domingo, 9 de agosto de 2015

Homilía

¿Quién no ha tenido en alguna ocasión de su vida la tentación de “tirar todo por la borda” -como se suele decir- de claudicar ante la dura prueba?

¿Quién no ha sufrido en propia carne el desengaño de la cotidianidad, de la rutina de hacer siempre lo mismo, sin que nadie valore expresamente el trabajo realizado, en un servicio a todas luces imprescindible?

¿Quién no se ha sentido desilusionado por sus frustraciones laborales y ha pensado en pedir la dimisión por no verse capacitado para superar determinadas dificultades?

Es evidente que hay situaciones en la vida que nos desbordan: unas, por aspirar a grandezas que superan nuestra capacidad; otras, porque dudamos de nuestra valía para afrontar los retos que se nos presentan.

La experiencia profética está marcada por el juego de una propuesta espiritual, que viene de Dios, una sensación de impotencia ante la responsabilidad que se le viene encima y un apoyo divino que garantiza el éxito de la misión para la que el profeta ha sido llamado.

Pero, el largo plazo de la ejecución de la obra siembra la incertidumbre y el desánimo.

¿Será verdad lo que Dios me pide?
¿Cómo superaré las adversidades, si soy pobre y débil?

Elías siente el cansancio, tras una dura caminata en una tierra árida y hostil. Se siente cansado, porque no ha tomado alimento en varios días, y se refugia a la sombra de un árbol aguardando la muerte.

Oye una voz que le dice: “levántate y come”.

Con la fuerza de aquel alimento caminó durante 40 días hasta el Horeb, el monte de Dios.
Elías fue el prototipo del Profeta de Dios en el A.T. y adelanta cuál es la triple misión de todos los auténticos profetas:

Las injusticias y atropellos.

Es la parte más fácil, verbalmente hablando.

Los fallos se palpan rápidamente. Pero se necesita mucho arrojo y valentía para plantar cara a tiranos y explotadores, que suelen responder con represalias.

De esta manera, Jeremías será ultrajado y maltratado, Zacarías, degollado, y Juan el Bautista, decapitado.

El mundo se ha sembrado de mártires, a quienes intentaron apagar su voz, porque molestaba su palabra y su testimonio.

No hace tantos años que Mons. Romero cayó asesinado a manos de sicarios del poder político mientras celebraba la Eucaristía en la catedral de San Salvador.

Había denunciado la opresión de su pueblo. Lo mismo les ocurrió a Ellacuría y sus compañeros, profesores de la UCA- Universidad Centroamericana-.

No basta denunciar; se necesita anunciar el mensaje de liberación y servir de portavoz de la justicia y el amor de Dios, que toma sus raíces en la solidaridad fraterna, en el compartir de bienes y en la presentación de Alguien que garantice el triunfo de la verdad y la esperanza de los justos.

Para los cristianos, este Alguien es Jesús, el Hijo de Dios encarnado, que abre el triunfo definitivo del amor sobre el odio y de la vida sobre la muerte.

Las palabras las lleva el viento si no vienen avaladas por los hechos. “obras son amores y no buenas razones” -dice el refrán castellano.

El mundo de hoy, tan preocupado por el desarrollo económico y el “marketing”, ha inundado nuestras calles de propaganda, y las emisiones televisivas se interrumpen constantemente para transmitir anuncios publicitarios.

Que se hable del producto o de la persona, aunque se hable mal, es la mejor manera de alimentar el “morbo” y obtener pingües ganancias a costa de la imagen.

Las personas de Iglesia entramos a menudo en este juego de la palabrería hueca y vacía de contenido.

Falta el testimonio de una vida sacrificada en el servicio desinteresado y en la tolerancia, que nace de la bondad y la fe.

Por eso hay cristianos que huyen de la Iglesia, porque no encuentran en ella el signo visible que necesitan ni hallan satisfacción a su hambre de Dios.


¿Cómo interpretamos las palabras de Jesús antes de la multiplicación de los panes: ¡“Dadles vosotros de comer”!?

¿Por qué no solucionó Jesús ya entonces el gravísimo problema del hambre?

-Porque quería la colaboración del hombre.

Nunca apaga Dios la libertad, ni anula la creatividad del hombre, aunque sí ha dotado a la tierra de recursos suficientes para resolver este problema.

La clave está en compartir y no en acumular riquezas, fomentar desigualdades y alimentar odios.

La situación de bloques ha llegado a tal nivel que nadie se siente responsable de los sistemas injustos.

Los ciudadanos de los países desarrollados no pensamos que, para comer nosotros, otros, que viven en países subdesarrollados, han muerto, están muriendo de hambre o sufriendo todo tipo de esclavitudes.

Hoy la liturgia nos llama, una vez más, a la solidaridad, a poner cada uno nuestro granito de arena.

¿Qué puedo hacer yo para ayudar a alguien concreto?

Las frases: “Dios te ampare, hermano”, “vete a Cáritas parroquial, que allí te ayudarán” y otras que con cierta ligereza solemos proferir, esconden una falta de sensibilidad impropia de un cristiano.

Y es bueno que, si actuamos así, analicemos nuestra vida a la luz del evangelio.

Necesitamos alimentarnos de Dios, vivir el evangelio.

Nadie da lo que no tiene ni comparte cestas vacías, porque la dádiva material queda pobre si no va acompañada previamente por la entrega del corazón.

Quizás deberíamos reservar un dinero mensual, fruto de nuestra inquietud, para esa hucha de solidaridad, necesaria en un mundo tan cauterizado en su sensibilidad espiritual.

No hay comentarios: