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo: «Pues ¿qué será este niño?»
Porque la mano del Señor estaba con él.

Palabra del Señor.

23 de Diciembre 2025 – San Juan de Kety

San Juan de Kety, presbítero, el cual, siendo sacerdote, se dedicó a la enseñanza durante muchos años en la Academia de Cracovia, después recibió el encargo pastoral de la parroquia de Olkusia, en donde, añadiendo a la recta fe un cúmulo de virtudes, se convirtió para los cooperadores y discípulos en ejemplo de piedad y caridad hacia el prójimo, y después emigró a los gozos celestiales en Cracovia, ciudad de Polonia.

Juan de Kety, llamado también Juan Cancio, nació en la ciudad polaca de Kety (o Kanty). Sus padres eran campesinos de buena posición, que al comprender que su hijo era muy inteligente, le enviaron a estudiar en la Universidad de Cracovia. Juan hizo una brillante carrera y, después de su ordenación sacerdotal, fue nombrado profesor de la Universidad. Como llevaba una vida muy austera, sus amigos le aconsejaron que mirase por su salud a lo que él respondió, simplemente, que la austeridad no había impedido a los padres del desierto vivir largo tiempo. Se cuenta que un día, mientras comía, vio pasar frente a la puerta de su casa a un mendigo famélico. Juan se levantó al punto y regaló su comida al mendigo; cuando volvió a entrar en su casa, encontró su plato lleno. Según se dice, desde entonces se conmemoró ese suceso en la Universidad, dando todos los días de comer a un pobre; al empezar la comida, el subprefecto de la Universidad decía en voz alta: «Un pobre va a entrar», y el prefecto respondía en latín: «Va a entrar Jesucristo».

El éxito de San Juan como profesor y predicador suscitó la envidia de sus rivales, quienes acabaron por lograr que fuese enviado como párroco a Olkusz. El santo se entregó al trabajo con gran energía; sin embargo, no consiguió ganarse el cariño de sus feligreses, y la responsabilidad de su cargo le abrumaba. A pesar de todo, no cejó en la empresa y, cuando fue llamado a Cracovia, al cabo de varios años, sus fieles le querían ya tanto, que le acompañaron buena parte del camino. El santo se despidió de ellos con estas palabras: «La tristeza no agrada a Dios. Si algún bien os he hecho en estos años, cantad un himno de alegría». San Juan pasó a ocupar en la Universidad de Cracovia la cátedra de Sagrada Escritura, que conservó hasta el fin de su vida. Su reputación llegó a ser tan grande, que durante muchos años se usaba su túnica para investir a los nuevos doctores. Por otra parte, san Juan no limitó su celo a los círculos académicos, sino que visitaba con frecuencia tanto a los pobres como a los ricos.

En una ocasión, los criados de un noble, viendo la túnica desgarrada de San Juan, no quisieron abrirle la puerta, por lo que el santo volvió a su casa a cambiar de túnica. Durante la comida, uno de los invitados le vació encima un plato y san Juan comentó sonriendo: «No importa: mis vestidos merecían ya un poco de comida, puesto que a ellos debo el placer de estar aquí». Los bienes y el dinero del santo estaban a disposición de los pobres de la ciudad, quienes de vez en cuando le dejaban casi en la miseria. San Juan no se cansaba de repetir a sus discípulos: «Combatid el error; pero emplead como armas la paciencia, la bondad y el amor. La violencia os haría mal y dañaría la mejor de las causas». Cuando corrió por la ciudad la noticia de que san Juan, a quien se atribuían ya varios milagros, estaba agonizante, la pena de todos fue enorme. El santo dijo a quienes le rodeaban: «No os preocupéis por la prisión que se derrumba; pensad en el alma que va a salir de ella dentro de unos momentos». Murió la víspera del día de Navidad de 1473, a los ochenta y tres años de edad. En 1767, tuvo lugar su canonización y su fiesta se extendió a toda la Iglesia de Occidente.