En Roma, en la basílica situada en el monte Aventino, se celebra con el nombre de Alejo a un hombre de Dios que, como cuenta la tradición, dejó su opulenta casa para vivir como un pobre mendigo pidiendo limosna.
Asceta oriental originario de Edessa, en Siria, que había sido anexada por Roma. Se cuenta que a principios del siglo V, vivía en Edesa de Siria un mendigo a quien el pueblo veneraba como a un santo. Después de su muerte, un autor anónimo escribió su biografía. Como ignoraba el nombre del mendigo, le llamó simplemente «el hombre de Dios». Según ese documento, el hombre de Dios vivió en la época del obispo Rábula, quien murió el año 436. El mendigo compartía con otros miserables las limosnas que recogía a las puertas de las iglesias y se contentaba con lo que sus compañeros le dejaban. A su muerte, fue sepultado en la fosa común. Pero antes de morir, reveló a un enfermero del hospital, que él era el único hijo de un noble romano. Cuando el obispo se enteró del caso, mandó exhumar el cadáver, pero no se encontraron más que los andrajos del hombre de Dios y ningún cadáver. La fama del suceso se extendió rápidamente.
Antes del siglo IX, se había dado en Grecia el nombre de Alejo al hombre de Dios, y san José el Himnógrafo dejó escrita en un «kanon» la leyenda, adornada, naturalmente, con numerosos detalles. Aunque se tributaba ya cierto culto al santo en España, la devoción a san Alejo se popularizó en Occidente gracias a la actividad de un obispo de Damasco, Sergio, desterrado a Roma a fines del siglo X. Dicho obispo estableció en la iglesia de San Bonifacio del Aventino un monasterio de monjes griegos, y nombró a san Alejo copatrono de la iglesia. Como se decía que san Alejo era romano, el pueblo adoptó pronto la leyenda y, desde entonces, el santo ha sido muy popular.
La leyenda dice que nació en Roma. Era hijo único de Eufemiano, senador de Roma. Estaba adornado, dicen, de todas las gracias y virtudes, y el mismo día en que se casó abandonó a su esposa, porque no quería casarse porque había prometido ser célibe; vagó como peregrino hasta Edessa, cerca del Eufrates, donde vivió a la manera de un piadoso mendigo junto a la basílica del apóstol Tomás, pidiendo limosna y repartiéndola entre los pobres. Diversos prodigios señalaron su presencia y le sacaron del anonimato, y de este modo tuvo que regresar a Roma, donde su padre, que no lo reconoció, le dio albergue, como a un pordiosero más, en el hueco de la escalera principal de su casa, donde vivió durante 17 años; ayunando y rezando entre las burlas de la servidumbre dando ejemplo de paciencia y humildad, hasta que al morir, se le encontró en la mano una carta dirigida a sus padres y esposa relatando su vida.
Leyendas posteriores dicen que el papa san Bonifacio I o san Inocencio I, advertido por una visión, fue a casa de Alejo, y al encontrar el cadáver, fue el único que pudo abrir su mano y recoger la carta. Se piensa que se equivoca con un santo de Edessa llamado Mar Riscia. El episodio del retorno a la casa paterna se copió de la vida de san Juan Calibita.
Aunque en 1217 se encontraron unas reliquias en la iglesia de San Bonifacio, en Roma, lo único cierto que sabemos sobre San Alejo es que vivió (si es que existió), murió y fue sepultado en Edesa. Ningún martirologio antiguo y ningún libro litúrgico romano menciona el nombre de san Alejo, el cual, según parece, era desconocido en la Ciudad Eterna hasta el año 972. No hubo nunca ninguna aprobación oficial del culto, sin embargo, la inclusión en la última edición del Martirologio Romano puede tomarse como un cierto aval.
Asceta oriental originario de Edessa, en Siria, que había sido anexada por Roma. Se cuenta que a principios del siglo V, vivía en Edesa de Siria un mendigo a quien el pueblo veneraba como a un santo. Después de su muerte, un autor anónimo escribió su biografía. Como ignoraba el nombre del mendigo, le llamó simplemente «el hombre de Dios». Según ese documento, el hombre de Dios vivió en la época del obispo Rábula, quien murió el año 436. El mendigo compartía con otros miserables las limosnas que recogía a las puertas de las iglesias y se contentaba con lo que sus compañeros le dejaban. A su muerte, fue sepultado en la fosa común. Pero antes de morir, reveló a un enfermero del hospital, que él era el único hijo de un noble romano. Cuando el obispo se enteró del caso, mandó exhumar el cadáver, pero no se encontraron más que los andrajos del hombre de Dios y ningún cadáver. La fama del suceso se extendió rápidamente.
Antes del siglo IX, se había dado en Grecia el nombre de Alejo al hombre de Dios, y san José el Himnógrafo dejó escrita en un «kanon» la leyenda, adornada, naturalmente, con numerosos detalles. Aunque se tributaba ya cierto culto al santo en España, la devoción a san Alejo se popularizó en Occidente gracias a la actividad de un obispo de Damasco, Sergio, desterrado a Roma a fines del siglo X. Dicho obispo estableció en la iglesia de San Bonifacio del Aventino un monasterio de monjes griegos, y nombró a san Alejo copatrono de la iglesia. Como se decía que san Alejo era romano, el pueblo adoptó pronto la leyenda y, desde entonces, el santo ha sido muy popular.
La leyenda dice que nació en Roma. Era hijo único de Eufemiano, senador de Roma. Estaba adornado, dicen, de todas las gracias y virtudes, y el mismo día en que se casó abandonó a su esposa, porque no quería casarse porque había prometido ser célibe; vagó como peregrino hasta Edessa, cerca del Eufrates, donde vivió a la manera de un piadoso mendigo junto a la basílica del apóstol Tomás, pidiendo limosna y repartiéndola entre los pobres. Diversos prodigios señalaron su presencia y le sacaron del anonimato, y de este modo tuvo que regresar a Roma, donde su padre, que no lo reconoció, le dio albergue, como a un pordiosero más, en el hueco de la escalera principal de su casa, donde vivió durante 17 años; ayunando y rezando entre las burlas de la servidumbre dando ejemplo de paciencia y humildad, hasta que al morir, se le encontró en la mano una carta dirigida a sus padres y esposa relatando su vida.
Leyendas posteriores dicen que el papa san Bonifacio I o san Inocencio I, advertido por una visión, fue a casa de Alejo, y al encontrar el cadáver, fue el único que pudo abrir su mano y recoger la carta. Se piensa que se equivoca con un santo de Edessa llamado Mar Riscia. El episodio del retorno a la casa paterna se copió de la vida de san Juan Calibita.
Aunque en 1217 se encontraron unas reliquias en la iglesia de San Bonifacio, en Roma, lo único cierto que sabemos sobre San Alejo es que vivió (si es que existió), murió y fue sepultado en Edesa. Ningún martirologio antiguo y ningún libro litúrgico romano menciona el nombre de san Alejo, el cual, según parece, era desconocido en la Ciudad Eterna hasta el año 972. No hubo nunca ninguna aprobación oficial del culto, sin embargo, la inclusión en la última edición del Martirologio Romano puede tomarse como un cierto aval.
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