San Gregorio de Nisa era hermano menor de San Basilio Magno (-2 de enero). Procede, pues, del mismo ambiente familiar que éste, ambiente descrito ya con motivo de su fiesta el 2 de enero. Los acontecimientos que se refieren directamente a la vida de Gregorio apenas quedan reflejados en informaciones fragmentarias, de las que los biógrafos tratan de sacar el máximo partido. Gregorio, decimos, era menor que Basilio, pero entre ambos está, por lo menos, otro hermano, Naucracio, futuro monje, lo que hace que hayamos de situar su nacimiento entre los años 333 y 335.
Teniendo en cuenta la tradición familiar, el nombre de Gregorio le fue impuesto sin duda en honor del gran taumaturgo, fundador de la Iglesia de Neocesarea, muerto hacia el 270, y tutelar de la familia. Gregorio debió de tener también su propia nodriza, como por él mismo sabemos que la tuvo su hermana Macrina y como Basilio cuenta de sí mismo y de Pedro, pero las bases de su instrucción religiosa las recibió de su madre, Enmelia, que tuvo buen cuidado de educar en la fe a sus hijos, y también, cómo no, de la abuela Macrina, depositaria y transmisora del legado cristiano del apóstol de Capadocia. Es Basilio quien lo recuerda en carta a los neocesarienses: « ¿Qué prueba de nuestra fe podría resultar más nítida que el hecho de haber sido educado por una abuela, una bienaventurada mujer que salió de entre vosotros? Estoy hablando de la ilustre Macrina, que nos enseñó las palabras del bienaventurado Gregorio, todas las que la tradición oral le había conservado y que ella guardaba y utilizaba para formar en la doctrina de la piedad a los niñitos que nosotros éramos».
Pero también la hermana mayor, Macrina, debió de tener sobre la educación de Gregorio un gran influjo, particularmente en las cuestiones de práctica de la vida cristiana, según se puede ver al trasluz de sus confidencias recogidas precisamente en la Vida de Macrina, que con tanto amor y ternura escribió después que ella murió (Basilio en cambio no la menciona nunca).
BAUTISMO DE ADULTO
Sin embargo, teniendo en cuenta lo ocurrido con Basilio, que no se bautizó hasta después de su regreso de Atenas, cuando contaba ya unos 26 años, se puede obviamente suponer que tampoco Gregorio fue bautizado en su primera niñez. Era la costumbre entre las familias cristianas de Capadocia, quizás por un mal entendido respeto y reverencia al sacramento. El caso es que, si bien esta dilación no tuvo consecuencias fatales en ellos, sí debió de tenerlas en la mayoría, pues los tres capadocios –Basilio y los dos Gregorios– nos han dejado sendas diatribas contra esta costumbre dilatoria del bautismo, y la califican de escrúpulo o sofisma inaceptables.
Ahora bien, es imposible, no ya saber, sino hasta simplemente conjeturar cuándo se bautizó Gregorio. Lo más que puede aventurarse es que él retrasó su bautismo menos que su hermano Basilio y que el Nacianceno, pues en el momento de su crisis de adolescencia era ya lector en la iglesia, lo que supone estar bautizado y haberse orientado ya hacia el estamento eclesiástico.
El padre, Basilio el Viejo, rector de Neocesarea, tenía empeño especial en dar a sus hijos, además de la educación religiosa, una excelente cultura profana, en contra de las tendencias entonces dominantes en muchas familias cristianas. Facilitó el que Basilio pudiera recorrer todos los grados de esa cultura frecuentando las mejores escuelas, incluida la universidad de Atenas. Gregorio, en cambio, quizás por la muerte prematura de su padre, en 341, que sería su primer maestro, no pudo pasar de la escuela de gramática, en la que comenzó a practicar la explicación de los textos de Homero, Eurípides, Menandro y Demóstenes, autores que, al decir del gran historiador moderno de la educación, H. I. Marrou, eran «los cuatro pilares de la cultura clásica». Con esto aprende también «la tecnología del nombre», o sea, la ciencia rigurosa del lenguaje, que de tanta utilidad le será para sus obras futuras, sobre todo para desmontar las argucias y sutilezas sofísticas del dialéctico Eunomio, y además las técnicas de la interpretación o exégesis, que él aplicará al estudio de las Sagradas Escrituras.
Pero Gregorio adquiere una extensa y profunda cultura griega, como lo atestiguan todos sus escritos y expresamente lo manifiestan el historiador Teodoreto y el amigo Gregorio de Nacianzo (-2 de enero), según veremos. ¿Obra de sus maestros, que no conocemos? ¿Producto genuino de su gran talento? Por lo que sabemos, después de la escuela de gramática no tuvo otro maestro que su hermano Basilio. El propio Gregorio se lo hace saber al famoso rector pagano, Libanio, en una de sus Cartas «En cuanto a mis maestros, si buscas saber de quién parece que hayamos aprendido algo, lo hallarás en Pablo, Juan y los demás apóstoles [...]. Pero si hablas de vuestra sabiduría [la pagana...], debes saber que por mi parte nada especial tengo que señalar al enumerar a mis maestros. Durante algún tiempo, poco, he sido el discípulo de mi hermano [...]. Luego, empleando mi tiempo en leer con gran celo todas tus obras, cuando podía hacerlo, me enamoré de vuestra belleza, y todavía no he perdido este amor». Como aprendió la retórica, pudo haber aprendido el resto: leyendo a los grandes maestros. Escribe esto Gregorio cuando ya era obispo célebre, lo que prueba que fue más bien un autodidacta.
Posiblemente en la misma Cesarea tuvo algunos buenos profesores, pero sin renombre especial fuera de la localidad. En todo caso, si la familia no gastó con Gregorio -o no pudo gastar: la muerte del padre cuando él debía comenzar la escuela superior puede explicar mucho- lo que tan liberalmente gastó en Basilio, lo cierto es que Gregorio, con enorme talento, logró adquirir una cultura sin par. En sus obras, especialmente en su tratado Sobre la virginidad, se refleja un gran influjo de la Segunda Sofística, así como un profundo conocimiento de diversas escuelas y corrientes de pensamiento profano: Platonismo. Aristotelismo, Estoicismo y Neoplatonismo. Su curiosidad intelectual y su afán de saber le lleva incluso a estudiar medicina y meteorología, de las que hace frecuente uso para ilustrar su pensamiento. En retórica, baste recordar lo que dice a Libanio, el universal maestro antioqueno de elocuencia.
DEL MATRIMONIO, AL MONASTERIO
El ideal estético griego le sedujo algún tiempo, incluso en demasía, desoyendo las llamadas de su madre y de su hermana Macrina para que se apartase de ese camino y se retirase con ellas a la finca familiar de Anisa, junto al Iris, en el Ponto, donde pudiera dedicarse, como ellas, a una vida diferente. Es en este tiempo cuando, según deduce la mayoría de los historiadores, Gregorio contrajo matrimonio. La época coincide con el renacimiento de la cultura griega impulsado por Juliano, quien, siendo ya emperador, llegó a prohibir a los cristianos aprenderla y enseñarla. Su decreto no quedó derogado hasta el 11 de enero de 364. Las circunstancias de Capadocia, por su lejanía de los grandes centros, posiblemente permitieron a Gregorio continuar su estudio y su magisterio, incluso como reacción contra el decreto, pero, aun después de pasado el peligro, debió de tomarle bastante gusto y descuidó otros aspectos que, sin embargo, eran importantes para él según su ambiente familiar y social. Por ello le reprende Gregorio de Nacianzo en una de sus Cartas: „ ¿Qué te ha pasado, a ti, hombre sapientísimo?
[...] ¡Has arrojado lejos los libros santos y deliciosos que antes leías al pueblo! [...] ¡Y has preferido el nombre de rector al de cristiano! [...] No, excelente amigo, no sigas más tiempo así, sal de tu embriaguez, aunque sea tarde, y vuelve en ti».
Las recriminaciones del amigo, los ejemplos de su madre y hermanos, sobre todo el de su admiradísimo Basilio, fueron efectivos, según los resultados. Basilio había puesto en marcha, junto con el Nacianceno y bajo el impulso de Eustacio de Sebaste, una organización propia de vida monástica, cerca del lugar que Enmelia y Macrina habían escogido para ellas. En seguida comenzó a redactar unas Reglas en las que, andando el tiempo, también Gregorio tendrá intervenciones determinantes para su desarrollo. Ahora Basilio le invita a tomar parte ya en la nueva vida, pero la circunstancia de su matrimonio parece habérselo impedido, según él mismo da a entender en su tratado Sobre la virginidad. Cabe, sin embargo, pensar que no debieron de escasear sus visitas, incluso estancias más prolongadas, al complejo monástico de Anisa. Y sin duda, por lo que deja entrever en sus escritos, desde su «conversión» ajustó lo más posible su vida al ideal monástico que allí se vivía con tan alto y ferviente espíritu. Y si antes había «rechazado los libros santos» para empaparse de los libros profanos, ahora dedicó todas sus energías y todo su talento al estudio «sabroso» de esos libros santos y de sus mejores intérpretes. Bien lo prueba su amplio y profundo conocimiento de la Biblia y de autores como Filón de Alejandría y Orígenes -con su exégesis alegórica-, Metodio de Olimpo, Basilio de Ancira, etc.
Entretanto, en la vida de su padre y maestro», Basilio, habían sucedido acontecimientos que serían decisivos para el futuro del mismo Gregorio. Ordenado de presbítero el año 364, y resueltas algunas desavenencias con su obispo, Basilio se enfrenta ya con los herejes, a los que ataca con su Refutación de la Apología de Eunomio, continúa su labor de fundador monástico escribiendo su Pequeño Ascéticon, especie de catecismo monástico, y despliega una actividad admirable en favor de los pobres y de los peregrinos, sobre todo con ocasión de la hambruna que se abatió sobre Capadocia el año 368, el mismo en que murió la madre, Enmelia, a la que enterraron junto a su marido en la capilla de los Mártires de Sebaste, que ella misma había hecho construir, cerca de Íbora, para deponer y venerar en ella sus reliquias. Todos estos hechos quedaron muy grabados en el recuerdo de Gregorio.
El año 370 Basilio sucedió a Eusebio como obispo de Cesarea, aunque no sin dificultades. Precisamente para solucionarlas, Gregorio intervino como mediador. Esta intervención, poco afortunada, puso bien de manifiesto su enorme buena voluntad, pero también sus escasas dotes como diplomático. Su hermano habla de «ingenuidad y torpeza».
Sin embargo, esto no afectó para nada a la estima de Basilio por Gregorio. Efectivamente, cuando en 372 reorganiza la Iglesia de Cesarea, conforme lo exigía la nueva situación creada por el emperador Valente al dividir en dos la antigua Capadocia, Basilio no tiene inconveniente en consagrar a Gregorio como obispo de Nisa, sin atender a los planes y aspiraciones de éste, consciente de que pondría al servicio de la Iglesia su sabiduría, sus talentos y su preparación retórica, como se lo había demostrado el año anterior cuando le pidió que escribiera un elogio de la vida consagrada a Dios en la virginidad.
Pero si en este encargo Gregorio incluso sobrepasó las esperanzas de Basilio, pues escribía sobre algo que seducía profundamente a su alma contemplativa, pero que ya, por estar casado, no podía hacer suyo —y de ello se lamenta amargamente—, como obispo, en cambio, no supo o no pudo estar a la altura de las expectativas de Basilio sobre él, para sus planes de política eclesiástica y de defensa de la ortodoxia frente a las pretensiones del emperador Valente y de sus corifeos arrianos. Gregorio se muestra poco más que negado para la dimensión práctica de su ministerio, y Basilio lamenta su ingenuidad y su falta de sentido práctico. Cuando en 376 busca embajadores capaces, para enviarlos a Roma y tratar asuntos muy delicados con el papa Dámaso, primero piensa en él, pero luego desiste. Escribe al presbítero Doroteo: «Si hay que ir por mar, éste es el momento. Y que el obispo amadísimo de Dios, mi hermano Gregorio, quiera hacer la travesía y hacer de embajador para asuntos de esta índole; por mi parte, efectivamente, no veo quiénes puedan marchar con él, y conozco su total inexperiencia de los asuntos eclesiásticos».
Esto se puso bien de manifiesto en los dramáticos acontecimientos que comenzaron el 375. Apoyados en la política antinicena del emperador Valente, un sínodo de obispos arrianos reunido en Ancira hizo que el vicario o gobernador del Ponto, Demóstenes, mandara detener a Gregorio, pero éste logró escapar de sus guardianes y se refugió en algún lugar discreto, quizás alguna propiedad familiar. En su ausencia, a comienzos del año siguiente, otro sínodo arriano reunido en Nisa mismo le acusó de malversación y derroche de fondos, así como de irregularidades canónicas en su ordenación, y el vicario le condenó a destierro fuera de las fronteras de Capadocia, sin que sepamos dónde, aunque, según parece, pudo disfrutar de bastante libertad de movimientos.
Regresó a Nisa el año 377, cuando Valente, antes de partir de Antioquía en campaña contra los godos rebelados en Tracia, revocó todas las sentencias de destierro de los eclesiásticos, para dar a los ortodoxos nicenos una muestra de su benevolencia. Gregorio mismo, en carta al obispo Ablavio, describe su viaje de regreso y el cálido y entusiasta recibimiento con que le acogieron sus fieles de Nisa.
De por sí, este pequeño rebaño que le habían encomendado, no debía de presentar, si no le perturbaban, muchas y grandes dificultades. Gregorio podía disponer de tiempo para cultivar más intensamente su vida espiritual, animado y asistido por su hermana Macrina, con la que seguía manteniendo constante y estrecha relación. Por algo la llama su «maestra espiritual«. Pero también el ejemplo y la incitación de su «padre y maestro« Basilio influyeron, sin duda, para que desde estas fechas Gregorio tomase conciencia plena de la necesidad que la Iglesia tenía de hacer frente a las diversas herejías y pusiese en servicio suyo los mejores talentos de que podía disponer. Gregorio comprendió que su hermano no podía ya más y que era llegado su propio momento.
DOCTOR DE LA VERDAD
El 9 de agosto de 378 moría el emperador Valente en la batalla de Adrianópolis contra los godos. Los asuntos de la Iglesia cambiaron radicalmente al sucederle Graciano y Teodosio, ambos fervientes ortodoxos, y los trabajos de Basilio, en política eclesiástica lo mismo que en el campo doctrinal -dogmática y apologética- comenzaron a dar sus frutos en dirección a la unidad. Basilio, sin embargo, no vería más que los comienzos, pues moría el 1 de enero del 379.
Este acontecimiento significó un cambio decisivo en la manifestación de la personalidad de Gregorio. Hasta ese momento, se diría que la fuerte y rica personalidad de su hermano mayor, que tanto influyó en su primera educación, había creado en él, a fuerza de quererlo y admirarlo, una especie de complejo de inferioridad, que le bloqueaba la exteriorización de su propio inmenso caudal de todo tipo de cualidades.
El hecho es que, desde entonces, parece otro. Se considera el legítimo heredero de la obra de su hermano en todos los campos, particularmente en el eclesiástico, el teológico y el monástico, y fue consecuente con la conciencia de responsabilidad que eso suponía para él. Desde 379, la actividad de Gregorio parece desbordante, sobre todo el intelectual. Es a partir de entonces cuando escribe sus grandes obras, comenzando por las que quieren ser la profundización complementaria de las ya iniciadas por su hermano. Tal es el caso del tratado Sobre la creación del hombre, en que intenta completar las homilías de Basilio sobre el Hexaemeron, y la Explicación apologética sobre el Hexaemeron, donde corrige algunas falsas interpolaciones del texto bíblico y de la exégesis de Basilio. Y ya en el 380, el primero de los tratados Contra Eunomio: respuesta a la réplica de Eunomio al ataque de Basilio, pues éste ya no podía defender su postura. Gregorio leerá en el Concilio de Constantinopla este primer tratado y el segundo, que compondrá poco después.
En el mismo año 379, sabemos que tomó parte en un sínodo reunido en Antioquía, compuesto de obispos nicenos que habían sufrido el destierro decretado por Valente. De este sínodo apenas se sabe más que redactó un símbolo o credo en que reconocía la única divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y que se ocupó de buscar el modo de poner de acuerdo, siquiera en lo doctrinal, a Melecio, cabeza de los neonicenos, y a Paulino, jefe de los viejo-nicenos, en Antioquía. De ello encargaron a Gregorio, según cuenta él mismo en una carta, y tampoco tuvo éxito.
Se conoce que su larga ausencia había dejado demasiado libres las manos de los herejes eunomianos para entremeterse en la sede nisena, y algo parecido debía de ocurrir en Íbora y en Sebaste, donde, además, se planteaba la elección de obispo ortodoxo, por lo que los fieles apelaron a Gregorio. Éste acudió a la llamada, y parece que también en la solución de estos casos seguía las huellas de Basilio, pues para obispo de Sebaste eligió a su hermano Pedro, asegurando así esta sede frente a las pretensiones de los herejes, que seguían con sus ambiciones.
El 1 de enero de 381, segundo aniversario de la muerte de Basilio, Gregorio pronuncia su elogio fúnebre en Cesarea. Seis días más tarde, el 7 de enero, predicó el sermón Sobre el bautismo, y el 7 de febrero, su panegírico de San Teodoro: las alusiones a la invasión de los godos permiten colegirlo así.
Pero el momento cimero de la carrera de Gregorio lo constituye, sin lugar a dudas, la celebración del Concilio de Constantinopla, segundo ecuménico, en la primavera del 381. En él vio Gregorio triunfar sus ideas teológicas y las de su hermano Basilio. Por las indicaciones y alusiones que se hallan en uno de sus sermones, parece que fue él quien pronunció el discurso de apertura del concilio, Y bien comprobado está que, en los funerales del obispo Melecio de Antioquía, presidente del concilio y muerto durante las sesiones, los padres encargaron a Gregorio pronunciar el elogio fúnebre.
Si en el concilio triunfaron las ideas teológicas de Basilio, también se impusieron sus orientaciones y medidas en cuestiones de política eclesiástica. Por eso los padres, con anuencia del emperador, encomendaron a Gregorio, junto con Otreyo de Melitene y Eladio de Cesarea, el control de la ortodoxia en las Iglesias de Capadocia y del Ponto. Y al terminar el concilio, le encargaron también de una delicada misión en Arabia, para restablecer el orden, especialmente en Bosra, donde hacía estragos la herejía y dos obispos se disputaban la sede.
Cumplida la misión, regresa por Jerusalén, requerido también por «los presidentes de las santas iglesias de Jerusalén, que posiblemente ponían en duda la legitimidad del obispo, Cirilo, que había asistido al concilio. Sin duda el problema era doctrinal, cristológico, puesto que Gregorio se vio, a su vez, acusado de apolinarismo. En todo caso, de Jerusalén volvió decepcionado y agriado, pues, si bien en lo personal había aprovechado y gozado espiritualmente de la visita a los santos lugares, la organización en torno a las peregrinaciones y la vida misma de las gentes le habían repugnado y hasta escandalizado: «Además, si la gracia de Dios fuera en los lugares de Jerusalén mayor [que en otras partes], el pecado no sería tan habitual entre sus habitantes, y sin embargo, hoy no hay especie alguna de incontinencia que ellos no se atrevan a cometer: fornicaciones, adulterios, robos, idolatría, envenenamientos, intrigas y asesinatos [...]. Por lo tanto, querido, aconseja a los hermanos que dejen el cuerpo para ir al Señor, pero que no dejen Capadocia para ir a Jerusalén».
A finales del 381, Gregorio regresa a sus sede de Nisa, donde compone, durante el invierno, el tercer libro Contra Eunomio y el tratado Contra Apolinar, en respuesta, sin duda, a las acusaciones de que había sido objeto en Jerusalén. A ello alude en la misma obra. Más tarde, sin que pueda señalarse fecha, escribe su otra obra antiapolinarista, el Antirrético, donde replica con más detalle y más vigorosamente a la obra de Apolinar Demostración de la encarnación de Dios en la imagen del hombre.
Desde su estancia en Constantinopla con motivo del concilio, Gregorio se había ganado el favor de la corte imperial, allí establecida, y así vemos que, a la muerte de la princesa Pulqueria, lo mismo que luego, cuando muere la emperatriz Flacila, es a Gregorio a quien confían la pronunciación de los sendos elogios fúnebres.
Los últimos años de Gregorio son los menos conocidos, pese a que son muy fecundos. Completa su obra Contra Eunomio, refutando una confesión de fe presentada por Eunomio al emperador Teodosio en 383, y publica su folleto Contra el hado o destino, más otros opúsculos que completan su doctrina sobre la Trinidad. Hacia mediados de la década, compuso su importante obra dogmática, la Gran catequesis, que resume la doctrina cristiana, pero que, no obstante el título, no va destinada a los catecúmenos, sino a los pastores y maestros, para que éstos dispusieran de una buena sistematización doctrinal.
MAESTRO DE ESPIRITUALIDAD
Pero indudablemente el grueso de la producción de esta época, de madurez y plenitud en todos los sentidos, corresponde a sus obras de espiritualidad, y muy especialmente de la espiritualidad monástica. Y a medida que avanza en la composición de estas obras, se va poniendo de manifiesto más y más que no es un tratadista meramente especulativo, frío y lejano del tema, sino que expresa y confiesa una experiencia personal vivida, desde su estado, en la gracia del Espíritu divino. Bien se ha dicho que Basilio encauzó y organizó el movimiento monástico y que Gregorio le dio una teología y una mística, ambas cosas producto de su personal talento y de su personal vivencia de la gracia en constante y profunda evolución interior.
Es lo que reflejan su tratadito Sobre la perfección, en que prueba cómo la perfección es resultado de la acción de Cristo en el alma; las Homilías sobre el Cantar de los cantares, interpretado en la línea de Orígenes, como exposición de la unión amorosa de Dios con el alma en matrimonio místico y como itinerario del alma en constante ascensión hacia Dios; el tratadito Sobre la profesión cristiana, en que presenta ésta como una imitación de la naturaleza divina, posible para el hombre porque está hecho a imagen y semejanza de Dios; la Vida de Moisés, en que, después de una primera parte dedicada a exponer la vida de Moisés interpretada en sentido literal y edificante, interpreta alegóricamente la figura de Moisés y la convierte en símbolo de la ascensión mística, la que explica como un progreso y una tensión sin fin hacia la participación en los bienes divinos, no sólo durante nuestra peregrinación en este mundo, sino también en el seno de la bienaventuranza eterna: deificación sin término. En cuanto a la obrita Sobre el proyecto cristiano o Enseñanza sobre la vida cristiana, felizmente rescatada por el investigador W. Jaeger, es de la máxima importancia porque recoge el último pensamiento de Gregorio sobre la naturaleza del ascetismo y la espiritualidad de la vida monástica, ya que, según todos los indicios, lo compuso hacia el final de su vida.
Precisamente en estos últimos años parece que las circunstancias le ayudaron a centrarse enteramente en el estudio, la producción literaria y el ejercicio de su vida interior. Quedaban lejos las tareas administrativas del postconcilio. Ha podido responder a las acusaciones de tender demasiado abiertamente hacia una cristología antioquena, o a su contraria, la apolinarista. El emperador Teodosio había trasladado su corte a Milán, lejos de Constantinopla, y ya no le retenía en su entorno. Por otra parte, a consecuencia de los cánones del concilio, los obispos se ven obligados a permanecer en sus sedes y a ocuparse exclusivamente de ellas. Todo, en fin, parece combinarse y conspirar para que Gregorio se recoja y centre toda su actividad en su Iglesia de Nisa. Por esta época, en Constantinopla solía celebrarse un sínodo cada año, y sabemos que el último al que asistió Gregorio fue el de 394. A partir de ahí, todo es silencio de los documentos.
Generalmente se sitúa su muerte en torno al año 395, y justamente esta carencia de precisión sobre la fecha de su muerte puede ser la causa de la variedad de fechas que de su conmemoración aparece en los calendarios litúrgicos a lo largo de la historia. No fue un santo que tuviera pronto un culto popular, y tampoco sus reliquias recibieron el honor de traslados conocidos. Pero si su veneración no fue tan popular, fue efectiva, y en todos los sinaxarios bizantinos más antiguos aparece ya con su fiesta fijada el 10 de enero. En los calendarios occidentales aparece pronto, pero en fechas tan dispares como el 3 de agosto y el 9 de marzo.
Teniendo en cuenta la tradición familiar, el nombre de Gregorio le fue impuesto sin duda en honor del gran taumaturgo, fundador de la Iglesia de Neocesarea, muerto hacia el 270, y tutelar de la familia. Gregorio debió de tener también su propia nodriza, como por él mismo sabemos que la tuvo su hermana Macrina y como Basilio cuenta de sí mismo y de Pedro, pero las bases de su instrucción religiosa las recibió de su madre, Enmelia, que tuvo buen cuidado de educar en la fe a sus hijos, y también, cómo no, de la abuela Macrina, depositaria y transmisora del legado cristiano del apóstol de Capadocia. Es Basilio quien lo recuerda en carta a los neocesarienses: « ¿Qué prueba de nuestra fe podría resultar más nítida que el hecho de haber sido educado por una abuela, una bienaventurada mujer que salió de entre vosotros? Estoy hablando de la ilustre Macrina, que nos enseñó las palabras del bienaventurado Gregorio, todas las que la tradición oral le había conservado y que ella guardaba y utilizaba para formar en la doctrina de la piedad a los niñitos que nosotros éramos».
Pero también la hermana mayor, Macrina, debió de tener sobre la educación de Gregorio un gran influjo, particularmente en las cuestiones de práctica de la vida cristiana, según se puede ver al trasluz de sus confidencias recogidas precisamente en la Vida de Macrina, que con tanto amor y ternura escribió después que ella murió (Basilio en cambio no la menciona nunca).
BAUTISMO DE ADULTO
Sin embargo, teniendo en cuenta lo ocurrido con Basilio, que no se bautizó hasta después de su regreso de Atenas, cuando contaba ya unos 26 años, se puede obviamente suponer que tampoco Gregorio fue bautizado en su primera niñez. Era la costumbre entre las familias cristianas de Capadocia, quizás por un mal entendido respeto y reverencia al sacramento. El caso es que, si bien esta dilación no tuvo consecuencias fatales en ellos, sí debió de tenerlas en la mayoría, pues los tres capadocios –Basilio y los dos Gregorios– nos han dejado sendas diatribas contra esta costumbre dilatoria del bautismo, y la califican de escrúpulo o sofisma inaceptables.
Ahora bien, es imposible, no ya saber, sino hasta simplemente conjeturar cuándo se bautizó Gregorio. Lo más que puede aventurarse es que él retrasó su bautismo menos que su hermano Basilio y que el Nacianceno, pues en el momento de su crisis de adolescencia era ya lector en la iglesia, lo que supone estar bautizado y haberse orientado ya hacia el estamento eclesiástico.
El padre, Basilio el Viejo, rector de Neocesarea, tenía empeño especial en dar a sus hijos, además de la educación religiosa, una excelente cultura profana, en contra de las tendencias entonces dominantes en muchas familias cristianas. Facilitó el que Basilio pudiera recorrer todos los grados de esa cultura frecuentando las mejores escuelas, incluida la universidad de Atenas. Gregorio, en cambio, quizás por la muerte prematura de su padre, en 341, que sería su primer maestro, no pudo pasar de la escuela de gramática, en la que comenzó a practicar la explicación de los textos de Homero, Eurípides, Menandro y Demóstenes, autores que, al decir del gran historiador moderno de la educación, H. I. Marrou, eran «los cuatro pilares de la cultura clásica». Con esto aprende también «la tecnología del nombre», o sea, la ciencia rigurosa del lenguaje, que de tanta utilidad le será para sus obras futuras, sobre todo para desmontar las argucias y sutilezas sofísticas del dialéctico Eunomio, y además las técnicas de la interpretación o exégesis, que él aplicará al estudio de las Sagradas Escrituras.
Pero Gregorio adquiere una extensa y profunda cultura griega, como lo atestiguan todos sus escritos y expresamente lo manifiestan el historiador Teodoreto y el amigo Gregorio de Nacianzo (-2 de enero), según veremos. ¿Obra de sus maestros, que no conocemos? ¿Producto genuino de su gran talento? Por lo que sabemos, después de la escuela de gramática no tuvo otro maestro que su hermano Basilio. El propio Gregorio se lo hace saber al famoso rector pagano, Libanio, en una de sus Cartas «En cuanto a mis maestros, si buscas saber de quién parece que hayamos aprendido algo, lo hallarás en Pablo, Juan y los demás apóstoles [...]. Pero si hablas de vuestra sabiduría [la pagana...], debes saber que por mi parte nada especial tengo que señalar al enumerar a mis maestros. Durante algún tiempo, poco, he sido el discípulo de mi hermano [...]. Luego, empleando mi tiempo en leer con gran celo todas tus obras, cuando podía hacerlo, me enamoré de vuestra belleza, y todavía no he perdido este amor». Como aprendió la retórica, pudo haber aprendido el resto: leyendo a los grandes maestros. Escribe esto Gregorio cuando ya era obispo célebre, lo que prueba que fue más bien un autodidacta.
Posiblemente en la misma Cesarea tuvo algunos buenos profesores, pero sin renombre especial fuera de la localidad. En todo caso, si la familia no gastó con Gregorio -o no pudo gastar: la muerte del padre cuando él debía comenzar la escuela superior puede explicar mucho- lo que tan liberalmente gastó en Basilio, lo cierto es que Gregorio, con enorme talento, logró adquirir una cultura sin par. En sus obras, especialmente en su tratado Sobre la virginidad, se refleja un gran influjo de la Segunda Sofística, así como un profundo conocimiento de diversas escuelas y corrientes de pensamiento profano: Platonismo. Aristotelismo, Estoicismo y Neoplatonismo. Su curiosidad intelectual y su afán de saber le lleva incluso a estudiar medicina y meteorología, de las que hace frecuente uso para ilustrar su pensamiento. En retórica, baste recordar lo que dice a Libanio, el universal maestro antioqueno de elocuencia.
DEL MATRIMONIO, AL MONASTERIO
El ideal estético griego le sedujo algún tiempo, incluso en demasía, desoyendo las llamadas de su madre y de su hermana Macrina para que se apartase de ese camino y se retirase con ellas a la finca familiar de Anisa, junto al Iris, en el Ponto, donde pudiera dedicarse, como ellas, a una vida diferente. Es en este tiempo cuando, según deduce la mayoría de los historiadores, Gregorio contrajo matrimonio. La época coincide con el renacimiento de la cultura griega impulsado por Juliano, quien, siendo ya emperador, llegó a prohibir a los cristianos aprenderla y enseñarla. Su decreto no quedó derogado hasta el 11 de enero de 364. Las circunstancias de Capadocia, por su lejanía de los grandes centros, posiblemente permitieron a Gregorio continuar su estudio y su magisterio, incluso como reacción contra el decreto, pero, aun después de pasado el peligro, debió de tomarle bastante gusto y descuidó otros aspectos que, sin embargo, eran importantes para él según su ambiente familiar y social. Por ello le reprende Gregorio de Nacianzo en una de sus Cartas: „ ¿Qué te ha pasado, a ti, hombre sapientísimo?
[...] ¡Has arrojado lejos los libros santos y deliciosos que antes leías al pueblo! [...] ¡Y has preferido el nombre de rector al de cristiano! [...] No, excelente amigo, no sigas más tiempo así, sal de tu embriaguez, aunque sea tarde, y vuelve en ti».
Las recriminaciones del amigo, los ejemplos de su madre y hermanos, sobre todo el de su admiradísimo Basilio, fueron efectivos, según los resultados. Basilio había puesto en marcha, junto con el Nacianceno y bajo el impulso de Eustacio de Sebaste, una organización propia de vida monástica, cerca del lugar que Enmelia y Macrina habían escogido para ellas. En seguida comenzó a redactar unas Reglas en las que, andando el tiempo, también Gregorio tendrá intervenciones determinantes para su desarrollo. Ahora Basilio le invita a tomar parte ya en la nueva vida, pero la circunstancia de su matrimonio parece habérselo impedido, según él mismo da a entender en su tratado Sobre la virginidad. Cabe, sin embargo, pensar que no debieron de escasear sus visitas, incluso estancias más prolongadas, al complejo monástico de Anisa. Y sin duda, por lo que deja entrever en sus escritos, desde su «conversión» ajustó lo más posible su vida al ideal monástico que allí se vivía con tan alto y ferviente espíritu. Y si antes había «rechazado los libros santos» para empaparse de los libros profanos, ahora dedicó todas sus energías y todo su talento al estudio «sabroso» de esos libros santos y de sus mejores intérpretes. Bien lo prueba su amplio y profundo conocimiento de la Biblia y de autores como Filón de Alejandría y Orígenes -con su exégesis alegórica-, Metodio de Olimpo, Basilio de Ancira, etc.
Entretanto, en la vida de su padre y maestro», Basilio, habían sucedido acontecimientos que serían decisivos para el futuro del mismo Gregorio. Ordenado de presbítero el año 364, y resueltas algunas desavenencias con su obispo, Basilio se enfrenta ya con los herejes, a los que ataca con su Refutación de la Apología de Eunomio, continúa su labor de fundador monástico escribiendo su Pequeño Ascéticon, especie de catecismo monástico, y despliega una actividad admirable en favor de los pobres y de los peregrinos, sobre todo con ocasión de la hambruna que se abatió sobre Capadocia el año 368, el mismo en que murió la madre, Enmelia, a la que enterraron junto a su marido en la capilla de los Mártires de Sebaste, que ella misma había hecho construir, cerca de Íbora, para deponer y venerar en ella sus reliquias. Todos estos hechos quedaron muy grabados en el recuerdo de Gregorio.
El año 370 Basilio sucedió a Eusebio como obispo de Cesarea, aunque no sin dificultades. Precisamente para solucionarlas, Gregorio intervino como mediador. Esta intervención, poco afortunada, puso bien de manifiesto su enorme buena voluntad, pero también sus escasas dotes como diplomático. Su hermano habla de «ingenuidad y torpeza».
Sin embargo, esto no afectó para nada a la estima de Basilio por Gregorio. Efectivamente, cuando en 372 reorganiza la Iglesia de Cesarea, conforme lo exigía la nueva situación creada por el emperador Valente al dividir en dos la antigua Capadocia, Basilio no tiene inconveniente en consagrar a Gregorio como obispo de Nisa, sin atender a los planes y aspiraciones de éste, consciente de que pondría al servicio de la Iglesia su sabiduría, sus talentos y su preparación retórica, como se lo había demostrado el año anterior cuando le pidió que escribiera un elogio de la vida consagrada a Dios en la virginidad.
Pero si en este encargo Gregorio incluso sobrepasó las esperanzas de Basilio, pues escribía sobre algo que seducía profundamente a su alma contemplativa, pero que ya, por estar casado, no podía hacer suyo —y de ello se lamenta amargamente—, como obispo, en cambio, no supo o no pudo estar a la altura de las expectativas de Basilio sobre él, para sus planes de política eclesiástica y de defensa de la ortodoxia frente a las pretensiones del emperador Valente y de sus corifeos arrianos. Gregorio se muestra poco más que negado para la dimensión práctica de su ministerio, y Basilio lamenta su ingenuidad y su falta de sentido práctico. Cuando en 376 busca embajadores capaces, para enviarlos a Roma y tratar asuntos muy delicados con el papa Dámaso, primero piensa en él, pero luego desiste. Escribe al presbítero Doroteo: «Si hay que ir por mar, éste es el momento. Y que el obispo amadísimo de Dios, mi hermano Gregorio, quiera hacer la travesía y hacer de embajador para asuntos de esta índole; por mi parte, efectivamente, no veo quiénes puedan marchar con él, y conozco su total inexperiencia de los asuntos eclesiásticos».
Esto se puso bien de manifiesto en los dramáticos acontecimientos que comenzaron el 375. Apoyados en la política antinicena del emperador Valente, un sínodo de obispos arrianos reunido en Ancira hizo que el vicario o gobernador del Ponto, Demóstenes, mandara detener a Gregorio, pero éste logró escapar de sus guardianes y se refugió en algún lugar discreto, quizás alguna propiedad familiar. En su ausencia, a comienzos del año siguiente, otro sínodo arriano reunido en Nisa mismo le acusó de malversación y derroche de fondos, así como de irregularidades canónicas en su ordenación, y el vicario le condenó a destierro fuera de las fronteras de Capadocia, sin que sepamos dónde, aunque, según parece, pudo disfrutar de bastante libertad de movimientos.
Regresó a Nisa el año 377, cuando Valente, antes de partir de Antioquía en campaña contra los godos rebelados en Tracia, revocó todas las sentencias de destierro de los eclesiásticos, para dar a los ortodoxos nicenos una muestra de su benevolencia. Gregorio mismo, en carta al obispo Ablavio, describe su viaje de regreso y el cálido y entusiasta recibimiento con que le acogieron sus fieles de Nisa.
De por sí, este pequeño rebaño que le habían encomendado, no debía de presentar, si no le perturbaban, muchas y grandes dificultades. Gregorio podía disponer de tiempo para cultivar más intensamente su vida espiritual, animado y asistido por su hermana Macrina, con la que seguía manteniendo constante y estrecha relación. Por algo la llama su «maestra espiritual«. Pero también el ejemplo y la incitación de su «padre y maestro« Basilio influyeron, sin duda, para que desde estas fechas Gregorio tomase conciencia plena de la necesidad que la Iglesia tenía de hacer frente a las diversas herejías y pusiese en servicio suyo los mejores talentos de que podía disponer. Gregorio comprendió que su hermano no podía ya más y que era llegado su propio momento.
DOCTOR DE LA VERDAD
El 9 de agosto de 378 moría el emperador Valente en la batalla de Adrianópolis contra los godos. Los asuntos de la Iglesia cambiaron radicalmente al sucederle Graciano y Teodosio, ambos fervientes ortodoxos, y los trabajos de Basilio, en política eclesiástica lo mismo que en el campo doctrinal -dogmática y apologética- comenzaron a dar sus frutos en dirección a la unidad. Basilio, sin embargo, no vería más que los comienzos, pues moría el 1 de enero del 379.
Este acontecimiento significó un cambio decisivo en la manifestación de la personalidad de Gregorio. Hasta ese momento, se diría que la fuerte y rica personalidad de su hermano mayor, que tanto influyó en su primera educación, había creado en él, a fuerza de quererlo y admirarlo, una especie de complejo de inferioridad, que le bloqueaba la exteriorización de su propio inmenso caudal de todo tipo de cualidades.
El hecho es que, desde entonces, parece otro. Se considera el legítimo heredero de la obra de su hermano en todos los campos, particularmente en el eclesiástico, el teológico y el monástico, y fue consecuente con la conciencia de responsabilidad que eso suponía para él. Desde 379, la actividad de Gregorio parece desbordante, sobre todo el intelectual. Es a partir de entonces cuando escribe sus grandes obras, comenzando por las que quieren ser la profundización complementaria de las ya iniciadas por su hermano. Tal es el caso del tratado Sobre la creación del hombre, en que intenta completar las homilías de Basilio sobre el Hexaemeron, y la Explicación apologética sobre el Hexaemeron, donde corrige algunas falsas interpolaciones del texto bíblico y de la exégesis de Basilio. Y ya en el 380, el primero de los tratados Contra Eunomio: respuesta a la réplica de Eunomio al ataque de Basilio, pues éste ya no podía defender su postura. Gregorio leerá en el Concilio de Constantinopla este primer tratado y el segundo, que compondrá poco después.
En el mismo año 379, sabemos que tomó parte en un sínodo reunido en Antioquía, compuesto de obispos nicenos que habían sufrido el destierro decretado por Valente. De este sínodo apenas se sabe más que redactó un símbolo o credo en que reconocía la única divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y que se ocupó de buscar el modo de poner de acuerdo, siquiera en lo doctrinal, a Melecio, cabeza de los neonicenos, y a Paulino, jefe de los viejo-nicenos, en Antioquía. De ello encargaron a Gregorio, según cuenta él mismo en una carta, y tampoco tuvo éxito.
Se conoce que su larga ausencia había dejado demasiado libres las manos de los herejes eunomianos para entremeterse en la sede nisena, y algo parecido debía de ocurrir en Íbora y en Sebaste, donde, además, se planteaba la elección de obispo ortodoxo, por lo que los fieles apelaron a Gregorio. Éste acudió a la llamada, y parece que también en la solución de estos casos seguía las huellas de Basilio, pues para obispo de Sebaste eligió a su hermano Pedro, asegurando así esta sede frente a las pretensiones de los herejes, que seguían con sus ambiciones.
El 1 de enero de 381, segundo aniversario de la muerte de Basilio, Gregorio pronuncia su elogio fúnebre en Cesarea. Seis días más tarde, el 7 de enero, predicó el sermón Sobre el bautismo, y el 7 de febrero, su panegírico de San Teodoro: las alusiones a la invasión de los godos permiten colegirlo así.
Pero el momento cimero de la carrera de Gregorio lo constituye, sin lugar a dudas, la celebración del Concilio de Constantinopla, segundo ecuménico, en la primavera del 381. En él vio Gregorio triunfar sus ideas teológicas y las de su hermano Basilio. Por las indicaciones y alusiones que se hallan en uno de sus sermones, parece que fue él quien pronunció el discurso de apertura del concilio, Y bien comprobado está que, en los funerales del obispo Melecio de Antioquía, presidente del concilio y muerto durante las sesiones, los padres encargaron a Gregorio pronunciar el elogio fúnebre.
Si en el concilio triunfaron las ideas teológicas de Basilio, también se impusieron sus orientaciones y medidas en cuestiones de política eclesiástica. Por eso los padres, con anuencia del emperador, encomendaron a Gregorio, junto con Otreyo de Melitene y Eladio de Cesarea, el control de la ortodoxia en las Iglesias de Capadocia y del Ponto. Y al terminar el concilio, le encargaron también de una delicada misión en Arabia, para restablecer el orden, especialmente en Bosra, donde hacía estragos la herejía y dos obispos se disputaban la sede.
Cumplida la misión, regresa por Jerusalén, requerido también por «los presidentes de las santas iglesias de Jerusalén, que posiblemente ponían en duda la legitimidad del obispo, Cirilo, que había asistido al concilio. Sin duda el problema era doctrinal, cristológico, puesto que Gregorio se vio, a su vez, acusado de apolinarismo. En todo caso, de Jerusalén volvió decepcionado y agriado, pues, si bien en lo personal había aprovechado y gozado espiritualmente de la visita a los santos lugares, la organización en torno a las peregrinaciones y la vida misma de las gentes le habían repugnado y hasta escandalizado: «Además, si la gracia de Dios fuera en los lugares de Jerusalén mayor [que en otras partes], el pecado no sería tan habitual entre sus habitantes, y sin embargo, hoy no hay especie alguna de incontinencia que ellos no se atrevan a cometer: fornicaciones, adulterios, robos, idolatría, envenenamientos, intrigas y asesinatos [...]. Por lo tanto, querido, aconseja a los hermanos que dejen el cuerpo para ir al Señor, pero que no dejen Capadocia para ir a Jerusalén».
A finales del 381, Gregorio regresa a sus sede de Nisa, donde compone, durante el invierno, el tercer libro Contra Eunomio y el tratado Contra Apolinar, en respuesta, sin duda, a las acusaciones de que había sido objeto en Jerusalén. A ello alude en la misma obra. Más tarde, sin que pueda señalarse fecha, escribe su otra obra antiapolinarista, el Antirrético, donde replica con más detalle y más vigorosamente a la obra de Apolinar Demostración de la encarnación de Dios en la imagen del hombre.
Desde su estancia en Constantinopla con motivo del concilio, Gregorio se había ganado el favor de la corte imperial, allí establecida, y así vemos que, a la muerte de la princesa Pulqueria, lo mismo que luego, cuando muere la emperatriz Flacila, es a Gregorio a quien confían la pronunciación de los sendos elogios fúnebres.
Los últimos años de Gregorio son los menos conocidos, pese a que son muy fecundos. Completa su obra Contra Eunomio, refutando una confesión de fe presentada por Eunomio al emperador Teodosio en 383, y publica su folleto Contra el hado o destino, más otros opúsculos que completan su doctrina sobre la Trinidad. Hacia mediados de la década, compuso su importante obra dogmática, la Gran catequesis, que resume la doctrina cristiana, pero que, no obstante el título, no va destinada a los catecúmenos, sino a los pastores y maestros, para que éstos dispusieran de una buena sistematización doctrinal.
MAESTRO DE ESPIRITUALIDAD
Pero indudablemente el grueso de la producción de esta época, de madurez y plenitud en todos los sentidos, corresponde a sus obras de espiritualidad, y muy especialmente de la espiritualidad monástica. Y a medida que avanza en la composición de estas obras, se va poniendo de manifiesto más y más que no es un tratadista meramente especulativo, frío y lejano del tema, sino que expresa y confiesa una experiencia personal vivida, desde su estado, en la gracia del Espíritu divino. Bien se ha dicho que Basilio encauzó y organizó el movimiento monástico y que Gregorio le dio una teología y una mística, ambas cosas producto de su personal talento y de su personal vivencia de la gracia en constante y profunda evolución interior.
Es lo que reflejan su tratadito Sobre la perfección, en que prueba cómo la perfección es resultado de la acción de Cristo en el alma; las Homilías sobre el Cantar de los cantares, interpretado en la línea de Orígenes, como exposición de la unión amorosa de Dios con el alma en matrimonio místico y como itinerario del alma en constante ascensión hacia Dios; el tratadito Sobre la profesión cristiana, en que presenta ésta como una imitación de la naturaleza divina, posible para el hombre porque está hecho a imagen y semejanza de Dios; la Vida de Moisés, en que, después de una primera parte dedicada a exponer la vida de Moisés interpretada en sentido literal y edificante, interpreta alegóricamente la figura de Moisés y la convierte en símbolo de la ascensión mística, la que explica como un progreso y una tensión sin fin hacia la participación en los bienes divinos, no sólo durante nuestra peregrinación en este mundo, sino también en el seno de la bienaventuranza eterna: deificación sin término. En cuanto a la obrita Sobre el proyecto cristiano o Enseñanza sobre la vida cristiana, felizmente rescatada por el investigador W. Jaeger, es de la máxima importancia porque recoge el último pensamiento de Gregorio sobre la naturaleza del ascetismo y la espiritualidad de la vida monástica, ya que, según todos los indicios, lo compuso hacia el final de su vida.
Precisamente en estos últimos años parece que las circunstancias le ayudaron a centrarse enteramente en el estudio, la producción literaria y el ejercicio de su vida interior. Quedaban lejos las tareas administrativas del postconcilio. Ha podido responder a las acusaciones de tender demasiado abiertamente hacia una cristología antioquena, o a su contraria, la apolinarista. El emperador Teodosio había trasladado su corte a Milán, lejos de Constantinopla, y ya no le retenía en su entorno. Por otra parte, a consecuencia de los cánones del concilio, los obispos se ven obligados a permanecer en sus sedes y a ocuparse exclusivamente de ellas. Todo, en fin, parece combinarse y conspirar para que Gregorio se recoja y centre toda su actividad en su Iglesia de Nisa. Por esta época, en Constantinopla solía celebrarse un sínodo cada año, y sabemos que el último al que asistió Gregorio fue el de 394. A partir de ahí, todo es silencio de los documentos.
Generalmente se sitúa su muerte en torno al año 395, y justamente esta carencia de precisión sobre la fecha de su muerte puede ser la causa de la variedad de fechas que de su conmemoración aparece en los calendarios litúrgicos a lo largo de la historia. No fue un santo que tuviera pronto un culto popular, y tampoco sus reliquias recibieron el honor de traslados conocidos. Pero si su veneración no fue tan popular, fue efectiva, y en todos los sinaxarios bizantinos más antiguos aparece ya con su fiesta fijada el 10 de enero. En los calendarios occidentales aparece pronto, pero en fechas tan dispares como el 3 de agosto y el 9 de marzo.
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