viernes, 7 de noviembre de 2025

Reflexión del 07/11/2025

Lecturas del 07/11/2025

Respecto a vosotros, hermanos, yo personalmente estoy convencido de que rebosáis buena voluntad y de que tenéis suficiente saber para aconsejaros unos a otros.
Pese a todo, os he escrito, propasándome a veces un poco, para reavivar vuestros recuerdos. Lo he hecho en virtud de la gracia que Dios me ha otorgado: ser ministro de Cristo Jesús para con los gentiles, ejerciendo el oficio sagrado del Evangelio de Dios, para que la ofrenda de los gentiles, consagrada por el Espíritu Santo, sea agradable.
Así pues, tengo de qué gloriarme en Cristo y en relación con las cosas que tocan a Dios. En efecto, no me atreveré a hablar de otra cosa que no sea lo que Cristo hace a través de mí en orden a la obediencia de los gentiles, con mis palabras y acciones, con la fuerza de signos y prodigios, con la fuerza del Espíritu de Dios.
Tanto que, en todas direcciones, partiendo de Jerusalén y llegando hasta la Iliria, he completado el anuncio del Evangelio de Cristo.
Pero considerando una cuestión de honor no anunciar el Evangelio más que allí donde no se haya pronunciado aún el nombre de Cristo, para no construir sobre cimiento ajeno; sino como está escrito:
«Los que no tenían noticia lo verán, los que no habían oído comprenderán».
En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.
Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando”.
El administrador se puso a decir para sí: “¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”.
Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi amo?”.
Este respondió: “Cien barriles de aceite».
Él le dijo: «Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”.
Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”.
Él dijo: “Cien fanegas de trigo”.
Le dice: “Toma tu recibo y escribe ochenta”.
Y el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz».

Palabra del Señor.

07 de Noviembre 2025 – San Vicente Le Quang Liem de La Paz

Vicente Liem de la Paz (en vietnamita: Vinh Sơn Phạm Hiếu Liêm) (1732 - 7 de noviembre de 1773) fue un fraile dominico tonquinés (actual Vietnam septentrional) venerado como santo y mártir por la Iglesia católica.

Nacido Phạm Hiếu Liêm en el pueblo de Trà Lũ, en el phủ de Thiên Trường, provincia de Nam Định, Tonkín en 1732 de padres cristianos, Antonio y Monica Daeon de la Cruz, miembros de la nobleza tonquinesa. Cuando cayó gravemente enfermo varios días después de su nacimiento, fue bautizado por Chien de Santo Tomás, tomando el nombre de Vicente Liem. Dado que Trà Lũ era uno de esos pueblos tonquineses donde los frailes dominicos predicaban la fe católica, Liêm creció y se convirtió en cristiano. Más tarde, sus padres lo llevaron a un centro misionero donde aprendió el catecismo.

En 1738, el rey Felipe V de España abrió el Colegio de San Juan de Letrán y la Universidad de Santo Tomás (UST) en Filipinas a estudiantes chinos y tonquineses, ya que China y Tonkin no tenían instituciones educativas cristianas. Los padres dominicos decidieron dejar que Liêm y otros cuatro tonquineses (José de Santo Tomás, Juan de Santo Domingo, Pedro Mártir y Pedro de San Jacinto) estudiaran en Filipinas.

Vicente tomó el trivioum y el quadrivium en el Colegio de San Juan de Letrán, ahora el equivalente a la educación primaria y secundaria. Terminó un grado de lector de humanidades en Letrán. Continuó su educación universitaria en la Universidad de Santo Tomás mientras residía en Letrán. En septiembre de 1753, luego de completar sus estudios en Letrán, ingresó a la orden dominica, junto con sus tres compañeros tonquineses. Un año después, hicieron sus profesiones solemnes. El 28 de enero de 1755 recibe la tonsura y las órdenes menores en la Iglesia de Santa Ana. En 1758 Liêm fue ordenado sacerdote bajo la orden de los dominicos. En septiembre de ese año, aprobó los exámenes para escuchar confesiones. El 3 de octubre inició su viaje de regreso a Tonkin. Llegó el 20 de enero de 1759.

Pasó un tiempo en Tonkin para evangelizar a la gente de Tonkin. Sin embargo, las autoridades tonquinesas no estuvieron de acuerdo con esto. El 2 de octubre de 1773, él y sus dos ayudantes fueron detenidos en Co Dou. Él y sus ayudantes fueron golpeados, tras lo cual viajaron a pie al pueblo de registrado como Dou Hoi. Allí conoció a otro sacerdote dominico, el español Jacinto Castañeda. Fueron presentados al Vicegobernador y al Ministro Real. Fueron arrojados a una jaula por una noche. La llegada de un Alto Ministro motivó su traslado a Kien Nam, donde el Rey celebró su corte. Mientras estaban detenidos, lograron predicar el catolicismo a la gente. Posteriormente los llevaron a Tan Cau, luego a la casa de Canh Thuy. Finalmente fueron llevados ante el Rey donde fueron juzgados. Su juicio provocó que el Rey se enojara y fueron encarcelados. Después de varios días, el Rey dictó sentencia de culpabilidad con la pena de decapitación. La ejecución se produjo el 7 de noviembre de 1773. Tras la ejecución, los cristianos presentes en el lugar se llevaron los cuerpos de la Paz y Castañeda, donde fueron sepultados en la localidad de Trung Linh en Xuân Trường, Nam Định. Las autoridades tonquinesas dieron muerte a varios misioneros cristianos más.

El proceso de beatificación de la Paz y Casteñeda, así como de otros mártires dominicos, se inició a través del Vicario Apostólico Clemente Ignacio Delgado Cebrián. Fueron beatificados por el Papa Pío X con su fiesta el 7 de noviembre. El Papa Juan Pablo II anunció la canonización de la Paz el 19 de junio de 1988, con su fiesta el 24 de noviembre.

jueves, 6 de noviembre de 2025

Reflexión del 06/11/2025

Lecturas del 06/11/2025

Hermanos:
Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que, ya vivamos ya muramos, somos del Señor.
Pues para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de muertos y vivos.
Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? Y tú, ¿por qué desprecias a tu hermano?
De hecho, todos compareceremos ante el tribunal de Dios, pues está escrito: «¡Por mi vida!, dice el Señor, ante mí se doblará toda rodilla, y toda lengua alabará a Dios».
Así pues, cada uno de nosotros dará cuenta de sí mismo a Dios.
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”.
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”.
Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».

Palabra del Señor.

06 de Noviembre 2025 – San Leonardo

Es uno de los santos más populares de Europa central. En efecto; dice un estudioso que en su honor se erigieron no menos de seiscientas iglesias y capillas, y su nombre aparece frecuentemente en la toponomástica y en el folclor. El mismo estudioso añade que él «despertó una devoción particular en tiempos de las cruzadas, y entre los devotos se cuenta el príncipe Boemundo de Antioquía que, hecho prisionero por los infieles en 1100, atribuyó su liberación en 1103 al santo, y, de regreso a Europa, donó al santuario de Saint-Léonard-de-Noblac, como ex voto, unas cadenas de plata parecidas a las que él había llevado durante su cautiverio». San Leonardo de Noblac (o de Limoges) es un santo «descubierto» a principios del siglo XI, y a ese período remontan las primeras biografías, que después inspiraron el culto hacia él.

Leonardo nació en Galia en tiempos del emperador Anastasio, es decir, entre el 491 y el 518. Como sus padres, a más de nobles, eran amigos de Clodoveo, el gran jefe de los Francos, éste quiso servir de padrino en el bautismo del niño. Cuando ya era joven, Leonardo no quiso seguir la carrera de las armas y prefirió ponerse al servicio de San Remigio, que era obispo de Reims.

Como San Remigio, sirviéndose de la amistad con el rey, había obtenido el privilegio de poder conceder la libertad a todos los prisioneros que encontrara, también Leonardo pidió y obtuvo un poder semejante, que ejerció muchas veces. El rey quiso concederle algo más: la dignidad episcopal. Pero Leonardo, que no aspiraba a glorias humanas, prefirió retirarse primero a San Maximino en Micy, y después a un lugar cercano a Limoges, en el centro de un bosque llamado Pavum.

Un día su soledad se vio interrumpida por la llegada de Clodoveo que iba a cacería junto con todo su séquito. Con el rey iba también la reina, a quien precisamente en ese momento le vinieron los dolores del parto. Las oraciones y los cuidados de San Leonardo hicieron que el parto saliera muy bien, y entonces el rey hizo con el santo un pacto muy particular: le obsequiaría, para construir un monasterio, todo el territorio que pudiera recorrer a lomo de un burro. Alrededor del oratorio en honor de María Santísima habría surgido una nueva ciudad.

miércoles, 5 de noviembre de 2025

05 de Noviembre 2025 – Fiesta de las Sagradas Reliquias

05 de Noviembre 2025 – Fiesta de las Sagradas Reliquias
Después de haber celebrado el día de todos los Santos, o sea, la fiesta de todas las almas que han entrado en el cielo, la Iglesia honra hoy las santas reliquias de sus cuerpos, que en la tierra quedan, esperando la resurrección gloriosa, de que son prenda segura.

Desde los primeros tiempos de la Iglesia se celebraban en las catacumbas los santos misterios sobre las tumbas de los mártires, para unir su sacrificio al del Salvador. Más tarde, en Roma, se erigieron basílicas en su honor; vastos relicarios que albergaban el sepulcro de los mártires más célebres. Los restos de quienes habían confesado su fe por el martirio se depositaban bajo el altar mayor, o confesión de las basílicas que se les consagraban; de ahí procede la costumbre de la traslación de las reliquias de los mártires, parte esencial de la ceremonia de la dedicación de una iglesia, así como también la de colocar reliquias de los santos mártires en todos los altares, en el hueco de una pequeña cavidad del ara, llamada tumba. La misa de las santas reliquias se halla compuesta en gran parte de pasajes entresacados de la liturgia de los mártires.

Reflexión del 05/11/2025

Lecturas del 05/11/2025

Hermanos:
A nadie le debáis nada, más que el amor mutuo; porque el que ama ha cumplido el resto de la ley. De hecho, el «no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás», y cualquiera de los otros mandamientos, se resume en esto: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
El amor no hace mal a su prójimo; por eso la plenitud de la ley es el amor.
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío.
Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?
No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”.
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil?
Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.
Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».

Palabra del Señor.

05 de Noviembre 2025 – Santa Trofimena

Nació y fue martirizada en Patti, provincia de Messina, en el siglo III. Se la celebra el 5 de noviembre.

Santa Trofimena, santa de origen siciliano, de Patti, provincia de Messina, homóloga de Santa Febronia, que se venera en Minori, provincia de Salerno, en la Costa Amalfitana.

La hagiografía es lamentablemente retorcida, la tradición la quiere sostiene que fue martirizada aun siendo muy jovencita, alrededor de los 12 /13 años por manos del mismo padre, porque deseosa de bautizarse y de abrazar la fe cristiana, se cuenta de una visión de un ángel que le anuncia la consagración a Cristo y el inminente martirio, y contraria a las nupcias con el preelegido indicado por la familia.

El cuerpo fue confiado a la custodia de una urna y arrojado en el mar, la corriente lo llevó hasta las costas salernitanas y precisamente en Minori. La urna encontrada por la población minorese fue hecha transportar por una pareja de bueyes, pero llegados al punto donde hoy día surge la iglesia a ella dedicada, los animales no quisieron absolutamente proseguir, por tanto los minoreses interpretaron esto como una señal divina de la elección del lugar donde erigir la susodicha iglesia.-

La fuente principal de la leyenda hagiográfica de Sta. Trofimena es representada por el texto con el título “Historia Inventionis ac Traslazioni et Miracula Sanctae Trofimenis”, redactado en escritura beneventana y conservado en un códice datado en los primeros decenios del siglo X.

El autor, desafortunadamente es anónimo, según los estudios de Máximo Oldoni, podría ser un presbítero de origen minorese o, más verosímilmente, longobardo. Hasta el año 1658 el códice fue conservado en el Archivo Episcopal de Minori, sucesivamente el erudito escalese Giovanni Battista d’Afflitto lo envió a Ughelli quien trascribió el texto, publicándolo en su obra “Italia Sacra”, contribuyendo en modo determinante a la pérdida definitiva.

Escrito en forma de sermón dirigido a los fieles, el texto de la Historia está dividido en tres capítulos:

1.- en el primer están narrados los hechos ligados al descubrimiento del cuerpo de Sta. Trofimena en las playas de Minori, evento que la tradición popular lo fecha el 5 de noviembre del año 640. Como la urna haya llegado a Minori es difícil establecerlo, el anónimo hagiógrafo pone el acento en la intervención de un ángel, que guio la urna a las costas sicilianas hasta Minori. Aquí la urna quedó en custodia por un período impreciso, hasta cuando la atención de la población local fue capturada por una lavandera del lugar llegada cerca de desembocadura del río Reginna con la intención de lavar su ropa. En el batir las ropas sobre una piedra de mármol quedó con los brazos paralizados, castigada por haber molestado el reposo terreno de la Mártir. Inmediatamente llegaron los sacerdotes de la ciudad, los cuales después de haber identificado en aquella urna marmórea el sarcófago de una mártir cristiana, decidieron trasladarla en un lugar más seguro. En el tentativo de descubrir su identidad notaron estos versos esculpidos en el mármol: “Tu que buscas de conocer el motivos del arribo de esta urna sabe que aquí reposan los miembros, pies e intacto cuerpo de Trofimena Mártir y Virgen, Ella, hasta cuando duraron las costumbres de un tiempo malvado, evitó a los falsos ídolos del mundo huyendo, como devota niña, de sus padres sicilianos. Reposó en medio del mar, ofreció los miembros a los Minoreses y el alma a Dios. De aquí ha ido a gozar entre los perfumados espacios de Cristo”.

Estos versos representan las únicas noticias históricas sobre el origen de Sta. Trofimena. Muchas informaciones han quedado en la sombra, como por ejemplo el año de nacimiento, el año de “dies Natalis” o fallecimiento y la ciudad de origen. Estas lagunas históricas fueron colmadas en época moderna por la investigación humanista Quinto Mario Corrado, basadas sobre el análisis de los datos tomados por una búsqueda demoscópica.

La narración prosigue con la intervención del obispo amalfitano Pietro y con la primera traslación de las reliquias. De frente a la imposibilidad de trasladar la pequeña urna marmórea el prelado amalfitano decidió hacerla llevar por dos bueyes blancos, que no había sido puestos al yugo. A través de este expediente las reliquias fueron trasladadas, con una solemne procesión, desde la playa al lugar donde actualmente surge la Basílica de Sta. Trofimena. Fueron sepultadas bajo un estructura “ad cassum”, dispuesta sobre tres niveles, “sub tribus cameris mire constructis, reperiunt sanctam Christi Martyrirem illibatam in suo locello”, sobre la cual fue erigido el primer altar y una primera iglesia.

Aquí el cuerpo permaneció hasta el año 838, hasta cuando el ejército longobardo amenazó directamente la seguridad de la ciudad del Ducado Amalfitano.

2.- El segundo capítulo se abre pues con la narración de los hechos que han tenido como protagonista el príncipe beneventano Sicardo y el obispo amalfitano Pietro II. En el otoño del 838, los territorios del Ducado de Amalfi sufrieron el saqueo por parte de las tropas longobardas, guiadas por Sicardo, hijo de Sicone y heredero de una política religiosa que tenía, entre sus objetivos, la adquisición de un número consistente de reliquias de mártires cristianos. El obispo amalfitano Pietro II decidió pues de hacer trasladar las reliquias de Sta. Trofimena de Minori a Amalfi, considerado un lugar más seguro.

Las embarcaciones guiadas por el obispo condujeron pues el cuerpo de Sta, Trofimena a Amalfi, donde fue colocado en la iglesia dedicada a la Virgen, la actual iglesia del Crucifijo. Ocho días después de este advenimiento al obispo se le aparece en sueños Sta. Trofimena, envuelta en un manto rojo, seguida de otras vírgenes, quien con voz amenazadora le predijo una muerte inminente, acusándolo de haber profanado y conducido su cuerpo lejos de Minori. Por su culpa la Mártir le predijo una muerte imprevista seguida de la estresante visión de su cadáver sacado del sepulcro y devorado por los perros; cosa que aconteció poco tiempo después en ocasión de saqueo de ciudad de Amalfi por parte de los longobardos de Sicardo.

Las reliquias de Sta. Trofimena fueron robadas y llevadas a Benevento. En breve tiempo el culto se difundió también en las provincias longobardas, como demuestra la elección del obispo Orso, quien frente al requerimiento de restitución del cuerpo, entre otros por los Minoreses en el mes de junio del año 839, después de la muerte del príncipe Sicardo, decidió restituir solamente una mitad del cuerpo, la otra mitad quedó pues en Benevento. Tal decisión fue dictada, con toda probabilidad, por la voluntad de no privar a su Iglesia diocesana de un tesoro convertido ya precioso.

El cuerpo de Sta. Trofimena retornó pues a Minori el 13 de julio del año 839, después de haber permanecido la noche precedente en la ciudad de Salerno, sede de una importante y numerosa colonia de mercantes amalfitanos. A atenderlo fue la población entera local, en “una jornada de sol fulgurante”, que acompañó en procesión el sacro cuerpo, reponiéndolo en el lugar elegido por la Santa para su reposo terreno.

3.- La tercera y última parte narra, en fin, los milagros operados por intercesión de la Mártir, como en el caso del sacerdote napolitano Mauro atacado de apoplejía y curado después de haber tocado el cuerpo de la Mártir de regreso a Benevento. El hecho que bien describe la desolación y el estado del completo abandono en el cual estaba la ciudad de Minori después del robo de las reliquias, es aquel que narra la hazañas del sacerdote Constantino, custodio y guardián de la iglesia de Sta. Trofimena. Adolorido y desesperado por la pérdida de las reliquias no celebraba más la Misa, conduciendo la iglesia toda en un estado de profunda desolación.- Un día en las primeras horas de la mañana vio a la Beata Virgen Trofimena que le reprochó por su negligencia, invitándolo al mismo tiempo a celebrar Misa, porque también su cuerpo había sido robado, su espíritu continuaba en permanecer en aquel lugar.

El tercer capítulo de la Historia relata, entre otras cosas, una de los primeros testimonios sobre la existencia de la Escuela Médica Salernitana. Al tiempo del prefecto Pulcari, que gobernó Amalfi entre el 874 y el 883, una niña de nombre Teodonanda, concedida como esposa a un hombre de nombre Mauro, versaba en grave condiciones de salud. Fue llevada a Salerno, ciudad en la cual, operaba el médico Jerónimo, famoso sus competencias médicas.

No obstante el soporte de numerosos “inmensos volúmenes”, (un dato que confirma la presencia de una fornida biblioteca médica), no estuvo en grado de curar la jovencita. De regreso a Minori el marido Mauro decidió llevarla a la basílica de Sta. Trofimena, la dejó allí vecino al altar consagrado a la virgen, consignándola en las manos de una monja de nombre Agata. Mientras la pía mujer absorta en oración delante al altar de a Santa cae en un sueño profundo, Teodonanda se levantó por sí sola y si dirigió hacia el río Reginna, aquí le apareció una jovencita que la invitó a regresar a la iglesia y continuar la oración. Después de haber regresado a la iglesia confió a la monja de haber tenido una visión de Sta. Trofimena. La mujer notó que el piso vecino al altar comenzó a emanar un aceite perfumadísimo, ordenó pues a la jovencita a quitarse sus vestidos y acostarse sobre aquel aceite. Teodonanda obedeció y fue curada de todos sus males.-

Desde el 13 de julio del 839 el cuerpo de la Mártir es conservado en el lugar puesto bajo del altar erigido en su capilla. Con el pasar de los siglos se pierde la memoria del lugar de la sepultura. Cuando en la mitad del siglo XVIII iniciaron los trabajadores la reconstrucción de la nueva catedral, se sintió la necesidad de llevar a la luz las reliquias de Sta. Trofimena.

En la noche entre el 26 y el 27 de noviembre de 1793 algunos devotos minoreses entrando furtivamente en la iglesia y excavando en el lugar indicado por la tradición encontraron nuevamente las sacras reliquias. El 27 de noviembre el pueblo de Minori festeja pues el aniversario del segundo re descubrimiento. 

martes, 4 de noviembre de 2025

Reflexión del 04/11/2025

Lecturas del 04/11/2025

Hermanos:
Nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada cual existe en relación con los otros miembros.
Teniendo dones diferentes, según la gracia que se nos ha dado, deben ejercerse así: la profecía, de acuerdo con la regla de la fe; el servicio, dedicándose a servir; el que enseña, aplicándose a la enseñanza; el que exhorta, ocupándose en la exhortación; el que se dedica a distribuir los bienes, hágalo con generosidad; el que preside, con solicitud; el que hace obras de misericordia, con gusto.
Que vuestro amor no sea fingido; aborreciendo lo malo, apegaos a lo bueno.
Amaos cordialmente unos a otros; que cada cual estime a los otros más que a sí mismo; en la actividad, no seáis negligentes; en el espíritu, manteneos fervorosos, sirviendo constantemente al Señor.
Que la esperanza os tenga alegres; manteneos firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración; compartid las necesidades de los santos; practicad la hospitalidad.
Bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis. Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran. Tened la misma consideración y trato unos con otros, sin pretensiones de grandeza, sino poniéndoos al nivel de la gente humilde. No os tengáis por sabios.
En aquel tiempo, uno de los comensales dijo a Jesús: «Bienaventurado el que coma en el reino de Dios!».
Jesús le contestó: «Un hombre daba un gran banquete y convidó a mucha gente; a la hora del banquete mandó a su criado a avisar a los convidados: “Venid, que ya está preparado”.
Pero todos a una empezaron a excusarse.
El primero le dijo: “He comprado un campo y necesito ir a verlo. Dispénsame, por favor”.
Otro dijo: “He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas. Dispénsame, por favor”.
Otro dijo: “Me acabo de casar y, por ello, no puedo ir”.
El criado volvió a contárselo a su señor. Entonces el dueño de casa, indignado, dijo a su criado: “Sal aprisa a las plazas y calles de la ciudad y tráete aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos”.
El criado dijo: “Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía queda sitio”.
Entonces el señor dijo al criado: “Sal por los caminos y senderos, e insísteles hasta que entren y se llene mi casa.
Y os digo que ninguno de aquellos convidados probará mi banquete”».

Palabra del Señor.

04 de Noviembre 2025 – San Carlos Borromeo

Era un noble de alta alcurnia. Su padre, el conde Gilberto Borromeo, se distinguió por su talento y sus virtudes. Su madre, Margarita, pertenecía a la noble rama milanesa de los Médicis. Un hermano menor de su madre llegó a ceñir la tiara pontificia con el nombre de Pío IV. Carlos era el segundo de los varones entre los seis hijos de una familia. Nació en el castillo de Arona, junto al lago Maggiore, el 2 de octubre de 1538. Desde los primeros años, dio muestras de gran seriedad y devoción. A los doce años, recibió la tonsura, y su tío, Julio Cesar Borromeo, le cedió la rica abadía benedictina de San Gracián y San Felino, en Arona, que desde tiempo atrás estaba en manos de la familia. Se dice que Carlos, aunque era tan joven, recordó a su padre que las rentas de ese beneficio pertenecían a los pobres y no podían ser aplicadas a gastos seculares, excepto lo que se emplease en educarle para llegar a ser, un día, digno ministro de la Iglesia. Después de estudiar el latín en Milán, el joven se trasladó a la Universidad de Pavía, donde estudió bajo la dirección de Francisco Alciati, quien más tarde sería promovido al cardenalato a petición del santo. Carlos tenía cierta dificultad de palabra y su inteligencia no era deslumbrante, de suerte que sus maestros le consideraban como un poco lento; sin embargo, el joven hizo grandes progresos en sus estudios. La dignidad y seriedad de su conducta hicieron de él un modelo de los jóvenes universitarios, que tenían la reputación de ser muy dados a los vicios. El conde Gilberto sólo daba a su hijo una parte mínima de las rentas de su abadía y, por las cartas de Carlos, vemos que atravesaba frecuentemente por periodos de verdadera penuria, pues su posición le obligaba a llevar un tren de vida de cierto lujo. A los veintidós años, cuando sus padres ya habían muerto, obtuvo el grado de doctor. En seguida retornó a Milán, donde recibió la noticia de que su tío el cardenal de Médicism había sido elegido Papa en el cónclave de 1559, a raíz de la muerte de Pablo IV.

A principio de 1560, el nuevo Papa hizo a su sobrino cardenal diácono y, el 8 de febrero, le nombró administrador de la sede vacante de Milán, pero, en vez de dejarle partir, le retuvo en Roma y le confió numerosos cargos. En efecto, Carlos fue nombrado, en rápida sucesión, legado de Bolonia, de la Romaña y de la Marca de Ancona, así como protector de Portugal, de los países bajos, de los cantones católicos de Suiza y además, de las órdenes de San Francisco, del Carmelo, de los Caballeros de Malta y otras más. Lo extraordinario es que todos esos honores y responsabilidades recaían sobre un joven que no había cumplido aún veintitrés años y era simplemente clérigo de órdenes menores. Es increíble la cantidad de trabajo que san Carlos podía despachar sin apresurarse nunca, a base de una actividad regular y metódica. Además, encontraba todavía tiempo para dedicarse a los asuntos de su familia, para oír música y para hacer ejercicio. Era muy amante del saber y lo promovió mucho entre el clero, para lo que fundó en el Vaticano, con el objeto de instruir y deleitar a la corte pontificia, una academia literaria compuesta de clérigos y laicos, algunas de cuyas conferencias y trabajos fueron publicados entre las obras de San Carlos con el título de Noctes Vaticanae. Por entonces, juzgó necesario atenerse a la costumbre renacentista que obligaba a los cardenales a tener un palacio magnífico, una servidumbre muy numerosa, a recibir constantemente a los personajes de importancia y a tener una mesa a la altura de las circunstancias. Pero en su corazón, estaba profundamente desprendido de todas esas cosas. Había logrado mortificar perfectamente sus sentidos y su actitud era humilde y paciente. Muchas almas se convierten a Dios en la adversidad; San Carlos tuvo el mérito de saber comprobar la vanidad de la abundancia al vivir en ella y, gracias a eso, su corazón se despegó cada vez más de las cosas terrenas. Había hecho todo lo posible por prever al gobierno de la diócesis de Milán y remediar los desórdenes que había en ella; en este sentido, el mandato del Papa de que se quedase en Roma le dificultó la tarea. El Venerable Bartolomé de Martyribus, arzobispo de Braga, fue por entonces a la ciudad Eterna y San Carlos aprovechó la oportunidad para abrir su corazón a ese fiel siervo de Dios, a quien indicó: "Ya veis la posición que ocupo. Ya sabéis lo que significa ser sobrino y sobrino predilecto de un Papa y no ignoráis lo que es vivir en la corte romana. Los peligros son inmensos. ¿Qué puedo hacer yo, joven inexperto? Mi mayor penitencia es el fervor que Dios me ha dado y, con frecuencia, pienso en retirarme a un monasterio a vivir como si sólo Dios y yo existiésemos". El arzobispo disipó las dudas del cardenal, asegurándole que no debía soltar el arado que Dios le había puesto en las manos para el servicio de la Iglesia, sino que debía, más bien, tratar de gobernar personalmente su diócesis en cuanto se le ofreciese oportunidad. Cuando San Carlos se enteró de que Bartolomé de Martyribus había ido a Roma precisamente con el objeto de renunciar a su arquidiócesis, le pidió explicaciones sobre el consejo que le había dado, y el arzobispo hubo de usar de todo su tacto en tal circunstancia.

Pío IV había anunciado poco después de su elección que tenía la intención de volver a reunir el Concilio de Trento, suspendido en 1552. San Carlos empleó toda su influencia y su energía para que el Pontífice llevase a cabo su proyecto, a pesar de que las circunstancias políticas y eclesiásticas eran muy adversas. Los esfuerzos del cardenal tuvieron éxito, y el Concilio volvió a reunirse en enero de 1562. Durante los dos años que duró la sesión, el santo tuvo que trabajar con la misma diplomacia y vigilancia que había empleado para conseguir que se reuniese. Varias veces estuvo a punto de disolverse la asamblea, dejando la obra incompleta, pero, con su gran habilidad y con el constante apoyo que prestó a los legados del Papa, logró que la empresa siguiese adelante. Así pues, en las nueve reuniones generales y en las numerosísimas reuniones particulares se aprobaron muchísimo de los decretos dogmáticos y disciplinarios de mayor importancia. El éxito se debió a San Carlos más que a cualquier otro de los personajes que participaron en la asamblea, de suerte que puede decirse que él fue director intelectual y el espíritu rector de la tercera y última sesión del Concilio de Trento.

En el curso de las reuniones murió el conde Federico Borromeo, con lo cual, San Carlos quedó como jefe de su noble familia y su posición se hizo más difícil que nunca. Muchos supusieron que iba a abandonar el estado clerical para casarse, pero el santo ni siquiera pensó en ello. Renunció a sus derechos en favor de su tío Julio y se ordenó sacerdote en 1563. Dos meses más tarde, recibió la consagración episcopal, aunque no se le permitió trasladarse a su diócesis. Además de todos sus cargos, se le confió la supervisión de la publicación del Catecismo del Concilio de Trento y la reforma de los libros litúrgicos y de la música sagrada; él fue quien encomendó a Palestrina la composición de la Missa Papae Maecelli. Milán que había estado durante ochenta años sin obispo residente, se hallaba en un estado deplorable. El vicario de San Carlos había hecho todo lo posible por reformar la diócesis con la ayuda de algunos jesuitas, pero sin gran éxito. Finalmente, San Carlos consiguió permiso para reunir un concilio provisional y visitar su diócesis. Antes de que partiese, el Papa le nombró legado a latere para toda Italia. El pueblo de Milán le recibió con el mayor gozo y el santo predicó en la catedral sobre el texto "Con gran deseo he deseado comer esta Pascua con vosotros". Diez Obispos sufragáneos asistieron al sínodo, cuyas decisiones sobre la observancia de los decretos del Concilio de Trento, sobre la disciplina y la formación del Clero, sobre la celebración de los divinos oficios, sobre la administración de los sacramentos, sobre la enseñanza dominical del catecismo y sobre muchos otros puntos, fueron tan atinados que el Papa escribió a San Carlos para felicitarle. Cuando el santo se hallaba en el cumplimiento del oficio como legado de Toscana, fue convocado a Roma para asistir a Pío IV en su lecho de muerte, donde también le asistió San Felipe Neri. El nuevo Papa Pío V, pidió a San Carlos que se quedase algún tiempo en Roma para desempeñar los oficios que su predecesor le había confiado, pero el santo aprovechó la primera oportunidad para rogar al Papa que le dejase partir y, supo hacerlo con tal tino, que Pío V le despidió con su bendición.

San Carlos llegó a Milán en abril de 1556 y, en seguida empezó a trabajar enérgicamente en la reforma de su diócesis. Su primer paso fue la organización de su propia casa. Puesto que consideraba el episcopado como un estado de perfección, se mostró sumamente severo consigo mismo. Sin embargo, supo siempre aplicar la discreción a la penitencia para no desperdiciar las fuerzas que necesitaba en el cumplimiento de su deber, de suerte que aun en las mayores fatigas conservaba toda su energía. Las rentas de que disfrutaba eran pingües, pero dedicaba la mayor parte de las obras de caridad y se oponía decididamente a la ostentación y al lujo. En cierta ocasión en que alguien ordenó que le calentasen el lecho, el santo dijo, sonriendo: "La mejor manera de no encontrar el lecho demasiado frío es ir a él más frío de lo que pueda estar". Francisco Panigarola, arzobispo de Asti, dijo en la oración fúnebre por San Carlos: "De sus rentas no empleaba para su propio uso más que lo absolutamente indispensable. En cierta ocasión en que le acompañé a una visita del valle de Mesolcina, que es un sitio muy frío, le encontré por la noche estudiando, vestido únicamente con una sotana vieja. Naturalmente le dije que, si no quería morir de frío, tenía que cubrirse mejor y él sonrió al responderme: 'No tengo otra sotana. Durante el día estoy obligado a vestir la púrpura cardenalicia, pero ésta es la única sotana realmente mía y me sirve lo mismo en el verano que en el invierno' ". Cuando San Carlos se estableció en Milán, vendió la vajilla de plata y otros objetos preciosos en 30,000 coronas, suma que consagró íntegramente a socorrer a las familias necesitadas. Su limosnero tenía orden de repartir entre los pobres 200 coronas mensuales, sin contar las limosnas extraordinarias, que eran muy numerosas. La generosidad de San Carlos dejó un recuerdo imperecedero. Por ejemplo, supo ayudar tan liberalmente al Colegio Inglés de Douai, que el cardenal Allen solía llamar a San Carlos, fundador de la institución. Por otra parte, el santo organizó retiros para su clero. El mismo hacía los Ejercicios Espirituales dos veces al año y tenía por regla confesarse todos los días antes de celebrar la misa. Su confesor ordinario era el Dr. Griffith Roberts, de la diócesis de Bangor, autor de la famosa gramática galesa. San Carlos nombró a otro galés (el Dr. Qwen, quien más tarde llegó a ser obispo de Calabria) vicario general de su diócesis, y llevaba siempre consigo una imagen de San Juan Fisher. Tenía el mayor respeto por la liturgia, de suerte que jamás decía una oración ni administraba ningún sacramento apresuradamente, por grande que fuese su prisa o por larga que resultase la función.

Su espíritu de oración y su amor de Dios dejaban en los otros un gran gozo espiritual, le ganaban los corazones, e infundían en todos el deseo de perseverar en la virtud y de sufrir por ella. Tal fue el espíritu que San Carlos aplicó a la reforma de su diócesis, empezando por la organización de su propia casa. Su casa estaba compuesta de cien personas; la mayor parte eran clérigos, a lo que el santo pagaba generosamente para evitar que recibiesen regalos de otros. En la diócesis se conocía mal la religión y se la comprendía aún menos; las prácticas religiosas estaban desfiguradas por la superstición y profanadas por los abusos. Los sacramentos habían caído en el abandono, porque muchos sacerdotes apenas sabían cómo administrarlos y eran indolentes, ignorantes y de mala vida. Los monasterios se hallaban en el mayor desorden. Por medio de concilios provinciales, sínodos diocesanos y múltiples instrucciones pastorales, San Carlos aplicó progresivamente las medidas necesarias para la reforma del clero y del pueblo. Aquellas medidas fueron tan sabias, que una gran cantidad de prelados las consideran todavía como un modelo y las estudian para aplicarlas. San Carlos fue uno de los hombres más eminentes en teología pastoral que Dios enviara a su Iglesia para remediar los desórdenes producidos por la decadencia espiritual de la Edad Media y por los excesos de los reformadores protestantes. Empleando por una parte la ternura paternal y las ardientes exhortaciones y, poniendo rigurosamente en práctica, por la otra, los decretos de los sínodos, sin distinción de personas, ni clases, ni privilegios, doblegó poco a poco a los obstinados y llegó a vencer dificultades que habrían desalentado aun a los más valientes. San Carlos tuvo que superar su propia dificultad de palabra, a base de paciencia y atención, pues tenía un defecto en la lengua. A este propósito, decía su amigo Aquiles Gagliardi: "Muchas veces me he maravillado de que, aun sin poseer elocuencia natural alguna, sin tener ningún atractivo especial en su persona, haya conseguido obrar tales cambios en el corazón de sus oyentes. Hablaba brevemente, con suma seriedad y apenas se podía oír su voz; sin embargo, sus palabras producían siempre efecto". San Carlos ordenó que se atendiese especialmente a la instrucción cristiana de los niños. No contento con imponer a los sacerdotes la obligación de enseñar públicamente el catecismo todos los domingos y días de fiesta, estableció la Cofradía de la Doctrina Cristiana, que llegó a contar, según se dice, con 740 escuelas, 3.000 catequistas y 40.000 alumnos. Así pues, San Carlos fundó las "escuelas dominicales" dos siglos antes de que Roberto Raikes las introdujese en Inglaterra para los niños protestantes. San Carlos se valió particularmente de los clérigos regulares de San Pablo ("barnabitas"), cuyas constituciones él mismo había ayudado a revisar y, en 1578, fundó una congregación de sacerdotes seculares, llamados Oblatos de San Ambrosio que, por un voto simple de obediencia a su obispo, se ponían a disposición de éste para que los emplease a su gusto en la obra de la salvación de las almas. Pío XI formó parte más tarde de esa congregación, cuyos miembros se llaman actualmente Oblatos de San Ambrosio y de San Carlos.

Pero en todas partes se acogió bien la obra reformadora del santo, quien en ciertos casos tuvo que hacer frente a una oposición violenta y sin escrúpulos. En 1567, tuvo una dificultad con el senado. Ciertos laicos que llevaban abiertamente una vida poco edificante y se negaban a prestar oídos a las exhortaciones del santo, fueron aprisionados por orden suya. El senado amenazó, con ese motivo, a los funcionarios de la curia del arzobispo, y el asunto llegó hasta el Papa y Felipe II de España. Entre tanto, el alguacil episcopal fue golpeado y expulsado de la ciudad. San Carlos, después de considerar la cosa maduramente, excomulgó a los que habían participado en el ataque. Finalmente, el fallo sobre este conflicto de jurisdicción favoreció a San Carlos, ya que en la antigua ley un arzobispo gozaba de cierto poder ejecutivo; pero el gobernador de Milán se negó a aceptar esa decisión. San Carlos partió por entonces a visitar tres valles alpinos: el de Levantina, el de Bregno y La Riviera, que los anteriores arzobispos habían dejado completamente abandonados y donde la corrupción del clero era todavía mayor que la de los laicos, con los resultados que pueden imaginarse. El santo predicó y catequizó por todas partes, destituyó a los clérigos indignos y los reemplazó por hombres capaces de restaurar la fe y las costumbres del pueblo y de resistir a los ataques de los protestantes zwinglianos. Pero sus enemigos de Milán no le dejaron mucho tiempo en paz. Como la conducta de algunos de los canónigos de la colegiata de Santa María della Scala (que pretendían estar exentos de la jurisdicción del ordinario) no correspondiese a su dignidad, San Carlos consultó a San Pío V, quien le contestó que tenía derecho a visitar dicha iglesia y a tomar contra los canónigos las medidas que juzgase necesarias. San Carlos se presentó entonces en la iglesia a hacer la visita canónica; pero los canónigos le dieron con la puerta en las narices y alguien hizo un disparo contra la cruz que el santo había alzado con la mano durante el tumulto. El senado se puso en favor de los canónigos y presentó a Felipe II de España las más virulentas acusaciones contra el arzobispo, diciendo que se había arrogado los derechos del rey, porque la colegiata estaba bajo el patronato regio. Por otra parte, el gobernador de Milán escribió al Papa, amenazando con desterrar al cardenal Borromeo por traidor. Finalmente, el rey escribió al gobernador para que apoyase al arzobispo y los canónigos ofrecieron resistencia algún tiempo, pero acabaron por doblegarse.

Antes de que ese asunto se solucionase, la vida de San Carlos corrió un peligro todavía mayor. La orden religiosa de los humiliati, que contaba ya con muy pocos miembros pero poseía aún muchos monasterios y tierras, se había sometido a las medidas reformadoras del arzobispo, pero los humiliati estaban totalmente corrompidos y su sumisión había sido aparente. En efecto, intentaron por todos los medios conseguir que el Papa anulase las disposiciones de San Carlos y, al fracasar sus intentos, tres priores de la orden tramaron un complot para asesinar a San Carlos. Un sacerdote de la orden, llamado Jerónimo Donati Farina, aceptó hacer el intento de matar al santo por veinte monedas de oro. Se obtuvo esa suma con la venta de los ornamentos de una iglesia. El 26 de octubre de 1569, Farina se apostó a la puerta de la capilla de la casa de San Carlos, en tanto que éste rezaba las oraciones de la noche con los suyos. Los presentes cantaban un himno de Orlando di Lasso y, precisamente en el momento en que entonaban las palabras, "Ya es tiempo de que vuelva a Aquél que me envió", el asesino descargó su pistola contra el santo. Farina consiguió escapar en el tumulto que se produjo, en tanto que San Carlos, pensando que estaba herido de muerte, encomendaba su vida a Dios. En realidad la bala sólo había tocado sus ropas y su manto cardenalicio había caído al suelo, pero el santo estaba ileso. Después de una solemne procesión de acción de gracias, San Carlos se retiró unos días a un monasterio de la Cartuja para consagrar nuevamente su vida a Dios.

Al salir de su retiro, visitó otra vez los tres valles de los Alpes y aprovechó la oportunidad para recorrer también los cantones suizos católicos, donde convirtió a cierto número de zwinglianos y restauró la disciplina en los monasterios. La cosecha de aquel año se perdió y, al siguiente, Milán atravesó por un periodo de carestía. San Carlos pidió ayuda para procurar alimentos a los necesitados y, durante tres meses, dio de comer diariamente a tres mil pobres con sus propias rentas. Como había estado bastante mal de salud, los médicos le ordenaron que modificase su régimen de vida, pero el cambio no produjo ninguna mejoría. Después de asistir en Roma al cónclave que eligió a Gregorio XIII, el santo volvió a su antiguo régimen y así, pronto se recuperó. Al poco tiempo, tuvo un nuevo conflicto con el poder civil de Milán, pues el nuevo gobernador, Don Luis de Requesens, trató de reducir la jurisdicción local de la Iglesia y de poner en mal al arzobispo con el rey. San Carlos no vaciló en excomulgar a Requesens quien, para vengarse, envió un pelotón de soldados a patrullar las cercanías del palacio episcopal y prohibió que las cofradías se reuniesen cuando no estuviera presente un magistrado. Felipe II acabó por destituir al gobernador. Pero esos triunfos públicos no fueron, por cierto, la parte más importante del "cuidado pastoral" que ensalza el oficio de la fiesta de San Carlos. Su tarea principal consistió en formar un clero virtuoso y bien preparado. En cierta ocasión en que un sacerdote ejemplar se hallaba gravemente enfermo, las gentes comentaron que el arzobispo se preocupaba demasiado por él. El santo respondió: "¡Bien se ve que no sabéis lo que vale la vida de un buen sacerdote!" Ya mencionamos arriba la fundación de los oblatos de San Ambrosio, que tanto éxito tuvieron. Por otra parte, San Carlos reunió cinco sínodos provinciales y once diocesanos. Era infatigable en la visita a las parroquias. Cuando uno de sus sufragáneos le dijo que no tenía nada que hacer, el santo le mandó una larga lista de las obligaciones episcopales, añadiendo después de cada punto: "¿Cómo puede decir un obispo que no tiene nada que hacer?" El santo fundó tres seminarios en la arquidiócesis de Milán, para otros tantos tipos de jóvenes que se preparaban al sacerdocio y exigió en todas partes que se aplicasen las disposiciones del Concilio Tridentino acerca de la formación sacerdotal. En 1575, fue a Roma a ganar la indulgencia del jubileo y, al año siguiente, la instituyó en Milán. Acudieron entonces a la ciudad grandes multitudes de peregrinos, algunos de los cuales estaban contaminados con la peste, de suerte que la epidemia se propagó en Milán con gran virulencia.

El gobernador y muchos de los nobles abandonaron la ciudad. San Carlos se consagró enteramente al cuidado de los enfermos. Como su clero no fuese suficientemente numeroso para asistir a las víctimas, reunió a los superiores de las comunidades religiosas y les pidió ayuda. Inmediatamente se ofrecieron como voluntarios muchos religiosos, a quien San Carlos hospedó en su propia casa. Después escribió al gobernador, Don Antonio de Guzmán, echándole en cara su cobardía, y consiguió que volviese a su puesto, con otros magistrados, para esforzarse en poner coto al desastre. El hospital de San Gregorio resultaba demasiado pequeño y siempre estaba repleto de muertos, moribundos y enfermos a quienes nadie se encargaba de asistir. El espectáculo arrancó lágrimas a San Carlos, quien tuvo que pedir auxilio a los sacerdotes de los valles alpinos, pues los de Milán se negaron, al principio, a ir al hospital. La epidemia acabó con el comercio, lo cual produjo la carestía. San Carlos agotó literalmente sus recursos para ayudar a los necesitados y contrajo grandes deudas. Llegó al extremo de transformar en vestidos para los pobres, los toldos y doseles de colores que solían colgarse desde el palacio episcopal hasta la catedral, durante las precesiones. Se colocó a los enfermos en las casas vacías de las afueras de la ciudad y en refugios improvisados; los sacerdotes organizaron cuerpos de ayudantes laicos, y se erigieron altares en las en las calles para que los enfermos pudiesen asistir a misa desde las ventanas. Pero el arzobispo no se contentó con orar, hacer penitencia, organizar y distribuir, sino que asistió personalmente a los enfermos, a los moribundos y acudió en socorro de los necesitados. Los altibajos de la peste duraron desde el verano de 1576 hasta principios de 1578. Ni siquiera en ese período dejaron los magistrados de Milán de hacer intentos para poner en mal a San Carlos con el Papa. Tal vez algunas de sus quejas no eran del todo infundadas, pero todas ellas revelaban, en el fondo, la ineficacia y estupidez de quienes las presentaban. Cuando terminó la epidemia, San Carlos decidió reorganizar el capítulo de la catedral sobre la base de la vida común. Los canónigos se opusieron y el santo determinó entonces fundar sus oblatos.

En la primavera de 1580, hospedó durante una semana a una docena de jóvenes ingleses que iban de paso hacia la misión de Inglaterra y uno de ellos predicó ante él: era el Beato Rodolfo Sherwin, quien un año y medio más tarde había de morir por la fe en Londres. Poco después, San Carlos le dio la primera comunión a Luis Gonzaga, que tenía entonces doce años. Por esa época viajó mucho y las penurias y fatigas empezaron a afectar su salud. Además, había reducido las horas de sueño y el Papa hubo de recomendarle que no llevase demasiado lejos el ayuno cuaresmal. A fines de 1583, San Carlos fue enviado a Suiza como visitador apostólico y en Grisons tuvo que enfrentarse no sólo contra los protestantes, sino también contra un movimiento de brujas y hechiceros. En Roveredo, el pueblo acusó al párroco de practicar la magia y el santo se vio obligado a degradarle y entregarle al brazo secular. No se avergonzaba de discutir pacientemente sobre puntos teológicos con las campesinas protestantes de la región y, en cierta ocasión, hizo esperar a su comitiva hasta que consiguió hacer aprender el Padrenuestro y el Avemaría a un ignorante pastorcito. Habiéndose enterado de que el duque Carlos de Saboya había caído enfermo en Vercelli, fue a verle inmediatamente y le encontró agonizante. Pero, en cuanto entró en la habitación del duque, éste exclamó: "¡Estoy curado!" El santo le dio la comunión al día siguiente. Carlos de Saboya pensó siempre que había recobrado la salud gracias a las oraciones de San Carlos y, después de la muerte de éste, mandó colgar en su sepulcro una lámpara de plata.

En el año de 1584, decayó más la salud del santo. Después de fundar en Milán una casa de convalecencia, San Carlos partió en octubre, a Monte Varallo para hacer su retiro anual, acompañado por el P. Adorno, S. J. Antes de partir, había predicho a varias personas que le quedaba ya poco tiempo de vida. En efecto, el 24 de octubre se sintió enfermo y, el 29 del mismo mes, partió de regreso a Milán, a donde llegó el día de los fieles difuntos. La víspera había celebrado su última misa en Arona, su ciudad natal. Una vez en el lecho, pidió los últimos sacramentos "inmediatamente" y los recibió de manos del arcipreste de su catedral.

Al principio de la noche del 3 al 4 de noviembre, murió apaciblemente, mientras pronunciaba las palabras "Ecce venio". No tenía más que cuarenta y seis años de edad. La devoción al santo cardenal se propagó rápidamente. En 1601, el cardenal Baronio, quien le llamó "un segundo Ambrosio", mandó al clero de Milán una orden de Clemente VIII para que, en el aniversario de la muerte del arzobispo, no celebrasen misa de requiem, sino una misa solemne.

lunes, 3 de noviembre de 2025

Reflexión del 03/11/2025

Lecturas del 03/11/2025

Hermanos:
Los dones y la llamada de Dios son irrevocables.
Así como vosotros, en otro tiempo, desobedecisteis a Dios, pero ahora habéis obtenido misericordia por la desobediencia de ellos, así también estos han desobedecido ahora con ocasión de la misericordia que se os ha otorgado a vosotros, para que también ellos alcancen ahora misericordia. Pues Dios nos encerró a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos.
¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!
En efecto, ¿quién conoció la mente del Señor? O ¿quién fue su consejero?
O ¿quién le ha dado primero para tener derecho a la recompensa?
Porque de él, por él y para él existe todo. A él la gloria por los siglos. Amén.
En aquel tiempo, Jesús dijo a uno a de los principales fariseos que lo había invitado:
«Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos».

Palabra del Señor.