En aquellos días, Elías dijo a Ajab: «Sube, come y bebe, porque va a llover mucho».
Ajab subió a comer y beber, mientras Elías subía a la cima del Carmelo para encorvarse hacia tierra, con el rostro en las rodillas.
Había ordenado a su criado: «Sube y mira hacia el mar»; el criado subió, miró y dijo: «No hay nada».
Elías repitió: «Vuelve»; y así siete veces.
A la séptima dijo el criado: «Aparece una nubecilla como la palma de una mano que sube del mar».
Entonces le ordenó: «Sube y dile a Ajab: “Engancha el carro y desciende, no te vaya a detener la lluvia”».
En unos instantes los cielos se oscurecieron por las nubes empujadas y el viento, y sobrevino una gran lluvia.
Ajab montó en su carro y marchó a Yezrael. La mano del Señor se posó sobre Elías; este, ciñéndose la cintura, iba corriendo delante de Ajab hasta que llegó a Yezrael.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio.
Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehenna” del fuego.
Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo».
Palabra del Señor.
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