El Martirologio Romano recuerda a Plácido el 5 de octubre, y a Mauro el 15 de enero. Hasta hace pocos años la Orden benedictina celebraba la fiesta de estos dos santos en fechas separadas; ahora se los ha unido en una sola fecha. En verdad es imposible separar a las dos primeros discípulos de San Benito, porque todo lo que sabemos de los dos se encuentra en dos pasajes de la Vida de San Benito, escrita por San Gregorio Magno.
En el primero se narra la entrega de ellos a San Benito por parte de sus padres: Esquicio ofrece a Mauro, y Plácido es ofrecido por el patricio Tertulo. El segundo hizo célebre a San Mauro en la historia de la ascética cristiana por su obediencia incondicional, premiada con un milagro.
Mientras San Benito oraba, vio como en visión que el niño Plácido, al ir a sacar agua del lago, se había caído y estaba por ahogarse. El santo Abad llamó a Mauro y le dijo: "Hermano mío Mauro, corre al lago porque aquel muchachito que fue por agua se ha caído y se está ahogando". Inmediatamente fue corriendo al lago y llegó hasta donde estaba Plácido; lo agarró por los cabellos y lo sacó a la orilla. Sólo entonces se dio cuenta que había caminado sobre las aguas, como le sucedió a Pedro en el lago de Tiberíades.
Maravillado, le contó a San Benito lo que había pasado. Este atribuyó humildemente el prodigio a los méritos de Mauro, pero el discípulo estaba convencido de lo contrario, o sea, que el mérito era de San Benito. Efectivamente, Plácido lo confirmó cuando le dijo que él había tenido la impresión de haberse agarrado de la capa del Abad: "...y me parecía que él me sacaba del agua". Lo que sabemos de los dos santos discípulos de San Benito, a más de lo que narra San Gregorio, se debe a una biografía apócrifa, escrita a mediados del siglo IX. Mauro fue enviado a Francia por su maestro, y en Glanfeuil en Anjou fundó el primer monasterio benedictino que, gracias al apoyo del rey, se desarrollo rápidamente.
El biógrafo le atribuye varios milagros, como el de la resurrección de un joven que declaró que así se había librado de las penas del infierno. Mauro murió en el monasterio francés a la edad de 72 años, después que una peste había llevado a la tumba a muchos de sus monjes.
Más inciertas son las noticias respecto de los últimos años de San Plácido. La piadosa fantasía de un biógrafo lo colocó en la lista de los mártires; según ella Plácido fue martirizado en Sicilia por los sarracenos.
En el primero se narra la entrega de ellos a San Benito por parte de sus padres: Esquicio ofrece a Mauro, y Plácido es ofrecido por el patricio Tertulo. El segundo hizo célebre a San Mauro en la historia de la ascética cristiana por su obediencia incondicional, premiada con un milagro.
Mientras San Benito oraba, vio como en visión que el niño Plácido, al ir a sacar agua del lago, se había caído y estaba por ahogarse. El santo Abad llamó a Mauro y le dijo: "Hermano mío Mauro, corre al lago porque aquel muchachito que fue por agua se ha caído y se está ahogando". Inmediatamente fue corriendo al lago y llegó hasta donde estaba Plácido; lo agarró por los cabellos y lo sacó a la orilla. Sólo entonces se dio cuenta que había caminado sobre las aguas, como le sucedió a Pedro en el lago de Tiberíades.
Maravillado, le contó a San Benito lo que había pasado. Este atribuyó humildemente el prodigio a los méritos de Mauro, pero el discípulo estaba convencido de lo contrario, o sea, que el mérito era de San Benito. Efectivamente, Plácido lo confirmó cuando le dijo que él había tenido la impresión de haberse agarrado de la capa del Abad: "...y me parecía que él me sacaba del agua". Lo que sabemos de los dos santos discípulos de San Benito, a más de lo que narra San Gregorio, se debe a una biografía apócrifa, escrita a mediados del siglo IX. Mauro fue enviado a Francia por su maestro, y en Glanfeuil en Anjou fundó el primer monasterio benedictino que, gracias al apoyo del rey, se desarrollo rápidamente.
El biógrafo le atribuye varios milagros, como el de la resurrección de un joven que declaró que así se había librado de las penas del infierno. Mauro murió en el monasterio francés a la edad de 72 años, después que una peste había llevado a la tumba a muchos de sus monjes.
Más inciertas son las noticias respecto de los últimos años de San Plácido. La piadosa fantasía de un biógrafo lo colocó en la lista de los mártires; según ella Plácido fue martirizado en Sicilia por los sarracenos.
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