El 1 de octubre de 2000 fue una jornada histórica que reflejó para el mundo la catolicidad de la Iglesia: Juan Pablo II canonizaba a ciento veinte mártires de China -entre ellos varios misioneros españoles, como española es la primera santa vasca, Santa María Josefa del Corazón de Jesús (-18 de mayo)-, a una africana, Josefina Bakhita (-8 de febrero), y a Catalina María Drexel, de los Estados Unidos de América. Sin embargo, el reflejo de la catolicidad quedó nublado por las sombras de infundadas intenciones del Vaticano contra China, que los medios informativos airearon ampliamente. Y el mundo apenas se enteró de las palabras que el papa pronunció sobre esta santa americana:
La madre Catalina María Drexel nació en una familia acomodada de Filadelfia, en los Estados Unidos. Pero aprendió de sus padres que los bienes familiares no eran sólo para ellos, sino que debían compartirlos con los menos favorecidos por la fortuna. Cuando ya era joven, quedó profundamente impresionada por la pobreza y la condición desesperada de muchos nativos americanos y afroamericanos. Y entonces comenzó a destinar sus bienes a tareas misionales y educativas entre las capas más pobres de la sociedad. Más tarde vio que se necesitaba más, y con increíble valentía y confianza en la gracia de Dios, decidió no dar sólo sus bienes, sino dar su vida entera al servicio total de Dios.
A su comunidad religiosa, la de las Hermanas del Santísimo Sacramento, le enseñó una espiritualidad basada en la unión orante con el Señor en la Eucaristía, y en un servicio alegre a los pobres y a las víctimas de la discriminación racial. Su apostolado contribuyó a crear una mayor conciencia de la necesidad de combatir toda forma de racismo mediante la educación y los servicios sociales. Catalina Drexel constituye un excelente ejemplo de esa caridad práctica y de solidaridad generosa para con los menos afortunados, que desde hace mucho tiempo ha sido el signo distintivo de los católicos estadounidenses.
HIJA DE BANQUERO, HUÉRFANA DE MADRE
Catalina nació en Filadelfia (Pensilvania, Estados Unidos de América), el 26 de noviembre de 1858, hija del rico banquero Francisco Drexel, pero no conoció a su madre, que murió cuando la niña sólo tenía un mes. El padre contrajo segundas nupcias con Emma Bouvier, que hizo de verdadera madre de Catalina. La familia era rica, pero el dinero no era su mayor riqueza: por encima de los bienes materiales, en aquella casa estaba la religión católica y la caridad cristiana. De hecho, Francisco Drexel presidía varias instituciones sociales católicas a favor de los pobres. Y el apelativo de matrona de bondad, que la gente dedicó a Emma Bouvier, define bien el talante de la que, más que madrastra con toda la carga negativa de la palabra, fue madre y maestra de Catalina. Emma abandonaba con frecuencia la alta sociedad para acudir a socorrer a los marginados en sus barracones de los suburbios. Y Catalina, como sus dos hermanas, que acompañaban a Emma en sus visitas a los pobres, conocieron así la miseria en que vivían hombres, mujeres y niños, y aprendieron el significado de las palabras de Jesús: Lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos pequeños, conmigo lo hicisteis. las obras de caridad, junto con la enseñanza de la religión, serán dos constantes en la vida de Catalina.
ENTREGA TOTAL A DIOS Y A LOS POBRES
La vida de piedad, la frecuencia de los sacramentos y el ejercicio de la caridad ayudaron decididamente a que Catalina hiciera grandes progresos en su vida espiritual. Vivía en la abundancia, y no es fácil renunciar a un alto nivel de vida para abrazar otro género de vida más pobre y austero. A la joven Catalina le parecía lo más normal, a la vista del estilo de vida que Jesús eligió para sí y para su familia de Nazaret. Y comunicó a su director espiritual, padre James O'Connor, su intención de consagrarse a Dios en la vida religiosa. El padre O'Connor, ca-librando las dificultades que aquella decisión podrían ofrecer a la joven, le sugirió la conveniencia de permanecer en el mundo: fuera del convento también podría hacer muchísimo bien a los más necesitados, y ayudar mucho a las misiones de indios y negros, que tanto le preocupaban.
Catalina, en principio, obedeció a su director espiritual. Por el momento continuaría viviendo fuera del convento, pero estaba tan segura de que, antes o después, se consagraría plena-mente a Dios, que hizo voto de virginidad. De este modo garantizaba la consagración de su vida a Dios y aseguraba su dedicación plena a los pobres y marginados. De momento, había descubierto que, además de alimentos y vestido, los indios y los negros tenían una apremiante necesidad para salir de su situación marginal: la formación integral. Y Catalina no dudó en poner remedio, abriendo docenas de escuelas.
RELIGIOSA Y FUNDADORA
La joven estaba contenta con aquella obra educadora que había puesto en marcha. Pero no bastaba con construir las es-cuelas. Hacían falta maestros y educadores en la fe católica. Y, con esa inquietud solicitó audiencia al papa León XIII. Fue a Roma y pidó al papa que enviara misioneros católicos a los Estados Unidos. El gran papa de la Rerum novarum, tan sensible a los problemas sociales de su tiempo, escuchó complacido las inquietudes de aquella joven americana. Y su respuesta, la que en aquel momento pudo darle, fue ésta: Usted puede ser misionera.
Para Catalina, la voz del papa era la mejor pista para conocer el camino que Dios le señalaba. Ella iba a ser misionera. Y, a su regreso a Filadelfia, solicitó el ingreso en las Hermanas de la Misericordia de Pittsburgh: por encima de su director espiritual estaba la autoridad del papa. Y en 1899, a sus treinta y un años, inició su año de noviciado.
No llegaron a dos años los que Catalina permaneció en las Hermanas de la Misericordia. El 12 de febrero de 1891, acompañada de algunas hermanas que compartían sus mismas inquietudes, iniciaba lo que llegaría a ser una nueva congregación religiosa. El nombre original es la mejor síntesis de lo que desde muy joven había sentido Catalina Drexel: Sisters of the Blessed Sacrament for Indians and Colored People (Hermanas del Santísimo Sacramento para los Indios y los Negros). Como en tantas ocasiones en la historia de la Iglesia, intentaba compaginar, por una parte, la contemplación -en su caso, concretado en la adoración al Santísimo Sacramento-, y por otra, la acción, dirigida especial-mente a los indios y negros de los Estados Unidos.
El proyecto fundacional fue bien acogido, en principio, por las autoridades eclesiásticas de Filadelfia, y por la Santa Sede cuando acababan de cumplirse los seis años de la fecha fundacional: el 16 de febrero de 1897. El Decretum laudis de Roma era la inicial aceptación oficial. Luego debería presentar el libro de las Constituciones para su aprobación, que fue en 1907. Y, finalmente, el 25 de mayo de 1913 quedaba definitivamente aprobada por la Iglesia la Congregación de las Hermanas del Santísimo Sacramento para los Indios y Negros.
LARGA VIDA DE ACCIÓN Y DE CONTEMPLACIÓN
La madre Catalina María sabía muy bien que se encontraba en un país de misión, en el que miles de indígenas y de negros permanecían alejados de la mesa común del pan y de la cultura. Y para ellos fundó su congregación.
Como era de esperar, a la muerte de su padre fue mucha la parte de herencia que le correspondió. Y todo lo dedicó a continuar –ahora de un modo estable y comunitario, y contando con maestras y catequistas– la obra de su juventud: pudo fundar sesenta colegios, tres casas de asistencia social y un centro misional. Pero los niños crecían y no siempre podían continuar su educación en las universidades estatales de aquel tiempo. Nueva necesidad y nueva respuesta: creó la Universidad Xavier de Nueva Orleáns, especialmente destinada para la formación superior de jóvenes negros, marginados por el color de su piel.
Durante cuarenta y seis años, la madre Catalina María gobernó la congregación, manteniendo encendido el fuego sagrado del carisma fundacional, y procuró visitar y estar al corriente del funcionamiento de todos y cada uno de sus colegios e instituciones.
A sus setenta y nueve años ya podía pasar el testigo a otras manos. En 1937, renunció al gobierno de la congregación y determinó dedicarse más a lo que tanto deseaba y no siempre pudo dedicar todo el tiempo que hubiera querido: la oración, la contemplación, la adoración al Santísimo Sacramento, de donde había sacado cada día las fuerzas necesarias para las grandes empresas que llevó a cabo. En una intensa vida de oración, esperaría vigilante la llegada del Señor para entrar con él a las bodas eternas: esto ocurrió el 3 de marzo de 1955. Catalina tenía noventa y seis años de edad: una muy larga vida de oración y contemplación.
El 20 de noviembre de 1988 era beatificada por Juan Pablo II, quien antes de que se cumplieran los dos años de la beatificación, el 1 de octubre de 2000, año del gran Jubileo, canonizaba a la Beata Catalina Maria Drexel, la santa norteamericana defensora de los derechos de los indios y de los negros. Para el hombre del siglo XXI ahí queda el mensaje de la santa del siglo XX: el amor cristiano es incompatible con el racismo y la xenofobia.
La madre Catalina María Drexel nació en una familia acomodada de Filadelfia, en los Estados Unidos. Pero aprendió de sus padres que los bienes familiares no eran sólo para ellos, sino que debían compartirlos con los menos favorecidos por la fortuna. Cuando ya era joven, quedó profundamente impresionada por la pobreza y la condición desesperada de muchos nativos americanos y afroamericanos. Y entonces comenzó a destinar sus bienes a tareas misionales y educativas entre las capas más pobres de la sociedad. Más tarde vio que se necesitaba más, y con increíble valentía y confianza en la gracia de Dios, decidió no dar sólo sus bienes, sino dar su vida entera al servicio total de Dios.
A su comunidad religiosa, la de las Hermanas del Santísimo Sacramento, le enseñó una espiritualidad basada en la unión orante con el Señor en la Eucaristía, y en un servicio alegre a los pobres y a las víctimas de la discriminación racial. Su apostolado contribuyó a crear una mayor conciencia de la necesidad de combatir toda forma de racismo mediante la educación y los servicios sociales. Catalina Drexel constituye un excelente ejemplo de esa caridad práctica y de solidaridad generosa para con los menos afortunados, que desde hace mucho tiempo ha sido el signo distintivo de los católicos estadounidenses.
HIJA DE BANQUERO, HUÉRFANA DE MADRE
Catalina nació en Filadelfia (Pensilvania, Estados Unidos de América), el 26 de noviembre de 1858, hija del rico banquero Francisco Drexel, pero no conoció a su madre, que murió cuando la niña sólo tenía un mes. El padre contrajo segundas nupcias con Emma Bouvier, que hizo de verdadera madre de Catalina. La familia era rica, pero el dinero no era su mayor riqueza: por encima de los bienes materiales, en aquella casa estaba la religión católica y la caridad cristiana. De hecho, Francisco Drexel presidía varias instituciones sociales católicas a favor de los pobres. Y el apelativo de matrona de bondad, que la gente dedicó a Emma Bouvier, define bien el talante de la que, más que madrastra con toda la carga negativa de la palabra, fue madre y maestra de Catalina. Emma abandonaba con frecuencia la alta sociedad para acudir a socorrer a los marginados en sus barracones de los suburbios. Y Catalina, como sus dos hermanas, que acompañaban a Emma en sus visitas a los pobres, conocieron así la miseria en que vivían hombres, mujeres y niños, y aprendieron el significado de las palabras de Jesús: Lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos pequeños, conmigo lo hicisteis. las obras de caridad, junto con la enseñanza de la religión, serán dos constantes en la vida de Catalina.
ENTREGA TOTAL A DIOS Y A LOS POBRES
La vida de piedad, la frecuencia de los sacramentos y el ejercicio de la caridad ayudaron decididamente a que Catalina hiciera grandes progresos en su vida espiritual. Vivía en la abundancia, y no es fácil renunciar a un alto nivel de vida para abrazar otro género de vida más pobre y austero. A la joven Catalina le parecía lo más normal, a la vista del estilo de vida que Jesús eligió para sí y para su familia de Nazaret. Y comunicó a su director espiritual, padre James O'Connor, su intención de consagrarse a Dios en la vida religiosa. El padre O'Connor, ca-librando las dificultades que aquella decisión podrían ofrecer a la joven, le sugirió la conveniencia de permanecer en el mundo: fuera del convento también podría hacer muchísimo bien a los más necesitados, y ayudar mucho a las misiones de indios y negros, que tanto le preocupaban.
Catalina, en principio, obedeció a su director espiritual. Por el momento continuaría viviendo fuera del convento, pero estaba tan segura de que, antes o después, se consagraría plena-mente a Dios, que hizo voto de virginidad. De este modo garantizaba la consagración de su vida a Dios y aseguraba su dedicación plena a los pobres y marginados. De momento, había descubierto que, además de alimentos y vestido, los indios y los negros tenían una apremiante necesidad para salir de su situación marginal: la formación integral. Y Catalina no dudó en poner remedio, abriendo docenas de escuelas.
RELIGIOSA Y FUNDADORA
La joven estaba contenta con aquella obra educadora que había puesto en marcha. Pero no bastaba con construir las es-cuelas. Hacían falta maestros y educadores en la fe católica. Y, con esa inquietud solicitó audiencia al papa León XIII. Fue a Roma y pidó al papa que enviara misioneros católicos a los Estados Unidos. El gran papa de la Rerum novarum, tan sensible a los problemas sociales de su tiempo, escuchó complacido las inquietudes de aquella joven americana. Y su respuesta, la que en aquel momento pudo darle, fue ésta: Usted puede ser misionera.
Para Catalina, la voz del papa era la mejor pista para conocer el camino que Dios le señalaba. Ella iba a ser misionera. Y, a su regreso a Filadelfia, solicitó el ingreso en las Hermanas de la Misericordia de Pittsburgh: por encima de su director espiritual estaba la autoridad del papa. Y en 1899, a sus treinta y un años, inició su año de noviciado.
No llegaron a dos años los que Catalina permaneció en las Hermanas de la Misericordia. El 12 de febrero de 1891, acompañada de algunas hermanas que compartían sus mismas inquietudes, iniciaba lo que llegaría a ser una nueva congregación religiosa. El nombre original es la mejor síntesis de lo que desde muy joven había sentido Catalina Drexel: Sisters of the Blessed Sacrament for Indians and Colored People (Hermanas del Santísimo Sacramento para los Indios y los Negros). Como en tantas ocasiones en la historia de la Iglesia, intentaba compaginar, por una parte, la contemplación -en su caso, concretado en la adoración al Santísimo Sacramento-, y por otra, la acción, dirigida especial-mente a los indios y negros de los Estados Unidos.
El proyecto fundacional fue bien acogido, en principio, por las autoridades eclesiásticas de Filadelfia, y por la Santa Sede cuando acababan de cumplirse los seis años de la fecha fundacional: el 16 de febrero de 1897. El Decretum laudis de Roma era la inicial aceptación oficial. Luego debería presentar el libro de las Constituciones para su aprobación, que fue en 1907. Y, finalmente, el 25 de mayo de 1913 quedaba definitivamente aprobada por la Iglesia la Congregación de las Hermanas del Santísimo Sacramento para los Indios y Negros.
LARGA VIDA DE ACCIÓN Y DE CONTEMPLACIÓN
La madre Catalina María sabía muy bien que se encontraba en un país de misión, en el que miles de indígenas y de negros permanecían alejados de la mesa común del pan y de la cultura. Y para ellos fundó su congregación.
Como era de esperar, a la muerte de su padre fue mucha la parte de herencia que le correspondió. Y todo lo dedicó a continuar –ahora de un modo estable y comunitario, y contando con maestras y catequistas– la obra de su juventud: pudo fundar sesenta colegios, tres casas de asistencia social y un centro misional. Pero los niños crecían y no siempre podían continuar su educación en las universidades estatales de aquel tiempo. Nueva necesidad y nueva respuesta: creó la Universidad Xavier de Nueva Orleáns, especialmente destinada para la formación superior de jóvenes negros, marginados por el color de su piel.
Durante cuarenta y seis años, la madre Catalina María gobernó la congregación, manteniendo encendido el fuego sagrado del carisma fundacional, y procuró visitar y estar al corriente del funcionamiento de todos y cada uno de sus colegios e instituciones.
A sus setenta y nueve años ya podía pasar el testigo a otras manos. En 1937, renunció al gobierno de la congregación y determinó dedicarse más a lo que tanto deseaba y no siempre pudo dedicar todo el tiempo que hubiera querido: la oración, la contemplación, la adoración al Santísimo Sacramento, de donde había sacado cada día las fuerzas necesarias para las grandes empresas que llevó a cabo. En una intensa vida de oración, esperaría vigilante la llegada del Señor para entrar con él a las bodas eternas: esto ocurrió el 3 de marzo de 1955. Catalina tenía noventa y seis años de edad: una muy larga vida de oración y contemplación.
El 20 de noviembre de 1988 era beatificada por Juan Pablo II, quien antes de que se cumplieran los dos años de la beatificación, el 1 de octubre de 2000, año del gran Jubileo, canonizaba a la Beata Catalina Maria Drexel, la santa norteamericana defensora de los derechos de los indios y de los negros. Para el hombre del siglo XXI ahí queda el mensaje de la santa del siglo XX: el amor cristiano es incompatible con el racismo y la xenofobia.
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