En la región de Montauban, en la Galia Narbonense, muerte de san Teodardo, obispo de Narbona, que restauró su iglesia catedral, sobresalió por su diligente magisterio y, finalmente, minado por la enfermedad, murió en un monasterio, rindiendo su alma a Dios.
Nació en Montauriol, (actual ciudad de Montauban en Francia). Educado en la abadía benedictina de San Martín en Montauriol diócesis de Montauban. Estudió Leyes en Toulouse y las autoridades de esa ciudad emplearon al abogado Teodardo. Se trataba de un curioso proceso que los judíos de Toulouse, en Francia, hicieron a las autoridades eclesiásticas, no sin razón, ya que en el transcurso de una procesión religiosa, los cristianos habían abofeteado a un judío frente a las puertas de la catedral. Dicha procesión se celebraba tres veces al año: en Navidad, el Viernes Santo y el día de la Asunción. El arzobispo Sigeboldo, que fue a Toulouse a una de las audiencias del proceso, quedó tan bien impresionado por el joven abogado, que le llevó consigo a Narbona. El obispo Sigebodo le nombró arcediano de su iglesia y a su muerte en el 885, fue elegido obispo de Narbona.
El breviario de Montauban dice de él que era «la vista de los ciegos, las piernas de los cojos, el padre de los pobres y el consuelo de los afligidos». Sigeboldo, al morir, le nombró su sucesor; el pueblo, que le amaba tanto, se apresuró a ratificar la elección. Los peligros que representaban entonces los viajes, no impidieron al nuevo prelado ir a Roma para recibir el palio.
Restauró la iglesia catedral de la diócesis y sobresalió por su diligente magisterio. Trabajó incansablemente por reparar los daños que habían hecho los sarracenos y por reavivar la tibia fe del pueblo. En el año 886, restableció la diócesis de Ausona (actualmente Vich) que, desde hacía largo tiempo, dependía de una abadía. En tiempo de una grave carestía vendió sus bienes y los tesoros de la iglesia para socorrer a los pobres y rescatar a los cautivos de los sarracenos.
La vida de constante esfuerzo y ansiedad por su grey acabó con su salud; no podía dormir un solo instante y sufría de una fiebre continua. Con la esperanza de que los aires natales le ayudarían a recobrar la salud, Teodardo retornó a Montauriol. Los monjes de San Martín, que le recibieron con inmenso gozo, comprendieron pronto que sólo había vuelto para morir. En efecto, después de hacer una confesión pública, en presencia de todos sus hermanos, el santo expiró apaciblemente; más tarde la abadía recibió su nombre Saint-Audard.
Nació en Montauriol, (actual ciudad de Montauban en Francia). Educado en la abadía benedictina de San Martín en Montauriol diócesis de Montauban. Estudió Leyes en Toulouse y las autoridades de esa ciudad emplearon al abogado Teodardo. Se trataba de un curioso proceso que los judíos de Toulouse, en Francia, hicieron a las autoridades eclesiásticas, no sin razón, ya que en el transcurso de una procesión religiosa, los cristianos habían abofeteado a un judío frente a las puertas de la catedral. Dicha procesión se celebraba tres veces al año: en Navidad, el Viernes Santo y el día de la Asunción. El arzobispo Sigeboldo, que fue a Toulouse a una de las audiencias del proceso, quedó tan bien impresionado por el joven abogado, que le llevó consigo a Narbona. El obispo Sigebodo le nombró arcediano de su iglesia y a su muerte en el 885, fue elegido obispo de Narbona.
El breviario de Montauban dice de él que era «la vista de los ciegos, las piernas de los cojos, el padre de los pobres y el consuelo de los afligidos». Sigeboldo, al morir, le nombró su sucesor; el pueblo, que le amaba tanto, se apresuró a ratificar la elección. Los peligros que representaban entonces los viajes, no impidieron al nuevo prelado ir a Roma para recibir el palio.
Restauró la iglesia catedral de la diócesis y sobresalió por su diligente magisterio. Trabajó incansablemente por reparar los daños que habían hecho los sarracenos y por reavivar la tibia fe del pueblo. En el año 886, restableció la diócesis de Ausona (actualmente Vich) que, desde hacía largo tiempo, dependía de una abadía. En tiempo de una grave carestía vendió sus bienes y los tesoros de la iglesia para socorrer a los pobres y rescatar a los cautivos de los sarracenos.
La vida de constante esfuerzo y ansiedad por su grey acabó con su salud; no podía dormir un solo instante y sufría de una fiebre continua. Con la esperanza de que los aires natales le ayudarían a recobrar la salud, Teodardo retornó a Montauriol. Los monjes de San Martín, que le recibieron con inmenso gozo, comprendieron pronto que sólo había vuelto para morir. En efecto, después de hacer una confesión pública, en presencia de todos sus hermanos, el santo expiró apaciblemente; más tarde la abadía recibió su nombre Saint-Audard.
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