En Sinnada (Çifitkasaba), lugar de Frigia, san Miguel, obispo, hombre pacífico, que favoreció la paz y la concordia entre griegos y latinos, pero enviado al exilio por defender el culto de las imágenes sagradas, murió lejos de su patria.
Nació en Sinada, Frigia, en el seno de una familia rica, de la que él fue el único vástago. Ingresó en la vida religiosa después de cursar estudios en Constantinopla. Ingresó en el monasterio de la orilla asiática del Bósforo que había fundado Nicéforo, futuro patriarca de Constantinopla. Lo era por entonces el insigne san Tarasio, quien ordenó de sacerdote al monje Miguel.
Acreditado como monje culto y piadoso, fue elegido metropolita de su patria Sinada (san Tarasio fue quien lo consagró como obispo) y en calidad de tal asistió al II Concilio de Nicea en el 787. San Tarasio también lo eligió para que llevase a Roma la carta sinodal al papa san León III. Hombre pacífico y amable, fue enviado por el emperador Nicéforo I a Bagdad para negociar la paz ante el califa Harún-Al-Raschid, que consiguió, pero que el propio emperador rompería posteriormente. Desempeñó también una legación ante Carlomagno (812) quien firmó un tratado con Bizancio.
Vuelto ya a Constantinopla, fue testigo de la convulsión del Imperio tras la derrota de Miguel I por los búlgaros, lo que trajo su destronamiento y sustitución por León V el Armenio. Este emperador convocó una asamblea de eclesiásticos y funcionarios en Constantinopla en 814 y anunció su decidida voluntad de acabar con el culto a las sagradas imágenes. En esta asamblea Miguel dijo con toda claridad que él estaba por la fe ortodoxa proclamada en el II Concilio de Nicea y que no se avendría a los deseos del Emperador. Entonces fue depuesto y desterrado a Galazia y llevado de prisión en prisión hasta la muerte de León V. Le fue devuelta la libertad pero no pudo volver a su sede. Vivió con modestia y santidad hasta su muerte en brazos de su amigo san Teodoro Studita el 23 de mayo del 826.
Nació en Sinada, Frigia, en el seno de una familia rica, de la que él fue el único vástago. Ingresó en la vida religiosa después de cursar estudios en Constantinopla. Ingresó en el monasterio de la orilla asiática del Bósforo que había fundado Nicéforo, futuro patriarca de Constantinopla. Lo era por entonces el insigne san Tarasio, quien ordenó de sacerdote al monje Miguel.
Acreditado como monje culto y piadoso, fue elegido metropolita de su patria Sinada (san Tarasio fue quien lo consagró como obispo) y en calidad de tal asistió al II Concilio de Nicea en el 787. San Tarasio también lo eligió para que llevase a Roma la carta sinodal al papa san León III. Hombre pacífico y amable, fue enviado por el emperador Nicéforo I a Bagdad para negociar la paz ante el califa Harún-Al-Raschid, que consiguió, pero que el propio emperador rompería posteriormente. Desempeñó también una legación ante Carlomagno (812) quien firmó un tratado con Bizancio.
Vuelto ya a Constantinopla, fue testigo de la convulsión del Imperio tras la derrota de Miguel I por los búlgaros, lo que trajo su destronamiento y sustitución por León V el Armenio. Este emperador convocó una asamblea de eclesiásticos y funcionarios en Constantinopla en 814 y anunció su decidida voluntad de acabar con el culto a las sagradas imágenes. En esta asamblea Miguel dijo con toda claridad que él estaba por la fe ortodoxa proclamada en el II Concilio de Nicea y que no se avendría a los deseos del Emperador. Entonces fue depuesto y desterrado a Galazia y llevado de prisión en prisión hasta la muerte de León V. Le fue devuelta la libertad pero no pudo volver a su sede. Vivió con modestia y santidad hasta su muerte en brazos de su amigo san Teodoro Studita el 23 de mayo del 826.
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