En el monasterio de Silos, de la región de Castilla, en España, san Domingo, abad, el cual, siendo ermitaño, restauró después este monasterio relajado, introdujo la disciplina y favoreció día y noche la alabanza divina.
Se llamaba Domingo Manso y nació en Cañas (La Rioja). En la vida campesina, como pastor de ovejas, se preparó para el sacerdocio. Después de un año de retiro y total oración y penitencia (y después de encontrarse con santo Domingo de la Calzada) se hizo benedictino en el monasterio de San Millán de la Cogolla.
Le encomendaron restaurar el monasterio de Cañas y en dos años lo levantó. Pronto entraron en él como monjes su padre y sus hermanos. Luego los monjes de San Millán lo reclamaron. Era prior del monasterio cuando tuvo que enfrentarse con el rey Don García III de Navarra, que exigió dinero al monasterio, y Domingo se lo negó, ya que dijo que aquel dinero pertenecía a los pobres. Como narra Gonzalo de Berceo "Lo que una vegada es a Dios ofrecido, nunca en otros usos debe ser metido. Rey, guarda la tu alma, non fagas tal pecado, da serie sacrilegio, un crimen muy vedado". El rey se enfureció. Domingo le repuso: "Puedes matar el cuerpo, la carne maltraer, más non has en el alma, rey, ningún poder. Dizlo el Evangelio, que es bien de creer. El que las almas juzga, ese es de temer".
Domingo se vio obligado a expatriarse a Burgos, donde reinaba el hermano de Don García. El rey Fernando I de Castilla le acogió y le mandó reformar como abad (1047-1073), el monasterio de San Sebastián de Silos (ahora Santo Domingo de Silos). "Si fuéramos a Dios leales, derechos, ganaremos coronas que val más que dineros".
Como abad de Silos, tuvo que reformar el monasterio y contó con la colaboración del rey don Fernando I y sus hijos Sancho II el Fuerte y Alfonso VI. El número de monjes creció, y en todo momento fue un hombre de oración, de fe, de fortaleza y de un profundo amor a Jesucristo que supo transmitir a cuantos le rodeaban. Al morir, su fama pervivió, especialmente entre los cautivos y enfermos por su misericordia y caridad, ya que una de sus obras de caridad fue el rescate de cautivos.
Se llamaba Domingo Manso y nació en Cañas (La Rioja). En la vida campesina, como pastor de ovejas, se preparó para el sacerdocio. Después de un año de retiro y total oración y penitencia (y después de encontrarse con santo Domingo de la Calzada) se hizo benedictino en el monasterio de San Millán de la Cogolla.
Le encomendaron restaurar el monasterio de Cañas y en dos años lo levantó. Pronto entraron en él como monjes su padre y sus hermanos. Luego los monjes de San Millán lo reclamaron. Era prior del monasterio cuando tuvo que enfrentarse con el rey Don García III de Navarra, que exigió dinero al monasterio, y Domingo se lo negó, ya que dijo que aquel dinero pertenecía a los pobres. Como narra Gonzalo de Berceo "Lo que una vegada es a Dios ofrecido, nunca en otros usos debe ser metido. Rey, guarda la tu alma, non fagas tal pecado, da serie sacrilegio, un crimen muy vedado". El rey se enfureció. Domingo le repuso: "Puedes matar el cuerpo, la carne maltraer, más non has en el alma, rey, ningún poder. Dizlo el Evangelio, que es bien de creer. El que las almas juzga, ese es de temer".
Domingo se vio obligado a expatriarse a Burgos, donde reinaba el hermano de Don García. El rey Fernando I de Castilla le acogió y le mandó reformar como abad (1047-1073), el monasterio de San Sebastián de Silos (ahora Santo Domingo de Silos). "Si fuéramos a Dios leales, derechos, ganaremos coronas que val más que dineros".
Como abad de Silos, tuvo que reformar el monasterio y contó con la colaboración del rey don Fernando I y sus hijos Sancho II el Fuerte y Alfonso VI. El número de monjes creció, y en todo momento fue un hombre de oración, de fe, de fortaleza y de un profundo amor a Jesucristo que supo transmitir a cuantos le rodeaban. Al morir, su fama pervivió, especialmente entre los cautivos y enfermos por su misericordia y caridad, ya que una de sus obras de caridad fue el rescate de cautivos.
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