En Roma, beata Ana Rosa Gattorno, religiosa, que, siendo madre de familia, al quedar viuda lo dejó todo y se entregó por completo a Dios y al prójimo. Fundó la Congregación de Hijas de Santa Ana, Madre de María Inmaculada, donde brilló por la gran labor realizada a favor de los enfermos, los débiles y los niños desamparados, en cuyo rostro contemplaba a Cristo pobre.
Nació en Génova en el seno de una familia acomodada. Fue bautizada con el nombre de Rosa María Benedetta. Recibió una formación cultural y religiosa en su casa como era costumbre en las familias burguesas. Era de carácter sereno, amable, abierto a la piedad y a la caridad. En 1852 se casó con su primo Jerónimo Custo y se trasladaron a vivir a Marsella. Una crisis financiera, les llevó a la pobreza y tuvieron que regresar a Génova. Su hija Carlota se quedó sordomuda a causa de una enfermedad y su marido murió a los seis años de matrimonio, dejándola viuda con dos hijos, ya que el tercero murió también. Todos estos acontecimientos marcaron su vida, a la que dio un cambio radical y ella llamó “su conversión”.
Bajo la guía del confesor don José Firpo, emitió de forma privada los votos perpetuos de castidad y de obediencia en 1858, y en 1861 el de pobreza, al hacerse Terciaria franciscana. Desde 1855 obtuvo permiso para comulgar todos los días y en la Eucaristía encontró el consuelo y la fuerza para su profundo ardor misionero y de entrega a los demás. En 1862 recibió el don de los estigmas ocultos, percibidos más intensamente los viernes. Se dedicó a visitar a los enfermos en los hospitales y a los pobres enfermos en su propio domicilio.
Le fue confiada la presidencia de la Pía Unión de las nuevas Ursulinas, Hijas de Santa María Inmaculada, fundadas por el beato Ceferino Agostini y por deseo expreso del arzobispo de Génova, también la revisión de las reglas de esta nueva fundación. En 1864 recibió la inspiración de realizar una nueva fundación religiosa, pero temía que le quitaran sus hijos y para ello pidió consejo al capuchino beato Francisco María de Camporosso y al mismo papa Pío IX, que le animó a seguir adelante con su fundación. Fundó en Plasencia las Hijas de Santa Ana, Madre de María Inmaculada en 1866 y cambió su nombre por el de Ana Rosa. El sacerdote de la Misión, Juan Bautista Tornatore, escribió la regla de la nueva fundación y está considerado como el segundo fundador. La nueva Congregación se dedicó al servicio de los pobres y enfermos, las personas solas y abandonadas, los ancianos, los niños abandonados y jóvenes en peligro a los que previa una instrucción se les insertaba en el mundo del trabajo. Decía que tenían que “evangelizar ante todo con la vida”.
La obra se extendió y aunque no le faltaron tribulaciones, como humillaciones, pero se extendió por todo el mundo creando colegios, centros de formación, una fundación para sordomudos. Murió en la casa general de Roma víctima de una rápida enfermedad. A su muerte dejó 368 casas, en las cuales desempeñaban su misión 3.500 hermanas con su lema: “Vivir por Dios y morir por Él, gastar la vida por amor”. Fue beatificada por el papa Juan Pablo II el 9 de abril de 2000.
Nació en Génova en el seno de una familia acomodada. Fue bautizada con el nombre de Rosa María Benedetta. Recibió una formación cultural y religiosa en su casa como era costumbre en las familias burguesas. Era de carácter sereno, amable, abierto a la piedad y a la caridad. En 1852 se casó con su primo Jerónimo Custo y se trasladaron a vivir a Marsella. Una crisis financiera, les llevó a la pobreza y tuvieron que regresar a Génova. Su hija Carlota se quedó sordomuda a causa de una enfermedad y su marido murió a los seis años de matrimonio, dejándola viuda con dos hijos, ya que el tercero murió también. Todos estos acontecimientos marcaron su vida, a la que dio un cambio radical y ella llamó “su conversión”.
Bajo la guía del confesor don José Firpo, emitió de forma privada los votos perpetuos de castidad y de obediencia en 1858, y en 1861 el de pobreza, al hacerse Terciaria franciscana. Desde 1855 obtuvo permiso para comulgar todos los días y en la Eucaristía encontró el consuelo y la fuerza para su profundo ardor misionero y de entrega a los demás. En 1862 recibió el don de los estigmas ocultos, percibidos más intensamente los viernes. Se dedicó a visitar a los enfermos en los hospitales y a los pobres enfermos en su propio domicilio.
Le fue confiada la presidencia de la Pía Unión de las nuevas Ursulinas, Hijas de Santa María Inmaculada, fundadas por el beato Ceferino Agostini y por deseo expreso del arzobispo de Génova, también la revisión de las reglas de esta nueva fundación. En 1864 recibió la inspiración de realizar una nueva fundación religiosa, pero temía que le quitaran sus hijos y para ello pidió consejo al capuchino beato Francisco María de Camporosso y al mismo papa Pío IX, que le animó a seguir adelante con su fundación. Fundó en Plasencia las Hijas de Santa Ana, Madre de María Inmaculada en 1866 y cambió su nombre por el de Ana Rosa. El sacerdote de la Misión, Juan Bautista Tornatore, escribió la regla de la nueva fundación y está considerado como el segundo fundador. La nueva Congregación se dedicó al servicio de los pobres y enfermos, las personas solas y abandonadas, los ancianos, los niños abandonados y jóvenes en peligro a los que previa una instrucción se les insertaba en el mundo del trabajo. Decía que tenían que “evangelizar ante todo con la vida”.
La obra se extendió y aunque no le faltaron tribulaciones, como humillaciones, pero se extendió por todo el mundo creando colegios, centros de formación, una fundación para sordomudos. Murió en la casa general de Roma víctima de una rápida enfermedad. A su muerte dejó 368 casas, en las cuales desempeñaban su misión 3.500 hermanas con su lema: “Vivir por Dios y morir por Él, gastar la vida por amor”. Fue beatificada por el papa Juan Pablo II el 9 de abril de 2000.
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