jueves, 19 de enero de 2012

Lecturas



Cuando volvieron de la guerra, después de haber matado David al filisteo, las mujeres de todas las poblaciones de Israel salieron a cantar y recibir con bailes al rey Saúl, al son alegre de panderos y sonajas. Y cantaban a coro esta copla:
-«Saul mata a mil, David a diez mil.»
A Saúl le sentó mal aquella copla, y comentó enfurecido:
-« ¡Diez mil a David, y a mí mil! ¡Ya sólo le falta ser rey! »
Y, a partir de aquel día, Saúl le tomó ojeriza a David.
Delante de su hijo Jonatán y de sus ministros, Saúl habló de matar a David.
Jonatán, hijo de Saúl, quería mucho a David y le avisó:
-«Mi padre Saúl te busca para matarte. Estate atento mañana y escóndete en sitio seguro; yo saldré e iré al lado de mi padre, al campo donde tú estés; le hablaré de ti y, si saco algo en limpio, te lo comunicaré.»
Así, pues, Jonatán habló a su padre Saúl en favor de David:
- ¡Que el rey no ofenda a su siervo David!
Él no te ha ofendido, y lo que él hace es en tu provecho: se jugó la vida cuando mató al filisteo, y el Señor dio a Israel una gran victoria; bien que te alegraste al verlo. ¡No vayas a pecar derramando sangre inocente, matando a David sin motivo!» Saúl hizo caso a Jonatán y juró:
-«¡Vive Dios, no morirá!»
Jonatán llamó a David y le contó la conversación; luego lo llevó adonde Saúl, y David siguió en palacio como antes.



En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del lago, y lo siguió una muchedumbre de Galilea.
Al enterarse de las cosas que hacia, acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén y de Idumea, de la Transjordania, de las cercanías de Tiro y Sidón. Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una lancha, no lo fuera a estrujar el gentío.
Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo.
Cuando lo veían, hasta los espíritus inmundos se postraban ante él, gritando:
-«Tú eres el Hijo de Dios.»
Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.


Palabra del Señor.

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