En Etiopía, san Caleb o Elesbaán, rey, que para reivindicar la muerte de los mártires de Nagrán se enfrentó victoriosamente en batalla a los enemigos de Cristo y, según se dice, en tiempo del emperador Justino envió a Jerusalén su corona real, viviendo luego como monje en respuesta a un voto que había hecho, hasta que partió al encuentro del Señor.
Elesbaán, a quien los sirios llamaban David y los etíopes Caleb, era rey del poderoso reino de Aksum, en Etiopía, que habiendo cruzado el Mar Rojo impuso su dominio sobre árabes y judíos y extendió sus fronteras hasta Himyar (actual Yemen), extendiendo el cristianismo a toda la región; combatió victoriosamente al usurpador judío Du Nuwas, que perseguía a los cristianos. Se dice que sometió a los enemigos de Cristo en represalia por los mártires de Nagrám, entre los cuales se encontraba el príncipe san Aretas, su mujer y sus cuatro hijos, además de un centenar de cristianos. El patriarca de Alejandría de Egipto escribió a los obispos orientales recomendándoles venerar como santos mártires a las víctimas, y con la ayuda del emperador Justino animaron al rey Elesbaán a vengar aquellos homicidios. Éste reconquistó Yemen, mató a Du Nuwas y se apropió de su fortaleza. El historiador Alban Butler sostiene que el rey “después de haber derrotado al tirano gracias a la bendición divina, fue admirable por su clemencia y moderación”, pero esto no se corresponde con la realidad, porque después de la batalla como en sus posteriores relaciones con los judíos Elesbaán demostró siempre gran ferocidad y crueldad.
Después de un reinado bastante agitado, durante el cual demostró su carácter cruel y vengativo, renunció a favor de su hijo, regaló su corona a la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén y murió como un ejemplar monje Basilio en Jerusalén, donde parece que resaltaron su espíritu de pobreza y penitencia, en respuesta a un voto que había hecho; parece que fue siempre monofisita.
Elesbaán, a quien los sirios llamaban David y los etíopes Caleb, era rey del poderoso reino de Aksum, en Etiopía, que habiendo cruzado el Mar Rojo impuso su dominio sobre árabes y judíos y extendió sus fronteras hasta Himyar (actual Yemen), extendiendo el cristianismo a toda la región; combatió victoriosamente al usurpador judío Du Nuwas, que perseguía a los cristianos. Se dice que sometió a los enemigos de Cristo en represalia por los mártires de Nagrám, entre los cuales se encontraba el príncipe san Aretas, su mujer y sus cuatro hijos, además de un centenar de cristianos. El patriarca de Alejandría de Egipto escribió a los obispos orientales recomendándoles venerar como santos mártires a las víctimas, y con la ayuda del emperador Justino animaron al rey Elesbaán a vengar aquellos homicidios. Éste reconquistó Yemen, mató a Du Nuwas y se apropió de su fortaleza. El historiador Alban Butler sostiene que el rey “después de haber derrotado al tirano gracias a la bendición divina, fue admirable por su clemencia y moderación”, pero esto no se corresponde con la realidad, porque después de la batalla como en sus posteriores relaciones con los judíos Elesbaán demostró siempre gran ferocidad y crueldad.
Después de un reinado bastante agitado, durante el cual demostró su carácter cruel y vengativo, renunció a favor de su hijo, regaló su corona a la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén y murió como un ejemplar monje Basilio en Jerusalén, donde parece que resaltaron su espíritu de pobreza y penitencia, en respuesta a un voto que había hecho; parece que fue siempre monofisita.
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