La historia de Jonás es nuestra propia historia. Como él nos evadimos a menudo de los compromisos personales, porque nos van a causar privaciones y molestias.
Pero no podemos escabullirnos de esa llamada. No encontraremos la paz y la estabilidad necesaria para vivir nuestra vida. Incluso nos gustaría, como a Jonás, que la justicia de Dios se amoldara con la humana: dar a cada uno lo que se merece.
No entiende nada de oportunidades ni de actitudes misericordiosas. Se hubiera mostrado feliz si Dios hubiera cumplido su amenaza de destruir Nínive.
Poco importa el arrepentimiento, la conversión, los buenos propósitos. El ha cumplido la misión de anunciar la destrucción de la ciudad y habría quedado bien si a Dios no le hubiera dado por ejercer la “enfermedad” de la ternura y el perdón.
¿Qué dirán de él sus vecinos?
¡Cuántas veces el cuidado de la propia imagen, el prestigio ganado, nos impiden acercarnos a compartir nuestra vida con personas que no dan la talla cultural, moral, política, social, económica o de cualquiera otra índole, que nos satisfaga!.
A Jonás le parecería bueno que Dios fuera generoso con los justos, con los que se portan bien, pero debería ser más exigente con los trasgresores.
Es un solterón empedernido, esclavizado a sus propios esquemas, defensor de la justicia, conocedor de los problemas sociales, aunque de amor entiende poco.
Los viejos esquemas no valen ante el Reino de Dios que se acerca. Se ha cumplido un plazo y empieza otro con el anuncio de la Gran Noticia proclamando la amnistía y abriendo caminos a los enfermos y marginados.
Será la fe en Jesucristo la que nos habilite para enfrentarnos al futuro, traducida en enamoramiento de su persona, aceptación de su mensaje y la comunión con él y con los hermanos. Las alcurnias, las noblezas, los rancios abolengos serán títulos vacíos.
Jesucristo da a conocer los pilares en los que se asienta el Reino de Dios, en cuyo anuncio gastará todas sus energía, partiendo de una novedosa Gran Noticia: Dios es un Padre bueno que ama, que perdona, que acompaña, que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta de su mala conducta y viva.
Sabe que hay un largo camino a recorrer y recaba la colaboración de unas personas, a quienes llama Apóstoles, y les confía los secretos de su corazón. Serán los sucesores de las Doce Tribus de Israel, donde se asentará la futura Iglesia. Les va llamando por su nombre y les confía una misión: ser testigos perennes de su presencia salvadora.
¿Es actual este mensaje o se queda en una mera utopía?
- Lo es, quizás, más que nunca.
Hemos avanzado mucho durante los últimos años, sobre todo en comunicaciones, medicina, astrología, informática... pero todavía nos hallamos en pañales en la profundización de las relaciones humanas y en el cultivo de auténticos valores.
Es cierto que las experiencias del pasado, las normas morales de convivencia, las rigideces restrictivas de algunos educadores, la frialdad disciplinaria y violenta de los celadores del orden, supuestos representantes de Dios, han marcado el desarrollo religioso de miles y miles de personas que no pueden aceptar esa imagen distorsionada de Dios, que en nada se corresponde con la predicada por Jesús. Para ellos ese desanuncio del evangelio es una mala noticia que les ha llenado de prejuicios y culpabilidades, y rechazan todo los que huela a curas, a internados y a Iglesia.
Se han convertido en ateos, en militantes anticlericales, que verán en los jerarcas católicos la personificación del mal y de la opresión.
No es cuestión de entrar en juicios de valor. Eran otros tiempos. La sociedad ha evolucionado hacia sistemas democráticos, que han alejado, afortunadamente, los fantasmas de dictaduras por entonces al uso y que también nos condicionaron. La Iglesia pagó idéntico tributo que el resto de las instituciones. Las mismas personas que utilizaban el “palo y tente tieso” hoy lo considerarían aberrante.
Por eso, la conversión siempre es posible, el evangelio sigue siendo Buena Noticia, a pesar del mal comportamiento de algunos de sus propagadores. Continuar con viejos rencores y resentimientos, proyectar frustraciones y amarguras, sin querer ver el bagaje de servicios gratuitos, prestados con amor por tantos y tantos cristianos, no conduce a ninguna parte.
El plazo se pasó, como dice Jesús. Vale más hacer borrón y cuenta nueva, empezar con un papel en blanco, olvidar lo malo y fijarnos en lo bueno que, aunque destaca menos, es más abundante.
La recesión económica actual y las incertidumbres que conlleva en quienes se ven abocados al paro, es una ocasión propicia para acercarnos a los más necesitados y sembrar esperanza, escuchar, compartir...
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La experiencia del encuentro personal con Jesucristo y su seguimiento en libertad nos ayudará a aceptar a las personas, valorándolas tal cual son, con sus cualidades y sus defectos, pero como hijas de Dios, no como objeto de nuestros reproches.
Escribía Saint-Exupery que “cuando un amigo viene a casa no es para decirme que soy cojo o manco o feo, sino para hacerme saber que es mi amigo y que me acepta con mi cojera o mi fealdad”.
Dios nos acepta como somos y nos ama. Una Buena Noticia, que Jesús nos reitera cada domingo cuando nos reunimos en su nombre ¡Ojalá seamos capaces de seguir sus pasos!
Ésta es ahora nuestra misión en el mundo: mostrar a Jesús, así como lo hicieron los apóstoles Andrés y Felipe, para que sea conocido y amado, vivir en su “casa” y quedarnos con Él para siempre.
Renovemos juntos los compromisos bautismales y proclamemos nuestra fe en el Hijo de Dios “que nos salvado de las tinieblas para llevarnos al reino de su luz admirable”...
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