Palabras de Jeremías, hijo de Jilquías, uno de los sacerdotes de Anatot, en territorio de Benjamín.
El Señor me dirigió la palabra: «Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones»
Yo repuse: «¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que no sé hablar, que solo soy un niño».
El Señor me contestó: «No digas que eres un niño, pues irás adonde yo te envié y dirás lo que yo te ordene. No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte» ‐oráculo del Señor‐.
El Señor extendió la mano, tocó mi boca y me dijo: «Voy a poner mis palabras en tu boca. Desde hoy te doy poder sobre pueblos y reinos para arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para reedificar y plantar».
Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al mar. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y toda la gente se quedó de pie en la orilla.
Les habló muchas cosas en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron.
Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó.
Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron.
Otra cayó en tierra buena y dio fruto, ciento; otra, sesenta; otra, treinta.
El que tenga oídos, que oiga».
Palabra del Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario