En Forlì, en la Emilia, beato Jacobo Salomone, presbítero, que, siendo aún adolescente, fallecido su padre e ingresada su madre en las monjas cistercienses, distribuyó sus bienes entre los pobres y entró en la Orden de Predicadores, donde resplandeció durante cuarenta y cinco años como amigo de los pobres y hombre de paz, dotado de insignes carismas.
Natural de Venecia; pertenecía a una nobilísima familia pero pronto quedó huérfano de padre. La madre se lo confió a su virtuosa abuela ya que había decidido ingresar en el monasterio veneciano de las Celestes. El niño regularmente visitaba a su madre, y ya adolescente, sintió que también le atraían las cosas nobles y santas. Distribuyó sus bienes entre los pobres e ingresó en los dominicos en Santa María Celeste en la misma ciudad. Observó la Regla durante 66 años con inviolable fidelidad.
Alma contemplativa y sedienta de silencio, obtuvo, en 1269, el permiso de marchar al convento de Forlì, para vivir desconocido y lejano de su patria. No tuvo el don de la elocuencia, pero su cátedra fue el confesonario, donde desarrolló un fructífero apostolado para el cual había recibido dones verdaderamente extraordinarios. Leía en los corazones, y para cada uno sus palabras eran bálsamo de vida. Se dice que cuando estaba en confesión, se veía una paloma sobre su hombro. Su oración era taumatúrgica y obtenía milagros de todas clases. Entrado en años soportó una cruel llaga en el pecho, sin concederse, ni reposo, ni dispensa. Fue prior en distintos conventos y desempeñó varios cargos en varias casas de la Orden hasta su muerte de cáncer en Forli. Se prodigó en obras de caridad, mereció el título de "padre de los pobres". Su cuerpo se conserva en la iglesia de Santos Juan y Pablo.
Un año después de la muerte del beato, se formó una cofradía para promover su culto. Clemente VII lo aprobó para Forli, en 1526; Paulo V lo extendió a Venecia y Gregorio XV, con bula del 22 de septiembre de 1621, a toda la Orden de Santo Domingo. Patrón de Forlí.
Natural de Venecia; pertenecía a una nobilísima familia pero pronto quedó huérfano de padre. La madre se lo confió a su virtuosa abuela ya que había decidido ingresar en el monasterio veneciano de las Celestes. El niño regularmente visitaba a su madre, y ya adolescente, sintió que también le atraían las cosas nobles y santas. Distribuyó sus bienes entre los pobres e ingresó en los dominicos en Santa María Celeste en la misma ciudad. Observó la Regla durante 66 años con inviolable fidelidad.
Alma contemplativa y sedienta de silencio, obtuvo, en 1269, el permiso de marchar al convento de Forlì, para vivir desconocido y lejano de su patria. No tuvo el don de la elocuencia, pero su cátedra fue el confesonario, donde desarrolló un fructífero apostolado para el cual había recibido dones verdaderamente extraordinarios. Leía en los corazones, y para cada uno sus palabras eran bálsamo de vida. Se dice que cuando estaba en confesión, se veía una paloma sobre su hombro. Su oración era taumatúrgica y obtenía milagros de todas clases. Entrado en años soportó una cruel llaga en el pecho, sin concederse, ni reposo, ni dispensa. Fue prior en distintos conventos y desempeñó varios cargos en varias casas de la Orden hasta su muerte de cáncer en Forli. Se prodigó en obras de caridad, mereció el título de "padre de los pobres". Su cuerpo se conserva en la iglesia de Santos Juan y Pablo.
Un año después de la muerte del beato, se formó una cofradía para promover su culto. Clemente VII lo aprobó para Forli, en 1526; Paulo V lo extendió a Venecia y Gregorio XV, con bula del 22 de septiembre de 1621, a toda la Orden de Santo Domingo. Patrón de Forlí.
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