domingo, 28 de octubre de 2012

Homilía



Todos, al igual que Bartimeo, somos ciegos y buscamos la luz en las cunetas de la vida, esperando que alguien nos señale la ruta a seguir.
Nuestra sociedad hedonista, que predica el placer inmediato y trata de dar satisfacción a las pasiones más obscuras, deja fuera del circuito del “bienestar” a los menos capacitados, un enorme colectivo humano que aguarda una palabra de aliento, una mano amiga que se le tienda.
También los que están, o estamos, dentro sentimos igualmente el vacío de una vida anodina y sin ideales.
Cada uno de nosotros, podemos formar parte de ambos circuitos y aguardar desesperadamente la solución a nuestros males, porque la enfermedad, el dolor, la soledad, la angustia a no saber responder a las exigencias del mundo moderno... nos sacuden con fuerza y nos arrastran hacia el caos interior.
La ceguera nos impide ver otros horizontes, porque quizás, en nuestro empecinamiento, hemos taponado las puertas de la luz y no nos atrevemos a dar el primer paso, que no es otro que el reconocimiento de la propia ceguera.

Sabemos que Dios es fiel a su Alianza y toma siempre la iniciativa para retomar la relación perdida. Así nos lo confirma en la primera lectura de hoy el profeta Jeremías: . “proclamad, alabad y decid: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel.
Mirad que os traeré del país del norte, os congregaré de los confines de la tierra... os llevaré por un camino llano, sin tropiezos”. (Jeremías 31, 7-9)


El relato del ciego Bartimeo nos adentra en el mensaje teológico, que nos quiere trasmitir el evangelio según San Juan, donde cobra tanta importancia la simbología.
Según los comentaristas especializados en el estudio de San Juan, parece ser que el Apóstol quiere representar, a través del ciego, a los discípulos, que no comprenden el mesianismo de Jesús ni su entrega generosa.
Es el camino el marco donde se desarrolla la escena, en la que Bartimeo pide limosna y reclama a gritos la presencia de Jesús, que es denominado el “hijo de David”; exclamación ésta que es figura del mesianismo histórico, centrado en David, el rey por antonomasia del pueblo judío, que encarna el modelo del poder y es el prototipo de guerrero triunfador.
Esta concepción ciega constantemente a los Doce, como nos puede cegar a cada uno de nosotros y a la propia Iglesia, obstinada en las glorias humanas.

El grito desgarrador del ciego, que pide ayuda ante quien puede auxiliarle, resuena en el duro camino de la increencia estéril y de las vanidades, que se pierden en lontananza, como el polvo en la aridez de una tierra desierta.
También el relato puede entroncar con el discurso de Jesús en la sinagoga de Nazaret, en la que proclama el cumplimiento en su persona de la profecía de Isaías: “los ciegos ven” (Lucas 4, 18).

¿Nos pondremos, como Zaqueo, al borde del camino, o nos dejaremos morir silenciosamente en nuestros viejos esquemas de un cristianismo de cumplimiento, desencarnado de la realidad.
La vida que no se celebra, muere. Y si el amor no es celebrado es porque no se vive en su plenitud, tanto a nivel humano como religioso.


Bartimeo es modelo del auténtico discípulo. No cree porque ha sido curado, sino que es curado por haber creído. Su fe le impulsa a seguir a Jesús y pone todos los aditamentos necesarios para no perder la estela de luz por la que ha sido atrapado. Su actitud es un ejemplo de cómo los marginados, los que están al borde de las rutas de la vida, pueden ser respuesta generosa más que los que se sienten cerca de Jesús y con privilegios; todo lo contrario que los Zebedeos, mencionados el Domingo anterior.

El compromiso de seguir a Jesús nos empuja a no dejar a nadie en las cunetas del camino. Para muchos, la vida es un espacio dramático, pero no deja de ser una aventura que tiene sentido. Kafka afirmaba que tiene que haber un destino, pero ignoraba cuál era el camino a seguir. Pues bien, el camino es Jesús.

Señalar el camino es el gran reto de los discípulos de Jesús a través del testimonio personal y su implicación en las realidades del mundo occidental, tan azotado por las corrientes del agnosticismo, el hedonismo y el nihilismo.

La última encíclica del Papa Benedicto XVI,” Caritas in Veritate” nos recuerda que:” el humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano Solamente un humanismo abierto a lo Absoluto nos puede guiar en la promoción y realización de formas de vida social y civil - en el ámbito de las estructuras, las instituciones, la culturas y el ethos - , protegiéndonos del riesgo de quedar apresados por las modas del momento”.

Un cristianismo descafeinado es presa fácil de estas corrientes destructivas para la dignidad del hombre, y ya se alzan voces en la vieja Europa para recuperar las raíces cristianas perdidas. Según las previsiones de los expertos, habrá en el año 2.020 unos 3.000 millones de cristianos, con protagonismo para las iglesias de América del Sur, Africa y sectores de Asia.
La “cristiana” Europa perdería su clásica influencia, víctima de sus propias miserias, para dar paso a un cristianismo emergente, dinámico y sin complejos, con un peso específico para Movimientos y Comunidades de Vida y Acción.

¡Cura. Señor, nuestras cegueras y que tu luz nos haga ver la luz para seguirte, como Bartimeo, por el CAMINO!

No hay comentarios: