Su vida está asociada a los habitantes de París, la antigua Lutecia.
El rey Clovis mandó edificar una iglesia en honor de San Pedro y San Pablo y la montaña se llamará ya, en adelante, la montaña de Santa Genoveva. Fue enterrada junto al rey merovingio y lo que queda de sus cenizas, después de la acción que corresponde en propiedad a las hordas de cretinos de la Revolución, se encuentra en la Iglesia de Saint-Etienne-du-Mont.
La vida de la santa se desarrolló, en el siglo IV, dentro de las murallas que rodeaban la pequeña isla formada por los brazos del río Sena. Solo hay comunicación con el exterior a través de las puertas que dan acceso al Castellum del oppidum parisii como lo menciona César en su Guerra de las Galias.
Los datos históricos de la santa de los parisinos los proporciona en exclusiva Gregorio de Tours. Refiere que ya san Germán, obispo de Auxerre, y el obispo Lobo de Trèves, de paso hacia Gran Bretaña para combatir herejes, encontraron una joven de una virtud fuera de lo usual, con una formidable fuerza convincente, entusiasta en su deseo de hacer el bien y pronta al sacrificio a favor de los pobres y necesitados. Es como una llama ardiendo en fe capaz de conmover a los más forzudos guerreros y de convencer al propio rey de los francos, que se muestra incapaz de hacer frente a sus demandas de liberar a los prisioneros. Incluso hay referencias del mismísimo Simeón el Estilita que, desde lo alto de su columna, mandaba saludos a Genoveva cuando descubría entre las multitudes que acudían a verlo, oírlo y consultarle a algún mercader galo.
Se sabe que nació en Nanterre, cerca de París en los comienzos del siglo IV y que sus padres fueron Severo y Leoncia que eran nombres frecuentes entre los romanos. En los relatos de su historia aparecen hechos que con toda probabilidad pertenecen a elegantes añadidos destinados a enaltecer la figura de la santa: en charla sobrenatural con san Germán cae del cielo una medalla que el santo obispo coloca inmediatamente en el cuello de la joven. El imprudente que osó insultarla que cayó muerto en el acto. Su madre queda ciega cuando, arrebatada por la ira, pone su mano sobre la santa; inmediatamente, llena de misericordia filial, ella la cura. Cuentan y no paran.
En dos de los relatos se funda el patronazgo sobre París. Uno fue la liberación del ataque esperado y temido de Atila invasor; el otro fue la milagrosa provisión de alimentos que la santa proporciona a los sitiados parisinos ante el asedio que la isla del Sena soporta por parte del rey Clovis en lucha por su corona, cuando ya se comenzaba a diezmar la ciudad por el hambre. Y a fuer de verdad, no es extraño que los parisinos la tengan por patrona.
Murió anciana en la primera década del siglo VI.
El rey Clovis mandó edificar una iglesia en honor de San Pedro y San Pablo y la montaña se llamará ya, en adelante, la montaña de Santa Genoveva. Fue enterrada junto al rey merovingio y lo que queda de sus cenizas, después de la acción que corresponde en propiedad a las hordas de cretinos de la Revolución, se encuentra en la Iglesia de Saint-Etienne-du-Mont.
La vida de la santa se desarrolló, en el siglo IV, dentro de las murallas que rodeaban la pequeña isla formada por los brazos del río Sena. Solo hay comunicación con el exterior a través de las puertas que dan acceso al Castellum del oppidum parisii como lo menciona César en su Guerra de las Galias.
Los datos históricos de la santa de los parisinos los proporciona en exclusiva Gregorio de Tours. Refiere que ya san Germán, obispo de Auxerre, y el obispo Lobo de Trèves, de paso hacia Gran Bretaña para combatir herejes, encontraron una joven de una virtud fuera de lo usual, con una formidable fuerza convincente, entusiasta en su deseo de hacer el bien y pronta al sacrificio a favor de los pobres y necesitados. Es como una llama ardiendo en fe capaz de conmover a los más forzudos guerreros y de convencer al propio rey de los francos, que se muestra incapaz de hacer frente a sus demandas de liberar a los prisioneros. Incluso hay referencias del mismísimo Simeón el Estilita que, desde lo alto de su columna, mandaba saludos a Genoveva cuando descubría entre las multitudes que acudían a verlo, oírlo y consultarle a algún mercader galo.
Se sabe que nació en Nanterre, cerca de París en los comienzos del siglo IV y que sus padres fueron Severo y Leoncia que eran nombres frecuentes entre los romanos. En los relatos de su historia aparecen hechos que con toda probabilidad pertenecen a elegantes añadidos destinados a enaltecer la figura de la santa: en charla sobrenatural con san Germán cae del cielo una medalla que el santo obispo coloca inmediatamente en el cuello de la joven. El imprudente que osó insultarla que cayó muerto en el acto. Su madre queda ciega cuando, arrebatada por la ira, pone su mano sobre la santa; inmediatamente, llena de misericordia filial, ella la cura. Cuentan y no paran.
En dos de los relatos se funda el patronazgo sobre París. Uno fue la liberación del ataque esperado y temido de Atila invasor; el otro fue la milagrosa provisión de alimentos que la santa proporciona a los sitiados parisinos ante el asedio que la isla del Sena soporta por parte del rey Clovis en lucha por su corona, cuando ya se comenzaba a diezmar la ciudad por el hambre. Y a fuer de verdad, no es extraño que los parisinos la tengan por patrona.
Murió anciana en la primera década del siglo VI.
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