Esposa, madre y abuela de reyes, Santa Ludmila de Bohemia es una de las mujeres más queridas de la historia de la República Checa. Venerada tanto por la Iglesia ortodoxa como por la Iglesia católica, tras su conversión al cristianismo, llegó a dar su vida por su fe.
Los orígenes de Santa Ludmila se remontan a algún momento del año 860 en la ciudad bohemia de Mělník. Hija de un príncipe eslavo, este cerró el matrimonio de su hija por intereses estratégicos con Bořivoj I, primer duque de Bohemia. La relación, a pesar de ser de conveniencia, terminó siendo una unión sólida de la que nacieron tres hijos y tres hijas. Ambos recibieron el bautismo tras escuchar la palabra de Dios de la mano de San Metodio.
Ludmila y Bořivoj no solo abrazaron el cristianismo a nivel personal sino que, tras ser bautizados, trabajaron incansablemente para propagar el cristianismo entre sus súbditos.
Esto les provocó no pocos problemas con una parte de la nobleza contraria a la fe impulsada por sus soberanos. Tras un año de exilio, y sin desfallecer nunca en su cometido, regresaron a sus tierras y siguieron con su labor evangelizadora.
Hacia el año 888 fallecía el que fue su gran compañero. Ludmila se retiró temporalmente del gobierno, mientras reinaba su hijo Spytihnev I. Este falleció dos años después de asumir el trono y fue sucedido por su hermano, Bratislao I de Bohemia. Mientras tanto, Ludmila se había volcado en la educación del hijo de Bratislao y su esposa Drahomira.
El que fuera el futuro rey y santo Wenceslao I de Bohemia recibió el cariño de su abuela, quien no solo lo educó para ser un gran rey, sino que le enseñó a amar a Cristo y a seguir sus dictados. Tenía solamente catorce años cuando su padre falleció y Wenceslao asumió el trono de Bohemia.
El nuevo soberano continuó teniendo a su lado a su querida abuela quien ejerció de regente en la sombra y de asesora de su nieto. Algo que disgustó a Drahomira quien no solamente veía con malos ojos que fuera Ludmila y no ella quien apoyara a su hijo. Según cuenta la leyenda, Drahomira nunca aceptó de buen grado que su hijo abrazara la fe católica y mucho menos que fuera su suegra quien lo hubiera llevado por aquel camino lejos del paganismo que ella practicaba.
Los celos, los conflictos de fe y la pugna por el poder, todo ello llevó a una rivalidad mortal entre suegra y nuera. El sábado 15 o el domingo 16 de septiembre del año 921, Ludmila se encontraba en Tetín, cerca de Praga. Hasta allí se trasladaron unos hombres que, por orden de Drahomira, la estrangularon con un chal blanco.
El plan de Drahomira de deshacerse de Ludmila, que tenía entonces sesenta y un años, no consiguió que en la mente y el corazón de sus súbditos desapareciera su memoria. El pueblo no se olvidó de su bondad y de todos los actos de caridad que había realizado con los más necesitados que acudieron a ella en busca de ayuda y consuelo espiritual.
Enterrada en la Iglesia de San Miguel de Tetín, pronto se convirtió en lugar de peregrinación al que acudían quienes lloraban su muerte. Quienes se postraban ante su tumba, aseguraron que esta exhalaba aromas dulces y de noche se podían ver luces a su alrededor.
Años después, su nieto Wenceslao, mandó trasladar sus restos hasta la basílica de San Jorge, dentro del imponente recinto del Castillo de Praga. Hasta allí continúan acudiendo quienes no quieren olvidar la historia de Santa Ludmila, mártir y primera santa de la República Checa.
Los orígenes de Santa Ludmila se remontan a algún momento del año 860 en la ciudad bohemia de Mělník. Hija de un príncipe eslavo, este cerró el matrimonio de su hija por intereses estratégicos con Bořivoj I, primer duque de Bohemia. La relación, a pesar de ser de conveniencia, terminó siendo una unión sólida de la que nacieron tres hijos y tres hijas. Ambos recibieron el bautismo tras escuchar la palabra de Dios de la mano de San Metodio.
Ludmila y Bořivoj no solo abrazaron el cristianismo a nivel personal sino que, tras ser bautizados, trabajaron incansablemente para propagar el cristianismo entre sus súbditos.
Esto les provocó no pocos problemas con una parte de la nobleza contraria a la fe impulsada por sus soberanos. Tras un año de exilio, y sin desfallecer nunca en su cometido, regresaron a sus tierras y siguieron con su labor evangelizadora.
Hacia el año 888 fallecía el que fue su gran compañero. Ludmila se retiró temporalmente del gobierno, mientras reinaba su hijo Spytihnev I. Este falleció dos años después de asumir el trono y fue sucedido por su hermano, Bratislao I de Bohemia. Mientras tanto, Ludmila se había volcado en la educación del hijo de Bratislao y su esposa Drahomira.
El que fuera el futuro rey y santo Wenceslao I de Bohemia recibió el cariño de su abuela, quien no solo lo educó para ser un gran rey, sino que le enseñó a amar a Cristo y a seguir sus dictados. Tenía solamente catorce años cuando su padre falleció y Wenceslao asumió el trono de Bohemia.
El nuevo soberano continuó teniendo a su lado a su querida abuela quien ejerció de regente en la sombra y de asesora de su nieto. Algo que disgustó a Drahomira quien no solamente veía con malos ojos que fuera Ludmila y no ella quien apoyara a su hijo. Según cuenta la leyenda, Drahomira nunca aceptó de buen grado que su hijo abrazara la fe católica y mucho menos que fuera su suegra quien lo hubiera llevado por aquel camino lejos del paganismo que ella practicaba.
Los celos, los conflictos de fe y la pugna por el poder, todo ello llevó a una rivalidad mortal entre suegra y nuera. El sábado 15 o el domingo 16 de septiembre del año 921, Ludmila se encontraba en Tetín, cerca de Praga. Hasta allí se trasladaron unos hombres que, por orden de Drahomira, la estrangularon con un chal blanco.
El plan de Drahomira de deshacerse de Ludmila, que tenía entonces sesenta y un años, no consiguió que en la mente y el corazón de sus súbditos desapareciera su memoria. El pueblo no se olvidó de su bondad y de todos los actos de caridad que había realizado con los más necesitados que acudieron a ella en busca de ayuda y consuelo espiritual.
Enterrada en la Iglesia de San Miguel de Tetín, pronto se convirtió en lugar de peregrinación al que acudían quienes lloraban su muerte. Quienes se postraban ante su tumba, aseguraron que esta exhalaba aromas dulces y de noche se podían ver luces a su alrededor.
Años después, su nieto Wenceslao, mandó trasladar sus restos hasta la basílica de San Jorge, dentro del imponente recinto del Castillo de Praga. Hasta allí continúan acudiendo quienes no quieren olvidar la historia de Santa Ludmila, mártir y primera santa de la República Checa.
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