domingo, 24 de agosto de 2025

Reflexión del 24/08/2025

Lecturas del 24/08/2025

Esto dice el Señor:
«Yo, conociendo sus obras y sus pensamientos, vendré para reunir las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria.
Les daré una señal, y de entre ellos enviaré supervivientes a las naciones: a Tarsis, Libia y Lidia (tiradores de arco), Túbal y Grecia, a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria.
Ellos anunciarán mi gloria a las naciones.
Y de todas las naciones, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos, a caballo y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hasta mi santa montaña de Jerusalén ‐ dice el Señor ‐, así como los hijos de Israel traen ofrendas, en vasos purificados, al templo del Señor.
También de entre ellos escogeré sacerdotes y levitas ‐ dice el Señor ‐».
Hermanos:
Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: «Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, no te desanimes por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos».
Soportáis la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos?
Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella.
Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, no se retuerce, sino que se cura.
En aquel tiempo, Jesús, pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén.
Uno le preguntó: «Señor, ¿son pocos los que se salven?».
Él les dijo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”; pero él os dirá: “No sé quiénes sois”.
Entonces comenzaréis a decir.
“Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”.
Pero él os dirá: “No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”.
Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a lsaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».

Palabra del Señor.

24 de Agosto 2025 – Beato Miroslav Bulešić

En Lanisce, Croacia, beato Miroslav Bulesic, sacerdote diocesano asesinado por odio a la fe.

Nació en Zabruni, Croacia. Adquirió su educación primaria en Jursici y la secundaria en los seminarios de Goriscia y Koper. Estudió filosofía y teología en Roma, en la Pontificia Universidad Gregoriana. El 11 de abril de 1943 fue ordenado sacerdote por el beato Luis Stepinac.

Fue administrador parroquial en Baderna hasta 1945. Eran los tiempos terribles de la II Guerra Mundial cuando en Istria se enfrentaban tres ejércitos -partisanos, alemán e italiano-. El Padre Miroslav daba especial atención a la educación de niños y jóvenes, y ayudaba a todos los que estaban en necesidad. La parroquia era un desastre: el número de no bautizados y sin sacramentos eran muchos y con mucha desidia. Intentó marcharse, pero el obispo le obligó a quedarse y... obedeció. Levantó la parroquia y se entregó a todos sus vecinos, yendo puerta a puerta.

Los partisanos de Tito le acusaron de colaboracionismo con los alemanes pero él decía: "Soy un sacerdote católico y voy a compartir los santos sacramentos a todos los que lo soliciten, sea croatas, alemanes o italianos", por ello recibió amenazas por todas partes; en su diario, escribió: "Por ti daré mi vida en todos mis ovejas... moriré por la gloria de Dios y la salvación de las almas de los fieles". A pesar de la presencia del ejército italiano y alemán, realizaba los registros (bautismos, defunciones y matrimonios) en idioma croata.

En el otoño de 1945, fue nombrado párroco de Kanfanar. Enseñó religión en la escuela, los jóvenes lo seguían, introdujo la devoción al Corazón de Jesús y María, organizó misiones populares y actividades caritativas. Era atacado por los comunistas, pero no quería huir a Italia: "Si me matan, me van a matar por Dios, y su religión".

En el otoño de 1946, pasó a ser profesor en el Seminario y Colegio en Pazin, dedicándose a la educación de los seminaristas. Fue nombrado secretario de la "Asociación Sacerdotal San Pablo" que agrupaba sacerdotes croatas que luchaban por la libertad religiosa y el buen funcionamiento de la Iglesia, también contribuyó al reconocimiento internacional de la anexión de Istria como territorio croata de Yugoslavia. 

En la primavera de 1947 el gobierno comunista presentó el "Plan Quinquenal", que instituía trabajar los domingos, la prohibición de la educación religiosa en las escuelas y la eliminación de la Iglesia de la vida pública. Miroslav Bulesic, junto con otros sacerdotes de la Asociación Sacerdotal San Pablo, se opuso firmemente.

En agosto del 1947, fue enviado como acompañante oficial a Buzet, el delegado de la Santa Sede era el Obispo Jacob Ukmar, quien administraría allí el sacramento de la confirmación, los comunistas trataron de impedir la misa y la ceremonia de confirmación pero no tuvieron éxito. Al día siguiente, 24 de agosto, debían celebrar la confirmación de Lanisce, allí los comunistas atacaron a Miroslav en la casa parroquial y lo apuñalaron en la garganta por lo que su sangre corrió por los pasillos de la oficina parroquial y murió. El Obispo Jakob Ukmar fue golpeado gravemente.

El gobierno no dio permiso para enterrar el cadáver en su parroquia natal en Svetvinenat, por lo que fue enterrado en Lanisce. También el gobierno emitió una nota en la que decía que había muerto de un ataque al corazón. En 1958 sus restos fueron trasladados a la iglesia de Svetvinenat.

Los promotores y ejecutores del asesinato fueron juzgados y recibieron como castigo el pagar unas ridículas multas... en cambio una persona que trató de impedir el crimen fue condenado a varios años de prisión. Fue beatificado el 28 de septiembre de 2013 por SS Francisco. 

sábado, 23 de agosto de 2025

Reflexión del 23/08/2025

Lecturas del 23/08/2025

Tenía Noemí un pariente por parte de su marido; un hombre muy acomodado de la familia de Elimelec; su nombre era Booz.
Rut, la moabita, dijo a Noemí: «¿Puedo ir a espigar en el campo de quien me lo permita?».
Noemí le respondió: «Sí, hija mía».
Marchó Rut a recoger espigas detrás de los segadores, y sucedió que vino a parar en una parcela de Booz, el de la familia de Elimélec.
Booz dijo a Rut: «Escucha, hija mía. No vayas a espigar a otro campo, no te alejes de aquí. Quédate junto a mis criados. Fíjate dónde siegan los hombres y ve detrás de ellos. He mandado que no te molesten. Cuando tengas sed, bebe de los cántaros que ellos han llenado». Ella se postró ante él y le dijo: «¿Por qué te interesas con tanta amabilidad por mí, que soy una simple extranjera?».
Booz respondió: «Me han contado cómo te has portado con tu suegra después de morir tu marido; cómo has dejado a tus padres y tu tierra natal para venir a un pueblo que no conocías» Booz tomó a Rut por mujer. Se unió a ella, y el Señor hizo que concibiera y diera a luz un hijo. Las mujeres dijeron a Noemí: «Bendito sea el Señor, que no te ha dejado sin protección. El nombre del difunto seguirá vivo en Israel. El niño será tu consuelo y amparo en la vejez, pues lo ha dado a luz tu nuera, que te quiere y ha demostrado ser para ti mejor que siete hijos». Noemí tomó al niño, lo puso en su regazo y se encargó de criarlo. Las vecinas exclamaron: «A Noemí le ha nacido un niño».
Y le pusieron por nombre Obed. Fue el padre de Jesé, el padre de David.
En aquel tiempo, habló Jesús a la gente y a sus discípulos, diciendo: En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen.
Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar.
Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame “rabbi”. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “rabbi”, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos.
Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo.
No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías.
El primero entre vosotros será vuestro servidor.
El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Palabra del Señor.

23 de Agosto 2025 – San Felipe Benizi

El hijo más ilustre y el más ardiente propagador de la congregación de los servitas en Italia nació en el seno de una noble familia de Florencia el 15 de agosto de 1233. A los 13 años fue a vivir a París a estudiar medicina. De París pasó a Padua donde a los 19 años obtuvo el grado de doctor en medicina y filosofía, regresando a su ciudad natal y ejerciendo por un año su profesión. Durante ese tiempo, estudió las Sagradas Escrituras y oraba frecuentemente ante un crucifijo del templo abacial de Fiésole para obtener la luz del cielo sobre su vocación. Sus oraciones dieron fruto, y estando un día orando en el templo de Fiésole, escucho una voz que venía del crucifijo y que lo invitaba a ponerse bajo la protección de la Santísima Virgen en la Orden de los Servitas.

Felipe pidió la admisión en Monte Senario y recibió de manos de San Bonfilio el hábito de los hermanos lego. Los superiores le ordenaron trabajar en el huerto, pedir limosna y algunas faenas duras y difíciles del campo. El santo se entregó por completo a dichas labores, orando incansablemente durante todas ellas. En 1258 fue enviado al convento de Siena, y durante el camino intervino en una polémica discusión sobre los dogmas de la fe, en la cual Felipe supo intervenir brillantemente aclarando y dando el verdadero sentido sobre lo dicho. Dos miembros de su congregación, que viajaban con él, dieron cuenta al prior general, quien al constatar la sabiduría del santo, lo ordenó sacerdote, y en 1262, fue nombrado maestro de novicios del convento de Siena, y Vicario asistente del prior general. En 1267, por voto unánime, el santo fue elegido prior general de la orden religiosa. Como primera labor, visitó todos los conventos de la orden que estaban en el norte de Italia invitando a las gentes a convertirse y someterse a la protección de la Virgen Madre. Luego, y al finalizar un intenso y largo retiro espiritual, San Felipe decidió visitar los conventos de Alemania y Francia.

En el Concilio de Lyon, San Felipe impresionó a todos por su sabiduría y don de las lenguas, don que fue utilizado por el santo para la conversión de los pecadores y reconciliación de los cismáticos de muchos lugares del mundo a donde iba a predicar el Evangelio; sin embargo, toda su fama no era suficiente para obtener la aprobación pontificia para la Orden de los Siervos de María.

En 1284, San Alejo puso bajo la dirección de San Felipe a su sobrina Santa Juliana, la cual fundó la tercera orden de las Siervas de María. El santo se encargó también de enviar a los primeros misioneros servitas al oriente, algunos de ellos, derramaron su sangre por mantenerse firmes en su fe a Cristo.

Cuando comprendió que se acercaba la hora de su muerte, en el año 1285, San Felipe decidió retirarse descansar al convento más sencillo y humilde de la orden religiosa, donde pasó sus últimos días, orando y postrado ante la imagen de la Virgen María. Falleció durante el ángelus vespertino, y en 1761 fue canonizado. Su fiesta fue extendida a toda la Iglesia occidental en 1694.

viernes, 22 de agosto de 2025

22 de Agosto 2025 – Santa María Reina

En 1954 el Papa Pío XII, instituyó la fiesta Litúrgica del Reinado de María al coronar a la Virgen en Santa María la Mayor, Roma. En esta ocasión el Papa también promulgó el documento principal del Magisterio acerca de la dignidad y realeza de María, la Encíclica Ad coeli Reginam (Oct 11, 1954).

El pueblo cristiano siempre ha reconocido a María Reina por ser madre del Rey de reyes y Señor de Señores. Su poder y sus atributos los recibe del Todopoderoso: Su Hijo, Jesucristo. Es El quien la constituye Reina y Señora de todo lo creado, de los hombres y aún de los ángeles.

Juan Pablo II, el 23 de julio del 1997, habló sobre la Virgen como Reina del universo. Recordó que "a partir del siglo V, casi en el mismo período en que el Concilio de Éfeso proclama a la Virgen 'Madre de Dios', se comienza a atribuir a María el título de Reina. El pueblo cristiano, con este ulterior reconocimiento de su dignidad excelsa, quiere situarla por encima de todas las criaturas, exaltando su papel y su importancia en la vida de cada persona y del mundo entero".

El Santo Padre explicó que "el título de Reina no sustituye al de Madre: su realeza sigue siendo un corolario de su peculiar misión materna, y expresa simplemente el poder que le ha sido conferido para llevar a cabo esta misión. (...) Los cristianos miran con confianza a María Reina, y esto aumenta su abandono filial en Aquella que es madre en el orden de la gracia".

"La Asunción favorece la plena comunión de María no sólo con Cristo, sino con cada uno de nosotros. Ella está junto a nosotros porque su estado glorioso le permite seguirnos en nuestro cotidiano itinerario terreno. (...). Ella conoce todo lo que sucede en nuestra existencia y nos sostiene con amor materno en las pruebas de la vida".

Reflexión del 22/08/2025

Lecturas del 22/08/2025

Sucedió en tiempo de los jueces, que hubo hambre en el país y un hombre decidió emigrar, con su mujer Noemí y sus dos hijos, desde Belén de Judá a la región de Moab.
Murió Elimélec, el marido de Noemí, y quedó ella sola con sus dos hijos. Estos tomaron por mujeres a dos moabitas llamadas Orfá y Rut. Pero, después de residir allí unos diez años, murieron también los dos, quedando Noemí sin hijos y sin marido. Entonces Noemí, enterada de que el Señor había bendecido a su pueblo procurándole alimentos, se dispuso a abandonar la región de Moab en compañía de sus dos nueras.
Orfá dio un beso a su suegra y se volvió a su pueblo, mientras que Rut permaneció con Noemí.
«Ya ves ‐ dijo Noemí ‐ que tu cuñada vuelve a su pueblo y a sus dioses. Ve tú también con ella».
Pero Rut respondió: «No insistas en que vuelva. Y te abandone. Iré adonde tú vayas, viviré donde tú vivas; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios».
Así fue como Noemí volvió de la región de Moab junto con Rut, su nuera moabita. Cuando llegaron a Belén, comenzaba la siega de la cebada.
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?».
Él le dijo: «Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente.
Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas».

Palabra del Señor.

22 de Agosto 2025 – San Abercio de Hierápolis

La vida y milagros de San Abercio no son hoy muy conocidos del pueblo cristiano. Y, sin embargo, es este Santo una figura gigante de la primitiva Iglesia, con una aureola de hechos y milagros que le mereció el título de "isapóstol", igual a los apóstoles.

Tal vez el mismo esplendor de sus portentos contribuyó a eclipsar la gloria de su nombre en siglos poco amigos de lo sobrenatural. Son, efectivamente, tantos y tan ruidosos los prodigios que se le atribuyen, que algunos han puesto en tela de juicio la misma realidad histórica del personaje, buscando en ello armas contra la Iglesia católica, que lo venera en el catálogo de sus santos desde remota antigüedad. ¿Pero es que acaso no pudo Dios suscitar a fines del siglo II de nuestra era un taumaturgo de la talla de tantos otros que han destacado antes y después a lo largo de la historia? ¿Es que se había agotado ya la omnipotencia divina con la acción carismática de los apóstoles? ¿No se hacía sentir la necesidad de una intervención especial de Dios precisamente en momentos en que arreciaba la persecución contra la Iglesia? ¿Habían tal vez perdido su virtualidad aquellas palabras del Salvador (Mc. 16,17,18), que dijo: "A los que crean Ies acompañarán estas señales: en mi nombre echarán los demonios hablarán lenguas nuevas, tomarán en las manos las serpientes, y, si bebieren una ponzoña, no les dañará, pondrán las manos sobre los enfermos, y éstos recobrarán la salud"? ¿No prometió también el Señor (Lc. 17,5) que quien tuviera fe como un grano de mostaza diría a un sicómoro "Desarráigate y plántate en el mar", y el árbol obedecerá? No es que hayamos de admitir ciegamente todos los relatos fabulosos de los antiguos biógrafos. Posiblemente la fama y el tiempo han ido envolviendo los hechos con el ropaje y las mallas de lo mítico. Mas ¿cómo ahora, a la distancia de tantos siglos, descarnar los hechos en su realidad histórica y discernir lo verdadero de lo legendario? No cabe aquí otra actitud que la adoptada por el gran historiador romano Tito Livio, cuando dice, refiriéndose a los orígenes de Roma: "Aquellos hechos antiguos que aparecen embellecidos con el ropaje de la fantasía no es mi intención ni afirmarlos ni negarlos. Hay que perdonar a la antigüedad ese afán de mezclar lo divino con lo humano, porque así realza con caracteres más augustos el origen de los pueblos" (Llv., Praef., 6).

En realidad, el historiador no debe por sistema rechazar toda leyenda antigua. Pertenecen al tesoro de la humanidad y, bajo el oropel de fantásticas adherencias, contienen un tuétano de verdad, que muchas veces vienen a confirmar con el tiempo modernas investigaciones o hallazgos arqueológicos.

Así ha sucedido con el milagroso San Abercio. Obispo de Hierápolis en la segunda mitad del siglo II y principios del III, fue objeto de veneración desde muy antiguo en la Iglesia griega, propagándose luego su culto a la Iglesia latina, que lo incorporó al martirologio romano. Y cuando precisamente más se ensañaba con él la crítica racionalista se producen, a fines del siglo pasado, los descubrimientos del arqueólogo W. M. Ramsay cerca de Esmirna y en el lugar del emplazamiento de la antigua Hierápolis. Estos descubrimientos vienen a autentificar el epitafio con que todos los biógrafos cierran la vida de San Abercio. El epitafio ha sido objeto de una extensa literatura. Y la autenticidad del epitafio ha sido la base para reivindicar la figura y la vida del Santo.

Hoy su vida, que se nos había transmitido en diversas versiones por el cauce de múltiples códices, ha sido incorporada por Nissen a la edición teubneriana, la colección de escritores griegos y latinos más acreditada en el mundo.

Los biógrafos nos presentan al Santo en el apogeo de su gloria, triunfando sobre la idolatría pagana. El escenario es su sede de Hierápolis. El momento histórico, la llegada del decreto imperial mandando ofrecer sacrificios a los dioses. El decreto viene firmado por Marco Antonio y Lucio Vero. El encargado de su ejecución es Publio, gobernador de Frigia.

Abercio no puede contenerse al ver la profanación y la apostasía de su pueblo. Los días y las noches los pasa en continua vigilia y oración. "Dios de las misericordias —dice entre gemidos—, criador y conservador providente del mundo, guarda a mis ovejas fieles a la voz del divino Pastor y líbralas de los peligros del lobo que amenaza devorarlas." Pasaron así muchos días. Más he aquí que una noche vio en sueños un joven que, entregándole una vara, le decía: "Levántate, Abercio: ve y castiga en mi nombre las apostasías de este pueblo". El Santo despierta sobresaltado y, convencido de que Dios guiaría sus pasos, se lanza como el huracán hacia el foro, lleno de ira como Moisés al bajar del monte, y, arremetiendo contra los dioses, los destroza y desmenuza contra el suelo, Después, volviéndose contra los sacrílegos profanadores, que, mudos de pavor, contemplaban la escena, les dice con todo énfasis: "Id al Senado y decid a vuestros jefes que los dioses, borrachos de la orgia de esta noche, han entablado una batalla campal y se han deshecho unos a otros".

La reacción popular no se hizo esperar. Las gentes, azuzadas por los sacerdotes y ministros de los ídolos, deciden poner fuego a la casa de Abercio. Quieren que en ella perezca el obispo con sus fieles. El Senado les hace desistir, ante el temor de que el fuego se corra por toda la ciudad. Ponen el caso en manos del gobernador Publio, rogándole que dé al culpable su merecido.

Los cristianos corren a llevar la noticia a su obispo y le suplican que se ponga a salvo con la huida. El Santo responde decidido: "¿Cómo huir, cuando los apóstoles iban alegres al martirio por amor de su Señor?", y lleno del espíritu de Dios sale inmediatamente con los suyos, atraviesa la ciudad y comienza a predicar en medio del foro la doctrina de Cristo. Al punto llega la multitud enardecida, clamando furiosa contra Abercio y sus seguidores. Cuando ya se disponía a descargar su ira contra ellos se presentan inesperadamente tres jóvenes posesos, que, acometiendo furiosamente a dentelladas y golpes, alejan de allí la multitud y en seguida ellos, como corderillos, caen postrados a los pies del Santo. Abercio se pone en oración, golpea suavemente a los tres posesos y los libra del demonio. La multitud, al darse cuenta del milagro, se acerca al Santo pidiendo a gritos la iniciación y el bautismo, Allí mismo comienza Abercio su catequesis. Hasta el anochecer estuvo el Santo obispo instruyendo al pueblo sobre la necesidad de la penitencia y la misericordia de Dios. Cuando, terminado el día, el Santo se retira a su casa, la gente le iba acompañando insistiendo en su demanda. Allí continúan horas y horas en actitud suplicante, sin que por un momento se acallaran los gritos, hasta que, al fin, vencido Abercio al filo de la medianoche, salió fuera y, movido de divina inspiración, comenzó a administrar el santo bautismo. Rápidamente creció el número de los fieles. El catecumenado de Hierápolis se vio incrementado por gentes que venían de toda el Asia Menor. Frigia, Lidia, Caria iban suministrando grandes contingentes de neófitos. Abercio no se cansaba de catequizar y bautizar. La fama de su doctrina y la gloria de sus milagros corría de boca en boca.

Un día, mientras se ocupaba, como de costumbre, en instruir a los catecúmenos, se acercó al Santo una noble matrona. Se llamaba Frigela. Era madre de Eugeniano, privado del emperador. Venía conducida del brazo por su servidumbre, pues había perdido completamente la vista. Frigela, llena de fe y confianza, se echó a los pies del Santo y le suplicaba diciendo: "¡Oh tú, el más respetable de los mortales! Apiádate de mí y devuélveme la vista. Que pueda ver otra vez la luz radiante del sol, Tengo muchas riquezas, familia, bienes de fortuna, posesiones inmensas. Pero soy la más miserable del mundo. ¡Ojalá que sólo viera, aunque careciera de todo lo demás! Socórreme, por favor. Tengo un hijo que puede mucho ante el emperador. Pero, ¡ah!, no me es posible verle con estos ojos apagados tanto tiempo ha".

"Mujer—contestó el Santo—, yo no soy más que un gran pecador. Sólo Dios puede hacer lo que me pides." Pero, hecha una pausa, el Santo se pone en oración y, fijando luego su vista en la afligida matrona, le dice: "Si de verdad crees en el Señor, Él te puede curar, como curó al ciego de nacimiento". Y ella: "Creo que Cristo es el verdadero Dios. En su nombre tócame los ojos y cúralos". Las lágrimas confirmaban la sinceridad de su fe.

El Santo entonces, movido por Dios, dijo:

"Ven, luz verdadera Jesucristo, y abre esos ojos a la luz. Si de verdad cree en Cristo, que recobre al punto su vista y que esta vista corporal sea prueba de la interior iluminación." Al instante la ciega vio. La multitud quedó estupefacta ante el milagro. Todos dieron gracias a Dios. Se ausento Frigela, profundamente reconocida al Santo. Luego Abercio, como la cosa más natural, continuó su catequesis.

La curación de Frigela tuvo gran resonancia. Por Eugeniano, su hijo, llegó la noticia a oídos de la familia imperial. El hijo, gozoso, voló a abrazar a su madre y a agradecer al Santo la curación. La fama de Abercio crecía como la espuma. De todas partes acudían los enfermos y lisiados, en demanda de salud. Los milagros se multiplicaban a la voz del santo obispo. Pero en lo que más se puso de relieve su poder fue en echar los demonios de los cuerpos.

Una vez, despechado el maligno contra el siervo de Dios, le dijo amenazador: "Ya me lo pagarás, Abercio. Quieras que no, te voy a hacer ir a Roma mal que te pese". Aquella misma noche el Señor consoló al Santo y confirmó su misión: "Sí, irás a Roma—le dijo—, yo te ayudaré. Allí tu presencia contribuirá a difundir mi nombre y mi doctrina". El Santo se tranquilizó y contestó sumiso: "Hágase, Señor, tu voluntad".

Así fue, en efecto. La hija del emperador, llamada Lucita, cayó en posesión diabólica. Daba pena ver a aquella muchacha, joven de dieciséis años, que antes eclipsaba con su hermosura a todas las de su edad, lanzarse ahora por el suelo y gritar con rabia, mientras se desgarraba a mordiscos manos y piernas y se retorcía en contorsiones dantescas. Faustina, su madre, y el emperador lloraban inconsolables su desgracia. En vano imploraron la ayuda de los sacerdotes y arúspices de todas las religiones de Italia. El demonio cada día iba haciendo mayores estragos en su hija.

Afortunadamente el emperador supo por Eugeniano el poder taumatúrgico del obispo de Hierápolis. Le hace venir a Roma. El camino fue una siembra de prodigios. La emperatriz Faustina le recibe complacida. Su marido había tenido que ausentarse rápidamente de Roma para contener el avance de los bárbaros, que acababan de pasar las fronteras del Imperio. Faustina, al verle, quedó prendada del hombre de Dios y, llena de confianza, le rogó con lágrimas en los ojos que librara a su hija del demonio.

Abercio pidió que le presentaran la muchacha. Ella, al encontrarse en presencia del Santo, contra su costumbre, comenzó a dar muestras de jubilosa alegría. Por su boca habló el demonio diciendo, triunfador, al Santo: "¿Ves, Abercio? ¿Ves cómo has venido? He salido con la mía". El Santo contestó sereno: "Sí, es verdad, he venido; más para tu ruina, porque Dios está conmigo".

Después ordenó que llevaran a Lucila al hipódromo. Dios inspiró a su siervo dar gran publicidad al milagro, y para eso el hipódromo era un escenario muy a propósito. La multitud acudió allí de todas partes. El demonio, presagiando su derrota, extremó su tortura en los últimos momentos. Daba lástima ver a la hija del emperador en aquel estado de furiosa posesión diabólica. Pero pronto se acabará el poder del maligno.

El Santo, puesto en oración, intimó al demonio y le dijo: "Sal de esta joven. Yo te lo mando en el nombre de Cristo". A esta voz la joven cayó como muerta a los pies del Santo. Su madre y la multitud que la acompañaba prorrumpió en un clamoroso llanto. Abercio calmó a la multitud y, dirigiéndose de nuevo al demonio, le dijo "Pues que tú te empeñaste en traerme a Roma contra mi voluntad, ahora, en nombre de Jesucristo, yo te mando que cargues esta ara y la lleves a cuestas hasta Hierápolis y la coloques allí junto a la puerta austral'. El demonio, obediente como un corderillo, cargó con la piedra y fue a dejarla donde el Santo le mandó. Mientras tanto la joven Lucila, vuelta en sí, se arrodilló con su madre a los pies de Abercio, en actitud de profundo agradecimiento.

Se sabe que, en recompensa al Santo, la emperatriz mandó embellecer la ciudad de Hierápolis dotándola de baños públicos y lugares de culto para los cristianos.

En cuanto a Abercio es notorio que, a su vuelta, fue recibido por su pueblo con grandes manifestaciones de entusiasmo y que conservó siempre vivo e imperecedero recuerdo de su viaje a Roma y de las cristiandades por él visitadas. El mismo se preparó el sepulcro y personalmente redactó su epitafio fúnebre. En él quiso perpetuar las impresiones de su viaje. Todos consideran este epitafio como un monumento de valor histórico, teológico y arqueológico incalculable. Dice así, traducido del original griego:

"1. Ciudadano de una ciudad ilustre, yo hice en vida este monumento, a fin de tener en él un lugar de reposo para mi cuerpo. Mi nombre es Abercio, Soy discípulo de un pastor casto que apacienta su rebaño de ovejas por montes y llanuras.—5. Sus ojos son grandes y ve con ellos todas las cosas. Él es el que me ha enseñado las palabras de la vida cristiana: Él quien me envió a Roma, a contemplar la magnificencia de aquella ciudad y ver a su emperatriz engalanada con vestidos y calzado de oro. Allí vi un pueblo que llevaba en su mano brillantes anillos.—10. Vi también la llanura de Siria y todas las ciudades y Nísibe al otro lado del Eufrates. Por todas partes desde Oriente me encontré con hermanos en la fe. La fe me acompañó a todas partes y ella fue la que me procuró para comida un pez muy grande y puro, que pescó una virgen inmaculada. 15. Ella misma lo dio a comer entero a sus amigos; ella, que tiene un vino delicioso y lo ofrece mezclado con pan. Yo, Abercio, a la edad respetable de setenta y dos años, he mandado grabar esto. Que ruegue por mí el hermano que lo entienda.—20. Que nadie se atreva a colocar otro túmulo encima de mi tumba; de lo contrario tendrá que pagar dos mil piezas de oro al fisco romano y mil a mi querida ciudad de Hierápolis".

Con este epitafio, muchos de cuyos fragmentos han sido hallados por Ramsay, la arqueología da un mentís rotundo a los que quisieron impugnar a la Iglesia basándose en la no historicidad de San Abercio. Desmiente también la teoría de ciertos sabios que le quisieron hacer sacerdote de Cibeles y de Atis, o de otros cultos del sincretismo religioso de su tiempo, y confirma el sentir de la Iglesia griega y romana, que han registrado el nombre del gran obispo de Hierápolis en el catálogo de sus héroes y de sus santos.

jueves, 21 de agosto de 2025

Reflexión del 21/08/2025

Lecturas del 21/08/2025

En aquellos días, el espíritu del Señor vino sobre Jefté. Atravesó Galaad y Manasés, y cruzó a Mispá de Galaad, de Mispá de Galaad pasó hacía los amonitas. Entonces Jefte hizo un voto al Señor: «Si entregas a los amonitas en mi mano, el primero que salga de las puertas de mi casa, a mi encuentro, cuando vuelva en paz de la campaña contra los amonitas, será para el Señor y lo ofreceré en holocausto».
Jefté pasó a luchar contra los amonitas, y el Señor los entregó en su mano. Los batió, desde Aroer hasta Minit ‐ veinte ciudades ‐, y hasta Abel Queramín. Fue una gran derrota, y los amonitas quedaron sometidos a los hijos de Israel.
Cuando Jefté llegó a su casa de Mispa, su hija salió a su encuentro con adufes y danzas. Era su única hija. No tenía más hijos.
Al verla, rasgó sus vestiduras y exclamo: «¡Ay, hija mía, me has destrozado por completo y has causado mi ruina! He hecho una promesa al Señor y no puedo volverme atrás».
Ella le dijo: «Padre mío, si has hecho una promesa al Señor, haz conmigo según lo prometido, ya que el Señor te ha concedido el desquite de tus enemigos amonitas».
Y le pidió a su padre: «Concédeme esto: déjame libre dos meses, para ir vagando por los montes y llorar mi virginidad con mis compañeras».
Él le dijo: «Vete».
Y la dejó ir dos meses. Ella marchó con sus compañeras y lloró su virginidad por los montes.
Al cabo de dos meses volvió donde estaba su padre. Que hizo con ella según el voto que había pronunciado.
En aquel tiempo, Jesús volvió hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar otros criados, encargándoles que dijeran a los convidados: “Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda”.
Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás agarraron a los criados y los maltrataron y los matarlos.
El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.
Luego dijo a sus criados: “La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda.”
Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?” El otro no abrió la boca.
Entonces el rey dijo a los servidores: “Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”.
Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos».

Palabra del Señor.

21 de Agosto 2025 – Santa Juana Francisca Fremyot de Chantal

Ella misma nos da sus datos primeros: "Me llamo Juana Francisca Fremyot, natural de Dijón, capital del ducado de Borgoña. Soy hija del señor Fremyot, presidente del Parlamento de Dijón y de la señora Margarita de Barbysey".

Llevó una niñez y juventud propia de la nobleza a la que pertenecía. Era muy elegante, porte digno de cautivar a cualquiera: bondadosa, guapa, modesta, buena conversadora, rica en conocimientos y en piedad. Era una joven de su tiempo. Se enamoró locamente del barón Rabutín Chantal con el que se unió en matrimonio y al que amó con toda su alma. El barón supo corresponder a este amor. Cuando el barón estaba fuera de casa, parecía como si Francisca estuviera de luto. Cuando el barón llegaba, se arreglaba con las mejores galas, salía a recibirle y la alegría volvía a su rostro. Por ello cuando el Señor le pida el sacrificio de la vida de su esposo, ella le rogará con fuerzas: "Señor, pídemelo que quieras, estoy dispuesta a los mayores sacrificios con tal de que no te lo lleves". Y cuando murió lo lloró desconsoladamente durante mucho tiempo. Sus familiares y amigos creían que también ella iba a morir. Tanto fue lo que se desmejoró y enflaqueció que quedó reducida a los huesos.

Francisca es una maravillosa ama de casa. Todos la quieren y la admiran. Educa cristianamente a sus hijos a los que ama más que a sí misma. Los criados depondrán en el proceso de su Beatificación: "La Señora sirvió a Dios a quien mucho amaba y practicaba la virtud continuamente, pero sin llamar la atención. A nadie molestaba con sus rezos. Era muy atenta y buena con todos".

Las cruces no le faltarán nunca. Así no se apegará su corazón a las cosas de este mundo. En vez de refugiarse con su padre que la idolatraba o de quedarse en su palacio, decide marcharse al lado de su suegro que tiene un carácter déspota y agrio, como si fuera hecho de vinagre y hiel. Siete años a su lado, fueron cruces sin cuento las que hubo de sufrir la sensibilísima Francisca.

No todo había de ser desconsuelo y mano dura de parte del Señor. El santo Obispo de Ginebra -S. Francisco de Sales- pudo decir de ella: "Hallé en Dijón -donde vivía Francisca- lo que Salomón no pudo encontrar en Jerusalén: hallé a la mujer fuerte en la persona de la señora de Chantal".

El encuentro con San Francisco fue providencial. Iba un día montada a caballo y cerca de un bosque vio a un sacerdote venerable que rezaba fervorosamente su breviario. Poco después este mismo sacerdote vio en una especie de visión a una mujer joven, viuda, modesta. Un impulso interior le dijo que ésta sería el instrumento que el Señor le destinaba para la obra que pensaba llevar a cabo.

Vino a predicar aquel sacerdote a Dijón. Éste era el obispo de Ginebra San Francisco de Sales. La santa empezó a dirigirse con él. A las afueras de Annecy, en una modesta casita, se reúne un grupo de mujeres que quieren seguir del todo a Jesucristo. El vio que era obra de Dios y que iba por buen camino. Naturalmente, la idea provocó fuerte oposición por parte de los espíritus estrechos e incapaces de aceptar algo nuevo.

De modo prodigioso y como si fueran Florecillas de San Francisco de Sales empieza a extenderse y a echar sus cimientos esta obra de las Religiosas de la Visitación. Mucho hubieron de sufrir los dos santos. No faltaron habladurías y burlas, pero como era obra de Dios, la cosa siguió adelante. Un día la varonil Francisca se verá obligada a pasar por encima del cuerpo de su hijo que le impide siga la llamada de Dios. Mucho le amaba, pero era mayor el amor que sentía a su Dios.

San Francisco de Sales acabó por modificar sus planes y aceptar la clausura para sus religiosas. A las reglas de San Agustín añadió unas constituciones admirables por su sabiduría y moderación, "no demasiado duras para los débiles y no demasiado suaves para los fuertes". Lo único que se negó a cambiar fue el nombre de "Congregación de la Visitación de Nuestra Señora", y Santa Juana Francisca le exhortó a no hacer concesiones en ese punto. El santo quería que la humildad y la mansedumbre fuesen la base de la observancia. "Pero en la práctica", decía a sus religiosas, "la humildad es la fuente de todas las otras virtudes; no pongáis límites a la humildad y haced de ella el principio de todas vuestras acciones".

Para bien de Santa Juana y de las hermanas más experimentadas, el santo obispo escribió el "Tratado del amor de Dios". Santa Juana progresó tanto en la virtud bajo la dirección de San Francisco de Sales, que éste le permitió que hiciese el voto de que, en todas las ocasiones, realizaría lo que juzgase más perfecto a los ojos de Dios. Inútil decir que la santa gobernó prudentemente su comunidad, inspirándose en el espíritu de su director.

Por fin, el 13 de diciembre de 1641, cargada de buenas obras, la joven, la esposa, la viuda, la religiosa y la fundadora, partía a la eternidad. Sus hijas siguen su ejemplo.

miércoles, 20 de agosto de 2025

Reflexión del 20/08/2025

Lecturas del 20/08/2025

En aquel tiempo, se reunieron todos los señores de Siquén y todo Bet Millo, y fueron a proclamar rey a Abimélec junto a la encina de la estela que hay en Siquén.
Se lo anunciaron a Jotán, que, puesto en pie sobre la cima del monte Garizín, alzó la voz y les dijo a gritos: «Escuchadme, señores de Siquén, y así os escuche Dios.
Fueron una vez los árboles a ungir rey sobre ellos.
Y dijeron al olivo: “Reina sobre nosotros”.
El olivo les contestó: “¿Habré de renunciar a mi aceite, que tanto aprecian en mí dioses y hombres para ir a mecerme sobre los árboles?”.
Entonces los árboles dijeron a la higuera: “Ven tú a reinar sobre nosotros”.
La higuera les contestó: “¿Voy a renunciar a mi dulzura y a mi sabroso fruto, para ir a mecerme sobre los árboles?” Los árboles dijeron a la vid: “Ven tú a reinar sobre nosotros”.
La vid les contestó: “¿Voy a renunciar a mi mosto, que alegra a dioses y hombres, para ir a mecerme sobre los árboles?” Todos los árboles dijeron a la zarza: “Ven tú a reinar sobre nosotros”.
La zarza contestó a los árboles: “Si queréis en verdad ungirme rey sobre vosotros, venid a cobijaros a mi sombra. Y si no, salga fuego de la zarza que devore los cedros del Líbano”».
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña.
Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña.
Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: “Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido”.
Ellos fueron.
Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo.
Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”.
Le respondieron: “Nadie nos ha contratado”.
Él les dijo: “Id también vosotros a mi viña”.
Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: “Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”.
Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno.
Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo: “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”.
Él replicó a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”
Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos».

Palabra del Señor.