En Montecerignone, de la Romagna, beato Domingo Spadafora, presbítero de la Orden de Predicadores, que trabajó diligentemente en el ministerio de la predicación.
Nació en Randazzo, en el seno de la nobilísima y antiquísima familia Spadafora, oriunda de Costantinopoli, llamada así porque tenía el privilegio de llevar la espada desenvainada en presencia del Emperador. Domingo, despreciando cualquier humana grandeza, decidido honrar y servir al Señor de los Señores entró en la Orden de Predicadores, en el convento de Santa Zita en Palermo, fundado por san Pedro Jeremías. Enviado a Padua para completar sus estudios, donde se destacó por sus progresos en la ciencia y en la sólida virtud. Conseguido el doctorado, y de regreso en su patria, su santidad y saber no pudieron permanecer escondidos y fue nombrado ayudante del Maestro General.
En una capillita de Monte Cerignone, en el estado de Urbino, había una milagrosa imagen de María por la que los habitantes tenían gran veneración; deseando edificar allí una iglesia con religiosos que se dedicasen a la cura espiritual de la población circundante, pensaron en los dominicos. Se dirigieron al Maestro General para conseguir que se iniciara una obra tan ventajosa para las almas y para la gloria María, a la cual la Orden profesa especial devoción. El proyecto se aprobó, y Domingo fue elegido para dirigir la nueva fundación. En 1491 surgieron así la iglesia y el convento del cual Domingo fue guía hasta su muerte. Para edificación de toda la población, en la ferviente comunidad florecieron las leyes y el espíritu de la Orden.
En todo Montefeltro se lo consideraba a Domingo un santo, y como tal fue venerado después de su muerte. Fue sepultado en la iglesia conventual, y en 1545 se encontró su cuerpo incorrupto. Desde 1677 es venerado en la iglesia de Santa Maria in Reclauso en Monte Cerignone. Su culto fue confirmado exactamente cuatrocientos años después, en 1921, por el papa Benedicto XV.
Nació en Randazzo, en el seno de la nobilísima y antiquísima familia Spadafora, oriunda de Costantinopoli, llamada así porque tenía el privilegio de llevar la espada desenvainada en presencia del Emperador. Domingo, despreciando cualquier humana grandeza, decidido honrar y servir al Señor de los Señores entró en la Orden de Predicadores, en el convento de Santa Zita en Palermo, fundado por san Pedro Jeremías. Enviado a Padua para completar sus estudios, donde se destacó por sus progresos en la ciencia y en la sólida virtud. Conseguido el doctorado, y de regreso en su patria, su santidad y saber no pudieron permanecer escondidos y fue nombrado ayudante del Maestro General.
En una capillita de Monte Cerignone, en el estado de Urbino, había una milagrosa imagen de María por la que los habitantes tenían gran veneración; deseando edificar allí una iglesia con religiosos que se dedicasen a la cura espiritual de la población circundante, pensaron en los dominicos. Se dirigieron al Maestro General para conseguir que se iniciara una obra tan ventajosa para las almas y para la gloria María, a la cual la Orden profesa especial devoción. El proyecto se aprobó, y Domingo fue elegido para dirigir la nueva fundación. En 1491 surgieron así la iglesia y el convento del cual Domingo fue guía hasta su muerte. Para edificación de toda la población, en la ferviente comunidad florecieron las leyes y el espíritu de la Orden.
En todo Montefeltro se lo consideraba a Domingo un santo, y como tal fue venerado después de su muerte. Fue sepultado en la iglesia conventual, y en 1545 se encontró su cuerpo incorrupto. Desde 1677 es venerado en la iglesia de Santa Maria in Reclauso en Monte Cerignone. Su culto fue confirmado exactamente cuatrocientos años después, en 1921, por el papa Benedicto XV.
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