martes, 23 de abril de 2024

Reflexión del 23/04/2024

Lecturas del 23/04/2024

En aquellos días, los que se habían dispersado en la persecución provocada por lo de Esteban hasta Fenicia,
Chipre y Antioquía, sin predicar la palabra más que a los judíos. Pero algunos, naturales de Chipre y de Cirene, al llegar a Antioquía, se pusieron a hablar también a los griegos, anunciándoles la Buena Nueva del Señor Jesús. Como la mano del Señor estaba con ellos, gran número creyó y se convirtió al Señor.
Llegó la noticia a oídos de la Iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía; al llegar y ver la acción de la gracia de Dios, se alegró mucho y exhortaba a todos a seguir unidos al Señor con todo empeño; como era un hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe. Y una multitud considerable se adhirió al Señor. Bernabé salió para Tarso en busca de Saulo; cuando lo encontró, se lo llevó a Antioquía. Durante todo un año estuvieron juntos en aquella Iglesia e instruyeron a muchos. Fue en Antioquía donde por primera vez llamaron a los discípulos fueron llamados cristianos.
Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón.
Los judíos, rodeándolo, le preguntaban: « ¿Hasta cuándo nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente». Jesús les respondió: «Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado, es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».

Palabra del Señor.

23 de Abril – Beata María Gabriela Sagheddu

Ofreció su vida por la unidad de los cristianos. Esta religiosa trapense falleció a los 25 años, consumando su afán victimar que, según recordó, no se halla en la consecución de grandes obras, sino en la ofrenda total del propio yo»

Nació en Dorgali, una localidad de la isla italiana de Cerdeña, el 17 de marzo de 1914. Su padre trabajaba en el pastoreo al servicio de otra persona. Fue la quinta de ocho hermanos. Era una joven idealista y activa que no se detenía ante nada cuando estaba convencida de la grandeza de algo. Y aunque en su infancia y adolescencia dio muestras de terquedad, siempre terminaba imponiéndose su bondad. Así reflejaron su carácter quienes la conocieron: «Obedecía refunfuñando, pero era dócil»; «decía que no y, sin embargo, iba inmediatamente». En esta época en la que rondaba los 6 años de vida había perdido a su hermano mayor y a su padre, todo lo cual influía en el hogar. Y puede que, aun siendo tan niña, se reforzaran los rasgos de una personalidad como la suya tendente a la rebeldía y al autoritarismo. Entre sus aficiones destacaba la lectura y el juego de las cartas.

Dio un giro radical a su comportamiento cuando tenía 18 años, tras fallecer una hermana tres años menor. Hay quienes ante una tragedia de esta naturaleza se enfrentan a Dios o pierden su fe. A otros le sirve para reconciliarse con Él. En ninguno de estos dos polos extremos frente al dolor –hay otras respuestas– se hallaba la beata. Su caso, bastante común, era el de quien sigue la vida con una cierta rutina hasta que es golpeado por un hecho dramático. Pero al sufrir esta pérdida se comprometió con la Acción Católica, se hizo catequista y comenzó a acudir a misa recibiendo la comunión diariamente. Consciente de la muralla que suponían sus debilidades para el progreso espiritual, se afanó en corregirlas. En lo que se propuso: estudios, apostolado, oración…, alcanzó altas cotas porque no escatimó esfuerzo, ni sacrificios. Hubo pretendientes que se hubieran casado con ella, pero en dos ocasiones rechazó las propuestas de matrimonio. A los 20 años eligió el cister de Grottaferrata, vía sugerida por su confesor, para entregar su vida a Cristo por completo. Conmovida por la misericordia divina que le había trazado ese camino, exclamaba: «¡qué bueno es el Señor!”. La gratitud fue una de las virtudes que la adornaron.

Ingresó en la Trapa en septiembre de 1935. Confiada a la voluntad de Dios, vivía desasida de sí misma, sabiéndose guiada por Él. Condensaba este sentimiento haciendo notar: «ahora actúa Tú». Es lo que brotó de lo más íntimo de su ser cuando le sobrevino la idea de que podría quedar fuera del noviciado. Era servicial, dócil, noble. No le costaba aceptar sus defectos y pedía perdón sin ampararse en justificación alguna. Solía rezar el rosario que llevaba enlazado entre sus dedos en muchos instantes del día. Discreta y abnegada, buscaba el ejercicio de labores ingratas con sumo gozo. A veces le asaltaba un sentimiento de incapacidad, pero la obediencia le ayudaba a progresar en la virtud y a no dejarse llevar por el desánimo. «Estoy en el coro, porque la reverenda madre lo ha querido así. Cantar sé bien poco, más desafinar, mucho. Por esto habría querido retirarme del oficio, pero la reverenda madre no ha querido, diciendo que poco a poco aprenderé». En un momento dado manifestó: «Ahora he entendido verdaderamente que la gloria de Dios y el ser víctima  no consiste en hacer grandes cosas sino en el sacrificio total del propio yo».

Deslumbrada por la elección divina de la que había sido objeto, confesaba por carta a sus allegados: «Él, mi Jesús, habría podido elegir tantas otras almas más amantes, más puras, inocentes, más dignas. Pero no, Él ha querido elegirme a mí, si bien yo soy indigna…». «Podéis imaginar mi alegría… Rezad siempre para que sea fiel a mis obligaciones y a mi regla, haciendo siempre la voluntad de Dios, sin ofenderle nunca y así vivir feliz para toda la vida en su casa». Sabía que la obediencia es llave de libertad: «Es una gran gracia vivir en el monasterio, donde todas las acciones, aún las más viles, cuando son por obediencia, aportan un gran mérito».

Poco a poco fue conquistando el anonadamiento sintetizado en esta sencilla y profunda confesión: «Mi vida no vale nada; puedo ofrecerla tranquilamente». En ese tiempo, el abad padre Couturier impulsaba un movimiento ecuménico, y encomendó a la abadesa María Pía Gullini celebrar ocho días de oración por la unidad de los cristianos. Cuando María Gabriela emitió los votos, los ofreció por la misma intención, al igual que hizo el 25 de enero de 1938, tres meses después de haber profesado, justo en la semana dedicada al octavario. Yendo más lejos, ofreció su propia vida: «Siento que el Señor me lo pide–confió a la madre Gullini– me siento impulsada incluso cuando no quiero pensar en ello». La abadesa no se manifestó en ese momento. Le sugirió que hablase con el capellán. Lo que él dijera sería lo que Dios quería para ella. La respuesta del sacerdote fue afirmativa, y Dios tomó la palabra a la beata. Después de haberse entregado en holocausto, repentinamente se sintió débil y agotada, y se le diagnosticó tuberculosis. El director supo por ella la metamorfosis que se operó en su organismo casi instantáneamente: «desde el día de mi ofrecimiento, no he pasado un sólo día sin sufrir. Soy feliz por poder ofrecer algo por amor de Jesús». María Gabriela solo tenía este sentimiento: «la voluntad de Dios, su gloria».

Hospitalizada, le dijo a la madre abadesa: «El Señor me tiene sobre la cruz y yo no tengo más consolación que la de saber que sufro por cumplir la voluntad divina con espíritu de obediencia». Durante quince meses soportó heroicamente sus padecimientos hasta que el 23 de abril de 1939 falleció en Grottaferrata. Tenía 25 años, y había permanecido en la vida monástica tres años y medio. Su oblación llegó a oídos de una comunidad anglicana que manifestó: «Una caridad como la suya destruye todos los perjuicios que muchos anglicanos tienen contra Roma. Si todos sintiesen su caridad, el muro de la separación dejaría de existir». Juan Pablo II la beatificó el 25 de enero de 1983, último día del octavario de oración por la unidad de los cristianos.

lunes, 22 de abril de 2024

Reflexión del 22/04/2024

Lecturas del 22/04/2024

En aquellos días, los apóstoles y los hermanos de Judea se enteraron de que también los gentiles habían recibido la palabra de Dios. Cuando Pedro subió a Jerusalén, los de la circuncisión le dijeron en son de reproche: «Has entrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos».
Pedro entonces comenzó a exponerles los hechos por su orden, diciendo: «Estaba yo orando en la ciudad de Jafa, cuando tuve en éxtasis una visión: una especie de recipiente que bajaba, semejante a un gran lienzo que era descolgado del cielo sostenido por los cuatro extremos, hasta donde yo estaba.
Miré dentro y vi cuadrúpedos, de la tierra, fieras, reptiles y pájaros del cielo. Luego oí una voz que me decía: “Levántate, Pedro, mata y come”. Yo respondí: “De ningún modo, Señor, pues nunca entró en mi boca cosa profana o impura”. Pero la voz del cielo habló de nuevo: “Lo que Dios ha purificado, tú no lo consideres profano”. Esto sucedió hasta tres veces, y de un tirón lo subieron todo de nuevo al cielo. En aquel preciso momento llegaron a la casa donde estábamos tres hombres enviados desde Cesárea en busca mía. Entonces el Espíritu me dijo que me fuera con ellos sin dudar. Me acompañaron estos seis hermanos, y entramos en casa de aquel hombre. Él nos contó que había visto en su casa al ángel que, en pie, le decía: “Manda recado a Jafa y haz venir a Simón, llamado Pedro; él te dirá palabras que traerán la salvación a ti y a tu casa”.
En cuanto empecé a hablar, bajó sobre ellos el Espíritu Santo, igual que había bajado sobre nosotros al principio; entonces me acordé de lo que había dicho: “Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo”. Pues, si Dios les ha dado a ellos el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para oponerme a Dios?». Oyendo esto, se calmaron y alabaron a Dios diciendo: «Así pues, también a los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida».
En aquel tiempo, dijo Jesús:
«En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de ovejas. A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños». Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: «En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos.
El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante».

Palabra del Señor.

22 de Abril – Beato Francisco Venimbeni

En Fabriano, del Piceno, en Italia, beato Francisco Venimbeni, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, eximio predicador de la Palabra de Dios.

Nació y murió en Fabriano (Ancona). Era hijo del médico Compagno Venimbeni y Margarita di Federico. En el 1267, ingresó en los franciscanos, después de haber hecho estudios de filosofía; fue discípulo de san Buenaventura. Durante el año de noviciado, transcurrido en Fabriano, obtuvo permiso de ir a Asís para ganar la indulgencia de la Porciúncula. Allí conversó con el beato fray León, uno de los primeros compañeros de san Francisco, y, según su testimonio, muy precioso para la historiografía franciscana, leyó sus "escritos".

En 1316 y en el trienio 1319-21 fue superior del nuevo convento construido por los hermanos de Fabriano. Durante su mandato, al celebrarse en la ciudad por segunda vez el capítulo provincial, Francisco apeló a sus conciudadanos, que proveyeron generosamente al sostenimiento de los hermanos asistentes de todas partes de las Marcas. Con los dineros recibidos de su padre construyó una biblioteca donde reunió una notable cantidad de manuscritos. Esto le valió el título de "primer fundador de bibliotecas" en la Orden Franciscana.

Hombre de gran penitencia y caridad; gozaba del don de la predicación. Su amor a los pobres fue grande. Ayudó a gran número de indigentes; él mismo preparaba cada día el alimento para sus predilectos, luego lo distribuía en la puerta del convento, donde acudían los pobres. Vestía una burda túnica que parecía un cilicio por su aspereza. Se flagelaba con ásperas disciplinas, dormía pocas horas en un duro jergón y el resto de la noche lo transcurría en oración. Incansable en su celo por las almas: pasaba muchas horas en el confesionario o en el anuncio de la palabra de Dios. Asistía a los enfermos y los preparaba para una buena muerte. Tema de su contemplación eran los misterios de la Pasión de Cristo, que le hacían derramar abundantes lágrimas. Celebraba la santa Misa con angélico fervor. Devotísimo de las almas del purgatorio no cesaba de ofrecer sufragios por ellas.

Francisco conoció con tiempo el día de su muerte; serenamente se durmió en el Señor, a los 61 años de edad, de los cuales 45 pasó en el ejercicio de las más heroicas virtudes. Escribió “Cronicon fabrianense”. Pío VI confirmó su culto el 15 de abril de 1775.

domingo, 21 de abril de 2024

21 de Abril 2024 – CUARTO DOMINGO DE PASCUA - EL BUEN PASTOR

 

Abiertos los ojos a una doble luz, el ciego de nacimiento acababa de pronunciar su bella confesión de fe: «Señor, yo creo que Tú eres el Hijo de Dios.» Era durante la fiesta de los Tabernáculos, fiesta otoñal, decorada de guirnaldas y ramos de palmeras y alegrada con acordes de salterios y tañidos de trompetas. Jesús enseña en un patio del Templo. Un grupo numeroso le rodea, sorprendido por las palabras misteriosas del Hombre iluminado. Este hombre acaba de ser arrojado de la sinagoga; es una oveja que los pastores de Israel no quieren ya admitir en su rebaño. Pero el indeseado, el excomulgado va a consolarse con una de las parábolas más emocionantes del Evangelio.

Las sombras de la tarde empiezan a extenderse sobre el monte Moria; por el camino de Betania resuenan los silbidos y las voces de los pastores que conducen los rebaños al aprisco; y entre el vocerío lejano y el tintineo de las esquilas se alza la voz de Jesús, diciendo: «En verdad, en verdad os digo que el que no entra por la puerta en el redil, sino que escala las tapias, es ladrón y malhechor. » En la mente de los oyentes aparece la imagen de aquellos apriscos—tenadas les llaman en tierras de Castilla—derramados a través de las parameras de Judea: amplios corrales con muros de piedra, coronados de zarzas espinosas; a un lado, la tejavana bajo la cual se cobijan durante la noche el pastor y el rebaño; la estrecha puerta, bien sujeta con el tranco de palo, porque los enemigos amenazan en la sombra, el lobo merodea en los alrededores; a veces se oye el ruido de un cuerpo que cae al suelo, amedrentando al ganado; es la pantera que ha saltado la cerca de un golpe, o el ladrón nocturno que se ha deslizado a lo largo de la pared. Pero el pastor vela para apartar el peligro, y al llegar la mañana empuña su cayado de espino, se estaciona a la puerta, cuenta una a una sus ovejas y las guía a los buenos pastos de los valles y las colinas.

Jesús sigue desarrollando la alegoría: «Yo soy la puerta; quien entra por Mí, será salvo. Entrará, y saldrá y encontrará pastos abundantes... Yo soy el Buen Pastor; conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a Mí. Yo vine para que tengan vida. Una vida abundante.» Cristo es a la vez el pastor y la puerta del aprisco. Encontramos aquí esa contradicción aparente que existe siempre que se trata de su persona. Todas sus enseñanzas sobre Sí mismo son paradójicas. El creyente conoce bien la solución: Jesús es el Verbo encarnado. Dios y hombre al mismo tiempo; por Él, y sólo por Él, entran las ovejas en el aprisco; sólo por Él pueden entrar también los pastores legítimos, en virtud de una vocación celeste que de Él mana, en virtud de una participación en los derechos que ha habido sobre el rebaño a consecuencia del sacrificio de su humanidad, unida personalmente a la divinidad.

Todos los que se arrogan una autoridad sobre su rebaño sin haber recibido esa participación son mercenarios, seudoprofetas, explotadores y embaucadores de pueblos, como aquellos de quienes decía un Profeta: « ¡Ay de vosotros, pastores de Israel, que sólo cuidáis de apacentaros a vosotros mismos! Cogéis la leche para alimentaros y la lana para vestiros; matáis las ovejas gordas y no os preocupáis de engordar las flacas, de curar las enfermas, de poner vendas a las llagadas, ni buscar las que se han extraviado... Por eso dice el Señor: Yo sacaré mi rebaño de vuestras manos, arrancaré mis ovejas de vuestros dientes, no serán ya vuestra presa, y Yo las salvaré.»

Estas son las palabras de Cristo a todos los falsos pastores. Él es el Buen Pastor. ¿Cómo reconocerle? Por el amor, que es fruto de la bondad. Ahora bien: la prueba del amor es la muerte aceptada, la sangre derramada por el amigo en peligro. El mercenario ve venir al lobo y huye cobardemente mientras el lobo se arroja sobre el rebaño: el Buen Pastor hace frente al enemigo, dichoso de morir por aquellos a quienes ama; ofrece su vida generosamente, porque el amor vence todos los obstáculos, arrostra todos los peligros; desprecia los insultos, las fatigas, la misma muerte. «Yo doy mi vida por mis ovejas», dice ahora Jesús; y unos meses más tarde será derramada su sangre. Pero su muerte no será un óbice, sino la condición «para que se haga un solo rebaño y un solo pastor».

El fruto del árbol de la Cruz es la reunión del rebaño de Cristo, la formación de su Iglesia. Por eso la sagrada liturgia presenta a nuestra consideración, durante estos días que siguen a las fiestas de Pascua, esta hermosa parábola, imagen de la Iglesia, místico redil cuya puerta es el mismo Cristo. Por eso también los primeros cristianos, ovejas perdidas entre las tinieblas de la gentilidad o entre las zarzas espesas del mosaísmo, cuando tenían la dicha de oír la voz de Cristo, hallaban un gozo especial representándole bajo el símbolo del Buen Pastor, memorial de un Dios hecho hombre, que, muriendo en la Cruz, le había llevado del paganismo a la Iglesia, donde les colmaba de sus gracias, les alimentaba con su carne y su sangre, y, Cordero virgen, nacido de una Oveja virgen, les conducía por los senderos de la pureza y del sacrificio a las praderas inmarcesibles de la eternidad. La figura del Buen Pastor es uno de los temas predilectos del arte cristiano en sus primeros días, ornamento simbólico de los objetos del culto, de los utensilios familiares, de las basílicas y de los mausoleos. Se le encuentra en los muros de las catacumbas, en las capillas funerarias, en los sarcófagos de mármol y en las piedras tumbales, en las lámparas de arcilla, en las cornalinas de los camafeos, en los anillos, en las alhajas, en los palios de los metropolitanos, donde ha sido reemplazado por la Cruz. El Buen Pastor es un bello mancebo, cuya juventud simboliza la inmortalidad; de dulce fisonomía, de mirada llena de ternura, de túnica corta, sobre la cual flota un ligero manto; de cabeza aureolada por un nimbo de gloria o una corona de siete estrellas. Sus emblemas son el cayado, el vaso de leche colgado del cinturón, y a veces la flauta helénica de siete tubos.

Unas veces contempla su ganado desde lo alto de una colina, apoyándose sobre el cayado; otras aparece sentado bajo una encina y rodeado de las ovejas.

También la poesía ha interpretado con bellos acentos el místico idilio de esta parábola evangélica. Un poeta del siglo IV, Sedulio, ponía en boca de un gentil estas deliciosas palabras: «¡Ojalá pueda yo entrar un día en el deleitable aprisco donde el Buen Pastor apacienta sus dulces ovejuelas; donde, nacido de la Oveja virgen, el Cordero inocente camina delante, seguido del blanco rebaño! » En España los grandes maestros del auto sacramental recogerán la tierna alegoría de Cristo y la desarrollarán en espléndidas oraciones, como La oveja perdida, de Timoneda, y El Pastor Lobo, del «Fénix de los Ingenios», que nos traza del Buen Pastor este retrato inolvidable:

«Por mi vida, que es galán y que no en balde le dan nombre de Pastor Cordero, que en este prado, primero, le enseñó al mundo San Juan.

¡Oh, qué cabello traía, nazareno y enrizado!...

Aunque entonces le tenía, de rondar la noche fría, lleno de aljófar helado.

Blanco pellico y zurrón en que debe de traer la yesca y el eslabón con que llegará a encender el más tibio corazón.»

Domingo, 21-04-2024 4º domingo de PASCUA Ciclo B

Reflexión del 21/04/2024

Lecturas del 21/04/2024

En aquellos días, lleno de Espíritu Santo, Pedro dijo: «Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante vosotros. Él es la “piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular”; no hay salvación en ningún otro; pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos».
Queridos hermanos:
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aun no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
En aquel tiempo, dijo Jesús:
«Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.
Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre».

Palabra del Señor.

21 de Abril –Santa Alejandra y compañeros

Santa Alejandra, y 3 compañeros: Apolo, Isaac y Codrato o Crotato; laicos y mártires

Martirizados en Nicomedia de Bitinia, actual Turquía, entre el 18/22 de abril del 303

El nombre Alejandra es el femenino de Alejandro; deriva del griego ‘Aléxandros’ y significa “protector de los hombres”.

El nombre siempre ha sido usado desde la antigüedad y en la versión masculina se recuerdan dos reyes del Epiro, tres reyes de Macedonia, dos reyes de Siria, un emperador romano, ocho papas, otros 40 santos, tres reyes de Escocia, tres emperadores de Rusia, etc.

En la versión femenina, el nombre Alejandra ha sido llevado por seis reinas y emperatrices, también por cinco cristianas mártires, curiosamente siempre integrantes en grupos de mártires.

El más conocido de ellos es el de Amiso: Alejandra, Claudia, Eufrasia, Matrona, Juliana, Eufemia y Teodosia, celebradas el 20 de marzo; después está el grupo de las mártires de Ankara: Tecusa, Julita y otras, celebradas el 18 de mayo; luego está el grupo de Ancira, el grupo de Antioquia y al fin el grupo de Nicomedia del cual hablamos en esta nota.

Es necesario decir que por cuanto es poco conocido, el grupo de los mártires de Nicomedia, compuesto por Alejandra, Apolo, Isacio o Isaac y Codrato o Crotato, es mencionado por un número relevante de fuentes hagiográficas, éstas son 11 los Martirologios, Sinaxarios, Menologios, orientales y occidentales que nos hablan; se evita aquí de elencarlos a todos.

Según una ‘passio’ armenia, conectada al ciclo de las historias de san Jorge mártir, Alejandra, considerada mujer “legendaria” de Diocleciano, y a veces de Daciano, rey persa, por haber defendido y rogado con excesivo celo la causa de los cristianos, perseguidos por su fe, terminó por incurrir en las iras del emperador, el cual después de haberla perseguido y torturada por sus propias manos, la hizo decapitar el 18 de abril del 303, primer año de su violenta y sanguinaria persecución.

Igual suerte sufrieron en los días siguientes, Apolo, Isaac y Codrato, probablemente domésticos o funcionarios de Alejandra; se bien fuesen ligados por vínculos de varias naturaleza con la Casa imperial, no fue escaso para ellos el tormento del hambre y al fin la decapitación.

Las condenas fueron ejecutadas en Nicomedia de Bitinia, donde Diocleciano había establecido su residencia imperial.

Los Sinaxarios orientales afirman que ellos se habían convertidos al cristianismo, considerando entre ellos el coraje con el cual el mártir san Jorge de Lydda, su contemporáneo, había afrontado el martirio en Palestina.

La memoria de los mártires arriba mencionados, es celebrada el 21 de abril.