Santa María Josefa, una mujer excepcional, sencilla y fuerte de nuestro pueblo, que se consagró de por vida, por amor a Dios, al servicio de los enfermos, representantes cualificados de Cristo. Fundadora de las Siervas de Jesús de la Caridad, su vida, ejemplar y fecunda, discurrió a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y primeros del siglo XX.
Hija primogénita de Bernabé Sancho, sillero y Petra de Guerra, ama de casa, nació en Vitoria (Álava) el 7 de septiembre de 1842, fue bautizada al día siguiente, fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen, en la Parroquia de San Pedro. Según la costumbre vigente entonces, fue confirmada dos años más tarde, el 19 de Agosto de 1844.
Aprendió las primeras letras, el catecismo y la escritura con notorio aprovechamiento. Tenía ya de pequeña una memoria prodigiosa. Daba muestras de una capacidad no común de observación de las cosas. Su inteligencia era pronta y despierta. Amaba el retiro. Veneraba con singular devoción una imagen de la Virgen María, que presidía la vida de la familia. Las estrechuras de la economía doméstica y el hondo fervor religioso de sus padres la educaron bien pronto en la confianza plena en la Providencia y en los bienes de la pobreza cristianamente vivida.
El 24 de Marzo de 1850 experimentó María Josefa, tenía seis años y medio, el gran dolor de su vida: la muerte casi repentina del padre. Hizo la primera comunión el 2 de febrero de 1852. El gozo profundo de ese magno día se vio entreverado con el dolor por la ausencia del padre.
La vida proseguía. María Josefa veía en su madre, viuda, el esfuerzo diario por sacar adelante la familia. Y aprendió la lección severa y fecunda de la fortaleza cristiana, que supera con paciencia heroica las adversidades.
Características de su infancia y niñez, fueron: una fuerte piedad hacia la Eucaristía y la Virgen María, una inclinación y sensibilidad hacia los pobres y los enfermos y una inclinación al retiro.
A los quince años fue enviada a Madrid, a casa de unos parientes, para completar su educación y formación. Estuvo en la capital de España desde 1857 a 1860. En ese año regresó a Vitoria. Y había formado un propósito decidido: sería “religiosa”.
De religiosa, Santa María Josefa, solía repetir: “Nací con vocación religiosa”. Solo que, a juzgar por las circunstancias, se deduce que pasó por varias experiencias, no sin distintas sugerencias de prudentes eclesiásticos antes de encontrar la forma definitiva de su vocación. De hecho estuvo a punto de entrar en las Concepcionistas contemplativas de Aranjuez. Cuando en el verano de 1862 se disponía a viajar para ingresar en Aranjuez, le sobrevino una grave enfermedad, el tifus. Hubo que administrarle los últimos Sacramentos, pero se recuperó. Su madre le ayudó a superar la desilusión.
En los meses siguientes le pareció comprender que el Señor la llamaba a un género de vida religiosa activo. De este modo y aconsejada por su confesor se decidió a entrar en el Instituto de las Siervas de María, fundado recientemente en Madrid por Santa Soledad Torres Acosta.
Al acercarse el tiempo de la profesión, fue asaltada por graves dudas e incertidumbres sobre su efectiva llamada en aquel Instituto.
Confió su alma a distintos confesores y le dijeron que se había equivocado de vocación. Los contactos con el santo Arzobispo San Antonio María Claret y los coloquios serenos con la misma Santa Soledad, fueron madurando paulatinamente la decisión de salir del Instituto de las Siervas de María para dar vida a una nueva familia religiosa.
Junto con dos compañeras se dirigieron a Bilbao, allí se les iba a manifestar de una manera especial la Providencia de Dios. Al día siguiente de su llegada visitaron a un abogado bilbaíno, Don Vicente Martínez, quien las acogió con gran cariño desde el primer momento, ya que la idea y el propósito de aquellas jóvenes respondía a una antiguo deseo suyo y a una necesidad, no cubierta, de la población: el de religiosas que asistieran a los enfermos en la casa de éstos.
Fueron luego a ver al párroco de San Antón, Don Mariano José de Ibargüengoitia, sacerdote ejemplar al cual venían recomendadas desde Madrid y era gran amigo de Don Vicente. Les dio diez días de ejercicios espirituales y habló largamente con María Josefa. Comenzaron inmediatamente las asistencias y trabajaron de firme, Don Mariano valoró a aquellas jóvenes valientes y decididas, en especial a María Josefa, y las tomó bajo su protección y fue el Director espiritual y guía del nuevo Instituto hasta su muerte acaecida en Bilbao el 31 de enero de 1888.
Así esta gran mujer, de gran capacidad y dotes intelectuales y morales, movida por el Espíritu Santo, supo captar los signos de los tiempos, que señalaban la gran carencia asistencial en el campo de la sanidad, y la necesidad de llevar a tantos enfermos y familias la ayuda espiritual y material en los momentos de dolor y necesidad. Su carisma fundacional y fin específico del Instituto por ella fundado, es el cuidado de los enfermos, tanto diurna como nocturna a domicilio, en los hospitales y demás centros sanitarios, de los ancianos en las residencias, y de los niños expósitos en establecimientos públicos, y demás obras de beneficencia y caridad.
Junto con cuatro compañeras, dio comienzo a esta obra en favor de los enfermos, ancianos, niños y necesitados, que la constituyen como una de las pioneras en el campo de la sanidad y del empeño asistencial de la Iglesia del último tercio del siglo XIX en España.
Apenas había nacido el Instituto de las Siervas de Jesús, sus religiosas recibieron la prueba de las epidemias. Los años del cólera exigieron un comportamiento activísimo y con frecuencia heroico de las Siervas, algunas de las cuales se contagiaron del mal y entregaron su vida cuidando a los enfermos. También las fiebres tifoideas, la viruela, la tuberculosis. Enfermedades entonces incurables y que diezmaban la población española, dejaron huellas de trabajo, oblación y muerte entre las religiosas. Tuvieron que amparar las Siervas muchas soledades y abandonos porque el terror al contagio en muchas ocasiones, hacia huir hasta los familiares más próximos. Durante aquellos azotes la Madre María Josefa, se movió, viajó, fundó casas, organizó hospitales y ella era la primera en cuidar de las Siervas y limpiar sus hábitos al regreso de las asistencias a los contagiados de estos males.
LA CONSOLIDACIÓN CANÓNICA DEL INSTITUTO
El proceso de consolidación canónica del Instituto fue rápido y despejado. El 9 de junio de 1874, tras la liberación de Bilbao, recibieron las inquilinas del piso de la calle de la Ronda, la primera aprobación oficial, la diocesana, del Obispo de Vitoria, diócesis a la que por entonces pertenecía Bilbao. A partir de entonces, con la apertura del noviciado y la llegada de numerosas candidatas que quieren formar parte del nuevo Instituto de caridad, la Congregación empieza a extenderse con fuerza y rápidamente.
El 31 de agosto de 1880, la Congregación obtiene el Decretum Laudis y el 8 de enero de 1886, la aprobación definitiva del Instituto, por el Papa León XIII, que la convierte en Congregación de derecho pontificio a todos los efectos. Quince años habían transcurrido desde el primer esbozo de fundación trazado en 1871 en Bilbao. Debe mencionarse como dato significativo y explicativo de la rapidez del proceso en Roma, el testimonio positivo unánime, elogioso, que sobre las Siervas de Jesús y su Instituto dieron los trece obispos residenciales, en cuyas diócesis tenían casa las Siervas de Jesús. Roma ratificaba así, con suprema autoridad apostólica, el carisma del nuevo Instituto y hacía suyo el parecer conjunto afirmativo de los obispos españoles.
Por una Real Orden del 25 de febrero de 1881, la Congregación es declarada por el Gobierno Español como Orden de beneficencia comprendida en el Art. 30 del Concordato de 1851.
Cuando María Josefa llegó a Bilbao el 25 de julio de 1871, dando origen a la Fundación, contaba 29 años de edad. Desde entonces y por 41 años seguidos, fue Superiora del nuevo Instituto de las Siervas de Jesús, cargo que desempeñó con gran acierto y el universal beneplácito de todas sus Religiosas.
Solicitada la presencia de sus Religiosas por Obispos, Ayuntamientos, Corporaciones de beneficencia que deseaban encargarles la gestión de sus centros hospitalarios y de caridad, llevó a cabo una gran labor fundacional, abriendo 42 casas. La última de ellas, la llevó a cabo en Concepción - Chile, América del Sur, deseando hacer llegar hasta aquellas tierras la ayuda a los pobres y a los que sufren. Ella con frecuencia repetía “mi deseo constante es ir por todo el mundo, para enseñar a todas las gentes el conocimiento y el amor de Dios”.
Rodeada de la admiración y respeto de cuantas la conocieron, vivió en la Casa Madre de Bilbao, visitó a las diferentes comunidades mientras pudo en difíciles viajes, hasta que una larga enfermedad no le permitió salir de la casa madre de Bilbao. Obligada a permanecer acostada o en una butaca, seguía los acontecimientos de las varias casas de España y fuera de ella, mediante una copiosa y preciosa correspondencia. De palabra y por escrito rigió, gobernó, aconsejó, estimuló y fue formando las sucesivas Siervas de Jesús, fruto de las crecientes vocaciones, que se iban derramando por España atendiendo a la demanda cada vez mayor de sus asistencias, en las casas y en las instituciones hospitalarias.
En enero de 1912 una fuerte bronquitis se añadió a su dolencia cardíaca, de la que ya no se recuperaría, el 12 de marzo se presentó una bronconeumonía, se inició un proceso de fiebre muy alta, el 19 festividad de San José del que fue tan devota, se agravó, siempre clavada en el calvario de su sillón, entró en agonía lenta, serena, pausada. Y expiró. Eran las siete menos cinco del 20 de marzo de 1912. Falleció sentada en el sillón de su última purificación, sin poder reclinar la cabeza en la almohada, echada un poco hacia adelante. María Josefa del Corazón de Jesús había amanecido en el domingo sin ocaso, de la eternidad, alumbrado por la luz inextinguible del rostro de Dios uno y trino, a quien había amado, servido y consagrado su vida.
Su santa muerte causó gran conmoción en Bilbao y en numerosas localidades donde era conocida a través de las casas de su Instituto. También sus funerales tuvieron una resonancia extraordinaria. Fue enterrada en el cementerio municipal de Derio. Pero en 1926, al crecer su fama de santidad, sus restos mortales fueron trasladados a la Casa Madre del Instituto y sepultados en la Capilla donde aún reposan.
Introducido el proceso diocesano de Beatificación y Canonización en la Diócesis de Bilbao, este se terminó felizmente en 1954; el 7-1-1972 se introduce en Roma el proceso Apostólico, que va siguiendo su curso normal paulatinamente: La aprobación de los escritos y de las Virtudes heroicas 7 de septiembre de 1989; la Beatificación el 27 de septiembre de 1992 que culminó con la Canonización el día 1 de octubre de 2000. Todos estos pasos fueron sellados por Su Santidad el Papa Juan Pablo II.
SU ESPIRITUALIDAD
Las Siervas de Jesús vienen educadas en la espiritualidad de la Congregación, según la mente y el corazón de la Madre María Josefa del Corazón de Jesús. Esta deseaba que todas ellas fueran perfectas religiosas y cumplieran fielmente la misión de asistir a los enfermos, con toda competencia y dedicación, uniendo la mente, el corazón y las manos en el servicio de los pobres y necesitados, manifestando a todos el amor misericordioso de Dios.
Pueden destacarse como notas de su espiritualidad:
· Caridad evangélica, se pone de manifiesto en una entrega sacrificada al apostolado de los enfermos, en el lecho del dolor todos son necesitados.
· Confianza en la Divina Providencia, se basa, principalmente en la humildad y en el abandono a la voluntad de Dios.
· Amor al trabajo, considerado humana y sobrenaturalmente.
· Empeño en la misión propia, con celo incansable por la salvación de todos los hombres.
· Amor de la Madre Mª Josefa al misterio Trinitario, en si mismo considerado y a cada una de las tres Divinas Personas.
· Especial devoción al Sagrado Corazón de Jesús, bajo cuya protección está puesto el Instituto.
· Delicada devoción y amor a la Santísima Virgen, Madre y primera Sierva de Jesús.
· Gran devoción al Patriarca San José, maestro de oración y modelo perfecto de vida interior para las almas religiosas.
· Gran valoración de los medios destinados a fomentar el espíritu de oración y la unión con Dios, notable tiempo dedicado a la oración mental, al silencio, al retiro, a la mortificación, al sacrificio.
EL CARISMA DE SERVIR A LOS ENFERMOS
La huella particular impresa por María Josefa al Instituto de las Siervas de Jesús refleja su experiencia interior de alma consagrada al servicio caritativo del prójimo, especialmente a los enfermos, en un clima de espíritu contemplativo. Encontramos bien explicada su idea en el “Directorio de Asistencias”, donde llega a afirmar que la Sierva de Jesús proporciona al enfermo que acompaña hasta la puerta de la eternidad, un bien mayor que el del misionero que con su predicación llama a los extraviados al recto camino de la vida:
“De esta manera -escribe- las funciones materiales de nuestro Instituto, destinadas a procurar la salud corporal de nuestros prójimos se elevan a una gran altura y hacen nuestra vida activa más perfecta que la contemplativa, como enseñó el angélico maestro Santo Tomás que dice de los trabajos dirigidos a la salud del alma que vienen de la contemplación”. (Directorio de Asistencias de la Congregación de las Siervas de Jesús).
Con este espíritu, las Siervas de Jesús, desde la muerte de la Madre María Josefa y hasta hoy, han continuado su servicio a los enfermos, con una generosa oblación de vida.
Tratando de salir al encuentro del hombre de nuestros días, trabajan en su apostolado de caridad en la asistencia en los propios domicilios de los enfermos, en hospitales, clínicas, sanatorios, centros de día para personas mayores, guarderías de niños, comedores, centros para enfermos terminales de SIDA, pastoral sanitaria, animación religiosa en los centros de enfermos, gestión y administración de centros, tanto propios como en colaboración con otras entidades y otras obras de beneficencia y caridad, sobre todo en los países más pobres de América Latina y Asia.
En la actualidad las 1050 Religiosas del Instituto de las Siervas de Jesús están presentes en 16 naciones de tres continentes: España, Italia, Francia, Portugal, Chile, Argentina, Colombia, Méjico, Ecuador, Perú, República Dominicana, Paraguay, Filipinas, Cuba, Brasil y USA.
A su vez, internamente se encuentra divida en seis Provincias, dos en España, tres en América, una en Filipinas y una Delegación General. Cada una de las Provincias, cuenta con gobierno propio, noviciado y un número variable de casas que abarcan la práctica totalidad de los ministerios de caridad.
Hija primogénita de Bernabé Sancho, sillero y Petra de Guerra, ama de casa, nació en Vitoria (Álava) el 7 de septiembre de 1842, fue bautizada al día siguiente, fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen, en la Parroquia de San Pedro. Según la costumbre vigente entonces, fue confirmada dos años más tarde, el 19 de Agosto de 1844.
Aprendió las primeras letras, el catecismo y la escritura con notorio aprovechamiento. Tenía ya de pequeña una memoria prodigiosa. Daba muestras de una capacidad no común de observación de las cosas. Su inteligencia era pronta y despierta. Amaba el retiro. Veneraba con singular devoción una imagen de la Virgen María, que presidía la vida de la familia. Las estrechuras de la economía doméstica y el hondo fervor religioso de sus padres la educaron bien pronto en la confianza plena en la Providencia y en los bienes de la pobreza cristianamente vivida.
El 24 de Marzo de 1850 experimentó María Josefa, tenía seis años y medio, el gran dolor de su vida: la muerte casi repentina del padre. Hizo la primera comunión el 2 de febrero de 1852. El gozo profundo de ese magno día se vio entreverado con el dolor por la ausencia del padre.
La vida proseguía. María Josefa veía en su madre, viuda, el esfuerzo diario por sacar adelante la familia. Y aprendió la lección severa y fecunda de la fortaleza cristiana, que supera con paciencia heroica las adversidades.
Características de su infancia y niñez, fueron: una fuerte piedad hacia la Eucaristía y la Virgen María, una inclinación y sensibilidad hacia los pobres y los enfermos y una inclinación al retiro.
A los quince años fue enviada a Madrid, a casa de unos parientes, para completar su educación y formación. Estuvo en la capital de España desde 1857 a 1860. En ese año regresó a Vitoria. Y había formado un propósito decidido: sería “religiosa”.
De religiosa, Santa María Josefa, solía repetir: “Nací con vocación religiosa”. Solo que, a juzgar por las circunstancias, se deduce que pasó por varias experiencias, no sin distintas sugerencias de prudentes eclesiásticos antes de encontrar la forma definitiva de su vocación. De hecho estuvo a punto de entrar en las Concepcionistas contemplativas de Aranjuez. Cuando en el verano de 1862 se disponía a viajar para ingresar en Aranjuez, le sobrevino una grave enfermedad, el tifus. Hubo que administrarle los últimos Sacramentos, pero se recuperó. Su madre le ayudó a superar la desilusión.
En los meses siguientes le pareció comprender que el Señor la llamaba a un género de vida religiosa activo. De este modo y aconsejada por su confesor se decidió a entrar en el Instituto de las Siervas de María, fundado recientemente en Madrid por Santa Soledad Torres Acosta.
Al acercarse el tiempo de la profesión, fue asaltada por graves dudas e incertidumbres sobre su efectiva llamada en aquel Instituto.
Confió su alma a distintos confesores y le dijeron que se había equivocado de vocación. Los contactos con el santo Arzobispo San Antonio María Claret y los coloquios serenos con la misma Santa Soledad, fueron madurando paulatinamente la decisión de salir del Instituto de las Siervas de María para dar vida a una nueva familia religiosa.
Junto con dos compañeras se dirigieron a Bilbao, allí se les iba a manifestar de una manera especial la Providencia de Dios. Al día siguiente de su llegada visitaron a un abogado bilbaíno, Don Vicente Martínez, quien las acogió con gran cariño desde el primer momento, ya que la idea y el propósito de aquellas jóvenes respondía a una antiguo deseo suyo y a una necesidad, no cubierta, de la población: el de religiosas que asistieran a los enfermos en la casa de éstos.
Fueron luego a ver al párroco de San Antón, Don Mariano José de Ibargüengoitia, sacerdote ejemplar al cual venían recomendadas desde Madrid y era gran amigo de Don Vicente. Les dio diez días de ejercicios espirituales y habló largamente con María Josefa. Comenzaron inmediatamente las asistencias y trabajaron de firme, Don Mariano valoró a aquellas jóvenes valientes y decididas, en especial a María Josefa, y las tomó bajo su protección y fue el Director espiritual y guía del nuevo Instituto hasta su muerte acaecida en Bilbao el 31 de enero de 1888.
Así esta gran mujer, de gran capacidad y dotes intelectuales y morales, movida por el Espíritu Santo, supo captar los signos de los tiempos, que señalaban la gran carencia asistencial en el campo de la sanidad, y la necesidad de llevar a tantos enfermos y familias la ayuda espiritual y material en los momentos de dolor y necesidad. Su carisma fundacional y fin específico del Instituto por ella fundado, es el cuidado de los enfermos, tanto diurna como nocturna a domicilio, en los hospitales y demás centros sanitarios, de los ancianos en las residencias, y de los niños expósitos en establecimientos públicos, y demás obras de beneficencia y caridad.
Junto con cuatro compañeras, dio comienzo a esta obra en favor de los enfermos, ancianos, niños y necesitados, que la constituyen como una de las pioneras en el campo de la sanidad y del empeño asistencial de la Iglesia del último tercio del siglo XIX en España.
Apenas había nacido el Instituto de las Siervas de Jesús, sus religiosas recibieron la prueba de las epidemias. Los años del cólera exigieron un comportamiento activísimo y con frecuencia heroico de las Siervas, algunas de las cuales se contagiaron del mal y entregaron su vida cuidando a los enfermos. También las fiebres tifoideas, la viruela, la tuberculosis. Enfermedades entonces incurables y que diezmaban la población española, dejaron huellas de trabajo, oblación y muerte entre las religiosas. Tuvieron que amparar las Siervas muchas soledades y abandonos porque el terror al contagio en muchas ocasiones, hacia huir hasta los familiares más próximos. Durante aquellos azotes la Madre María Josefa, se movió, viajó, fundó casas, organizó hospitales y ella era la primera en cuidar de las Siervas y limpiar sus hábitos al regreso de las asistencias a los contagiados de estos males.
LA CONSOLIDACIÓN CANÓNICA DEL INSTITUTO
El proceso de consolidación canónica del Instituto fue rápido y despejado. El 9 de junio de 1874, tras la liberación de Bilbao, recibieron las inquilinas del piso de la calle de la Ronda, la primera aprobación oficial, la diocesana, del Obispo de Vitoria, diócesis a la que por entonces pertenecía Bilbao. A partir de entonces, con la apertura del noviciado y la llegada de numerosas candidatas que quieren formar parte del nuevo Instituto de caridad, la Congregación empieza a extenderse con fuerza y rápidamente.
El 31 de agosto de 1880, la Congregación obtiene el Decretum Laudis y el 8 de enero de 1886, la aprobación definitiva del Instituto, por el Papa León XIII, que la convierte en Congregación de derecho pontificio a todos los efectos. Quince años habían transcurrido desde el primer esbozo de fundación trazado en 1871 en Bilbao. Debe mencionarse como dato significativo y explicativo de la rapidez del proceso en Roma, el testimonio positivo unánime, elogioso, que sobre las Siervas de Jesús y su Instituto dieron los trece obispos residenciales, en cuyas diócesis tenían casa las Siervas de Jesús. Roma ratificaba así, con suprema autoridad apostólica, el carisma del nuevo Instituto y hacía suyo el parecer conjunto afirmativo de los obispos españoles.
Por una Real Orden del 25 de febrero de 1881, la Congregación es declarada por el Gobierno Español como Orden de beneficencia comprendida en el Art. 30 del Concordato de 1851.
Cuando María Josefa llegó a Bilbao el 25 de julio de 1871, dando origen a la Fundación, contaba 29 años de edad. Desde entonces y por 41 años seguidos, fue Superiora del nuevo Instituto de las Siervas de Jesús, cargo que desempeñó con gran acierto y el universal beneplácito de todas sus Religiosas.
Solicitada la presencia de sus Religiosas por Obispos, Ayuntamientos, Corporaciones de beneficencia que deseaban encargarles la gestión de sus centros hospitalarios y de caridad, llevó a cabo una gran labor fundacional, abriendo 42 casas. La última de ellas, la llevó a cabo en Concepción - Chile, América del Sur, deseando hacer llegar hasta aquellas tierras la ayuda a los pobres y a los que sufren. Ella con frecuencia repetía “mi deseo constante es ir por todo el mundo, para enseñar a todas las gentes el conocimiento y el amor de Dios”.
Rodeada de la admiración y respeto de cuantas la conocieron, vivió en la Casa Madre de Bilbao, visitó a las diferentes comunidades mientras pudo en difíciles viajes, hasta que una larga enfermedad no le permitió salir de la casa madre de Bilbao. Obligada a permanecer acostada o en una butaca, seguía los acontecimientos de las varias casas de España y fuera de ella, mediante una copiosa y preciosa correspondencia. De palabra y por escrito rigió, gobernó, aconsejó, estimuló y fue formando las sucesivas Siervas de Jesús, fruto de las crecientes vocaciones, que se iban derramando por España atendiendo a la demanda cada vez mayor de sus asistencias, en las casas y en las instituciones hospitalarias.
En enero de 1912 una fuerte bronquitis se añadió a su dolencia cardíaca, de la que ya no se recuperaría, el 12 de marzo se presentó una bronconeumonía, se inició un proceso de fiebre muy alta, el 19 festividad de San José del que fue tan devota, se agravó, siempre clavada en el calvario de su sillón, entró en agonía lenta, serena, pausada. Y expiró. Eran las siete menos cinco del 20 de marzo de 1912. Falleció sentada en el sillón de su última purificación, sin poder reclinar la cabeza en la almohada, echada un poco hacia adelante. María Josefa del Corazón de Jesús había amanecido en el domingo sin ocaso, de la eternidad, alumbrado por la luz inextinguible del rostro de Dios uno y trino, a quien había amado, servido y consagrado su vida.
Su santa muerte causó gran conmoción en Bilbao y en numerosas localidades donde era conocida a través de las casas de su Instituto. También sus funerales tuvieron una resonancia extraordinaria. Fue enterrada en el cementerio municipal de Derio. Pero en 1926, al crecer su fama de santidad, sus restos mortales fueron trasladados a la Casa Madre del Instituto y sepultados en la Capilla donde aún reposan.
Introducido el proceso diocesano de Beatificación y Canonización en la Diócesis de Bilbao, este se terminó felizmente en 1954; el 7-1-1972 se introduce en Roma el proceso Apostólico, que va siguiendo su curso normal paulatinamente: La aprobación de los escritos y de las Virtudes heroicas 7 de septiembre de 1989; la Beatificación el 27 de septiembre de 1992 que culminó con la Canonización el día 1 de octubre de 2000. Todos estos pasos fueron sellados por Su Santidad el Papa Juan Pablo II.
SU ESPIRITUALIDAD
Las Siervas de Jesús vienen educadas en la espiritualidad de la Congregación, según la mente y el corazón de la Madre María Josefa del Corazón de Jesús. Esta deseaba que todas ellas fueran perfectas religiosas y cumplieran fielmente la misión de asistir a los enfermos, con toda competencia y dedicación, uniendo la mente, el corazón y las manos en el servicio de los pobres y necesitados, manifestando a todos el amor misericordioso de Dios.
Pueden destacarse como notas de su espiritualidad:
· Caridad evangélica, se pone de manifiesto en una entrega sacrificada al apostolado de los enfermos, en el lecho del dolor todos son necesitados.
· Confianza en la Divina Providencia, se basa, principalmente en la humildad y en el abandono a la voluntad de Dios.
· Amor al trabajo, considerado humana y sobrenaturalmente.
· Empeño en la misión propia, con celo incansable por la salvación de todos los hombres.
· Amor de la Madre Mª Josefa al misterio Trinitario, en si mismo considerado y a cada una de las tres Divinas Personas.
· Especial devoción al Sagrado Corazón de Jesús, bajo cuya protección está puesto el Instituto.
· Delicada devoción y amor a la Santísima Virgen, Madre y primera Sierva de Jesús.
· Gran devoción al Patriarca San José, maestro de oración y modelo perfecto de vida interior para las almas religiosas.
· Gran valoración de los medios destinados a fomentar el espíritu de oración y la unión con Dios, notable tiempo dedicado a la oración mental, al silencio, al retiro, a la mortificación, al sacrificio.
EL CARISMA DE SERVIR A LOS ENFERMOS
La huella particular impresa por María Josefa al Instituto de las Siervas de Jesús refleja su experiencia interior de alma consagrada al servicio caritativo del prójimo, especialmente a los enfermos, en un clima de espíritu contemplativo. Encontramos bien explicada su idea en el “Directorio de Asistencias”, donde llega a afirmar que la Sierva de Jesús proporciona al enfermo que acompaña hasta la puerta de la eternidad, un bien mayor que el del misionero que con su predicación llama a los extraviados al recto camino de la vida:
“De esta manera -escribe- las funciones materiales de nuestro Instituto, destinadas a procurar la salud corporal de nuestros prójimos se elevan a una gran altura y hacen nuestra vida activa más perfecta que la contemplativa, como enseñó el angélico maestro Santo Tomás que dice de los trabajos dirigidos a la salud del alma que vienen de la contemplación”. (Directorio de Asistencias de la Congregación de las Siervas de Jesús).
Con este espíritu, las Siervas de Jesús, desde la muerte de la Madre María Josefa y hasta hoy, han continuado su servicio a los enfermos, con una generosa oblación de vida.
Tratando de salir al encuentro del hombre de nuestros días, trabajan en su apostolado de caridad en la asistencia en los propios domicilios de los enfermos, en hospitales, clínicas, sanatorios, centros de día para personas mayores, guarderías de niños, comedores, centros para enfermos terminales de SIDA, pastoral sanitaria, animación religiosa en los centros de enfermos, gestión y administración de centros, tanto propios como en colaboración con otras entidades y otras obras de beneficencia y caridad, sobre todo en los países más pobres de América Latina y Asia.
En la actualidad las 1050 Religiosas del Instituto de las Siervas de Jesús están presentes en 16 naciones de tres continentes: España, Italia, Francia, Portugal, Chile, Argentina, Colombia, Méjico, Ecuador, Perú, República Dominicana, Paraguay, Filipinas, Cuba, Brasil y USA.
A su vez, internamente se encuentra divida en seis Provincias, dos en España, tres en América, una en Filipinas y una Delegación General. Cada una de las Provincias, cuenta con gobierno propio, noviciado y un número variable de casas que abarcan la práctica totalidad de los ministerios de caridad.
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