miércoles, 30 de abril de 2025
Lecturas del 30/04/2025
En aquellos días, el sumo sacerdote y todos los suyos, que integran la secta de los saduceos, en un arrebato de celo, prendieron a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública. Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la cárcel y los sacó fuera, diciéndoles: «Marchaos y, cuando lleguéis al templo, explicad al pueblo todas estas palabras de vida». -
Entonces ellos, al oírlo, entraron en el templo al amanecer y se pusieron a enseñar. Llegó entre tanto el sumo sacerdote con todos los suyos, convocaron el Sanedrín y el pleno de los ancianos de los hijos de Israel, y mandaron a la prisión para que los trajesen. Fueron los guardias, no los encontraron en la celda, y volvieron a informar, diciendo: «Hemos encontrado la prisión cerrada con toda seguridad, y a los centinelas en pie a las puertas; pero, al abrir, no encontramos a nadie dentro».
Al oír estas palabras, ni el jefe de la guardia del templo ni los sumos sacerdotes atinaban a explicarse qué había pasado. Uno se presentó, avisando: «Mirad, los hombres que metisteis en la cárcel están en el templo enseñando al pueblo». -
Entonces el jefe salió con los guardias y se los trajo, sin emplear la fuerza, por miedo a que el pueblo los apedrease.
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
Palabra del Señor.
30 de Abril 2025 – San Pío V – Papa
Nacido en Bosco, cerca de Alejandría, Lombardía, el 17 de enero de 1504. Elegido el 7 de enero de 1566; murió el 1 de mayo de 1572. Era de una pobre aunque noble familia, su destino habría sido ejercer de comerciante, pero fue acogido por los dominicos de Voghera, dónde recibió una buena educación y fue adiestrado en una piedad sólida y austera. Ingresó en la orden, fue ordenado en 1528 y enseñó teología y filosofía durante dieciséis años. Entretanto fue maestro de novicios y, en varias ocasiones, elegido prior de diferentes casas de su orden en las que se esforzó por desarrollar la práctica de las virtudes monacales y extender el espíritu del santo fundador. Fue un ejemplo para todos. Ayunaba, hacía penitencia, pasaba muchas horas por la noche meditación y oración. Viajaba a pie, sin capa, en silencio profundo o hablando únicamente a sus compañeros de las cosas de Dios. En 1556 fue nombrado obispo de Sutri por Pablo IV. Su celo contra la herejía lo ocasionó ser elegido como inquisidor de la fe en Milán y Lombardía y en 1557 Pablo IV le nombró cardenal e inquisidor general para toda la cristiandad. En 1559 fue transferido a Mondovi dónde restauró las purezas de la fe y la disciplina, gravemente dañadas por las guerras del Piamonte. Frecuentemente llamado a Roma, mostró su firme celo en todos los asuntos en que fue consultado. Así ofreció una insuperable oposición a Pio IV cuando éste quiso admitir a Fernando de Medici, entonces con sólo trece años, en el Sacro Colegio. De nuevo fue él quien derrotó el proyecto de Maximiliano II, emperador de Alemania, de abolir el celibato eclesiástico. A la muerte de Pio IV, fue, a pesar de sus lágrimas y súplicas, elegido papa, con gran alegría de toda la Iglesia.
Comenzó su pontificado dando grandes limosnas a los pobres, en lugar de repartir sus gratificaciones de modo casual, como sus predecesores. Como pontífice practicó las virtudes que había mostrado como monje y obispo. Su piedad disminuyó y, a pesar de los pesados trabajos y angustias de su cargo, hacía al menos dos meditaciones diarias, postrado de rodillas, en presencia del Santísimo Sacramento. En su caridad visitó hospitales y se sentaba al lado de la cama del enfermo, consolándoles y preparándoles para morir. Lavó los pies de los pobres y abrazó a los leprosos. Se comenta que un noble inglés se convirtió al verle besar los pies de un mendigo cubiertos con úlceras. Era muy austero y desterró el lujo de su corte, elevó el orden moral, trabajó con su amigo íntimo, San. Carlos Borromeo, para reformar el clero, obligó a los obispos a que residieran en sus diócesis y a los cardenales a llevar vidas de simplicidad y piedad. Disminuyó los escándalos públicos relegando a las prostitutas a barrios distantes y prohibió la lidia. Reforzó la observancia de la disciplina del Concilio de Trento, reformó el Cister y apoyó las misiones del Nuevo Mundo. En la Bula “In Cæna Domini" proclamó los principios tradicionales de la Iglesia de Roma y la supremacía de la Santa Sede sobre el poder civil.
Pero el gran pensamiento y la preocupación constante de su pontificado parecen haber sido la lucha contra protestantes y turcos. En Alemania apoyó a los católicos oprimidos por los príncipes heréticos. En Francia animó la Liga con sus consejos y con ayuda pecuniaria. En los Países Bajos apoyó a España. En Inglaterra, finalmente, excomulgó a Isabel, abrazó la causa de María Estuardo y le escribió para consolarla en prisión. En el ardor de su fe no dudó en mostrar severidad contra los disidentes, cuando fue necesario, y en dar un nuevo impulso a la actividad de la Inquisición, por lo que ha sido inculpado por ciertos historiadores que han exagerado su conducta. A pesar de todo lo que en ellos había a su favor, condenó los escritos de Baius (q.v.), quién acabó sometiéndose.
Trabajó incesantemente por unir a los príncipes cristianos contra el enemigo heredado, los turcos. En el primer año de su pontificado ordenó un jubileo solemne, exhortando a los creyentes a la penitencia y a la limosna para obtener de Dios la victoria. Apoyó a los Caballeros de Malta, enviando dinero para la fortificación de las ciudades libres de Italia, suministrando contribuciones mensuales a los cristianos de Hungría, y se esforzó sobre todo para unir a Maximiliano, Felipe II y Carlos para defender la cristiandad. En 1567, con el mismo propósito, recogió de todos los conventos el diezmo de sus réditos. En 1570 cuando Soliman II atacó Chipre, amenazando toda la cristiandad occidental, no descansó hasta unir las fuerzas de Venecia, España, y la Santa Sede. Envió su bendición a D. Juan de Austria, comandante en jefe de la expedición, recomendando que dejara atrás a todos los soldados de mala vida, y prometiéndole la victoria si así lo hacía. Pidió oraciones públicas y aumentó sus propias súplicas al cielo. En el día de la batalla de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, estaba trabajando con los cardenales, cuando, de repente, interrumpiendo su trabajo, abriendo la ventana y mirando el cielo, exclamó, "Un alto en el trabajos; nuestra gran tarea ahora es dar gracias a Dios por la victoria que acaba de dar al ejército cristiano”. Estalló en las lágrimas cuando oyó hablar de la victoria que dio al poder turco un golpe del que nunca se recuperó. En memoria de este triunfo instituyó el primer domingo de octubre la fiesta del Rosario y agregó a la Letanía de Loreto la súplica" Ayuda de los cristianos." Deseaba acabar con el poder del Islam formando una alianza global de las ciudades italianas, Polonia, Francia, y toda la Europa cristiana, y había empezado las negociaciones para este propósito cuando murió de litiasis, repitiendo “ ¡Oh Señor, aumenta mis sufrimientos y mi paciencia!". Dejó un recuerdo de una virtud poco común y una integridad inagotable e inflexible. Fue beatificado por Clemente X en 1672, y canonizado por Clemente XI en 1712.
Comenzó su pontificado dando grandes limosnas a los pobres, en lugar de repartir sus gratificaciones de modo casual, como sus predecesores. Como pontífice practicó las virtudes que había mostrado como monje y obispo. Su piedad disminuyó y, a pesar de los pesados trabajos y angustias de su cargo, hacía al menos dos meditaciones diarias, postrado de rodillas, en presencia del Santísimo Sacramento. En su caridad visitó hospitales y se sentaba al lado de la cama del enfermo, consolándoles y preparándoles para morir. Lavó los pies de los pobres y abrazó a los leprosos. Se comenta que un noble inglés se convirtió al verle besar los pies de un mendigo cubiertos con úlceras. Era muy austero y desterró el lujo de su corte, elevó el orden moral, trabajó con su amigo íntimo, San. Carlos Borromeo, para reformar el clero, obligó a los obispos a que residieran en sus diócesis y a los cardenales a llevar vidas de simplicidad y piedad. Disminuyó los escándalos públicos relegando a las prostitutas a barrios distantes y prohibió la lidia. Reforzó la observancia de la disciplina del Concilio de Trento, reformó el Cister y apoyó las misiones del Nuevo Mundo. En la Bula “In Cæna Domini" proclamó los principios tradicionales de la Iglesia de Roma y la supremacía de la Santa Sede sobre el poder civil.
Pero el gran pensamiento y la preocupación constante de su pontificado parecen haber sido la lucha contra protestantes y turcos. En Alemania apoyó a los católicos oprimidos por los príncipes heréticos. En Francia animó la Liga con sus consejos y con ayuda pecuniaria. En los Países Bajos apoyó a España. En Inglaterra, finalmente, excomulgó a Isabel, abrazó la causa de María Estuardo y le escribió para consolarla en prisión. En el ardor de su fe no dudó en mostrar severidad contra los disidentes, cuando fue necesario, y en dar un nuevo impulso a la actividad de la Inquisición, por lo que ha sido inculpado por ciertos historiadores que han exagerado su conducta. A pesar de todo lo que en ellos había a su favor, condenó los escritos de Baius (q.v.), quién acabó sometiéndose.
Trabajó incesantemente por unir a los príncipes cristianos contra el enemigo heredado, los turcos. En el primer año de su pontificado ordenó un jubileo solemne, exhortando a los creyentes a la penitencia y a la limosna para obtener de Dios la victoria. Apoyó a los Caballeros de Malta, enviando dinero para la fortificación de las ciudades libres de Italia, suministrando contribuciones mensuales a los cristianos de Hungría, y se esforzó sobre todo para unir a Maximiliano, Felipe II y Carlos para defender la cristiandad. En 1567, con el mismo propósito, recogió de todos los conventos el diezmo de sus réditos. En 1570 cuando Soliman II atacó Chipre, amenazando toda la cristiandad occidental, no descansó hasta unir las fuerzas de Venecia, España, y la Santa Sede. Envió su bendición a D. Juan de Austria, comandante en jefe de la expedición, recomendando que dejara atrás a todos los soldados de mala vida, y prometiéndole la victoria si así lo hacía. Pidió oraciones públicas y aumentó sus propias súplicas al cielo. En el día de la batalla de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, estaba trabajando con los cardenales, cuando, de repente, interrumpiendo su trabajo, abriendo la ventana y mirando el cielo, exclamó, "Un alto en el trabajos; nuestra gran tarea ahora es dar gracias a Dios por la victoria que acaba de dar al ejército cristiano”. Estalló en las lágrimas cuando oyó hablar de la victoria que dio al poder turco un golpe del que nunca se recuperó. En memoria de este triunfo instituyó el primer domingo de octubre la fiesta del Rosario y agregó a la Letanía de Loreto la súplica" Ayuda de los cristianos." Deseaba acabar con el poder del Islam formando una alianza global de las ciudades italianas, Polonia, Francia, y toda la Europa cristiana, y había empezado las negociaciones para este propósito cuando murió de litiasis, repitiendo “ ¡Oh Señor, aumenta mis sufrimientos y mi paciencia!". Dejó un recuerdo de una virtud poco común y una integridad inagotable e inflexible. Fue beatificado por Clemente X en 1672, y canonizado por Clemente XI en 1712.
martes, 29 de abril de 2025
Lecturas del 29/04/2025
Queridos hermanos:
Este es el mensaje que hemos oído de Jesucristo y que os anunciamos: Dios es luz y en él no hay tiniebla alguna. Si decimos que estamos en comunión con él y vivimos en las tinieblas, mentimos y no obramos la verdad. Pero, si caminamos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado. Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Pedro, sí confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda justicia. Si decimos que no hemos pecado lo hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros.
Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.
En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, padre, así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
Palabra del Señor.
29 de Abril 2025 – San José Benito Cottolengo
Pío IX la llamaba «la Casa del Milagro». El canónigo Cottolengo, cuando las autoridades le ordenaron cerrar la primera casa, ya repleta de enfermos, como medida de precaución al estallar la epidemia de cólera en 1831, cargó sus pocas cosas en un burro, y en compañía de dos Hermanas salió de la ciudad de Turín, hacia un lugar llamado Valdocco. En la puerta de una vieja casona leyó: «Taberna del Brentatore». La volteó y escribió: «Pequeña Casa de la Divina Providencia». Pocos días antes le había dicho al canónigo Valletti con sencillez campesina: «Señor Rector, siempre he oído decir que para que los repollos produzcan más y mejor tienen que ser trasplantados. La «Divina Providencia» será, pues, trasplantada y se convertirá en un gran repollo...».
José Cottolengo nació en Bra, un pueblo al norte de Italia. Fue el mayor de doce hermanos, y estudió con mucho provecho hasta conseguir el diploma de teología en Turín. Después fue coadjutor en Corneliano de Alba, en donde celebraba la Misa de las tres de la mañana para que los campesinos pudieran asistir antes de ir a trabajar. Les decía: «La cosecha será mejor con la bendición de Dios». Luego fue nombrado canónigo en Turín. Aquí tuvo que asistir, impotente, a la muerte de una mujer, rodeada de sus hijos que lloraban, y a la que se le habían negado los auxilios más urgentes, porque era sumamente pobre. Entonces José Cottolengo vendió todo lo que tenía, hasta su manto, alquiló un par de piezas y comenzó así su obra bienhechora, ofreciendo albergue gratuito a una anciana paralítica.
A la mujer que le confesaba que no tenía ni un centavo para pagar el mercado, le dijo: «No importa, todo lo pagará la Divina Providencia». Después del traslado a Valdocco, la Pequeña Casa se amplió enormemente y tomó forma ese prodigio diario de la ciudad del amor y de la caridad que hoy el mundo conoce y admira con el nombre de «Cottolengo». Dentro de esos muros, construidos por la fe, está la serena laboriosidad de una república modelo, que le habría gustado al mismo Platón.
La palabra «minusválido» aquí no tiene sentido. Todos son «buenos hijos» y para todos hay un trabajo adecuado que ocupa la jornada y hace más sabroso el pan cotidiano. Les decía a las Hermanas: «Su caridad debe expresarse con tanta gracia que conquiste los corazones. Sean como un buen plato que se sirve a la mesa, ante el cual uno se alegra». Pero su buena salud no resistió por mucho tiempo al duro trabajo. «El asno no quiere caminar» comentaba bonachonamente. En el lecho de muerte invitó por última vez a sus hijos a dar gracias con él a la Providencia. Sus últimas palabras fueron: «In domum Domini ibimus» (Vamos a la casa del Señor). Era el 30 de Abril de 1842.
José Cottolengo nació en Bra, un pueblo al norte de Italia. Fue el mayor de doce hermanos, y estudió con mucho provecho hasta conseguir el diploma de teología en Turín. Después fue coadjutor en Corneliano de Alba, en donde celebraba la Misa de las tres de la mañana para que los campesinos pudieran asistir antes de ir a trabajar. Les decía: «La cosecha será mejor con la bendición de Dios». Luego fue nombrado canónigo en Turín. Aquí tuvo que asistir, impotente, a la muerte de una mujer, rodeada de sus hijos que lloraban, y a la que se le habían negado los auxilios más urgentes, porque era sumamente pobre. Entonces José Cottolengo vendió todo lo que tenía, hasta su manto, alquiló un par de piezas y comenzó así su obra bienhechora, ofreciendo albergue gratuito a una anciana paralítica.
A la mujer que le confesaba que no tenía ni un centavo para pagar el mercado, le dijo: «No importa, todo lo pagará la Divina Providencia». Después del traslado a Valdocco, la Pequeña Casa se amplió enormemente y tomó forma ese prodigio diario de la ciudad del amor y de la caridad que hoy el mundo conoce y admira con el nombre de «Cottolengo». Dentro de esos muros, construidos por la fe, está la serena laboriosidad de una república modelo, que le habría gustado al mismo Platón.
La palabra «minusválido» aquí no tiene sentido. Todos son «buenos hijos» y para todos hay un trabajo adecuado que ocupa la jornada y hace más sabroso el pan cotidiano. Les decía a las Hermanas: «Su caridad debe expresarse con tanta gracia que conquiste los corazones. Sean como un buen plato que se sirve a la mesa, ante el cual uno se alegra». Pero su buena salud no resistió por mucho tiempo al duro trabajo. «El asno no quiere caminar» comentaba bonachonamente. En el lecho de muerte invitó por última vez a sus hijos a dar gracias con él a la Providencia. Sus últimas palabras fueron: «In domum Domini ibimus» (Vamos a la casa del Señor). Era el 30 de Abril de 1842.
lunes, 28 de abril de 2025
Lecturas del 28/04/2025
En aquellos días, Pedro y Juan, puestos en libertad, volvieron a los suyos y les contaron lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y los ancianos.
Al oírlo, todos invocaron a uno a Dios en voz alta, diciendo: «Señor, tú hiciste el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos; tú que por el Espíritu Santo dijiste, por boca de nuestro padre David, tu siervo: “¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos planean proyectos vanos? Se presentaron los reyes de la tierra, los príncipes conspiraron contra el Señor y contra su Mesías”.
Pues en verdad se aliaron en esta ciudad Herodes y Poncio Pilato con los gentiles y el pueblo de Israel contra tu santo siervo Jesús, a quien ungiste, para realizar cuanto tu mano y tu voluntad habían determinado que debía suceder. Ahora, Señor, fíjate en tus amenazas y concede a tus siervos predicar tu palabra con toda valentía; extiende tu mano para que se realicen curaciones, signos y prodigios por el nombre de tu santo siervo Jesús». Al terminar la oración, tembló el lugar donde estaban reunidos; los llenó a todos el Espíritu Santo, y predicaban con valentía la palabra de Dios.
Había un hombre del grupo de los fariseos llamado Nicodemo, jefe judío. Este fue a ver a Jesús de noche y le dijo: «Rabí, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces si Dios no está con él».
Jesús le contestó: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios».
Nicodemo le pregunta: «¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?».
Jesús le contestó: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios.
Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: “Tenéis que nacer de nuevo”; el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu».
Palabra del Señor.
28 de Abril 2025 – San Pablo de la Cruz
Pablo Francisco Danei nació en Ovada (Liguria, Italia) en 1694. Es el fundador de los Clérigos descalzos de la Santa Cruz y de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Un título tan largo fue inmediatamente reducido por los cristianos al nombre de «pasionistas» en el que está compendiado el carácter y la esencia de la nueva Congregación, cuyos miembros viven, meditan y predican la Pasión de nuestro Señor. Pablo Francisco Danei a la edad de 19 años escuchó una predicación sobre la pasión de Cristo y decidió ponerse al servicio de Cristo. Para ello pensó que lo que debía hacer inmediatamente era enrolarse como voluntario en el ejército que los venecianos estaban alistando para una expedición contra los turcos, pero dicha cruzada tenía como finalidad intereses materiales.
Su verdadera vocación maduró dedicándose a la oración y a duras penitencias. Alma eminentemente contemplativa, pasaba hasta siete horas consecutivas en profunda meditación. A los 26 años recibió del obispo de Alessandria, Gattinara, el hábito negro del penitente con los signos de la Pasión de Cristo: un corazón con una cruz encima, con tres clavos y el monograma de Cristo. Convenció al hermano Juan Bautista a que se uniera a él y ambos se retiraron a un yermo sobre el monte Argentario, cerca de Orbetello. Allí llevaron una vida eremítica, en duras penitencias corporales. El domingo dejaban su retiro y bajaban a los pueblos cercanos a predicar la Pasión de Cristo.
Su predicación apasionada y dramática (a menudo se flagelaban en público para hacer más viva la imagen de Cristo sufriente) conmovía a las muchedumbres y convertía aun a los más duros. Sus misiones, distinguidas por una cruz de madera, obtuvieron resultados sorprendentes. El Papa Benedicto XIII les concedió el permiso de convertir en Congregación su asociación, y ordenó de sacerdotes a los dos hermanos. La Regla que escribió al principio San Pablo de la Cruz era muy rígida. Pablo, que gozaba de la estimación de obispos y Papas (sobre todo Clemente XIV, que se enumeraba entre sus hijos espirituales), tuvo que mitigar bastante la primitiva Regla de los pasionistas para tener la definitiva aprobación eclesiástica.
A la Congregación masculina muy pronto se añadió la Congregación femenina. Pablo murió a la edad de 81 años, el 18 de octubre de 1775, en el convento romano anexo a la iglesia de los Santos Juan y Pablo, sobre el monte Celio. Pío IX lo canonizó el 28 de junio de 1867. Antes de la reforma del calendario, su fiesta se celebraba el 28 de abril.
Su verdadera vocación maduró dedicándose a la oración y a duras penitencias. Alma eminentemente contemplativa, pasaba hasta siete horas consecutivas en profunda meditación. A los 26 años recibió del obispo de Alessandria, Gattinara, el hábito negro del penitente con los signos de la Pasión de Cristo: un corazón con una cruz encima, con tres clavos y el monograma de Cristo. Convenció al hermano Juan Bautista a que se uniera a él y ambos se retiraron a un yermo sobre el monte Argentario, cerca de Orbetello. Allí llevaron una vida eremítica, en duras penitencias corporales. El domingo dejaban su retiro y bajaban a los pueblos cercanos a predicar la Pasión de Cristo.
Su predicación apasionada y dramática (a menudo se flagelaban en público para hacer más viva la imagen de Cristo sufriente) conmovía a las muchedumbres y convertía aun a los más duros. Sus misiones, distinguidas por una cruz de madera, obtuvieron resultados sorprendentes. El Papa Benedicto XIII les concedió el permiso de convertir en Congregación su asociación, y ordenó de sacerdotes a los dos hermanos. La Regla que escribió al principio San Pablo de la Cruz era muy rígida. Pablo, que gozaba de la estimación de obispos y Papas (sobre todo Clemente XIV, que se enumeraba entre sus hijos espirituales), tuvo que mitigar bastante la primitiva Regla de los pasionistas para tener la definitiva aprobación eclesiástica.
A la Congregación masculina muy pronto se añadió la Congregación femenina. Pablo murió a la edad de 81 años, el 18 de octubre de 1775, en el convento romano anexo a la iglesia de los Santos Juan y Pablo, sobre el monte Celio. Pío IX lo canonizó el 28 de junio de 1867. Antes de la reforma del calendario, su fiesta se celebraba el 28 de abril.
domingo, 27 de abril de 2025
Lecturas del 27/04/2025
Por mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en medio del pueblo.
Todos se reunían con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los creyentes, una multitud tanto de hombres como de mujeres, que se adherían al Señor. La gente sacaba los enfermos a las plazas, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno.
Acudía incluso mucha gente de las ciudades cercanas a Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos eran curados.
Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la perseverancia en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos a causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús.
El día del Señor fui arrebatado en espíritu y escuché detrás de mí una voz potente como de trompeta que decía: «Lo que estás viendo, escríbelo en un libro, y envíaselo a las siete iglesias».
Me volví para ver la voz que hablaba conmigo, y, vuelto, vi siete candelabros de oro, y en medio de los candelabros como un Hijo de hombre, vestido de una túnica talar, y ceñido el pecho con un cinturón de oro.
Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Pero él puso su mano derecha sobre mí, diciéndome: «No temas; Yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo. Escribe, pues, lo que estás viendo: lo que es y lo que ha de suceder después de esto».
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor».
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros».
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».
Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!».
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto».
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Palabra del Señor.
27 de Abril 2025 – San Pedro Canisio
Es una verdad muy grande «que el Santo no nace, se hace». Pedro Canisio no sentía esas inclinaciones hacia la bondad ni hacía esas otras maravillas de las que suelen abundar las biografías de Santos antiguos que parece gozaron desde su cuna de gracias extraordinarias. No, Pedro Canisio será un chico normal. Dicen sus biógrafos que estaba dotado de una naturaleza un tanto rarilla. Era, dicen: irritable, pendenciero, quisquilloso, vanidosillo, engreído y bastante terco... Aun cuando será mayor, de cuando en cuando, aparecerá su genio fuerte y altanero. Por otra parte, también tenía cualidades buenas que le inclinaban hacia la bondad, el perdón y una acendrada piedad. Todo cabía en aquel gran corazón de Pedro Kanis.
Era el 8 de mayo de 1521, en el mismo año que Lutero rompe con Roma, cuando nace Pedro en la bella ciudad de Nimega, Holanda. Su padre desempeñaba el cargo más importante de la ciudad: era burgomaestre de la misma. Tanto el padre como la madre, que eran muy buenos cristianos, trataron de dar a Pedro una digna educación. Su madre, Egidía se llamaba, cuenta el mismo San Pedro en su precioso libro Confesiones que, antes de morir, reunió a sus hijos y les dijo como testamento espiritual: «Hijos míos, haced que después de mi muerte siempre améis mucho y seáis fieles a la Iglesia Católica. Sed muy fieles hijos del Papa de Roma.»
Por el año 1542, cuando tenía 22 años, mientras estudiaba en la ciudad de Maguncia, se encontró con el célebre jesuita Pedro Fabro y pronto vieron que eran almas gemelas y trabaron una gran amistad. Fabro le invitó a que tomara parte en unos Ejercicios Espirituales que se iban a celebrar. Canisio salió de ellos totalmente transformado hasta el punto que le dijo: «Amigo Fabro, veo que el Señor me llama a que ingrese en la Compañía. Quiero ser santo y para ello el Señor me ha señalado este camino». Ingresa en la Compañía y empieza una nueva etapa para él: Se entrega de lleno a su formación espiritual y científica. Progresa rápido en ambos caminos. Admiran sus cualidades. Él dice lleno de gratitud: ¿"Qué hubiera sido de mí, pobre pecador, a no ser que la Divina Providencia me enviara todos estos hombres providenciales que me ayudaron a caminar por el bien y a evitar los peligros que me rodeaban?".
Se graduó en filosofía y en teología y fue profesor muy aventajado de Sagrada Escritura. Se ordenó sacerdote el año 1646.
San Ignacio de Loyola sentía una predilección especial por Pedro Canisio, por ser el primer sacerdote jesuita germánico. Los males de la herejía extendida por Lutero, se propagan cada vez más. Hay que poner remedio a tanto mal. Por ello Ignacio envía a Pedro Canisio a su patria, para que allí predique la palabra de Dios, ayude a sus hermanos en la fe y defienda a la Iglesia católica contra aquellos furibundos ataques.
Canisio predica, escribe, funda conventos, no descansa ni de noche ni de día. Tiene conversaciones públicas con los detractores de la fe católica y los deja avergonzados con sus argumentos y con su arrebatadora elocuencia. Para burlarse de él hacen chistes con su nombre de familia: Canis, perro. Pero a él no le importa. Se da cuenta sobre todo que hay que trabajar con la juventud, que son los hombres del mañana. Funda Colegios y los mima. Es elegido superior provincial y trabaja por extender la Compañía. Él es un gran maestro de Catequistas. Escribe el famoso Catecismo que aún hoy es de un valor insustituible. Es Nuncio del Papa. Es un hombre práctico. Este es el título que se merece: el Doctor Práctico. El 21 de diciembre de 1597 muere en Friburgo.
Era el 8 de mayo de 1521, en el mismo año que Lutero rompe con Roma, cuando nace Pedro en la bella ciudad de Nimega, Holanda. Su padre desempeñaba el cargo más importante de la ciudad: era burgomaestre de la misma. Tanto el padre como la madre, que eran muy buenos cristianos, trataron de dar a Pedro una digna educación. Su madre, Egidía se llamaba, cuenta el mismo San Pedro en su precioso libro Confesiones que, antes de morir, reunió a sus hijos y les dijo como testamento espiritual: «Hijos míos, haced que después de mi muerte siempre améis mucho y seáis fieles a la Iglesia Católica. Sed muy fieles hijos del Papa de Roma.»
Por el año 1542, cuando tenía 22 años, mientras estudiaba en la ciudad de Maguncia, se encontró con el célebre jesuita Pedro Fabro y pronto vieron que eran almas gemelas y trabaron una gran amistad. Fabro le invitó a que tomara parte en unos Ejercicios Espirituales que se iban a celebrar. Canisio salió de ellos totalmente transformado hasta el punto que le dijo: «Amigo Fabro, veo que el Señor me llama a que ingrese en la Compañía. Quiero ser santo y para ello el Señor me ha señalado este camino». Ingresa en la Compañía y empieza una nueva etapa para él: Se entrega de lleno a su formación espiritual y científica. Progresa rápido en ambos caminos. Admiran sus cualidades. Él dice lleno de gratitud: ¿"Qué hubiera sido de mí, pobre pecador, a no ser que la Divina Providencia me enviara todos estos hombres providenciales que me ayudaron a caminar por el bien y a evitar los peligros que me rodeaban?".
Se graduó en filosofía y en teología y fue profesor muy aventajado de Sagrada Escritura. Se ordenó sacerdote el año 1646.
San Ignacio de Loyola sentía una predilección especial por Pedro Canisio, por ser el primer sacerdote jesuita germánico. Los males de la herejía extendida por Lutero, se propagan cada vez más. Hay que poner remedio a tanto mal. Por ello Ignacio envía a Pedro Canisio a su patria, para que allí predique la palabra de Dios, ayude a sus hermanos en la fe y defienda a la Iglesia católica contra aquellos furibundos ataques.
Canisio predica, escribe, funda conventos, no descansa ni de noche ni de día. Tiene conversaciones públicas con los detractores de la fe católica y los deja avergonzados con sus argumentos y con su arrebatadora elocuencia. Para burlarse de él hacen chistes con su nombre de familia: Canis, perro. Pero a él no le importa. Se da cuenta sobre todo que hay que trabajar con la juventud, que son los hombres del mañana. Funda Colegios y los mima. Es elegido superior provincial y trabaja por extender la Compañía. Él es un gran maestro de Catequistas. Escribe el famoso Catecismo que aún hoy es de un valor insustituible. Es Nuncio del Papa. Es un hombre práctico. Este es el título que se merece: el Doctor Práctico. El 21 de diciembre de 1597 muere en Friburgo.
sábado, 26 de abril de 2025
Lecturas del 26/04/2025
En aquellos días, los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas, viendo la seguridad de Pedro y Juan, y notando que eran hombres sin letras ni instrucción, estaban sorprendidos. Reconocían que habían sido compañeros de Jesús pero, viendo de pie junto a ellos al hombre que había sido curado, no encontraban respuesta.
Les mandaron salir fuera del Sanedrín, y se pusieron a deliberar entre ellos, diciendo: «¿Qué haremos con estos hombres? Es evidente que todo Jerusalén conoce el milagro realizado por ellos, no podemos negarlo; pero, para evitar que se siga divulgando, les prohibiremos con amenazas que vuelvan a hablar a nadie de ese nombre». Y habiéndolos llamado, les prohibieron severamente predicar y enseñar en nombre de Jesús. Pero Pedro y Juan les replicaron diciendo: «¿Es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros más que a él? Juzgadlo vosotros. Por nuestra parte no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído».
Por ellos. Repitiendo la prohibición, los soltaron, sin encontrar la manera de castigarlos a causa del pueblo, porque todos daban gloria a Dios por lo sucedido.
Jesús, resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a anunciárselo a sus compañeros, que estaban de duelo y llorando.
Ellos, al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron.
Después se apareció en figura de otro a dos de ellos que iban caminando al campo.
También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero no los creyeron.
Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado.
Y les dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación». -
Palabra del Señor.
26 de Abril 2025 – San Cleto - Papa
S. Anacleto nació en Atenas después de la mitad del siglo primero, destinado por Dios a sujetar sabiamente la Iglesia en tiempos perniciosos.
Empezando muy pronto a estudiar, se distinguió duro entre los coetáneos por la perspicacia de su ingenio, por el amor a la religión y a las prácticas devotas y por la bondad de su carácter.
Llevadose a Roma, fue consagrado como sacerdote. Y fue mucho el progreso que hizo en las calles de Dios, que cuando la persecución privó la Iglesia del Papa S. Clemente, Anacleto, por unánime consentimiento del pueblo, fue elegido a sucederle sobre el solio pontificio.
Fue El año 103, y la Iglesia gimió bajo la espada de los perseguidores.
En los pocos años de paz prosperó extraordinariamente. El heroísmo de los primeros mártires fue objeto de admiración en todo el imperio romano: una religión que se jactó asertorios tan tenaces de sacrificar la vida, despreocupados de los más atroces tormentos, no pudo ser falsa. Los paganos lo comprendieron, y todos los que buscaban la verdad, corrieron a recibir el bautismo y a engrosar las filas de los fieles. Pero una nueva tormenta se acercó amenazadora.
Trajano, rígido conservador de las tradiciones romanas, no pudiendo sufrir que los templos de los ídolos fueran abandonados, dejó perseguir a los Cristianos. Pero la semilla del Evangelio, rociada por la sangre de muchos mártires, se hizo cada vez más lozano. La constante confesión de muchos atrevidos animó fuertemente los infieles a convertirse a Cristo.
Siendo pues los cristianos amenazados continuamente de muerte, Anacleto ordenó que al final de la Misa todos los presentes se comunicaran y así, dándoles a sus hijos Jesús Cristo le daba fuerza extraordinaria en el caso que hubieran sido tomados y condenados.
Todavía fue S. Anacleto que disciplinó la consagración de los obispos y ordenó que los sacerdotes fueran elegidos por común consentimiento del pueblo, afín de consagrar así al servicio del altar solo personas eruditas y virtuosas.
En suyas pocas cartas habla magistralmente de la autoridad pontificia y de las prerrogativas del apóstol Pietro. En los dos pedidos que hizo en el mes de diciembre, consagró a seis obispos, cinco sacerdotes y tres diáconos.
En el 112 después de haber gobernado la Iglesia por nueve años fue encadenado y, perseverando en la confesión de la fe, fue matado el 19 de julio. Su cuerpo fue enterrado en el Vaticano.
Empezando muy pronto a estudiar, se distinguió duro entre los coetáneos por la perspicacia de su ingenio, por el amor a la religión y a las prácticas devotas y por la bondad de su carácter.
Llevadose a Roma, fue consagrado como sacerdote. Y fue mucho el progreso que hizo en las calles de Dios, que cuando la persecución privó la Iglesia del Papa S. Clemente, Anacleto, por unánime consentimiento del pueblo, fue elegido a sucederle sobre el solio pontificio.
Fue El año 103, y la Iglesia gimió bajo la espada de los perseguidores.
En los pocos años de paz prosperó extraordinariamente. El heroísmo de los primeros mártires fue objeto de admiración en todo el imperio romano: una religión que se jactó asertorios tan tenaces de sacrificar la vida, despreocupados de los más atroces tormentos, no pudo ser falsa. Los paganos lo comprendieron, y todos los que buscaban la verdad, corrieron a recibir el bautismo y a engrosar las filas de los fieles. Pero una nueva tormenta se acercó amenazadora.
Trajano, rígido conservador de las tradiciones romanas, no pudiendo sufrir que los templos de los ídolos fueran abandonados, dejó perseguir a los Cristianos. Pero la semilla del Evangelio, rociada por la sangre de muchos mártires, se hizo cada vez más lozano. La constante confesión de muchos atrevidos animó fuertemente los infieles a convertirse a Cristo.
Siendo pues los cristianos amenazados continuamente de muerte, Anacleto ordenó que al final de la Misa todos los presentes se comunicaran y así, dándoles a sus hijos Jesús Cristo le daba fuerza extraordinaria en el caso que hubieran sido tomados y condenados.
Todavía fue S. Anacleto que disciplinó la consagración de los obispos y ordenó que los sacerdotes fueran elegidos por común consentimiento del pueblo, afín de consagrar así al servicio del altar solo personas eruditas y virtuosas.
En suyas pocas cartas habla magistralmente de la autoridad pontificia y de las prerrogativas del apóstol Pietro. En los dos pedidos que hizo en el mes de diciembre, consagró a seis obispos, cinco sacerdotes y tres diáconos.
En el 112 después de haber gobernado la Iglesia por nueve años fue encadenado y, perseverando en la confesión de la fe, fue matado el 19 de julio. Su cuerpo fue enterrado en el Vaticano.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)