martes, 9 de julio de 2019

Lecturas



En aquellos días, todavía de noche se levantó Jacob, tomó a las dos mujeres, las dos criadas y los once hijos y cruzó el vado de Yaboc. Después de tomarlos y hacerles pasar el torrente, hizo pasar cuanto poseía.
Y Jacob se quedó solo.
Un hombre luchó con él hasta la aurora. Y viendo que no podía a Jacob, le tocó la articulación del muslo y se la dejó tiesa mientras peleaba con él. Dijo: «Suéltame, que llega la aurora». Respondió: «No te soltaré hasta que me bendigas». Él le preguntó: « ¿Cómo te llamas?». Contestó: «Jacob». Le replicó: «Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres y has podido». Jacob, a su vez, preguntó: «Dime tu nombre». Respondió: « ¿Por qué me preguntas mi nombre?». Y le bendijo.
Jacob llamó aquel lugar Penuel, pues se dijo: «He visto a Dios cara a cara y he quedado vivo».
Cuando atravesaba Penuel, salía el sol, y él iba cojeando del muslo. Por eso los hijos de Israel hasta hoy no comen el tendón de la articulación del muslo, porque Jacob fue herido en dicho tendón del muslo.


En aquel tiempo, presentaron a Jesús un endemoniado mudo. Y después de echar al demonio, el mudo habló.
La gente decía admirada: «Nunca se ha visto en Israel cosa igual». En cambio, los fariseos decían: «Este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios».
Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y toda dolencia. Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dice a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».

Palabra del Señor.

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