domingo, 25 de diciembre de 2011

Homilía


La fiesta de Navidad.

No sabemos ciertamente por los evangelios en qué época del año tuvo lugar el nacimiento del Señor.
Los romanos- eso sí- celebraban el 25 de Diciembre, cuando los días empezaban a aumentar, la fiesta del Sol Invicto, en honor de Júpiter. Pero,¿quién más invicto para un cristiano que nuestro Señor Jesucristo, que ha vencido y destruido a la muerte?
Por ello, en el s.IV, la Iglesia, con gran sabiduría pastoral, cambió la fiesta pagana del sol, para introducir otra, la Navidad, el nacimiento de Jesús.

Hoy hemos escuchado una lectura admirable: el prólogo del evangelio según San Juan, que nos habla del Logos, la Palabra.
Según los entendidos, este texto se apoya en textos veterotestamentarios sobre la sabiduría y en las reflexiones de la sabiduría griega sobre el logos, para expresar la fe cristiana, centrada en Cristo como eje del universo.

Los avances científicos sobre el inicio y desarrollo del universo desde Tolomeo hasta hoy han sido espectaculares: big-bang, leyes físicas, agujeros negros, movimientos de los astros, radiaciones... que abren constantemente las puertas a nuevos conocimientos, especialmente por parte de Hawking, un astrofísico sensacional
En cualquier caso, como dice el salmista:”cuando contemplo el cielo obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?”

Pretender abarcar la grandeza de Dios es un intento vano. No es la fuerza de la razón, sino el corazón, la guía para acceder a un mínimo conocimiento de Dios.
Cuando San Juan afirma:”Dios es amor” es porque ha tenido una experiencia íntima y personal del amor en la persona de Jesús.

El mismo Unamuno decía que cuando sus intentos de llegar a Dios mediante la razón fracasaban, le quedaba siempre el recurso “por vía cordial”. “Para mí, la fe, añadía- es, antes que nada, un encuentro con Dios”.

El Dios de los pobres.

Leyendo las páginas del prólogo nos damos cuenta que no es el hombre el que intenta descubrir a Dios y conquistar su favor con sacrificios y buenas obras sino el mismo Dios que, tomando la iniciativa, nos revela su amor entrañable en Jesús.

Es el Dios que sale al encuentro del hombre, que acampa a nuestro lado, que comparte nuestra vida, que abre su tienda a la hospitalidad y a la acogida. Y lo hace bajo la figura débil y desconcertante de un niño.

Este es el gran milagro de la Navidad, la buena noticia, el mensaje increíble que da respuesta a todos los interrogantes del hombre. La Palabra increada, la que lo ha creado todo, el Señor del universo, se rebaja a la altura del hombre. Y lo hace de la forma más imprevista: en una cueva y en un establo. Nadie se inventa así un origen semejante y menos fuera de las murallas, en medio de la noche y en el más asombroso silencio.
Además nace como extranjero, en los lugares donde se encuentran los excluidos y marginados. El, que es el amor absoluto, la comunicación total, abre los ojos al mundo de los hombres en la más estricta pobreza y como el último de los inmigrantes que no halla casa para cobijarse, porque carece de dinero,

Ahora comprendemos por qué este Niño que vivió las duras condiciones del destierro como inmigrante ilegal terminaría crucificado, igualmente fuera de las murallas de la Ciudad Santa.

No cabe mejor noticia para los pobres de este mundo, que son mayoría. Alguien tiene que enarbolar de una vez para siempre su causa con la bandera de la justicia, de la paz y de la fraternidad. Alguien tiene que defender la solidaridad contra las alianzas de los poderosos y privilegiados.
Esto es lo que quiere y debe ser la Navidad: la fiesta de los pobres, la fiesta de la esperanza, adulterada y secuestrada por multinacionales y gente sin escrúpulos, amantes del dinero y acaparadores insaciables de la simbología religiosa, a la que utilizan para sus fines económicos.

Navidad pagana, Navidad cristiana.

Paseando por Madrid y por las ciudades cercanas a la capital, he encontrado muchas ornamentaciones, que tienen que ver muy poco con Navidad: renos luminosos, trineos, papasnoeles gordinflones, árboles con escarcha, gorros y otros diversos adornos, que bien pudieran valer para las fiestas patronales de otras estaciones del año. Apenas he visto las figuras de María, José y el Niño Jesús, ni tampoco estrellas, pastores, ovejas, mula o buey. ¿Acaso nos da pudor exhibir símbolos tradicionales navideños para no herir la susceptibilidad de los no creyentes o de otras religiones? ¿Tanto aprecio tenemos por nuestra identidad?
La “Navidad” pagana ha invadido cientos de miles de hogares, que se confiesan cristianos. Los Protagonistas de la Fiesta han sido arrinconados y olvidados para dar entrada a disfraces, mazapanes, botellas de champán y diversas golosinas que adornan el árbol.
Sé que estoy haciendo una caricatura de toda la parafernalia que se mueve a nuestro alrededor, patrocinada por la sociedad de consumo y gentes de pocos escrúpulos, pero existe otra realidad, que se refleja en los monumentales nacimientos erigidos en diversos lugares céntricos. Este año se ha construido uno en el Palacio de la Cibeles.
Todavía, por fortuna, abundan las personas que intentan vivir estos días entrañables de otra manera, que promueven operaciones kilo, que recogen juguetes, visitan residencias y albergues y se cuidan de sonreír y ayudar solidariamente a los más menesterosos o a los afectados por catástrofes. Hay una esperanza para el futuro, porque sigue teniendo sentido la solidaridad y el amor mientras haya personas que crean en él y miren al pobre con los ojos conque Dios les mira.

Al hablar de los pobres no se condenan las cosas del mundo ni al dinero. Lo que se condena es el “virus” que las envenena y las mata: la avaricia, la ambición, la codicia, el dominio...
Necesitamos cosas parar vivir, pero evitemos que las cosas nos posean a nosotros, porque terminaríamos convirtiendo los medios en fines, que siempre ha sido la tentación más sutil de los hombres.

Navidad llama a la puerta. Pero, no olvidemos que es la fiesta de los pobres, que en algo debe condicionar positivamente nuestra vida si miramos al pesebre, cerramos los ojos y nos ponemos a meditar.

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