Queridos hermanos: Como niños recién nacidos, ansiad la leche espiritual, no adulterada, para que con ella vayáis progresando en la salvación, ya que «habéis gustado lo bueno que es el Señor».
Acercándoos a él, piedra viva rechazada por los hombres, pero elegida y preciosa para Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción de una casa espiritual para un sacerdocio santo, a fin de ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo. Vosotros sois un linaje elegido, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios para anunciéis las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz maravillosa.
Los que antes erais «no pueblo», ahora sois «pueblo de Dios», los que antes erais «no compadecidos», ahora sois «objeto de compasión».
Queridos míos, como a extranjeros y peregrinos, os hago una llamada a que os apartéis de esos bajos deseos que combaten contra el alma.
Que vuestra conducta entre los gentiles sea buena, para que, cuando os calumnian como si fuerais malhechores, fijándose en vuestras buenas obras, den gloria a Dios el día de su venida.
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí».
Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí».
Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo».
Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama».
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo: « ¿Qué quieres que te haga?».
El ciego le contestó: «“Rabbuni”, que recobre la vista».
Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha curado».
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.
Palabra del Señor.
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