En el camino hacia Tai-Ning en Yongnian, en la provincia de los hebeos en China, pasión de san José Wang Yumei, mártir en la misma persecución.
Nació en el pueblo de Wei-Hsien, China. Era el administrador de los bienes de la comunidad cristiana de Ma-Kia-Tchuang, en la provincia china de Hebei.
Cuando los bóxers llegaron a la aldea, incendiaron la iglesia. El jefe de los soldados puso a los cristianos ante la alternativa de apostatar o la muerte, después se marchó con sus hombres. Entonces José, se propuso defender la escuela, donde se habían refugiado algunas mujeres con sus hijos, decididas a no abandonar su fe. Allí se fue con santa Ana Wang, una muchacha que había estudiado en aquella escuela, y que estaba convencida de encontrarse con sus maestras, que se había alejado con otras alumnas. El mayor consuelo que pudieron gozar los refugiados fue la celebración de la Misa al alba, gracias a un padre misionero.
Cuando llegaron de nuevo los bóxers, José les propuso refugiarse en el sótano de la escuela; mientras tanto él intentaría desviar su atención acogiéndoles en el ingreso principal. El jefe de la banda le preguntó dónde estaban los demás, pero el anciano no denunció su presencia, después fue casi estrangulado y arrojado a una esquina. El jefe ordenó disparar contra las ventanas del edificio: el fragor de los cristales asustó a los niños, que, llorando, dejaron al descubierto su escondite. Todos los presentes fueron obligados a subir a un carro y llevados al pueblo donde estaba el cuartel general de los bóxers.
Al entrar en Tai-Ning, los bóxers, por la noche los sometieron a un interrogatorio. Mientras los niños lloraban, santa Lucía Wang Wang, una de las madres, intentó presentar la religión cristiana basada en el amor y por tanto inocua, pero recibió insultos. Al sentir aquellas palabras injuriosas, José, se adelantó y dijo: “Aquellos que enseñan a practicar la religión y la moral católica, merecen los más altos elogios porque son pioneros de la civilización y de amor patrio en cuanto nos habitúan al respeto de la patria y la obediencia de las leyes”. Aunque los soldados le insinuaron que pensara en salvar su vida, el anciano prosiguió: “Justo porque estoy con un pie en la fosa debo hablar así para rendir homenaje a la verdad”. Después, volviéndose a sus compañeras, les exhortó: “Ninguna de vosotras ceda a las injustas imposiciones de estos auténticos enemigos del verdadero Dios y de la verdadera China”.
Al oírle hablar así, el capitán de los bóxers sentenció que debía morir al instante y quisieron hacer con él un escarmiento que lograra aterrorizar a las mujeres, le acometieron con puñetazos, patadas, golpes, etc., hasta que un soldado con la lanza le atravesó la garganta y otro le cortó la cabeza. Había sido un cristiano fiel y fervoroso, que se alegró con la perspectiva del martirio. Tenía 68 años. Fue canonizado por Juan Pablo II, junto con los demás mártires de China, el 1 de octubre de 2000.
Nació en el pueblo de Wei-Hsien, China. Era el administrador de los bienes de la comunidad cristiana de Ma-Kia-Tchuang, en la provincia china de Hebei.
Cuando los bóxers llegaron a la aldea, incendiaron la iglesia. El jefe de los soldados puso a los cristianos ante la alternativa de apostatar o la muerte, después se marchó con sus hombres. Entonces José, se propuso defender la escuela, donde se habían refugiado algunas mujeres con sus hijos, decididas a no abandonar su fe. Allí se fue con santa Ana Wang, una muchacha que había estudiado en aquella escuela, y que estaba convencida de encontrarse con sus maestras, que se había alejado con otras alumnas. El mayor consuelo que pudieron gozar los refugiados fue la celebración de la Misa al alba, gracias a un padre misionero.
Cuando llegaron de nuevo los bóxers, José les propuso refugiarse en el sótano de la escuela; mientras tanto él intentaría desviar su atención acogiéndoles en el ingreso principal. El jefe de la banda le preguntó dónde estaban los demás, pero el anciano no denunció su presencia, después fue casi estrangulado y arrojado a una esquina. El jefe ordenó disparar contra las ventanas del edificio: el fragor de los cristales asustó a los niños, que, llorando, dejaron al descubierto su escondite. Todos los presentes fueron obligados a subir a un carro y llevados al pueblo donde estaba el cuartel general de los bóxers.
Al entrar en Tai-Ning, los bóxers, por la noche los sometieron a un interrogatorio. Mientras los niños lloraban, santa Lucía Wang Wang, una de las madres, intentó presentar la religión cristiana basada en el amor y por tanto inocua, pero recibió insultos. Al sentir aquellas palabras injuriosas, José, se adelantó y dijo: “Aquellos que enseñan a practicar la religión y la moral católica, merecen los más altos elogios porque son pioneros de la civilización y de amor patrio en cuanto nos habitúan al respeto de la patria y la obediencia de las leyes”. Aunque los soldados le insinuaron que pensara en salvar su vida, el anciano prosiguió: “Justo porque estoy con un pie en la fosa debo hablar así para rendir homenaje a la verdad”. Después, volviéndose a sus compañeras, les exhortó: “Ninguna de vosotras ceda a las injustas imposiciones de estos auténticos enemigos del verdadero Dios y de la verdadera China”.
Al oírle hablar así, el capitán de los bóxers sentenció que debía morir al instante y quisieron hacer con él un escarmiento que lograra aterrorizar a las mujeres, le acometieron con puñetazos, patadas, golpes, etc., hasta que un soldado con la lanza le atravesó la garganta y otro le cortó la cabeza. Había sido un cristiano fiel y fervoroso, que se alegró con la perspectiva del martirio. Tenía 68 años. Fue canonizado por Juan Pablo II, junto con los demás mártires de China, el 1 de octubre de 2000.
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