Tened esto presente, mis queridos hermanos: sed todos prontos para escuchar, lentos para hablar y lentos para la ira. Porque la ira del hombre no produce la justicia que Dios quiere. 
Por lo tanto, eliminad toda suciedad y esa maldad que os sobra y aceptad dócilmente la palabra que ha sido plantada y es capaz de salvaros. 
Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos, pues quien escucha la palabra y no la pone en práctica se parece a aquel que se miraba la cara en el espejo y, apenas se miraba, daba media vuelta y se olvidaba de cómo era. 
Pero el que se concentra en la ley perfecta, la de la libertad, y es constante, no para oír y olvidarse, sino para ponerla por obra, éste será dichoso al practicarla. 
Hay quien se cree religioso y no tiene a raya su lengua; pero se engaña, su religión es vacía. 
La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo. 
En aquel tiempo, Jesús y los discípulos llegaron a Betsaida. 
Le trajeron un ciego, pidiéndole que lo tocase. 
Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en lo ojos, le impuso las manos y le preguntó: 
-«¿Ves algo?» 
Empezó a distinguir y dijo: 
-«Veo hombres; me parecen árboles, pero andan.» 
Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado y veía todo con claridad. 
Jesús lo mandó a casa, diciéndole: 
-«No entres siquiera en la aldea.» 
Palabra del Señor.



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