Nació en Poitiers a principios del siglo IV y murió allí el 1 de noviembre, según la opinión más acreditada y según el Breviario Romano, el 13 de enero de 368. Perteneciente a una familia noble y, muy probablemente, pagana, fue instruido en todas las ramas del saber profano, pero habiendo emprendido el estudio de las Sagradas Escrituras y, al encontrar en ellas la verdad que tan ardientemente buscaba, renunció a la idolatría y se bautizó. Desde ese momento su gran saber y su celo por la fe alcanzaron tal renombre que hacia el año 350 fue elegido para gobernar la comunidad de fieles con que la ciudad contaba desde el siglo III.
Nada sabemos de los obispos que gobernaban esta sociedad en sus orígenes. Hilario es el primero del que tenemos información fidedigna, y eso se debe al importante papel que desempeñó combatiendo la herejía arriana. La Iglesia en aquella época sufría grandes discordias internas y la autoridad de los Papas no era suficientemente efectiva en la práctica para evitarlas o detenerlas. El arrianismo había hecho notar sus efectos devastadores en numerosas regiones y amenazaba con extenderse por la Galia, donde ya contaba con numerosos partidarios secretamente afiliados. Saturnino, obispo de Arles, el más activo de ellos, acusado por Hilario, convocó y presidió un concilio en Béziers en el año 356 con la intención de justificarse e incluso de imponer su falsa doctrina. El obispo de Poitiers se presentó intrépidamente para defender la ortodoxia, pero el concilio, compuesto mayormente por arrianos, rehusó escucharle y poco después, Hilario fue acusado ante el emperador Constancio, protector del arrianismo, y por orden de éste fue enviado a las lejanas costas de Frigia.
Pero la persecución no pudo vencer al valiente paladín. En lugar de permanecer inactivo durante su exilio, se dedicó al estudio, completó algunos de los trabajos que tenía iniciados y escribió su tratado sobre los sínodos. En esta obra analiza las profesiones de fe proclamadas por los obispos orientales en los concilios de Ancira, Antioquía y Sirmio, y mientras que las condenaba, pues eran arrianas en substancia, quiso demostrar que las diferencias entre las doctrinas de ciertas herejías y creencias ortodoxas yacían a menudo más en las palabras que en las ideas, por lo cual aconsejaba a los obispos de Occidente que fueran prudentes en sus condenas. Su actitud indulgente fue objeto de agrios reproches por parte de algunos ardientes católicos, encabezados por el obispo Lucifer de Cagliari. Sin embargo, en el año 359 la ciudad de Seléucida presenció la reunión en sínodo de un gran número de obispos orientales, de los cuales casi la totalidad eran eunomianos o semiarrianos. Hilario, a quien todos deseaban ver y escuchar, pues era grande su reputación en saber y virtud, fue invitado a asistir a la asamblea. Incluso el gobernador de la provincia le proveyó con caballos y postas para el viaje. En presencia de los Padres griegos expuso las doctrinas de los obispos galos y demostró con facilidad que, en contra de la opinión muy extendida por Oriente, éstos últimos no eran sabelianos. Luego participó de las violentas discusiones que se realizaron entre los semiarrianos, quienes se inclinaban hacia la reconciliación con los católicos, y los eunomianos, que formaban la extrema izquierda del arrianismo.
Tras el concilio, que no obtuvo otro resultado que hacer más profunda la separación entre estos hermanos enemistados, Hilario se dirigió a Constantinopla, plaza fuerte de la herejía, para continuar allí su lucha contra el error. Pero mientras los semiarrianos, menos numerosos y menos poderosos, deseaban que se convirtiera en el intermediario entre su comunidad y los obispos de Occidente, los eunomianos, que contaban con la inmensa ventaja de verse favorecidos por el emperador, pidieron a éste que enviara de regreso a su patria a ese obispo galo que, decían, sembraba la discordia y el menoscabo en la Iglesia de Oriente. Constancio accedió a sus deseos, y en consecuencia se obligó al exiliado a iniciar el viaje de vuelta a su hogar. En el año 361 Hilario, triunfante, regresaba a Poitiers y tomaba de nuevo posesión de su sede. Sus fieles y sus hermanos en el episcopado le dieron la bienvenida con gozo y alegría; y recibió la visita de Martín, su antiguo discípulo y luego obispo de Tours. El éxito obtenido en su lucha contra los errores adquirió mayor brillo poco después, a causa de la destitución de Saturnino, el obispo arriano de Arles que le había perseguido. Sin embargo, como en Italia aún se recordaban con encono los intentos que había hecho en pro de la reconciliación entre semiarrianos convertidos y católicos, se dirigió en el año 364 al obispo de Vercelli en un esfuerzo por eliminar la intolerancia de los partidarios del obispo Lucifer, mencionado anteriormente. Casi inmediatamente después, para demostrar que igual que estaba lleno de indulgencia para quienes la dulzura había finalmente sacado de su error, era riguroso con aquéllos que se obstinaban en mantenerse en él, viajó a Milán para enfrentarse allí con Auxentio, obispo de esa ciudad y firme defensor de las doctrinas arrianas. Pero el emperador Valentiniano, que protegía al hereje, ordenó a Hilario abandonar Milán inmediatamente. Regresó, pues, a su natal Poitiers, de donde no se ausentará ya más y en la cual morirá.
Este sabio y tenaz obispo combatió el error tanto con la pluma como con la voz. La mejor edición de sus abundantes e importantes trabajos es la publicación de Dom Constant con el título "Sancti Hilarii, Pictavorum episcopi opera, ad manuscriptos codices gallicanos, romanos, belgicos, necnon ad veteres editiones castigata" (Paris, 1693). La Iglesia latina celebra su fiesta el 14 de enero, y el Papa Pío XII lo elevó a la categoría de Doctor de la Iglesia Universal. Aunque la iglesia de Puy se enorgullece de conservar lo que se supone son sus reliquias, pero una tradición popular indica que su cuerpo fue trasladado a la iglesia de San Denis, cerca de París, mientras que otra cuenta que fue sacado de la iglesia de San Hilario en Poitiers y quemado por los protestantes en 1572.
Nada sabemos de los obispos que gobernaban esta sociedad en sus orígenes. Hilario es el primero del que tenemos información fidedigna, y eso se debe al importante papel que desempeñó combatiendo la herejía arriana. La Iglesia en aquella época sufría grandes discordias internas y la autoridad de los Papas no era suficientemente efectiva en la práctica para evitarlas o detenerlas. El arrianismo había hecho notar sus efectos devastadores en numerosas regiones y amenazaba con extenderse por la Galia, donde ya contaba con numerosos partidarios secretamente afiliados. Saturnino, obispo de Arles, el más activo de ellos, acusado por Hilario, convocó y presidió un concilio en Béziers en el año 356 con la intención de justificarse e incluso de imponer su falsa doctrina. El obispo de Poitiers se presentó intrépidamente para defender la ortodoxia, pero el concilio, compuesto mayormente por arrianos, rehusó escucharle y poco después, Hilario fue acusado ante el emperador Constancio, protector del arrianismo, y por orden de éste fue enviado a las lejanas costas de Frigia.
Pero la persecución no pudo vencer al valiente paladín. En lugar de permanecer inactivo durante su exilio, se dedicó al estudio, completó algunos de los trabajos que tenía iniciados y escribió su tratado sobre los sínodos. En esta obra analiza las profesiones de fe proclamadas por los obispos orientales en los concilios de Ancira, Antioquía y Sirmio, y mientras que las condenaba, pues eran arrianas en substancia, quiso demostrar que las diferencias entre las doctrinas de ciertas herejías y creencias ortodoxas yacían a menudo más en las palabras que en las ideas, por lo cual aconsejaba a los obispos de Occidente que fueran prudentes en sus condenas. Su actitud indulgente fue objeto de agrios reproches por parte de algunos ardientes católicos, encabezados por el obispo Lucifer de Cagliari. Sin embargo, en el año 359 la ciudad de Seléucida presenció la reunión en sínodo de un gran número de obispos orientales, de los cuales casi la totalidad eran eunomianos o semiarrianos. Hilario, a quien todos deseaban ver y escuchar, pues era grande su reputación en saber y virtud, fue invitado a asistir a la asamblea. Incluso el gobernador de la provincia le proveyó con caballos y postas para el viaje. En presencia de los Padres griegos expuso las doctrinas de los obispos galos y demostró con facilidad que, en contra de la opinión muy extendida por Oriente, éstos últimos no eran sabelianos. Luego participó de las violentas discusiones que se realizaron entre los semiarrianos, quienes se inclinaban hacia la reconciliación con los católicos, y los eunomianos, que formaban la extrema izquierda del arrianismo.
Tras el concilio, que no obtuvo otro resultado que hacer más profunda la separación entre estos hermanos enemistados, Hilario se dirigió a Constantinopla, plaza fuerte de la herejía, para continuar allí su lucha contra el error. Pero mientras los semiarrianos, menos numerosos y menos poderosos, deseaban que se convirtiera en el intermediario entre su comunidad y los obispos de Occidente, los eunomianos, que contaban con la inmensa ventaja de verse favorecidos por el emperador, pidieron a éste que enviara de regreso a su patria a ese obispo galo que, decían, sembraba la discordia y el menoscabo en la Iglesia de Oriente. Constancio accedió a sus deseos, y en consecuencia se obligó al exiliado a iniciar el viaje de vuelta a su hogar. En el año 361 Hilario, triunfante, regresaba a Poitiers y tomaba de nuevo posesión de su sede. Sus fieles y sus hermanos en el episcopado le dieron la bienvenida con gozo y alegría; y recibió la visita de Martín, su antiguo discípulo y luego obispo de Tours. El éxito obtenido en su lucha contra los errores adquirió mayor brillo poco después, a causa de la destitución de Saturnino, el obispo arriano de Arles que le había perseguido. Sin embargo, como en Italia aún se recordaban con encono los intentos que había hecho en pro de la reconciliación entre semiarrianos convertidos y católicos, se dirigió en el año 364 al obispo de Vercelli en un esfuerzo por eliminar la intolerancia de los partidarios del obispo Lucifer, mencionado anteriormente. Casi inmediatamente después, para demostrar que igual que estaba lleno de indulgencia para quienes la dulzura había finalmente sacado de su error, era riguroso con aquéllos que se obstinaban en mantenerse en él, viajó a Milán para enfrentarse allí con Auxentio, obispo de esa ciudad y firme defensor de las doctrinas arrianas. Pero el emperador Valentiniano, que protegía al hereje, ordenó a Hilario abandonar Milán inmediatamente. Regresó, pues, a su natal Poitiers, de donde no se ausentará ya más y en la cual morirá.
Este sabio y tenaz obispo combatió el error tanto con la pluma como con la voz. La mejor edición de sus abundantes e importantes trabajos es la publicación de Dom Constant con el título "Sancti Hilarii, Pictavorum episcopi opera, ad manuscriptos codices gallicanos, romanos, belgicos, necnon ad veteres editiones castigata" (Paris, 1693). La Iglesia latina celebra su fiesta el 14 de enero, y el Papa Pío XII lo elevó a la categoría de Doctor de la Iglesia Universal. Aunque la iglesia de Puy se enorgullece de conservar lo que se supone son sus reliquias, pero una tradición popular indica que su cuerpo fue trasladado a la iglesia de San Denis, cerca de París, mientras que otra cuenta que fue sacado de la iglesia de San Hilario en Poitiers y quemado por los protestantes en 1572.
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