Consideremos a la Santísima Virgen acompañada siempre por su fiel esposo José, saliendo de Jerusalén y camino de Belén. Llegan allí después de algunas horas, y, obedeciendo a la voluntad del cielo, diríjanse al lugar donde conforme al edicto del Emperador, habrán de empadronarse. En el registro público toman nota de un carpintero llamado José, natural de Nazaret de Galilea; seguramente añaden también el nombre de María, su esposa, que le ha acompañado en su viaje; tal vez la califican de mujer encinta, en su mes noveno: eso es todo. Oh Verbo encarnado; a los ojos de los hombres no eres aún ni siquiera un hombre; visitas la tierra, y eres en ella ignorado; y sin embargo de ello, todo ese movimiento, toda esa agitación que lleva consigo el censo del Imperio no tienen más finalidad que la de llevar a Tu Madre María a Belén, para que Te dé a luz al mundo.
¡Oh inefable Misterio! ¡Qué sublimidad en esta aparente bajeza! ¡cuánto poder en esa humildad! Pero aún no se ha humillado bastante el soberano Señor. Ha recorrido las moradas de los hombres y los hombres no han querido recibirle. Y se va a buscar una cuna al establo de unos animales irracionales: allí, en espera de los cantos angélicos, de los homenajes de los Pastores y de la adoración de los Magos, encuentra al "buey que reconoce a su amo y al asno atado al pesebre de su Señor". ¡Oh Salvador de los hombres, Jesús, Emmanuel! también nosotros nos dirigimos al establo; no consentiremos que el Nacimiento de esta próxima noche se realice en la soledad y en el abandono. Ahora vas llamando a las puertas, y los hombres no quieren abrirte; por la voz del Cantar de los Cantares vas diciendo a las almas: "Ábreme, hermana mía, amiga mía, porque mi cabeza está llena de escarcha y mis cabellos impregnados del rocío de la noche." No queremos que traspases nuestra morada: te rogamos que entres; estamos vigilando a la puerta.
¡Oh inefable Misterio! ¡Qué sublimidad en esta aparente bajeza! ¡cuánto poder en esa humildad! Pero aún no se ha humillado bastante el soberano Señor. Ha recorrido las moradas de los hombres y los hombres no han querido recibirle. Y se va a buscar una cuna al establo de unos animales irracionales: allí, en espera de los cantos angélicos, de los homenajes de los Pastores y de la adoración de los Magos, encuentra al "buey que reconoce a su amo y al asno atado al pesebre de su Señor". ¡Oh Salvador de los hombres, Jesús, Emmanuel! también nosotros nos dirigimos al establo; no consentiremos que el Nacimiento de esta próxima noche se realice en la soledad y en el abandono. Ahora vas llamando a las puertas, y los hombres no quieren abrirte; por la voz del Cantar de los Cantares vas diciendo a las almas: "Ábreme, hermana mía, amiga mía, porque mi cabeza está llena de escarcha y mis cabellos impregnados del rocío de la noche." No queremos que traspases nuestra morada: te rogamos que entres; estamos vigilando a la puerta.
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