San Julián fue el segundo obispo de la diócesis de Cuenca. Sucedió en esta sede episcopal a D. Juan Yáñez, una vez creada ésta tras la fusión de las antiguas sedes visigodas de Segóbriga, Valeria y Ercávica.
Las fuentes históricas no nos ofrecen mucha la información a cerca de San Julián. Un documento prueba que en julio de 1197 era arcediano de Calatrava, su nombre era el de Julián Ben Tauro (que significa Julián hijo de Tauro). Su apellido denota su ascendencia mozárabe –es decir, cristianos que vivían en reinos musulmanes, por tanto, en una situación muy especial-. Este documento lleva a afirmar, para la mayoría de los historiadores, el origen toledano mozárabe de San Julián.
San Julián llega a Cuenca en 1198, en unas circunstancias muy singulares. Se trata de un período de consolidación progresiva después de la reciente reconquista de la ciudad. Todos sus esfuerzos del santo se volcaron en procurar la paz, el bienestar y la instrucción, tanto de cristianos como de judíos y musulmanes, que convivían pacíficamente en aquellos tiempos. Estuvo 10 años al frente de la diócesis conquense.
En 1201 dio un estatuto al cabildo de Cuenca, que fue acompañado posteriormente de la donación de bienes para que los canónigos pudieran acudir mejor a sus necesidades. Promovió la firma de acuerdos entre el Cabildo y el Concejo de la ciudad para regular las relaciones entre los familiares o criados del cabildo y los ciudadanos de Cuenca, así como entre el mismo cabildo y los clérigos de la ciudad y sus aldeas, tratando de suavizar el poder que los canónigos ejercían sobre éstos.
Podemos imaginar la preocupación de San Julián por la creación de parroquias rurales en los lugares recién conquistados y en los que se continuaban asentando sin parar grupos de cristianos venidos del norte.
Nuestro santo era poco aficionado a la vida cortesana, mientras que lo que sí amaba era el retiro y el trabajo entre sus diocesanos. Porque es mucho lo que había de hacer en una diócesis de reciente creación, de no fáciles comunicaciones, de suelo árido y de inseguro asentamiento todavía. Todo apunta a que eran frecuentes los viajes que hacía a esos lugares, acompañado de algunos canónigos.
La mayor parte de los detalles de la vida de San Julián que nos han llegado a nosotros se debe a la tradición (salteada en muchos casos por “historias” piadosas), escritos que se desarrollarán sobre todo a partir del siglo XVI. Estos escritos de la tradición nos muestran a un hombre santo, elegido por Dios desde el seno materno (como los profetas), hombre lleno de humildad y de celo apostólico, gran benefactor de los pobres, con gran espíritu de oración y muy devoto de la Virgen María.
En una lectura del Oficio de Maitines (Lectura IV) se afirma que nació en Burgos de honrados y piadosos padres. Su nacimiento estuvo acompañado de determinadas señales que daban a entender lo que sería su santidad y su dignidad episcopal: su belleza al nacer que a todos causaba admiración; la aparición en su bautismo de un jovencito ornado de las insignias episcopales de mitra y báculo, el cual manifestó a los presentes que debían imponer al niño el nombre de Julián.
En la lectura V de ese oficio se puede leer: “Fue un verdadero padre para los pobres, que ayudó, con su dinero y con su trabajo, las necesidades de los menesterosos, de las viudas y de los huérfanos. Empleó los réditos de su iglesia tanto en ayudar a los míseros como en instaurar y ordenar los templos; contentándose, para vivir con poco sustento que procuraba con sus propias manos. Era asiduo en la oración, con cuya fuerza, ardiendo en paterna caridad, consiguió de Dios muchas y grandes cosas a favor de su pueblo. De las cuales las principales fueron éstas; como toda la diócesis padeciese escasez de grano, y nada quedase ya en los graneros episcopales, compadecido de la calamidad popular, dirigió al Señor fervientes oraciones mezcladas con lágrimas. Entonces sucedió, que fue transportada una gran cantidad de trigo, hasta las puertas de palacio episcopal, por numerosos jumentos, los cuales, depuesta su carga desparecieron.
San Julián se ejercitaba, según la tradición, en sus ratos de soledad, acompañado por su criado Lesmes, en los trabajos manuales, concretamente en el trenzado del mimbre y la fabricación de cestillas, el producto de cuya venta, aumentaba las rentas del obispado, que se empleaban mayoritariamente en la manutención de los pobres. Testigo de estos afanes, espirituales y económicos a la vez, en bien de los demás, es el Tranquilo, en el Cerro del Majestad, donde había un pequeño manantial al borde del cual crecían los mimbres.
En memoria y como homenaje a la caridad de San Julián, se instituyó por el Cabildo, a principios del siglo XV, la llamada Arca de San Julián o de la Limosna, que se convirtió en una institución benéfica, para atender a las necesidades más perentorias de los desheredados. Fundamentalmente se dio limosna de pan a diario, se procuró la crianza y acomodo de niños expósitos y se dotó para el matrimonio a aquellas jóvenes huérfanas, que de otro modo no hubieran podido casarse, dadas las costumbres y la mentalidad de la época. (Esta Arca se perpetuó en Cuenca hasta tiempos cercanos a nosotros).
Son muchas las incógnitas sobre su vida antes de ser arcediano de Calatrava. Cabe imaginar que, como cualquier muchacho de su época, estudiara Gramática y las demás disciplinar literarias del Trivio y del Cuadrivio en alguna escuela catedralicia, y después Teología y Cánones, adquiriendo así los conocimientos necesarios para ser sacerdote.
Atendiendo a la tradición burgalesa, que señala la casa donde nació y vivió con sus padres, habría realizado sus estudios superiores en la universidad de Palencia, de la cual habría sido a continuación catedrático. Hacia 1162, de repente se sintió con deseos e impulsos de soledad y de entrega directa al trato con Dios, coincidiendo con la muerte de su madre, por lo cual se preparó un retiro en la Vega de la Semella, junto al río Arlanzón de Burgos, en el cual encontraría suficiente tranquilidad para darse por completo a aquella vida. Allí aparece ya la figura de Lesmes, el fiel criado que ya no abandonaría la compañía de San Julián hasta su muerte.
Exponen después los biógrafos sus correrías apostólicas por toda España, una vez abandonado el retiro de la Semella. Tanto los reinos cristianos del Norte, como las tierras musulmanas, habrían sido testigos de su celo por la salvación de todos, y de sus afanes por reavivar o hacer nacer la fe de Cristo en todas partes y lugares que iba recorriendo como predicador ambulante. Creció su fama entonces, llegando a conocimiento del arzobispo de Toledo, que para cubrir la vacante del arcediano de Calatrava, ofreció el cargo a San Julián y hasta tuvo que vencer su resistencia para que lo aceptase.
Según los antiguos Obituarios del obispado de Cuenca, la muerte o tránsito de San Julián tuvo lugar el día 20 de enero de 1208 –según la tradición a la edad de 80 años-. Pero su fiesta se fijó el 28 del mismo mes, probablemente por conveniencias litúrgico-pastorales, y en esta fecha ha venido celebrando su fiesta durante siglos, en Cuenca y en los demás lugares en los que se le tiene un culto especial.
La iconografía posterior, a partir de finales del siglo XVI, nos ha presentado con frecuencia su tránsito, como una entrada triunfal en la gloria, vestido de pontifical, siendo recibido por la Virgen María, de la que él había sido muy devoto, entregándole una palma (como vemos, por ejemplo, en la Capilla del Transparente, donde está el arca de plata que contiene sus restos).
Como la Tradición pone de manifiesto y es fácil de imaginar, San Julián fue un gran apóstol, recorriendo muchos lugares de la geografía hispana predicando el evangelio de la salvación. Fue un gran misionero. También dentro de la misma diócesis de Cuenca, recientemente creada, que se fue repoblando con gentes venidas del norte, a raíz de la reconquista. A pesar de las grandes dificultades para desplazarse de un lugar para otro, él no escatimó esfuerzos para predicar el evangelio a toda criatura, como el Señor nos encomendó después de su resurrección.
Las fuentes históricas no nos ofrecen mucha la información a cerca de San Julián. Un documento prueba que en julio de 1197 era arcediano de Calatrava, su nombre era el de Julián Ben Tauro (que significa Julián hijo de Tauro). Su apellido denota su ascendencia mozárabe –es decir, cristianos que vivían en reinos musulmanes, por tanto, en una situación muy especial-. Este documento lleva a afirmar, para la mayoría de los historiadores, el origen toledano mozárabe de San Julián.
San Julián llega a Cuenca en 1198, en unas circunstancias muy singulares. Se trata de un período de consolidación progresiva después de la reciente reconquista de la ciudad. Todos sus esfuerzos del santo se volcaron en procurar la paz, el bienestar y la instrucción, tanto de cristianos como de judíos y musulmanes, que convivían pacíficamente en aquellos tiempos. Estuvo 10 años al frente de la diócesis conquense.
En 1201 dio un estatuto al cabildo de Cuenca, que fue acompañado posteriormente de la donación de bienes para que los canónigos pudieran acudir mejor a sus necesidades. Promovió la firma de acuerdos entre el Cabildo y el Concejo de la ciudad para regular las relaciones entre los familiares o criados del cabildo y los ciudadanos de Cuenca, así como entre el mismo cabildo y los clérigos de la ciudad y sus aldeas, tratando de suavizar el poder que los canónigos ejercían sobre éstos.
Podemos imaginar la preocupación de San Julián por la creación de parroquias rurales en los lugares recién conquistados y en los que se continuaban asentando sin parar grupos de cristianos venidos del norte.
Nuestro santo era poco aficionado a la vida cortesana, mientras que lo que sí amaba era el retiro y el trabajo entre sus diocesanos. Porque es mucho lo que había de hacer en una diócesis de reciente creación, de no fáciles comunicaciones, de suelo árido y de inseguro asentamiento todavía. Todo apunta a que eran frecuentes los viajes que hacía a esos lugares, acompañado de algunos canónigos.
La mayor parte de los detalles de la vida de San Julián que nos han llegado a nosotros se debe a la tradición (salteada en muchos casos por “historias” piadosas), escritos que se desarrollarán sobre todo a partir del siglo XVI. Estos escritos de la tradición nos muestran a un hombre santo, elegido por Dios desde el seno materno (como los profetas), hombre lleno de humildad y de celo apostólico, gran benefactor de los pobres, con gran espíritu de oración y muy devoto de la Virgen María.
En una lectura del Oficio de Maitines (Lectura IV) se afirma que nació en Burgos de honrados y piadosos padres. Su nacimiento estuvo acompañado de determinadas señales que daban a entender lo que sería su santidad y su dignidad episcopal: su belleza al nacer que a todos causaba admiración; la aparición en su bautismo de un jovencito ornado de las insignias episcopales de mitra y báculo, el cual manifestó a los presentes que debían imponer al niño el nombre de Julián.
En la lectura V de ese oficio se puede leer: “Fue un verdadero padre para los pobres, que ayudó, con su dinero y con su trabajo, las necesidades de los menesterosos, de las viudas y de los huérfanos. Empleó los réditos de su iglesia tanto en ayudar a los míseros como en instaurar y ordenar los templos; contentándose, para vivir con poco sustento que procuraba con sus propias manos. Era asiduo en la oración, con cuya fuerza, ardiendo en paterna caridad, consiguió de Dios muchas y grandes cosas a favor de su pueblo. De las cuales las principales fueron éstas; como toda la diócesis padeciese escasez de grano, y nada quedase ya en los graneros episcopales, compadecido de la calamidad popular, dirigió al Señor fervientes oraciones mezcladas con lágrimas. Entonces sucedió, que fue transportada una gran cantidad de trigo, hasta las puertas de palacio episcopal, por numerosos jumentos, los cuales, depuesta su carga desparecieron.
San Julián se ejercitaba, según la tradición, en sus ratos de soledad, acompañado por su criado Lesmes, en los trabajos manuales, concretamente en el trenzado del mimbre y la fabricación de cestillas, el producto de cuya venta, aumentaba las rentas del obispado, que se empleaban mayoritariamente en la manutención de los pobres. Testigo de estos afanes, espirituales y económicos a la vez, en bien de los demás, es el Tranquilo, en el Cerro del Majestad, donde había un pequeño manantial al borde del cual crecían los mimbres.
En memoria y como homenaje a la caridad de San Julián, se instituyó por el Cabildo, a principios del siglo XV, la llamada Arca de San Julián o de la Limosna, que se convirtió en una institución benéfica, para atender a las necesidades más perentorias de los desheredados. Fundamentalmente se dio limosna de pan a diario, se procuró la crianza y acomodo de niños expósitos y se dotó para el matrimonio a aquellas jóvenes huérfanas, que de otro modo no hubieran podido casarse, dadas las costumbres y la mentalidad de la época. (Esta Arca se perpetuó en Cuenca hasta tiempos cercanos a nosotros).
Son muchas las incógnitas sobre su vida antes de ser arcediano de Calatrava. Cabe imaginar que, como cualquier muchacho de su época, estudiara Gramática y las demás disciplinar literarias del Trivio y del Cuadrivio en alguna escuela catedralicia, y después Teología y Cánones, adquiriendo así los conocimientos necesarios para ser sacerdote.
Atendiendo a la tradición burgalesa, que señala la casa donde nació y vivió con sus padres, habría realizado sus estudios superiores en la universidad de Palencia, de la cual habría sido a continuación catedrático. Hacia 1162, de repente se sintió con deseos e impulsos de soledad y de entrega directa al trato con Dios, coincidiendo con la muerte de su madre, por lo cual se preparó un retiro en la Vega de la Semella, junto al río Arlanzón de Burgos, en el cual encontraría suficiente tranquilidad para darse por completo a aquella vida. Allí aparece ya la figura de Lesmes, el fiel criado que ya no abandonaría la compañía de San Julián hasta su muerte.
Exponen después los biógrafos sus correrías apostólicas por toda España, una vez abandonado el retiro de la Semella. Tanto los reinos cristianos del Norte, como las tierras musulmanas, habrían sido testigos de su celo por la salvación de todos, y de sus afanes por reavivar o hacer nacer la fe de Cristo en todas partes y lugares que iba recorriendo como predicador ambulante. Creció su fama entonces, llegando a conocimiento del arzobispo de Toledo, que para cubrir la vacante del arcediano de Calatrava, ofreció el cargo a San Julián y hasta tuvo que vencer su resistencia para que lo aceptase.
Según los antiguos Obituarios del obispado de Cuenca, la muerte o tránsito de San Julián tuvo lugar el día 20 de enero de 1208 –según la tradición a la edad de 80 años-. Pero su fiesta se fijó el 28 del mismo mes, probablemente por conveniencias litúrgico-pastorales, y en esta fecha ha venido celebrando su fiesta durante siglos, en Cuenca y en los demás lugares en los que se le tiene un culto especial.
La iconografía posterior, a partir de finales del siglo XVI, nos ha presentado con frecuencia su tránsito, como una entrada triunfal en la gloria, vestido de pontifical, siendo recibido por la Virgen María, de la que él había sido muy devoto, entregándole una palma (como vemos, por ejemplo, en la Capilla del Transparente, donde está el arca de plata que contiene sus restos).
Como la Tradición pone de manifiesto y es fácil de imaginar, San Julián fue un gran apóstol, recorriendo muchos lugares de la geografía hispana predicando el evangelio de la salvación. Fue un gran misionero. También dentro de la misma diócesis de Cuenca, recientemente creada, que se fue repoblando con gentes venidas del norte, a raíz de la reconquista. A pesar de las grandes dificultades para desplazarse de un lugar para otro, él no escatimó esfuerzos para predicar el evangelio a toda criatura, como el Señor nos encomendó después de su resurrección.
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