Memoria de san Francisco Javier, sacerdote de la Compañía de Jesús, evangelizador de la India, que, nacido en Navarra, fue uno de los primeros compañeros de san Ignacio. Movido del ardiente deseo de difundir el Evangelio, anunció con empeño a Cristo a innumerables poblaciones de la India, en las islas Molucas y más allá, en Japón convirtió a muchos a la fe y murió, al final, en China en la isla de Sanchan, golpeado por la enfermedad y la fatiga.
Francisco de Jassu o Jaso, nació en el castillo de Javier (Navarra). Su padre era consejero del rey de Navarra y murió cuando el reino fue invadido por los castellanos de Fernando de Aragón. Heredó las mejores características de su raza: la generosidad y el amor por la cultura y la aventura. Inició sus estudios allí mismo y en Sangüesa, y los prosiguió en la universidad de París en 1525, llegando a "magister artium" y profesor de Filosofía, no sin antes recibir la tonsura clerical en Pamplona en 1525, antes de partir para París. En 1531, obtuvo un certificado oficial de nobleza, al tiempo que sus hermanos en Pamplona, le gestionaban una canonjía.
Tenía 23 años cuando lo dejó todo para seguir a san Ignacio de Loyola; hasta entonces había llevado una vida disoluta y disipada, pero la frase de Cristo en el Evangelio: "¿De qué me sirve ganar todo el mundo si pierdo mi alma?" (Mt 16, 26) le trastocó el alma. Pronunció junto con san Ignacio, los votos religiosos en Montmatre en 1534, con el voto especial de ir a Tierra Santa. Bloqueado en Venecia porque Palestina resultaba inaccesible a causa de los turcos musulmanes, se dirigió a Roma (1538) con sus compañeros, donde se pusieron a disposición del Papa para ser enviados en misión. Ignacio y Francisco ya habían sido ordenados sacerdotes en Venecia (1537) (donde Francisco contribuyo a la redacción de las Constituciones de la Compañía de Jesús). Así, cuando el rey de Portugal pidió misioneros para las Indias, Francisco pudo partir en lugar de un hermano enfermo (Nicolás Bobadilla), zarpando desde Lisboa con el nombramiento de legado pontificio para el extremo Oriente, y viajó en la sentina, porque quería estar más cerca de la marinería, porque así lo haría Cristo. Llevaba como ajuar un breviario, un libro de devoción y un crucifijo. Y en una cajita atada al cuello, la firma de sus compañeros, que había cuidadosamente cortado de sus cartas.
En 1542 llegó a Goa, capital de la India portuguesa, donde se dedicó a la catequesis. Más tarde se trasladó hasta los pescadores de perlas parabas, en el cabo de Camorín, donde halló unos 20.000 bautizados sin ninguna instrucción cristiana. En Travancore bautizó a unos 10.000 pescadores de macuas. Pero tuvo que partir pronto, porque su misión de legado pontificio se extendía desde el cabo de Buena Esperanza hasta la extrema China. En 1545, fue a Malaca, donde encontró los primeros japoneses; y desde allí, marchó a las islas Molucas; en estas islas proyectó la evangelización del Japón. Desde Goa, en 1549, se embarcó para la gran isla, acompañado por tres japoneses convertidos y por dos hermanos. Las dificultades de la lengua provocaron no poco equívocos en su evangelización, pero no obstante logró crear una pequeña comunidad en Yamaguchi, que fue "la delicia de su alma". En estos dos años de estancia en Japón, bautizó a 1.500 personas. En su viaje a Japón, Javier dejó entrever que había sido tentado por la desconfianza. Hizo una bellísima meditación sobre la vida de fe ajena a toda pusilanimidad. Proyectó ir a China porque pensaba que no podría proseguir su obra misionera sin visitar la cuna de la cultura japonesa.
Las dificultades que encontró durante su misión, fueron provocadas sobre todo, por los mercaderes europeos; pero Francisco había recibido del Cielo gracias extraordinarias y por ello su labor tuvo desde el principio un extraordinario éxito. Se calcula que sólo en Japón, hubo, después de 40 años, 400.000 cristianos; y se dice que era tanto el amor que sentía por Dios, que se quemaba su camisa, y tenía que separarse del grupo, prenderse el pecho, y decir: "basta Señor, basta". En las costas de Malabar afirmaba que los habitantes de aquellas tierras le comprendían tanto como él a ellos: "Yo vago entre este pueblo solo, sin intérprete; los pobres me hacen comprender sin intérprete sus necesidades y yo, al verlos, los comprendo sin intérprete".
En 1551 intentó la misión de China, partió para Malaca, y en Singapur escribió varias cartas. Por último, en la isla de Sanchón o Sanción esperó el momento favorable para zarpar hacia su sueño apostólico, pero se encontró solo (el chino en quien confiaba le abandonó y todos los mercaderes portugueses habían abandonado la isla), y el invierno estaba a las puertas. Atacado por la fiebre y exhausto de fuerzas, invocando a la Santísima Trinidad y el nombre de Jesús, murió a la edad de 46 años en el interior de una choza, mientras abrazaba un crucifijo que le había regalado san Ignacio. Desde allí se divisaba la costa de China (Cantón). Javier había convertido a unas 30.000 personas, recorrió distancias inmensas (más o menos 80.000 kms.) entre miles de dificultades culturales y lingüísticas, abrió nuevas vías a las misiones jesuíticas. Fue enterrado en Goa (su cuerpo está incorrupto), adonde había llegado una carta de Ignacio, que le reclamaba temporalmente en Europa. Su lema fue: "Amplius" (todavía más). Francisco Javier fue canonizado en 1622, al mismo tiempo que Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila, Felipe Neri e Isidro el Labrador, por el papa Gregorio XV. Es patrón de las Misiones de la Iglesia, y de Navarra.
Francisco de Jassu o Jaso, nació en el castillo de Javier (Navarra). Su padre era consejero del rey de Navarra y murió cuando el reino fue invadido por los castellanos de Fernando de Aragón. Heredó las mejores características de su raza: la generosidad y el amor por la cultura y la aventura. Inició sus estudios allí mismo y en Sangüesa, y los prosiguió en la universidad de París en 1525, llegando a "magister artium" y profesor de Filosofía, no sin antes recibir la tonsura clerical en Pamplona en 1525, antes de partir para París. En 1531, obtuvo un certificado oficial de nobleza, al tiempo que sus hermanos en Pamplona, le gestionaban una canonjía.
Tenía 23 años cuando lo dejó todo para seguir a san Ignacio de Loyola; hasta entonces había llevado una vida disoluta y disipada, pero la frase de Cristo en el Evangelio: "¿De qué me sirve ganar todo el mundo si pierdo mi alma?" (Mt 16, 26) le trastocó el alma. Pronunció junto con san Ignacio, los votos religiosos en Montmatre en 1534, con el voto especial de ir a Tierra Santa. Bloqueado en Venecia porque Palestina resultaba inaccesible a causa de los turcos musulmanes, se dirigió a Roma (1538) con sus compañeros, donde se pusieron a disposición del Papa para ser enviados en misión. Ignacio y Francisco ya habían sido ordenados sacerdotes en Venecia (1537) (donde Francisco contribuyo a la redacción de las Constituciones de la Compañía de Jesús). Así, cuando el rey de Portugal pidió misioneros para las Indias, Francisco pudo partir en lugar de un hermano enfermo (Nicolás Bobadilla), zarpando desde Lisboa con el nombramiento de legado pontificio para el extremo Oriente, y viajó en la sentina, porque quería estar más cerca de la marinería, porque así lo haría Cristo. Llevaba como ajuar un breviario, un libro de devoción y un crucifijo. Y en una cajita atada al cuello, la firma de sus compañeros, que había cuidadosamente cortado de sus cartas.
En 1542 llegó a Goa, capital de la India portuguesa, donde se dedicó a la catequesis. Más tarde se trasladó hasta los pescadores de perlas parabas, en el cabo de Camorín, donde halló unos 20.000 bautizados sin ninguna instrucción cristiana. En Travancore bautizó a unos 10.000 pescadores de macuas. Pero tuvo que partir pronto, porque su misión de legado pontificio se extendía desde el cabo de Buena Esperanza hasta la extrema China. En 1545, fue a Malaca, donde encontró los primeros japoneses; y desde allí, marchó a las islas Molucas; en estas islas proyectó la evangelización del Japón. Desde Goa, en 1549, se embarcó para la gran isla, acompañado por tres japoneses convertidos y por dos hermanos. Las dificultades de la lengua provocaron no poco equívocos en su evangelización, pero no obstante logró crear una pequeña comunidad en Yamaguchi, que fue "la delicia de su alma". En estos dos años de estancia en Japón, bautizó a 1.500 personas. En su viaje a Japón, Javier dejó entrever que había sido tentado por la desconfianza. Hizo una bellísima meditación sobre la vida de fe ajena a toda pusilanimidad. Proyectó ir a China porque pensaba que no podría proseguir su obra misionera sin visitar la cuna de la cultura japonesa.
Las dificultades que encontró durante su misión, fueron provocadas sobre todo, por los mercaderes europeos; pero Francisco había recibido del Cielo gracias extraordinarias y por ello su labor tuvo desde el principio un extraordinario éxito. Se calcula que sólo en Japón, hubo, después de 40 años, 400.000 cristianos; y se dice que era tanto el amor que sentía por Dios, que se quemaba su camisa, y tenía que separarse del grupo, prenderse el pecho, y decir: "basta Señor, basta". En las costas de Malabar afirmaba que los habitantes de aquellas tierras le comprendían tanto como él a ellos: "Yo vago entre este pueblo solo, sin intérprete; los pobres me hacen comprender sin intérprete sus necesidades y yo, al verlos, los comprendo sin intérprete".
En 1551 intentó la misión de China, partió para Malaca, y en Singapur escribió varias cartas. Por último, en la isla de Sanchón o Sanción esperó el momento favorable para zarpar hacia su sueño apostólico, pero se encontró solo (el chino en quien confiaba le abandonó y todos los mercaderes portugueses habían abandonado la isla), y el invierno estaba a las puertas. Atacado por la fiebre y exhausto de fuerzas, invocando a la Santísima Trinidad y el nombre de Jesús, murió a la edad de 46 años en el interior de una choza, mientras abrazaba un crucifijo que le había regalado san Ignacio. Desde allí se divisaba la costa de China (Cantón). Javier había convertido a unas 30.000 personas, recorrió distancias inmensas (más o menos 80.000 kms.) entre miles de dificultades culturales y lingüísticas, abrió nuevas vías a las misiones jesuíticas. Fue enterrado en Goa (su cuerpo está incorrupto), adonde había llegado una carta de Ignacio, que le reclamaba temporalmente en Europa. Su lema fue: "Amplius" (todavía más). Francisco Javier fue canonizado en 1622, al mismo tiempo que Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila, Felipe Neri e Isidro el Labrador, por el papa Gregorio XV. Es patrón de las Misiones de la Iglesia, y de Navarra.
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