Como la grasa es lo mejor del sacrificio, así David es el mejor de Israel. 
Jugaba con leones como con cabritos, y con osos como con corderillos; siendo un muchacho, mató a un gigante, removiendo la afrenta del pueblo, cuando su mano hizo girar la honda, y derribó el orgullo de Goliat. 
Invocó al Dios Altísimo, quien hizo fuerte su diestra para eliminar al hombre aguerrido y restaurar el honor de su pueblo. 
Por eso le cantaban las mozas, alabándolo por sus diez mil. 
Ya coronado, peleó y derrotó a sus enemigos vecinos, derrotó a los filisteos hostiles, quebrantando su poder hasta hoy. 
De todas sus empresas daba gracias, alabando la gloria del Dios Altísimo; de todo corazón amó a su Creador, entonando salmos cada día; trajo instrumentos para servicio del altar y compuso música de acompañamiento; celebró solemnemente fiestas y ordenó el ciclo de las solemnidades; cuando alababa el nombre santo, de madrugada, resonaba el rito. 
El Señor perdonó su delito y exaltó su poder para siempre; le confirió el poder real y le dio un trono en Jerusalén. 
En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. 
Unos decían: 
-«Juan Bautista ha resucitado, y por eso los poderes actúan en él. » 
Otros decían: 
-«Es Elías.» 
Otros: 
-«Es un profeta como los antiguos.» 
Herodes, al oírlo, decía: 
-«Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado.» 
Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel, encadenado. 
El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano. 
Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado, y lo escuchaba con gusto. 
La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. 
La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven: 
-«Pídeme lo que quieras, que te lo doy.» 
Y le juró: 
-«Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.» 
Ella salió a preguntarle a su madre: 
-«¿Qué le pido?» 
La madre le contestó: 
-«La cabeza de Juan, el Bautista.» 
Entró ella en seguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: 
-«Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista.» 
El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. En seguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. 
Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron. 
Palabra del Señor.



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