El Beato Francisco Gárate nació en Azpeitia, Guipúzcoa, el 1857. Se sintió muy pronto inclinado a la vida religiosa, concretamente en la Compañía de Jesús. Hizo el Noviciado en Poyanne, y los votos religiosos en 1876.
Solo tuvo dos destinos en su vida religiosa. Once años en La Guardia, como enfermero y sacristán, desde 1877 a 1888, y 41 años y medio en Deusto, como portero y sacristán. Así fue de sencilla su vida. "El santo portero de Deusto", como se le llamó, hizo de la portería su gloria y su corona. Allí dio gloria a Dios. Allí sirvió a sus hermanos.
Solo hizo tres salidas en esos 41 años: Tres días en Loyola en 1921 para celebrar las fiestas centenarias de la Herida de su ilustre paisano San Ignacio en Pamplona. Un día en Orduña en 1927 para asistir a las bodas de oro de su hermano Ignacio. Y un día en la enfermería en 1929. Menos de un día: a las pocas horas iba a encontrarse con el portero del cielo.
El Decreto de virtudes heroicas le llama "el Santo de la vida ordinaria". Cifró la santidad en cumplir a la perfección su obligación. Por ello veneramos en el H. Gárate al santo de la vida profesional. Es un profesional santo. Un santo profesional. Hizo lo ordinario extraordinariamente bien. No tuvo heroicidades específicas, ni actos heroicos deslumbrantes. Esto recuerda lo que en El Divino Impaciente, de Pemán, aconseja Ignacio a Javier: "No hay virtud más eminente que el hacer sencillamente lo que tenemos que hacer".
La mejor escuela para el H. Gárate fueron los Ejercicios de San Ignacio. Estar siempre dispuesto "para venir en perfección en cualquier estado o vida que Dios Nuestro Señor nos diere a elegir... Piense cada uno que tanto aprovechará en todas cosas espirituales, cuanto saliere de su propio amor, querer e interés".
El H. Garate fue pura entrega a todos, en todo, día y noche, sin preferencias, como no fueran los pobres. Nunca tuvo tiempo para él, ni "puentes" ni vacaciones. No distinguía entre actividades naturales y sobrenaturales. En todo adoraba a Dios, en todo servía a los hermanos. "Voy, Señor", decía, cuando querían algo de él. "EL Hermano Finuras", le decían los alumnos.
El Hermano iba sonriente y ágil por el inmenso edificio de la Universidad, como endiosado. Veía a Dios en todo, en todos. Sonreía, suave y afable con todos, cuidaba de todo, porque amar es servir: servicialidad inagotable, envuelta en afabilidad, día y noche, a todas horas.
El Santo de la vida ordinaria, sí. Pero, de ordinario, nada. Todo era un acto de amor extraordinario, una respuesta generosa dándose con todo amor, una oblación total de su querer y libertad a su Divina Majestad, una entrega sin límites, sin reservas, sin horarios, a todos sus hermanos.
El H. Garate fue un contemplativo en la acción. Un profesional contemplativo. Una tarea que se resuelve en amor y servicio, sin llevar la cuenta, por amor. Él se sentía don de Dios y quiso hacer de su vida un don.
Y así 41 años y pico. Le costó dejar su templo, su cuartucho de la portería. El 8 de setiembre de 1929 por la tarde lo trasladaron a la enfermería. Solo 13 horas. Al amanecer del 9 volaba a los brazos del Padre, de los que nunca se había separado. El suave aroma de sus virtudes aún perfuma el campus de la Universidad. "La gran lección del H. Garate, recordaba el P. Arrupe, es la mejor lección impartida en Deusto".
Solo tuvo dos destinos en su vida religiosa. Once años en La Guardia, como enfermero y sacristán, desde 1877 a 1888, y 41 años y medio en Deusto, como portero y sacristán. Así fue de sencilla su vida. "El santo portero de Deusto", como se le llamó, hizo de la portería su gloria y su corona. Allí dio gloria a Dios. Allí sirvió a sus hermanos.
Solo hizo tres salidas en esos 41 años: Tres días en Loyola en 1921 para celebrar las fiestas centenarias de la Herida de su ilustre paisano San Ignacio en Pamplona. Un día en Orduña en 1927 para asistir a las bodas de oro de su hermano Ignacio. Y un día en la enfermería en 1929. Menos de un día: a las pocas horas iba a encontrarse con el portero del cielo.
El Decreto de virtudes heroicas le llama "el Santo de la vida ordinaria". Cifró la santidad en cumplir a la perfección su obligación. Por ello veneramos en el H. Gárate al santo de la vida profesional. Es un profesional santo. Un santo profesional. Hizo lo ordinario extraordinariamente bien. No tuvo heroicidades específicas, ni actos heroicos deslumbrantes. Esto recuerda lo que en El Divino Impaciente, de Pemán, aconseja Ignacio a Javier: "No hay virtud más eminente que el hacer sencillamente lo que tenemos que hacer".
La mejor escuela para el H. Gárate fueron los Ejercicios de San Ignacio. Estar siempre dispuesto "para venir en perfección en cualquier estado o vida que Dios Nuestro Señor nos diere a elegir... Piense cada uno que tanto aprovechará en todas cosas espirituales, cuanto saliere de su propio amor, querer e interés".
El H. Garate fue pura entrega a todos, en todo, día y noche, sin preferencias, como no fueran los pobres. Nunca tuvo tiempo para él, ni "puentes" ni vacaciones. No distinguía entre actividades naturales y sobrenaturales. En todo adoraba a Dios, en todo servía a los hermanos. "Voy, Señor", decía, cuando querían algo de él. "EL Hermano Finuras", le decían los alumnos.
El Hermano iba sonriente y ágil por el inmenso edificio de la Universidad, como endiosado. Veía a Dios en todo, en todos. Sonreía, suave y afable con todos, cuidaba de todo, porque amar es servir: servicialidad inagotable, envuelta en afabilidad, día y noche, a todas horas.
El Santo de la vida ordinaria, sí. Pero, de ordinario, nada. Todo era un acto de amor extraordinario, una respuesta generosa dándose con todo amor, una oblación total de su querer y libertad a su Divina Majestad, una entrega sin límites, sin reservas, sin horarios, a todos sus hermanos.
El H. Garate fue un contemplativo en la acción. Un profesional contemplativo. Una tarea que se resuelve en amor y servicio, sin llevar la cuenta, por amor. Él se sentía don de Dios y quiso hacer de su vida un don.
Y así 41 años y pico. Le costó dejar su templo, su cuartucho de la portería. El 8 de setiembre de 1929 por la tarde lo trasladaron a la enfermería. Solo 13 horas. Al amanecer del 9 volaba a los brazos del Padre, de los que nunca se había separado. El suave aroma de sus virtudes aún perfuma el campus de la Universidad. "La gran lección del H. Garate, recordaba el P. Arrupe, es la mejor lección impartida en Deusto".
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