En Chicago en Illinois en los Estados Unidos, santa Francisca Javiera Cabrini, virgen, que fundó el Instituto de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús y se empeñó en todos modos para asistir a los emigrantes con insigne caridad.
Nació en Sant’Angelo de Lodigiano, (Lombardía), en el seno de una familia de campesinos acomodada, y desde su nacimiento estuvo delicada salud. Siendo niña estuvo a punto de ahogarse en un río, desde entonces sintió un miedo invencible al agua. Su hermana mayor, Rosa (religiosa de las Hijas del Sagrado Corazón, que abandonó la vida religiosa para dedicarse a su familia), fue quien la educó y no la dejó pasar ni una falta que ella pudiera creer que le traería fatales consecuencias. Francisca siempre estuvo agradecida a su hermana mayor por este don que de ella recibió. Con once años hizo voto de virginidad.
Estudió Magisterio en Arluno, y obtuvo el título de maestra en Lodi a los 18 años. Se quedó huerfana, y junto a su hermana Rosa, cuidaron de su hermana minusválida Magdalena. Por ello tuvo que aceptar un trabajo como suplente en el pueblo de Vidardo, donde enseñó durante dos años. El párroco de Vidardo, don Serrati, se dio cuenta de la valía de esta mujer y le encargó el cuidado del hospicio de la Providencia. Se hizo cargo de este centro, con sólo 24 años, logró ganar una batalla al alcalde anticlerical, obteniendo el permiso para enseñar la doctrina cristiana en clase, a pesar de la prohibición del gobierno. Pero cuando quiso ser religiosa encontró dificultades por culpa de su débil complexión y de sus vómitos de sangre; esto motivó que dos conventos la rechazasen, aunque ingresó en la Casa de la Providencia de Codogno, donde en 1877, hizo los votos religiosos con el nombre de Severia Angélica del Niño Jesús. El instituto no satisfizo sus expectativas: incluso cuando fue elegida superiora, ya que se dio cuenta que le era imposible poner remedio a las graves dificultades disciplinares y administrativas. Más tarde reorganizó un hospicio en Codogno, constituyendo un pequeño núcleo de jóvenes piadosas dispuestas a vivir una vida entregada y consagrada a los demás, pero el obispo de la diócesis de Lodi, no aprobó el intento. Tuvo que esperar hasta 1880, para que las autoridades eclesiásticas bendijeran sus iniciativas.
Fundó las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, bajo la protección de San Francisco Javier en Roma. El papa León XIII encargó a su Congregación la asistencia de los emigrantes en América, aunque ella quería ir a China, y por ello cruza 25 veces el océano y recorrió casi toda América. Obtuvo la nacionalidad norteamericana. Venció muchas dificultades entre ellas la lengua inglesa, su terror al agua, al embarcarse y su dificultad para entender el ambiente protestante. Su lema era: "Trabajemos, trabajemos. Luego tendremos toda una eternidad para descansar". Su labor entre los emigrantes italianos en Estados Unidos, fue crucial, a pesar de las graves dificultades que tuvo. Construyó el hospital Colombo de Nueva York, escuelas, hospitales por otros lugares y decía "No somos nosotros en hacer esto, es Jesús". Se dio cuenta de los problemas que tenían los emigrantes italianos que “son tratados aquí como esclavos..., sería necesario no sentir amor de patria para no sentirse herida”.
Consiguió que los emigrantes italianos ricos, apoyaran con su dinero sus iniciativas, para ayudar a los más pobres y así se sintieran involucrados en el desarrollo social y económico de sus compatriotas. Murió en Chicago, durante una de las periódicas visitas que realizaba a las casas. Pío XII la canonizó en 1942 y la nombró patrona de los emigrantes y en 1952, el Comité americano de la emigración italiana la nombró “la más ilustre emigrante del siglo”. Fue la primera ciudadana americana cuya santidad fue públicamente reconocida por la Iglesia mediante la canonización.
Nació en Sant’Angelo de Lodigiano, (Lombardía), en el seno de una familia de campesinos acomodada, y desde su nacimiento estuvo delicada salud. Siendo niña estuvo a punto de ahogarse en un río, desde entonces sintió un miedo invencible al agua. Su hermana mayor, Rosa (religiosa de las Hijas del Sagrado Corazón, que abandonó la vida religiosa para dedicarse a su familia), fue quien la educó y no la dejó pasar ni una falta que ella pudiera creer que le traería fatales consecuencias. Francisca siempre estuvo agradecida a su hermana mayor por este don que de ella recibió. Con once años hizo voto de virginidad.
Estudió Magisterio en Arluno, y obtuvo el título de maestra en Lodi a los 18 años. Se quedó huerfana, y junto a su hermana Rosa, cuidaron de su hermana minusválida Magdalena. Por ello tuvo que aceptar un trabajo como suplente en el pueblo de Vidardo, donde enseñó durante dos años. El párroco de Vidardo, don Serrati, se dio cuenta de la valía de esta mujer y le encargó el cuidado del hospicio de la Providencia. Se hizo cargo de este centro, con sólo 24 años, logró ganar una batalla al alcalde anticlerical, obteniendo el permiso para enseñar la doctrina cristiana en clase, a pesar de la prohibición del gobierno. Pero cuando quiso ser religiosa encontró dificultades por culpa de su débil complexión y de sus vómitos de sangre; esto motivó que dos conventos la rechazasen, aunque ingresó en la Casa de la Providencia de Codogno, donde en 1877, hizo los votos religiosos con el nombre de Severia Angélica del Niño Jesús. El instituto no satisfizo sus expectativas: incluso cuando fue elegida superiora, ya que se dio cuenta que le era imposible poner remedio a las graves dificultades disciplinares y administrativas. Más tarde reorganizó un hospicio en Codogno, constituyendo un pequeño núcleo de jóvenes piadosas dispuestas a vivir una vida entregada y consagrada a los demás, pero el obispo de la diócesis de Lodi, no aprobó el intento. Tuvo que esperar hasta 1880, para que las autoridades eclesiásticas bendijeran sus iniciativas.
Fundó las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, bajo la protección de San Francisco Javier en Roma. El papa León XIII encargó a su Congregación la asistencia de los emigrantes en América, aunque ella quería ir a China, y por ello cruza 25 veces el océano y recorrió casi toda América. Obtuvo la nacionalidad norteamericana. Venció muchas dificultades entre ellas la lengua inglesa, su terror al agua, al embarcarse y su dificultad para entender el ambiente protestante. Su lema era: "Trabajemos, trabajemos. Luego tendremos toda una eternidad para descansar". Su labor entre los emigrantes italianos en Estados Unidos, fue crucial, a pesar de las graves dificultades que tuvo. Construyó el hospital Colombo de Nueva York, escuelas, hospitales por otros lugares y decía "No somos nosotros en hacer esto, es Jesús". Se dio cuenta de los problemas que tenían los emigrantes italianos que “son tratados aquí como esclavos..., sería necesario no sentir amor de patria para no sentirse herida”.
Consiguió que los emigrantes italianos ricos, apoyaran con su dinero sus iniciativas, para ayudar a los más pobres y así se sintieran involucrados en el desarrollo social y económico de sus compatriotas. Murió en Chicago, durante una de las periódicas visitas que realizaba a las casas. Pío XII la canonizó en 1942 y la nombró patrona de los emigrantes y en 1952, el Comité americano de la emigración italiana la nombró “la más ilustre emigrante del siglo”. Fue la primera ciudadana americana cuya santidad fue públicamente reconocida por la Iglesia mediante la canonización.
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