En el lugar llamado Roma, en Basutolandia, en África del Sur, beato José Gerard, presbítero de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, que primero anunció a Cristo en la provincia de Natal, y luego, principal e infatigablemente, entre el pueblo de los basutos.
Carlos Juan José nació en Bouxières-aux-Chênes (Nancy) en el seno de una familia de campesinos. Cuidando los rebaños maduró un espíritu de contemplación y el interés por las misiones. El párroco, don Cayens, que había sido misionero en Argelia, le enseñó algo de latín y le animó a ingresar en el seminario. Ingresó en el seminario menor de la diócesis en 1844 y, en 1851 fue ordenado Misionero Oblato de María Inmaculada, recibiendo la profesión y el diaconado de manos de su fundador san Eugenio de Mazenod, el cual le envió de misionero a Natal (Sudáfrica) en 1853 para no regresar más a su patria. Partió en un buque de guerra y después de hacer una para forzosa en la isla Mauricio, donde se encontró al beato Jaime Desiderio Laval. Recibió el sacerdocio en 1854 en Pietermaritzburg.
Trabajó entre los zulúes, de quienes aprendió la lengua. Tras varios infructuosos intentos, de convertir a los zulúes, que no mostraron ningún interés por conocer a Cristo, en 1862 pasó a Lesotho para predicar a los negros basutos las fe cristiana dando frutos muy abundantes. En esta misión de Lesotho fundó la primera misión católica, y fue nombrado superior de la comunidad, y aunque los primeros pasos fueron lentos, pero no se desalentó. Aprendió la lengua, tradujo el catecismo a su idioma y compuso canciones con letras adaptadas a su lengua.
Fundador de misiones y frecuentemente solo o con pocos compañeros, se dedicó el mismo a la construcción de sus dependencias, a la catequesis y al cultivo del huerto para su propia subsistencia. Su secreto era: “hay un secreto para hacerse amar: es amar”. Sus predicaciones eran personales, iba a buscar a las personas con su caballo, se detenía y se preocupaba por cada uno y asistió a las primeras víctimas indígenas de la guerra de los Boers. Fue un hombre de una profunda oración. Murió en Basutolandia (Lesotho). Tardó 10 años en convertir al primer basuto, y cuando murió dejó 15.000 católicos y 4.000 catecúmenos. Hoy la población basuta es mayoritariamente católica y son fruto de su intercesión. Fue beatificado por Juan Pablo II el 15 de septiembre de 1988.
Carlos Juan José nació en Bouxières-aux-Chênes (Nancy) en el seno de una familia de campesinos. Cuidando los rebaños maduró un espíritu de contemplación y el interés por las misiones. El párroco, don Cayens, que había sido misionero en Argelia, le enseñó algo de latín y le animó a ingresar en el seminario. Ingresó en el seminario menor de la diócesis en 1844 y, en 1851 fue ordenado Misionero Oblato de María Inmaculada, recibiendo la profesión y el diaconado de manos de su fundador san Eugenio de Mazenod, el cual le envió de misionero a Natal (Sudáfrica) en 1853 para no regresar más a su patria. Partió en un buque de guerra y después de hacer una para forzosa en la isla Mauricio, donde se encontró al beato Jaime Desiderio Laval. Recibió el sacerdocio en 1854 en Pietermaritzburg.
Trabajó entre los zulúes, de quienes aprendió la lengua. Tras varios infructuosos intentos, de convertir a los zulúes, que no mostraron ningún interés por conocer a Cristo, en 1862 pasó a Lesotho para predicar a los negros basutos las fe cristiana dando frutos muy abundantes. En esta misión de Lesotho fundó la primera misión católica, y fue nombrado superior de la comunidad, y aunque los primeros pasos fueron lentos, pero no se desalentó. Aprendió la lengua, tradujo el catecismo a su idioma y compuso canciones con letras adaptadas a su lengua.
Fundador de misiones y frecuentemente solo o con pocos compañeros, se dedicó el mismo a la construcción de sus dependencias, a la catequesis y al cultivo del huerto para su propia subsistencia. Su secreto era: “hay un secreto para hacerse amar: es amar”. Sus predicaciones eran personales, iba a buscar a las personas con su caballo, se detenía y se preocupaba por cada uno y asistió a las primeras víctimas indígenas de la guerra de los Boers. Fue un hombre de una profunda oración. Murió en Basutolandia (Lesotho). Tardó 10 años en convertir al primer basuto, y cuando murió dejó 15.000 católicos y 4.000 catecúmenos. Hoy la población basuta es mayoritariamente católica y son fruto de su intercesión. Fue beatificado por Juan Pablo II el 15 de septiembre de 1988.
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