En Nápoles, en Italia, san José Moscati, médico, entregado totalmente a la cotidiana e incansable asistencia a los enfermos sin reclamar a los pobres paga alguna, y, atendiendo a los cuerpos, curaba a la vez las almas con gran amor.
Nació en Benevento, era hijo de un magistrado. A los 23 años, después de un brillante doctorado, comenzó la carrera de médico y de apóstol, uniendo la ciencia con la fe activa. Logró plaza de médico en Nápoles y se entregó a su oficio con todo ahínco. En 1908 fue el asistente ordinario del instituto de química fisiológica; en 1911 fue ayudante ordinario en los Hospitales Reunidos; desde 1911 a 1923 enseño en el Hospital de los Incurables, donde se convirtió en médico jefe en 1919. Su carrera médica se alternó con la docencia de química fisiológica y química clínica, incluso en la facultad de medicina, pero rechazó la cátedra que le ofrecieron, pues dijo que “su lugar estaba al lado del enfermo”.
Los pobres fueron sus clientes favoritos y no aceptó de ellos ninguna recompensa, antes bien curaba a sus expensas y los ayudaba sin darlo a conocer. En la sala de espera de su consulta había un cestillo y un letrero que decía: “Si tienes, deja lo que quieras, si no tienes, toma de aquí”. Su jornada estaba llena de ocupaciones entre el hospital, las visitas, y la universidad. Dijo: "El médico se encuentra muchas veces ante las almas, que están a punto de capitular y volver a los principios hereditarios de los antepasados, están ansiosas de encontrar un alivio, atenazadas por el dolor. Dichoso el médico que sabe comprender el misterio de estos corazones y enardecerlos de nuevo. Dichosos nosotros los médicos, muchas veces incapaces de alejar una enfermedad, dichosos nosotros, si nos acordamos que más allá de los cuerpos tenemos ante nosotros, almas inmortales, con los que urge el precepto evangélico de amarlos como a nosotros mismos".
Su caridad fue patente en la erupción del Vesubio (1906), en la peste del cólera (1911) y con los soldados heridos en la I Guerra Mundial. Tomó parte en varios congresos internacionales de medicina: Budapest (1911) y Edimburgo (1923). Publicó 23 estudios de medicina. La comunión diaria fue para él fuente de intensas gracias y si alguna vez no pudo acercase a la Misa lo lamentaba con estas palabras de su "Diario"; "¡Oh Señor, hoy he permanecido lejos de Ti! ¡Tampoco hoy, Jesús mío, has entrado en mi corazón!". Alguien le preguntó por qué no se hacía sacerdote. Él dijo que el Señor le quería laico cristiano. "Este es mi sacerdocio" -dijo. Murió en Nápoles defendiendo la labor de los médicos frente a la injerencia de los políticos. Está enterrado en la iglesia de Gesú Nuovo de Nápoles. Fue canonizado por SS. Juan Pablo II el 25 de octubre de 1987 en la Plaza de San Pedro.
Nació en Benevento, era hijo de un magistrado. A los 23 años, después de un brillante doctorado, comenzó la carrera de médico y de apóstol, uniendo la ciencia con la fe activa. Logró plaza de médico en Nápoles y se entregó a su oficio con todo ahínco. En 1908 fue el asistente ordinario del instituto de química fisiológica; en 1911 fue ayudante ordinario en los Hospitales Reunidos; desde 1911 a 1923 enseño en el Hospital de los Incurables, donde se convirtió en médico jefe en 1919. Su carrera médica se alternó con la docencia de química fisiológica y química clínica, incluso en la facultad de medicina, pero rechazó la cátedra que le ofrecieron, pues dijo que “su lugar estaba al lado del enfermo”.
Los pobres fueron sus clientes favoritos y no aceptó de ellos ninguna recompensa, antes bien curaba a sus expensas y los ayudaba sin darlo a conocer. En la sala de espera de su consulta había un cestillo y un letrero que decía: “Si tienes, deja lo que quieras, si no tienes, toma de aquí”. Su jornada estaba llena de ocupaciones entre el hospital, las visitas, y la universidad. Dijo: "El médico se encuentra muchas veces ante las almas, que están a punto de capitular y volver a los principios hereditarios de los antepasados, están ansiosas de encontrar un alivio, atenazadas por el dolor. Dichoso el médico que sabe comprender el misterio de estos corazones y enardecerlos de nuevo. Dichosos nosotros los médicos, muchas veces incapaces de alejar una enfermedad, dichosos nosotros, si nos acordamos que más allá de los cuerpos tenemos ante nosotros, almas inmortales, con los que urge el precepto evangélico de amarlos como a nosotros mismos".
Su caridad fue patente en la erupción del Vesubio (1906), en la peste del cólera (1911) y con los soldados heridos en la I Guerra Mundial. Tomó parte en varios congresos internacionales de medicina: Budapest (1911) y Edimburgo (1923). Publicó 23 estudios de medicina. La comunión diaria fue para él fuente de intensas gracias y si alguna vez no pudo acercase a la Misa lo lamentaba con estas palabras de su "Diario"; "¡Oh Señor, hoy he permanecido lejos de Ti! ¡Tampoco hoy, Jesús mío, has entrado en mi corazón!". Alguien le preguntó por qué no se hacía sacerdote. Él dijo que el Señor le quería laico cristiano. "Este es mi sacerdocio" -dijo. Murió en Nápoles defendiendo la labor de los médicos frente a la injerencia de los políticos. Está enterrado en la iglesia de Gesú Nuovo de Nápoles. Fue canonizado por SS. Juan Pablo II el 25 de octubre de 1987 en la Plaza de San Pedro.
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