jueves, 25 de julio de 2019

Beato Ángel DarÍo Acosta Zurita


Nació el 13 de diciembre de 1908, en Naolinco, Veracruz. Fue bautizado en la iglesia parroquial de San Mateo Apóstol, el 23 de diciembre, con el nombre de Ángel Darío.

El ambiente familiar era cristiano y sencillo y su infancia transcurrió tranquila. Recibió la primera Comunión a la edad de seis años y posteriormente el sacramento de la Confirmación.

Desde niño conoció las limitaciones y los sacrificios, ya que en las revueltas armadas por la revolución su padre perdió el ganado que poseía y los medios económicos necesarios para el sostenimiento de su familia, enfermó de gravedad y al poco tiempo falleció. La joven viuda tuvo que hacer frente a la situación de extrema pobreza en que quedó. Darío la ayudó en el sostén de sus cuatro hermanos.

Con el apoyo de su madre y la ayuda del señor cura Miguel Mesa, pudo ingresar en el seminario del obispo Guízar y Valencia; primero como alumno externo, y al poco tiempo, por su excelente aprovechamiento y óptima conducta, con la ayuda de una beca, como seminarista.

Eran tiempos difíciles para la Iglesia por la revolución y las continuas luchas por el poder que asolaban el país, y mons. Guízar decidió trasladar su seminario a la ciudad de México.

Recibió la ordenación sacerdotal el 25 de abril de 1931, de manos de mons. Guízar y Valencia y cantó su primera misa el día 24 de mayo, en la ciudad de Veracruz. Mons. Guízar lo nombró vicario cooperador de la parroquia de la Asunción, en la ciudad de Veracruz, donde se desempeñaba como párroco el señor canónigo Justino de la Mora. También estaban ahí de vicarios el p. Rafael Rosas y el p. Alberto Landa.

Desde su llegada a Veracruz, fue notable para la gente su fervor y bondad, su preocupación por la catequesis infantil y dedicación al sacramento de la reconciliación.

El vendaval de la persecución rugía con gran violencia, y el párroco llamó en varias ocasiones a sus vicarios para manifestarles la gravísima situación en que se encontraba la Iglesia y el peligro constante que corrían sus vidas, por el simple hecho de ser sacerdotes, dejándoles en absoluta libertad de ocultarse, si así lo consideraban; o de irse a sus casas, si así lo deseaban. La respuesta que obtuvo de los tres fue siempre: "Estamos dispuestos a arrostrar cualquier grave consecuencia por seguir en nuestros deberes sacerdotales". La disposición al martirio era manifiesta y constantemente renovada en aquellos días en que el perseguidor mostró todo su odio a Dios y a la Iglesia católica, al promulgar el decreto 197, Ley Tejeda, referente a la reducción de los sacerdotes en todo el Estado de Veracruz, para terminar con el "fanatismo del pueblo". De parte del gobernador, fue enviada a cada sacerdote una carta exigiéndoles el cumplimiento de esa ley. Al p. Darío le correspondió el número 759 y la recibió el 21 de julio.

El día 25 de julio era la fecha establecida por el gobernador para que entrara en vigor la inicua ley. Era un día lluvioso, y en la parroquia de la Asunción todo transcurría normal. Las naves del templo estaban repletas de niños que habían llegado de todos los centros de catecismo, acompañados por sus catequistas. Había también un gran número de adultos, esperando recibir el sacramento de la reconciliación. Eran las 6.10 de la tarde, cuando varios hombres vestidos con gabardinas militares entraron simultáneamente por las tres puertas del templo, y sin previo aviso comenzaron a disparar contra los sacerdotes. El p. Landa fue gravemente herido, el p. Rosas se libró milagrosamente, al protegerse en el púlpito y el p. Darío, que acababa de salir del bautisterio, en donde había bautizado a un niño, cayó acribillado por las balas asesinas, alcanzando a exclamar: "¡Jesús!".

Al escuchar los disparos, salió de la sacristía el señor cura De la Mora pidiendo que a él también lo mataran, pero los asesinos ya habían huido. El señor cura se acercó al p. Darío para darle los últimos auxilios. 

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